Una historia cuenta lo que ahora voy a contarte yo a ti.
Había hace años un reino de costumbres clásicas que tenía un hermoso castillo,
un rey gordinflón y un ejército de juglares. También tenía este castillo una
hermosa princesa que llenaba el reino de color con su sonrisa pero que tenía
unos malvados tíos, hermanos de su padre, malvados de verdad.
Y resultó que desde que la princesa cumplió dieciséis años,
los tíos no dejaban de insistir al rey de que enviase pretendientes para su
hermosa hija, pero menudos pretendientes... cada uno era peor que el anterior
partiendo de que el primero era horrible. La princesa no era exigente pero quería
a un príncipe normal, que la tratase bien y al que pudiese llegar a querer.
Para hacerse una idea del panorama, hablaré de cuatro príncipes escogidos al
azar. Uno era encantador de serpientes y parecía que pudiese quererlas más que
a nadie en el mundo, otro nada más presentarse se lanzó a la mano de la
princesa a besársela y llenarla de saliva, uno de ellos se presentó con una
tuba y creía ser un genio tocando cualquier instrumento y otro era tan frío que
para acercarte a él necesitabas ropa de abrigo. Al terminar el día y con él la
primera tanda, la joven había perdido cualquier esperanza que en un principio
hubiese podido tener y sabía que pasase lo que pasase, allí no encontraría
nada.
A la mañana siguiente el rey encontró en su despacho una
carta escrita con una bonita caligrafía redondeada, la carta estaba firmada por
su hija, la princesa, y decía que se marchaba por el Camino Oscuro de los
Cuentos, camino que debe existir por fuerza en cualquier reino en el que exista
la magia, en el que se encuentran todos los seres que por maldad o timidez no
están con el resto del pueblo. La carta también le decía al rey que ya que él
había aceptado enviar un regimiento de príncipes a rescatar su mano, que los
mandase ahora a rescatarla a ella y que se casaría con quien pudiese alcanzarla
y llevarla de vuelta.
La princesa había sido precavida y tras haber afrontado
lanzarse a la aventura se había llevado algo de comida y ropa adecuada para las
difíciles sendas. Cuando ya llevaba más de
la mitad del camino, lo que en un principio le había parecido una roca
resultó ser un temible dragón rojo y negro. Aquí me pararé un momento para
hablar de este dragón, había sido el pequeño en una familia de malvados
dragones, que como todo el mundo sabe entran en los cuentos para llenarlos de
terror, y al ser el pequeño había sido menospreciado por su familia así que se
esforzó y consiguió convertirse en una leyenda alada.
-¿Qué hace una joven como tu por un camino como este?-
Preguntó el dragón tras bostezar un poco de humo-
-Soy princesa-
-Mejor me lo pones, ¿Qué hace una princesa como tu en un
sitio como este?-
-Déjame pasar, dragón, y te prometo que dentro de poco
vendrán muchos a los que podrás comerte-
En el reino muchos estaban alarmados pero los tíos habían
visto en aquello una mina de oro ya que si la princesa no regresaba el trono
sería para ellos así que mandaron todos los príncipes que tenían pero ninguno
regresó. Llegó el momento en el que o bien no quedaban aristócratas o bien no
les interesaba la mano de la princesa si para ello corrían riesgo sus vidas,
pero el rey seguía preocupado así que los tíos se vieron obligados a anunciar
que cualquier persona que trajese a la princesa viva se casaría con ella. De
estos muchos partieron y no volvieron pero había un muchacho que partió
únicamente por la emoción de una aventura. Al llegar frente al dragón, este le
hizo la advertencia que siempre hacía por educación.
-Puedes marcharte con vergüenza o quedarte y morir en el
olvido-
-¿Y está usted seguro, señor dragón, de que no hay ninguna
manera de que pase sin ocasionar molestias a ninguno de los dos?-
-La única manera que puedes tener de pasar es derrotándome-
-Voy armado-
-Ellos también lo iban- Dijo señalando vagamente con el
hocico a un montón de huesos humeantes.
-Entonces, señor dragón, le propongo que me diga algo que
usted desea y yo se lo traeré-
-¿Y si te digo qué lo que deseo es comerte?-
-La verdad es que no creo que desees eso ya que últimamente
te has llenado y si me comieses sería únicamente por cumplir-
-¿Entonces que puede querer un dragón como yo?-
-No se, ¿Alguna piedra mágica o artilugio especial?-
-Estoy seguro de que si te pidiese eso me engañarías de
alguna manera-
-Está bien, entonces me voy- Y el joven se dio la vuelta
ante la mirada de incredulidad de la bestia. Solo que el muchacho sabía lo que
todo el mundo sabe, a los dragones les gusta dormir y su vista solo es buena
cuando cazan, así que él se disfrazó de arbusto y con sigilo pasó frente al
dragón sin que este se diese cuenta.
Tras recorrer un largo camino el aventurero aspirante a príncipe
llegó a un bosque que desprendía un dulce aroma y entre unos matorrales vio a
una joven desnuda bañándose en el río y la imagen le hipnotizó, se quedó
mirándola fascinado por su belleza.
-¿Buscas a la princesa?- El joven saltó sobresaltado y se
giró para ver a un anciano que le miraba-
-¿Princesa?- Porque a decir verdad el pobre chico no sabía
que había al final del camino sino que solo había querido dejar todo atrás y
marchar, como ya he dicho antes.
-Si claro, la joven a la que mirabas-
-La joven...- Se giró pero ella ya no estaba.-Bueno, ¿Ahora
que se supone que debo hacer?- Oyó un ruido y al torcer la cabeza en esa
dirección, vio a la chica de antes con un vestido verde oliva y unos ojos
tranquilos, que hizo algo que no parecía tener sentido, sacó un cuchillo y lo
lanzó, pasó por encima de su hombro y fue a clavarse en el pecho del anciano
que tras un grito ahogado calló.
-¿Pero qué...?-
-Era uno de mis tres tíos y planeaba matarte por haber
llegado hasta aquí- Le tendió la mano. –Vamos, aún tenemos que recorrer el
camino de vuelta-
-Oye... esto... si no quieres casarte conmigo lo entiendo-
Los mofletes se le pusieron rojos.
-Claro que si, siempre que tu quieras. Ya nos iremos
conociendo.-
Volvieron sobre sus pasos y al pasar frente al dragón, este
le preguntó al chico.
-Pensaba que habías dicho que volverías-
-Y eso estoy haciendo ¿No?- Cada rato que pasaba le gustaba
más aquella chica que ya no era princesa, se había convertido en su reina.