sábado, 27 de diciembre de 2014

Mírame a los ojos

Esto lo hice para un concurso que ¡oh, vaya! se titulaba "Mírame a los ojos", lo hice en dos tandas porque al ser obligado era como tragar pan muy seco, se necesita tiempo.  Jorge lo leyó y no debió entender nada, porque me dijo que escribía muy bien. Manolo ni siquiera lo leyó, le leí el primer párrafo y no quiso más, en fin, por lo menos me sonrió después.



Su mano se estira y coge la revista de la mesilla de noche. Con un acto tan cotidiano entiendo que quiere huir, pero como es tan cobarde que no puede levantarse y salir así,  vestida solo con camiseta blanca y ropa interior, a la tarde fría y lluviosa, escapa con la mente, escapa a las playas exóticas y artificiales de las revistas de viaje, a las curiosidades de las revistas de ciencia y a las explicaciones de las revistas de historia o economía. Entonces yo cojo la taza de café y descubro ya tarde que está vacía con el poso seco en fondo, de igual manera me la llevo a los labios y finjo beber, no puede ganar, a su indiferencia mi indiferencia, a sus huidas, una nota mía previa en la que diga “hoy no iré a cenar”. Durante una fracción de segundo pienso si encender la televisión, pero lo descarto rápidamente, la televisión embotaría mis sentidos, además, la tele es el “en fin” previo a terminar una discusión sin retorno, y yo no quiero eso, descubro, yo quiero arreglar las cosas, pero no ahora, o quizá ahora sí, si ella dejase la maldita revista.
Con la taza descansando en mi regazo la observo, observo cómo lee, o mira las ilustraciones, tumbada boca arriba con los brazos flexionados en lo alto, se cansará, estoy seguro, entonces girará y leerá boca abajo y, atención, ¡ahí está! gira rodando y retoma la lectura. Observo su silueta, antes, durante la anterior lectura, tal vez podría haber adivinado la silueta de sus pechos, ahora, y al tener la camiseta el cuello cerrado, no hay forma, así que resbalo por su espalda y me deleito, o lo intento, con la curvatura bajo sus bragas ¿Por qué ya no siento el cosquilleo de antes? ¿Volverá éste si las cosas se solucionan? ¿Es posible que las cosas se solucionen?
Entonces meto la pata, o la meto según mi orgullo, pues estiro la pierna y la empujo con un pie enfundado en un calcetín a rayas, nada más que un golpecito, pero así estoy demostrando que no estoy enfadado ni indiferente, ahora todo depende de ella, ahora ella puede destruirme con un “¿Qué haces?” y seguir leyendo, pero no, ocurre algo infinitamente peor, tan solo me mira, esa mirada larga de la que nunca he llegado a comprender el significado, esa mirada que tiene el anciano que te mira al borde del acantilado, antes de saltar.
Entonces cierra la revista, lentamente, la devuelve a su lugar en la mesilla y se empieza a incorporar.  A mí, viéndola, se me empiezan a caer los libros de las estanterías mientras las cortinas se agitan con un aire huracanado y el suelo empieza a temblar, de pronto me doy cuenta de que estoy llorando, tengo las mejillas húmedas y los ojos abrasados.
Mientras todo se hunde me lanzo sobre la cama, sorprendiéndola con el movimiento repentino, la cojo de los hombros y la giro haciendo que me mire, veo que ella también llora, pero no de una manera desordenada como yo, sino con gotas de diamante que descienden lentamente por sus mejillas reflejando la luz. Entonces suelto sus hombros, la agarro del rostro y, acercándome mucho, susurro:
-Mírame a los ojos.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Mirándote a la cara

