jueves, 30 de abril de 2015

Agh

Me voy a vacunar contra todos vosotros, el problema es, ahora que lo pienso, que las vacunas se ponen antes, así que, ¿qué hago con quienes ya me he cruzado? Esto es como cuando decides quitarte los zapatitos mojados antes de entrar en casa y te das cuenta de que ya entraste antes dejándolo todo manchado de barro, hasta las paredes. Vacunar es que te ponen un poco de cosa mala para que si tu cuerpo se encuentra con más cosa mala no sea una primera cita. No sé, debería dedicarle algunas letras a quienes no se las he dedicado nunca, pero no a los idealizados, sino a los vulgares, esas personas que no me gustan, no me interesan o, directamente, repudio. Ay, acabo de leer eso que no se debe leer, y no me refiero al libro erótico que encontré de pequeño y que escondía dentro del sofá, sino a la cuna de la inmundicia y la decadencia. Ay, ayer volví a hablar con el Rey como en nuestra cita en la rivera del Manzanares la noche de los taxis, ¿y qué le dije? Pues muchas tonterías, perdí la concentración y de mi boca, en vez de salir pañuelos de mago, salieron hilos incoloros de esos que tocan la tráquea al salir y producen arcadas. Bueno, le dije que a veces yo escribía algo que todos entendían pero que la persona a la que iba dedicada entendía más, pero no sé, tal vez me equivoque, lo que sí sé es que el metro no es un buen lugar para hablar de sexo desenfrenado y que lo de Pola fue un mazazo digno de ser escrito, y que de hecho fue escrito. Miren, señores y señoras, hoy, pero solo hoy y porque he obrado mal, váyanse a la mierda, pero sin insultarme ni dejar de sonreír, váyanse a la mierda tranquilamente y en orden, y no piensen mal de Paula, que está agobiada, ni de la Pobrecita, que se deja manejar, ni de Diego Primero, que construyó su casa sobre una montañita de arena, ni de Diego Segundo, que sigue sin encontrarse pero que me tocó las narices. En fin, hagamos una fiesta, yo traigo los globos, la bebida y las patatas, pero no la lista de invitados, eso me aterra, eso lo hacéis vosotros y ni mencionáis a quien va a venir, y si luego echo en falta a alguien, me jodo. No quiero saber si debo invitar a Laura, la chica geográfica, ni a Nora, la malinterpretada, ni, por supuesto, a Lucía, porque claro ¿cómo quedo mejor, invitándola o repudiándola como hace ella? ¿Ven? ¿ven como las listas de invitados son una tortura? Solo por eso dudo si casarme, es más fácil encontrar a la novia que hacer la lista de invitados. Tengo mil historias geniales que escribir, pero sin embargo no escribo o apunto tonterías, pero ya ven, que horror, y los médicos no me hacen caso y el pasado se derrumba porque nadie lo cuida y porque aunque alguien lo hiciese tiene termitas. Tengo las manos frías, y realmente suelo tener las manos frías por una razón, una que nunca he dicho a nadie y que no diré ahora. Y como el telón es de un material que desconozco no puedo evitar que se cierre. Adiós.

Jaque, y hasta otro día

El recién nombrado presidente levantó la cabeza de los asuntos nacionales para darse cuenta de que si bien nunca había estado la Nación a la par que el mundo, en aquel momento se encontraba bastante a la cola, así que llevó a cabo un plan de modernización que destacó por la compra masiva de ordenadores. En cada domicilio, a cambio de una cantidad simbólica, un mensajero te entregaba una gran caja de la que se extraían extrañas piezas que luego te enseñaba a montar un técnico. El problema se dio en los pueblos, pues en el campo la mayor parte de la población era anciana, y su espíritu conservador le impedía aceptar, ni pagar, aquel trasto, así que se optó por construir en las plazas de todos los pueblos una especie de cabaña en la que había una silla, una mesa y un ordenador.
La Nación, pese a los esfuerzos del intermitente gobierno, no consiguió modernizarse a ojos del mundo, ni a los suyos propios, la verdad sea dicha, y se acabó por olvidar el tema.
Pero un hecho curioso se produjo en relación con un ordenador, y, curiosamente, se dio en un pueblo. Un anciano, del que no se ha conseguido averiguar la identidad, movido por la curiosidad o el aburrimiento, entró un día en una de esas extrañas cabañas, se sentó en la silla, agarró el ratón y observó como se movía la flecha blanca sobre el fondo azul. Tras leerse la hoja de instrucciones básicas hizo doble clic en el dibujo en miniatura de la esfera del mundo bajo el que rezaba "Internet" y consultó la prensa del día, pero como solo estaba acostumbrado a recibir noticias nimias de los alrededores o bien de una importancia extraordinaria a nivel nacional, pronto se vio sobrepasado por nombres que no le sonaban y tecnicismos de los que nunca oído hablar, así que optó por buscar el título de una novela que había oído que estaba arrasando en la capital, y la encontró, pero antes de haber terminado la primera página sus ojos se habían revelado a seguir leyendo en la pantalla, así que optó por un último recurso antes de salir de aquella cabaña lanzando despropósitos contra aquella endiablada caja. En la hoja plastificada de instrucciones te explicaba cómo hacer para poder ver vídeos, y tras mucho pensar el anciano descubrió algo que casualmente nunca había visto y quería ver desde que tenía diecinueve años. Una vez le contaron que si servías leche en una cacerola y la ponías a calentar sin apartarla en ningún momento, se formaba una especie de pompa que estallaba poniéndolo todo perdido, así que el anciano escribió "leche caliente" y le dio a buscar. Las indecencias que aparecieron ante sus ojos le hicieron soltar un grito y cerrar a toda prisa aquella página, quedándose de nuevo su flecha blanca frente al fondo azul y su respiración terriblemente agitada. Fue entonces cuando levantó la vista, dispuesto a marcharse de allí, y vio en una esquina el pequeño dibujo de un caballo junto a un peón sobre un diminuto tablero, debajo una palabra, "Ajedrez".
Aquel anciano empezó a jugar al ajedrez todas las tardes, en el momento en que se marchaba la señora que chateaba cada día con uno de sus cuatro nietos, y cuando se cansó de la inflexibilidad del ordenador que jamás se despistaba o hacía un movimiento en falso, le comentó a un amigo suyo de un pueblo vecino que qué le parecía si echaban una partida semanal. Nunca hubo en todo un país un contagio más rápido. Todo los ancianos se encontraron de la noche a la mañana adictos al "chess", como algunos ordenadores lo llamaban, y el presidente de la Nación, sucesor de quien intentó llevar a cada hogar un ordenador en su idea de modernización y fue derrotado estrepitosamente por la tercera edad, se vio obligado a instalar en cada plaza de pueblo veinte cabañas en un principio, y cuarenta después.