¿Saben esas máscaras de teatro de la antigua Grecia? Una con una estirada y pronunciada sonrisa y la otra triiiste. Bien, pues no voy a hablar sobre ellas ni sobre nada parecido, o por lo menos no es esa mi intención, tan solo quiero contar cómo he descubierto que la chica de las golosinas es una más, una cualquiera… “¡¿Y aquello?! Ya sabes, eso” No hay problema, resulta que fui yo y no ella quien puso esa careta sobre su rostro. He descubierto el título de un libro tan genial que ni me lo he leído, ni quiero, ojo, que se acerca navidad y, por no pedir, te regalan, para qué leerme el libro, el solo título ya lo decía todo, el texto solo podría estropearlo, pobre escritor, o mejor dicho, pobre tiempo malgastado del escritor. Es verdaderamente divertido que la mayor fan de dicho libro sea la autora de la ilustración de la portada, en fin, pobre escritor, o pobres buenas ideas tuvo. Mi hermano acaba de leer el principio de esto, así, a traición, y me ha dicho “¿Por qué pones tres íes?” Y le he dicho “porque es triiiste”. En fin, que Madrid es más grande de lo que se pueda creer, pero lo gracioso es que si viniese un turista, por ejemplo, en menos de una semana no sabríais qué hacer, qué ver, porque al turista no le puedes llevar en metro a cualquier lugar, salir y empezar a recorrer calles desconocidas, pero sí puedes hacerlo tú, o tú con compañía, y es genial, aunque, lo siento mucho, de esta manera no vayas a ver grandes cosas, o no grandes cosas según lo que la gente cree que son las grandes cosas, y así te podrá llamar tu madre, como a mí, y te pregunte “¿Por dónde andas?” y puedas contestar “no lo sé”. Y así, de noche, porque tras el sol blanco, que no amarillo, de invierno viene la noche, podrás descubrir los secretos que jamás nombraste y que puedes abrazar con la calidez de que sí hay algo tuyo, algo que es tuyo y que siempre será tuyo, y sonreír así encontrándote uno a uno con tus compañeros de inglés, sonreír así atando absurdeces, coincidencias y rarezas con las que haces una historia, la historia, la cual no escribirás, pues es solo para ti mientras elaboras esa conversación del café, la conversación de la escalera, la disputa de los enamorados, la prostituta que desea hablar contigo de filosofía, la chica geográfica, tan perfecta en su mundo de cristal, los paseos de Paula mientras piensa por qué aun no le has dado el regalo, la mirada madura de las siete sombras de la arena sobre las lágrimas de un pasado con el que se podría escribir una trilogía, los problemas de uñas rojas, que saca la lengua mientras con su gato en pijama, y yo, escuchando la canción que se escucha cuando quieres hacer la maleta rápidamente, mientras tu madre entra en el cuarto cuando suena “quiero follarte lento, mirándote a la cara...” y yo trago saliva para reírme a continuación. Quizá abuso de “el futuro será mejor” pero es que lo es, pulgarcito, lo es, rubia, lo es, capataz. Y así, aunque las cosas se vengan abajo como un castillo de naipes, siempre podrás alternar la careta triiiste con la careta excesivamente alegre.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Kío