El cómo el ajedrecismo se extendió a otras edades está más claro. Al parecer un niño llamado Miguel, en una crisis de existencialismo, empezó a pensar que la muerte está a la vuelta de la esquina y que la vida son dos días, y no pudo sino mirar con tristeza los parques que antes estuvieron poblados por gente mayor y ahora estaban vacíos... hasta que se dio cuenta de por qué estaban vacíos. Admirado por la destreza de la población envejecida y lo joviales que se les veía cuando 'mi alfil se lleva por delante ese peón despistado' o 'te dejo que me comas la reina si vas conmigo al cine esta noche, Margarita' empezó a ver cómo era eso de comer al paso y enseguida se puso a mendigar partidas a sus compañeros, los cuales no pudieron sino caer en su singular tela de araña.
La Nación, que no alcanzó ni un titular en el exterior cuando el fracasado del intento de modernización, de pronto fue noticia de la prensa curiosa, pues toda su población jugaba al ajedrez de forma desenfrenada, a veces incluso inquietante.
Pero aun se podía ir un poco más allá, un centro psiquiátrico puso en marcha una terapia experimental en la que a los pacientes que sufrían de violencia injustificada se les dieron piezas y tablero y se comprobó como desahogaban todo lo que tenían dentro en las partidas, con frases como "¿Ves tu torre? ¿ves tu torre? ¡Pues ahora ves mi caballo!" o "Erase un peón ¡que se convirtió en reina!" y quedaban después totalmente capacitados para la vida normal.
Así la Nación se volcó en el ajedrez hasta vaciarlo completamente de contenido y volverlo a llenar con otro distinto. Tableros y piezas de ajedrez se convirtieron en los objetos más vendidos y las franquicias de cafés donde hay sobre la mesa un tablero proliferaron a un ritmo desmedido hasta hacer difícil encontrar un café normal y corriente. Algunas personas cogían un peón, un alfil o un caballo, le hacían un agujero, pasaban por él un cordón y se lo colgaban al cuello en forma de colgante, hubo algún ególatra que se colgó una reina, y solo un tipo, un tal Salgado, se colgó un rey. El colmo del fanatismo ajedrecista se produjo cuando junto a la base de la Virgen de los Mimos aparecieron como ofrenda un puñado de peones.
El Hombre del Polvo, encargado de retirar el polvo de los edificios gubernamentales, El Hombre del Agua, encargado de llevar el agua a las zonas desérticas y El Hombre del Aire, encargado de comprobar la pureza del mismo en las zonas de minas y fábricas, dieron un susto enorme a la población cuando dejaron sus quehaceres para jugar al ajedrez entre ellos, por turnos. Igual pasó en la frontera suroeste, en la zona desértica, cuando las tribus indígenas, que desde hacía más de ciento treinta años luchaban por recuperar unos kilómetros de tierra que consideraban suyos, los tomaron sin lucha en apenas una noche por estar los puestos de guardia caballo que se mueve en ele, este juego es feminista porque la reina es la caña y el rey un patán.
Pero dos años después de que la Nación sucumbiese a las sesenta y cuatro casillas y de que los generales de la misma fuesen expulsados del Ejército Mundial por haber visto trastocada su visión de la guerra moderna, pasó algo extrañísimo, y sin duda amargo. Las cosas que suben muy deprisa, sin control, tienden a caer, y así pasó con el ajedrez, pero no porque la gente se cansase y guardase sus piezas o rindiera su rey tumbándolo, sino porque de alguna forma las partidas perdieron su estrategia y todos los resultados se empezaron a tornar en tablas, pero no cualquier tipo de tablas, todas las partidas desembocaban en que solo quedasen los dos reyes, partidas imposibles de seguir y de tablas automáticas, todas las partidas acabaron por dejar solas en el tablero a las dos piezas más importantes, y así se acabó todo.

miércoles, 22 de abril de 2015

Hilos

El Titiritero construyó durante la noche un muñeco articulado, durante la mañana lo pintó y en la siguiente noche le dio vida. El muñeco podía ver y pensar, pero no podía moverse si no era por medio de los hilos. Al poco tiempo el Titiritero abrió una gran caja y de ella sacó otro muñeco, uno que no había hecho él y que tenía pintadas las facciones de una mujer. El primer muñeco la observó largo tiempo hasta descubrir que ese otro muñeco también poseía vida, y no solo eso, sino que además había aprendido a mover sus cuerdas a espaldas del Titiritero. Mientras que el nuevo muñeco recorría el taller por las noches en lentos movimientos, el primer muñeco, imitándola, aprendió a moverse por si mismo también, y a la siguiente noche se acercó a ella, con sus ojos pintados increíblemente grandes y su boca en una mueca de curiosidad y, alzando el brazo, recorrió la cabeza redonda del nuevo muñeco, mientras que éste alzaba también la mano para recorrer con ella los hilos del primer muñeco. Así pasaron las noches, el uno frente al otro, cuando el Titiritero desaparecía, recorriendo él en lentos ademanes la madera de ella y ella, con ojos inexpresivos, los hilos de él. Una noche, nada más dejó de sonar el lejano violín y se hubo cerrado la puerta del fondo tras el Titiritero, el primer muñeco se acercó al nuevo, sin atreverse a tocarlo, con una idea de madera pendiendo de sus labios pintados, pero de pronto el nuevo alzó su mano, la cual sujetaba unas tijeras, y uno a uno, ante la incomprensión del títere, fue cortando sus hilos, hasta dejarlo tirado en el suelo, sin poder moverse, siendo tan solo un amasijo de madera.

lunes, 20 de abril de 2015

El bebé

El bebé lloraba y sus dos espectadores, Manuel Rodrigo y Carlos García, no sabían si llorar también o caerse desmayados en un acto exageradamente teatral. Hay muchas razones por las cuales podría estar ese bebé ahí, tumbado desnudo sobre la cama de Manuel, y de hecho muchas de esas razones serían absolutamente normales, pero esta no lo es,  así que mejor ir un poco atrás en el tiempo, pero solo un poco.
Era el jueves dos de abril y la casa de Manuel estaba vacía, así que allí acabaron yendo el propio Manuel, el anteriormente mencionado Carlos, el señor Don Jorge y un tipo conocido como Miguel. Pero no llegaron solos, trajeron una botella de un alcohol excelente, que olía a perfume barato y quemaba la garganta de una forma que daba gusto. Y así los cuatro jóvenes empezaron una pasiva fiesta en la que rieron mucho e hicieron reír a los demás, de hecho Miguel, en un alarde de observación, pensó que aquellos comentarios, chistes, recuerdos y observaciones ajenas eran sencillamente geniales y que ojalá recordase aunque fuese solo una pequeña parte cuando pudiese anotarlo, después rellenó los vasos de todos los presentes. Llegado el momento, el señor Don Jorge se marchó erguido, luciendo su maravilloso e impecable traje y comentando que abajo le esperaba un coche, tras esto Carlos dijo que él también debía marcharse, que tenía una cita, lo que levantó comentarios irónicos y le obligó a mostrar pruebas de la veracidad de sus palabras, después, el que Carlos renunciase a su cita para quedarse allí no se sabe muy bien si se debió a la insistencia de sus amigos o que realmente él prefería quedarse allí con ellos. Alguien vertió lo poco que quedaba de la botella en un vaso que nadie bebió, y que de hecho desapareció, y Miguel, sintiéndolo muchísimo y jurando que pagaría los daños, rompió un vaso de cristal que peligraba encima de una alta columna de apuntes, periódicos y libros de la biblioteca sin devolver. La fiesta había llegado a su fin.
Como la casa seguiría libre hasta la mañana siguiente, el anfitrión, Manuel, preparó a grandes rasgos el sofá y su propia cama para acoger a sus invitados, mientras él planificaba suficientes tareas para poder pasar la noche en vela, éstas fueron tres: estudiar física, leer un libro bebiendo cerveza  y cocinar crepes para tomar en el desayuno. Miguel debía haber bebido más o por lo menos contar con una menor resistencia al alcohol, pues mientras que Carlos seguía practicando sus extrañas bromas y Manuel se las reía intentando no hacerlo, a Miguel se le cerraban los ojillos como a un niño volviendo a casa en la parte de atrás de un coche después de un día lleno de actividad. De hecho estaba tan cansado que se sentó en el suelo, a un lado de la cama, con la firme intención de dormirse allí mientras murmuraba cada vez menos inteligibles “dejadme en paz”, aunque finalmente sus amigos le levantaron cogiéndole de los brazos, le quitaron las deportivas y le tumbaron en la cama mientras él murmuraba palabras de amor para quienes no iban a volver nunca más.
Lo extraño sucedió justo en ese momento. Miguel se arrastró hasta que su cabeza quedó sobre la almohada excesivamente fina de Manuel, se enrolló sobre sí mismo, acercando las rodillas al pecho e inclinando la cabeza sobre estas, y su cuerpo empezó a desaparecer, o mejor dicho empezó a menguar. Empezando por los pies y siguiendo por las piernas, tronco y brazos, su cuerpo fue dejando ropa vacía, y cuando la desvanecencia alcanzó su cuello se apreció como su cabeza se había hecho más pequeña. En definitiva, allí, donde habían estado la cabeza y el cuello de Miguel se apreciaba ahora un bebé desnudo a excepción de sus pies, que quedaban tapados por el cuello de la camiseta del que pronto se libró de una patadita entre berreos, porque el bebé empezó a llorar al cabo de un par de minutos sacando a Manuel y a Carlos de su pasajero estado de shock.
En pocas palabras muy nerviosas dejaron resuelto el tema de qué había pasado con la conclusión de que ninguno lo sabía ni podía saberlo, así que pasaron a pensar en qué hacer con la situación. Manuel tenía los ojos muy abiertos, exageradamente abiertos, y miraba al bebé fijamente, pensando; Carlos por su parte había salido al pasillo y se le oía decir “joder, joder, joder” y el bebé había dejado de llorar y se divertía jugando con una esquina de la almohada. Por alguna extraña razón, los comportamientos Manuel y Carlos no parecían acordes al hecho de que un amigo suyo se acabase de transformar en un bebé ante sus ojos, sino más bien como si el bebé tuviese que ser un bebé, un bebé correcto, con todas las de la ley, solo que no estuviese que estar allí. Carlos sugirió llamar a la policía, pero, ¿qué les iban a decir? “Buenas noches, disculpen que les llame de madrugada, pero es que un amigo mío se acaba de transformar en un bebé”, así que Manuel optó por llamar a su familia, a su hermano, padre o madre, pues dentro de que nadie sabría qué hacer, a ellos correspondería acarrear con la responsabilidad, pero al sacar el teléfono móvil de un bolsillo del pantalón vaquero vacío se dio cuenta de que el teléfono requería contraseña para poder ser desbloqueado, y no veía otra forma de obtener el número de ninguno de los anteriormente mencionados, pero en realidad fue un alivio, pues tampoco habría sabido qué decirles a ellos “¿Por casualidad Miguel se ha transformado alguna vez en un bebé?”. Así que cogieron una mochila y en ella metieron las pertenencias y ropas de Miguel, después envolvieron al bebé en una manta y le pusieron en una cesta para bebés que Manuel encontró en un armario que hacía las veces de trastero.
Una vez en el portal, Carlos, que no había dejado de estar un solo momento al borde de un ataque de nervios, empezó a decir que tenía que hacer una cosa importantísima, y al final se marchó. El bebé observó el cielo nublado con ojos muy abiertos y empezó a luchar por librarse de la manta, mientras Manuel le volvía a cubrir y murmuraba “vamos, vamos”. Al pasar por la esquina de la calle Montera y la calle Caballero de Gracia, unas prostitutas saludaron a Manuel por su nombre, pues lo conocían de una vez que lo vieron escrito cuando era niño en una cartulina pintada fruto de una clase de plástica, una prostituta que en realidad era un hombre le comentó en broma cuando se aleja que si no era muy joven para ser padre. No pensó en ir a casa del padre de Miguel, pues aunque se encontraba más cerca que la de su madre, no recordaba qué número era. En el metro, en contraposición a lo que creía que le podrían decir, las personas le solían dejar caer miradas y sonrisas agradables, debían pensar que era su hermano pequeño. Una vez en Conde de Casal no recordaba bien el autobús que debía coger, dudaba entre un par de números, pero como en aquel momento solo había uno esperando, se decidió por él, de todas formas sabía el camino y podía bajarse si veía que aquel autobús no le llevaba por donde él quería. El viaje le costó dos euros, y solo después de haber pagado se dio cuenta de que en la cartera de Miguel había un ticket de diez viajes a la mitad, por lo menos por el bebé no había que pagar. Mientras el autobús arrancaba fue consciente de que allí al lado vivía Carlos, que ni siquiera hubiese  tenido que alterar sus falsos planes para haberle acompañado en el trayecto, pero no fue capaz de pensar malas palabras, estaba agotado.
Llegó a donde recordaba que era, aun así lo comprobó con el documento nacional de identidad de la cartera del bebé, entonces sacó las ropas y las distribuyó alrededor de la manta para abrigarle bien, colocó encima de todo cartera, llaves y teléfono para que se pudiese intuir quién era aquel niño, después dejó la cesta frente a la puerta, llamó al timbre y se desvaneció.


No se sabe por qué Miguel se convirtió en un bebé, lo más fácil sería echarle la culpa al alcohol que olía a perfume, pero a las otras tres personas que bebieron no les pasó nada. Una forma de comprobarlo sería analizar lo que quedaba en la botella, que se vació en un vaso, vaso que desapareció.

miércoles, 15 de abril de 2015

La bestia

Ahí dentro, en la oscuridad, me espera una bestia. Es una criatura negra que siempre sonríe y cuyos ojos siempre brillan, con un brillo maligno que puede ser malinterpretado por quienes no la conozcan. Ya me he enfrentado antes a esta criatura, o eso creía, resulta que había ido dejando migajas en el camino para que yo me confiase, y ahora ha matado a todos mis compañeros, y los pocos que han sobrevivido han huido con un miedo pavoroso ya maquinado por la criatura. Solo un hombre antes de huir me habló, me dio unas palabras de consuelo y me entregó un farol con el que ilumino lo poco que veo. Pero qué ciego he estado, y ahora que quiero ver, que poco veo. Estoy solo y asustado, ahí dentro, en la cámara, oigo una respiración, o eso creo oír. Tal vez no esté, tal vez me lo esté imaginando todo, al fin y al cabo, ¿qué pruebas tengo de que está ahí? Tal vez no ha matado a nadie y quien lo ha hecho ha sido, ha sido… ¿La criatura me está esperando? ¿Ha sido todo un plan? Tal vez no, tal vez es estúpida y mata para después bajar la guardia, tal vez esté dormida, pero, aunque lo esté, ¿sabré cómo herirla? ¿la mataré al hacerlo? Estoy solo, de eso se ha encargado, y no puedo volver atrás, eso lo sabe, entonces ¿qué me queda si no sé qué hacer y mi única esperanza me ha tomado por loco? ¿Por qué me odia esta bestia? ¿Qué le hecho? ¿No hubo un instante, un breve momento, en el que me miró a los ojos y cuando pudo haberme mordido no hizo nada?
La criatura está dentro, no puedo volver, solo me queda entrar, la llama del farol parpadea, mis labios tararean una canción propia de los condenados que van a ser ejecutados, mis ojos se humedecen de rabia, mi canción se traba, la criatura ríe en la oscuridad. La llama se apaga, la bestia ha vencido.

miércoles, 8 de abril de 2015

Machine

Miras a tu alrededor y solo ves tuercas, bisagras y tornillos, metal en resumen, aunque también hay vapor y algún que otro chorro de fuego esporádico. Es una gran máquina, se deduce si paseas por la sala donde se encuentra. Pero tú esto ya lo sabes, Manu, llevas dando vueltas alrededor de la máquina varios meses ya, tal vez medio año, y ahí surge el problema, en la máquina, porque donde más tiempo estás es frente al cuadro de mandos, con todas esas palancas e indicadores de agujas nerviosas, el cuadro de mandos de una máquina que no entiendes. Has probado a tocar un par de cosas por pura intuición y el resultado no ha podido ser peor, el vapor que te ha quemado ha servido de lección para que te sientes a mirar la máquina con mala cara o a que pases lentamente las páginas del inmenso manual escrito en ruso que apoyas sobre tus cansadas piernas. Mientras esperas, porque no sabes qué otra cosa hacer o es que mientras cabilas un plan la máquina sigue sin control, el aparato hace extraños ruidos que no pueden ser buenos, estás aterrado. Eres Manú, quien se apoyó en la pared repleta de cal pese a mis advertencias, quien siempre ha doblegado las máquinas con las que se ha encontrado, pese a que éstas amenazasen con hacerte perder la cabeza, y ahora tienes miedo, pero no un miedo cobarde que te haga temblar o no te deje pensar, sino ese miedo racional que te hace preocuparte y tal vez sentir agobio. Tranquilo, Manuel, si te acercas a la máquina, al caótico cuadro de mandos, podrás observar como esta máquina no es tan diferente de las anteriores con las que te has enfrentado, tan solo tiene ciertas válvulas cambiadas, es más grande, le faltan algunas palancas y le sobran manivelas. Puedes empezar a tomar el control sobre la misma, solo has de serenarte y avanzar decidido, aunque sea irremediable que te vayas a chamuscar el pelo o golpearte la rodilla, pero escucha, escucha el chillido del vapor, ese sonido tan amenazador tal vez esté siendo malinterpretado y sea un grito de pavor, de pavor por ver cuando te vas a levantar de ese taburete con el inmenso manual ruso en la mano.

jueves, 2 de abril de 2015

linda

Una chica comentó despreocupada que la palabra linda era horrorosa, yo no sé por qué, tal vez por haber estado escuchando a Cortázar, me lo tomé como un reto, como algo personal.


¿Qué la palabra linda es fea? ¿Y si linda no sos vos? ¿y si linda es la noche por parecerse a vos?

La palabra linda es fea pero no así lo son las palabras guapa, hermosa, diosa, preciosa ¿por qué? ¿Y si esto no son palabras al azar en una competición por ver quién dice más chorradas creyéndose poeta sino una escala? Yo te puedo decir que eres preciosa, pero entonces me estoy insinuando; te puedo decir que sos una diosa y entonces me estoy pasando; te puedo decir guapa y me convierto en un tipo más o, amiga mía, te puedo decir linda, linda como la luz de la luna, como tu piel, como tu frescura y tu risa, ¿una risa bonita? ¡eso sí que es horrible! pero no linda. Tal vez, amiga mía, la palabra linda no tenga la culpa de nada, tal vez la culpa sea de quién la usó.

miércoles, 1 de abril de 2015

Cuento sin ovejas

No me gusta escribir bajo presión, a pesar de que sea tan estúpido de que me la haya impuesto yo mismo, pero si miro la situación con la debida perspectiva podría llegar a pensar que soy un héroe, sí, un gran héroe...
Me explico. Estaba yo vagando por los páramos oscuros en los que se convierte internet por la noche cuando me encontré un conjunto de personas que hablaban solas quejándose de que no tenían nadie con quien hablar a aquellas horas, así que me acerqué a aquellas gentes y fui a hablar con un chico cuyo pelo crecía como crece el pelo de muchos niños, haciendo una especie de tazón hacia abajo. Aquel chico me dijo ser homosexual antes incluso de decirme su nombre, y como me empezó a hablar del sexo como si fuese un adolescente, pasé de largo. El pelo de un niño y la boca de un adolescente, me preguntaba si tendría algo de adulto cuando me encontré con una muchacha de edad incierta que me causó una agradable impresión antes de fijarme en que todo lo que decía daba vueltas alrededor de una idea de belleza que, tras contemplar fijamente, observé que era una mezcla de cuerpo anoréxico y ropa gótica, así que en vez de seguir hablando con ella y agotarme argumentando lo malo que sería para ella tan siquiera acercarse a lo que quería, opiniones que de hecho ella no me había pedido, me marché de allí también. Estaba a punto de tirar la toalla e irme a la cama, que no a dormir, pues en caso de ir a la cama antes leería otras dos horas que dormirme sin más, sin embargo vi algo, algo que me imaginé que sería una chica en pijama dando vueltas por su habitación, una chica que si fumase estaría fumando en ese momento. Me acerqué y, asomando la cabeza por la puerta entornada, la miré. La miré, me miró y le pregunté que qué hacía, a lo que me contestó que no podía, o no quería, dormir, así que le prometí, palabras textuales, contarle un cuento que no tratase sobre ovejas que contar.
Así que ahora ya se entiende la situación, la historia que tengo que elaborar, el por qué y la buena causa. Le pregunté que si sentía cariño por un género o por un tipo de personaje en concreto, a lo que me contestó que el personaje le daba igual y que le apetecía que fuese un drama, a lo que respondí con una cara similar a la que pones cuando alguien te golpea en la boca del estómago sin que estuviese preparado, los dramas no son mi fuerte.
Yo había pensado en una niña que iba al campo, le pasaban un par de cosas surrealistas y volvía a casa, pero me pidió un final sorprendente, lo que no cuadraba con mis planes, así que decidí hacer algo extraño sin perspectiva de buenos resultados, me la llevé conmigo para que fuese ella misma la protagonista de una historia que sea lo que dios quiera…
Yo me vestí de invisible para poder hacer de mago y narrador y que así solo hubiese un protagonista. La llevé al campó verde que ya había pensado para la anterior protagonista, pero como era noche cerrada, aquel parecía un campo completamente negro. Como hasta hace un instante ella había llevado un pijama, la había vestido con ropa que esperase que le gustase, unos pantalones negros, una camiseta blanca y negra y un bonito colgante que nadie veía porque lo llevaba por debajo de la camiseta. Hasta que no echó a andar campo adentro, hacia la oscuridad, guiada por ésta, no me di cuenta de que a la hora de vestirla se me había olvidado imaginarle unas botas y ahora iba ella descalza.
De pronto se topó, en mitad de aquel campo y sin previo aviso, con un inmenso camaleón ciego. El animal era tres veces más grande que ella y permanecía inmóvil, ella se acercó y dijo... ¿qué dijo? ¿Acaso la conozco como para poder poner palabras en su boca? Mejor no dijo nada y bordeó al camaleón, el cual, pese a estar ciego, la siguió con la mirada.
Drama… ella quería drama, pero, ¿qué es el drama? Busqué en el diccionario y me quedé con los dos significados que mejor pegaban con lo que intentaba imaginar: “acciones y situaciones tensas y pasiones conflictivas” y “suceso de la vida real, capaz de interesar y conmover vivamente”, pero si no os importa de esta segunda quitamos lo de “suceso de la vida real” que no viene mucho al caso, porque a estas horas de la noche uno ya no distingue lo que es real y lo que no. Asesinato y una pareja a punto de romper vendrían genial, podría hacer que quien lo leyese viese azul y gris como símbolo de lo tenso de las situaciones, pero eso lo podría hacer si no fuese tan de noche y yo no estuviese tan cansado, así que, si nadie se opone, la situación es la siguiente:
Ella nota como algo alborota el silencio que hasta hacía unos instantes reinaba en aquel campo, se acerca hacia el riachuelo y allí ve una escena catastrófica. La mamá erizo y dos de sus vástagos contemplan horrorizados a un tercero que se encuentra colgando de una rama sobre el riachuelo, a punto de caer, gritan, gritan su nombre de erizo, gritan su nombre con lágrimas en los ojos. El erizo que cuelga tiene los ojos cerrados y se aferra a la rama con todas sus fuerzas. Puede caer en cualquier momento, y si lo hace el agua le arrastrará hasta quién sabe dónde. Ella se acerca, pues no le cuesta nada salvar al erizo, pero aquí surge un problema, he dicho al principio que contar esta historia a estas horas me convierte en un héroe y si ella salva al erizo se convertirá en una heroína, lo que me hará dividir el mérito o incluso perderlo, así que no, ¿no me había reclamado un final inesperado? ¿No quería drama?
Ella, desde el borde del riachuelo, que en realidad no le llega ni al tobillo, estira la mano temblorosa hacia el erizo, casi lo tiene, pero éste al soltarse puede caer en vez de salvarse. De pronto ocurre algo muy deprisa, un fugaz movimiento y ya no hay erizo, ella mira con los ojos empañados hacia la fuente del movimiento y ve al gran camaleón ciego masticando algo.