Desde aquel lugar las ramas eran troncos de árboles caídos, los charcos, lagunas, y las huellas de las personas, sucesiones de boquetes en la tierra. El arácnido con sus ocho patas levantó las dos primeras y lanzó un ataque sobre la coraza negra y lisa, mordiendo para intentar hacer penetrar su veneno, pero no pudo atravesarla, entonces el escorpión le atrapó una pata con una de sus tenazas y le clavó el aguijón, matándola.
Kío perseguía una mariposa, pero no la perseguía porque soliese perseguir entes voladores, sino porque aquella mariposa era especial, ningún otro ser había combinado, a los jóvenes ojos de Kío, el azul y el amarillo. De pronto tropezó y cayó como caen los niños al suelo, que caen de lleno sin apenas protegerse con los brazos y, una vez en el suelo, lloran, o se dan cuenta de la situación, y entonces lloran. Pero Kío no lloró, en parte porque cayó en el suelo blando de tierra, y en parte por otra cosa que reclamó toda su atención. Desde aquel lugar, tumbado, las ramas de los árboles eran troncos de árboles caídos, los charcos eran lagunas y las huellas de los adultos, sucesiones de grandes pisadas, y frente a Kío, una bestia con máscara alzaba dos negras pinzas y, al fondo, una cola terminada en una punta de la que algo goteaba, una sola gota, verde o gris, pero Kío no se fijó, Kío pensó que cómo podía estar la coraza de aquel ser tan limpia y brillante si vivía en la selva, luego el escorpión le picó en la mejilla.
El negro, alto y callado, trajo al niño en brazos, luego la mulata gritó, con esos gritos a los que uno nunca se acostumbra, luego la blanca también grito antes de sollozar como sollozan las personas responsables, que lloran mientras corren con el niño en brazos, en silencio, únicamente con los ojos abrasados y las mejillas empapadas, y luego los curiosos asomaron de ventanas y puertas, para que los familiares, amigos y los más curiosos hiciesen un séquito a la madre, a la que nadie podría adelantar ni aunque se lo propusiese.
Mandaron a un chico de piernas largas y flacas a buscar al padre, que estaba trabajando en el campo del cacique, luego este llegó a la carrera sin el chico, lo que provocó que una vieja bromease, como bromean las viejas que ya son solo hueso y arrugas, que no sabes si hablan en serio o bromean, diciendo que de la impresión, de seguro que había matado al muchacho en un arrebato, y una niña de tres nombres, uno de los cuales era María, como todas las mujeres allá, se lo creyó, se llevó la mano a la boca y rezó a los santos.
El padre llegó a la casa, donde la madre ya había chupado y sorbido la herida intentando extraer el veneno, y ahora la mejilla estaba roja e hinchada, en ese punto en el que puede estar curándose o matándote. Hubo una discusión, ella quería que el niño se quedase en la cuna grande mientras le acunaba y le tarareaba las más bellas nanas, pensando que ya solo le quedaba su amor para curarle, él insistió en llevarle al médico de la aldea, al colono. Hubo gritos, un tortazo, y él ganó, desenterró la bolsita del suelo de tierra bajo la cama, cogió al niño con cuidado y firmeza y salió con grandes zancadas, ella le siguió sin perder distancia, con la mejilla colorada.
La comitiva silenciosa fue anunciada por los gritos del borracho, que de verdad pensaba que les invadían, y cuando llegaron a la puerta, con el zas de la falda de ella a cada paso como única llamada, ya les esperaba el criado. Éste les preguntó que qué pasaba y el padre explicó lo obvio, además de enseñar la cara hinchada, roja y verde de Kío, luego el criado preguntó si podían pagar, entonces el padre dejó a Kío en brazos de la madre y vació la bolsa, aun manchada de tierra seca, en la palma de su mano. El sirviente juntó sus manos como quien recoge agua de una fuente y el padre volcó con cuidado en ellas tres rubíes pequeños sin pulir, después el sirviente desapareció en la penumbra.
Luego fue confuso, el borracho gritaba que les invadían, la gente empezó a correr murmullos que iban creciendo, el gordo médico salió y comentó en voz alta que sin dinero no había tratamiento, Kío recobró la conciencia, vómitó y la volvió a perder, luego el padre gritó, el médico gritó, los dos agentes coloniales dispararon salvas al aire, llenando la plaza con nubes de pólvora, la plaza se vació y entre el nuevo silencio y la pólvora, los gritos del borracho de que les atacaban no quedaron tan fuera de lugar.
Llegó el inspector al poblado por miedo a que se difundiese un resentimiento general, por petición del gordo médico y porque si resultaban ser ciertos los rubíes del tamaño de mandarinas de los que había oído hablar, tal vez podría sacar tajada. El sirviente aseguró que a él no se le había entregado nada, que cuando aquel hombre vació la bolsa sobre su mano de ella solo salió polvo, el médico le abaló asegurando que era un hombre de confianza. Después, el inspector se dirigió a la parte pobre de la aldea, donde las casas dejaban de estar hechas de piedra y empezaban a estar construidas con tallos de tronco en vertical y techos de paja barnizada, ya llevaba resuelto el caso y aquello era algo puramente formal. Entró sin llamar pues allí había mucha gente, y una vez dentro, entre la luz amarilla de las velas y la total oscuridad, lo primero que vio con claridad fue un niño de pie, en lo alto, con dos inmensos ojos azules que brillaban con desasosiego, luego comprendió que aquello era un velatorio, o un entierro, aquel niño era el niño muerto, que estaba apoyado en su cuna grande la cual estaba puesta en vertical sobre una caja, sobre una mesa, y que lo que brillaban no eran sus ojos, sino dos piedras azules puestas sobre sus ojillos cerrados. El inspector notó como le agarraban de la camisa y como una educada brutalidad le sacaba a fuera, lejos del calor de las velas pero bajo el calor húmedo de la vegetación, aquél, con ojos vacíos, u ojos de locura, u ojos de acabar de perder a un hijo, era el padre, que le trató cortante, burdo y rápido.
El inspector redactó que no existían tales rubíes y que todo había sido invención del padre en un momento de desesperación, por lo que tampoco veía correspondiente una suma compensatoria por infamias contra el gordo médico y su criado, también añadió como clausula final que si el gordo médico quería sufragar los gastos del entierro, podría hacerlo, cosa que éste no hizo.
Un día, cerca de la taberna, el padre asaltó al criado propinándole duros golpes, pero éste consiguió huir hasta la plaza, donde los agentes coloniales abatieron al padre, que cayó muerto sin resolución.

Años más tarde, pensando en abrir una bodega para mantener frescos los alimentos y que no se pudriesen con tanta rapidez, el gordo médico empezó a cavar en el cuarto de los trastos y descubrió una pequeña caja donde había escondidos tres pequeños rubíes sin pulir.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Puzzle.

Acabo de llegar a la conclusión de que tú no eres exactamente tú, no eres una unidad personal, por así decirlo, sino que eres una confederación ¡o incluso una federación! de pequeñas cosas.
Estoy seguro de que sí que hay una tú, lo que yo conocí por ese nombre, en alguna parte de tu ser, ahí en chiquitito, en una habitación bonita pero tal vez pequeña, y que era ella, tú, quien me sonrió, habló y miró. Tal vez en aquella época tenías más poder sobre el resto de partes por haber ganado unas elecciones o algo así, ahora sin embargo, cuando sé que eres tú quien me habla, pareces más una portavoz, pues tus ojos no son velas, sino vigías, y tu sonrisa se asemeja más bien a un acantilado cuando estás en el borde, te asomas para ver mejor cómo rompen las olas y el malo, vestido de negro, se acerca por detrás sin hacer mucho ruido.
Bien, pues tus piernas deben haberse unido con un sistema pactista, pues siguen huyendo cada vez que ven el más mínimo problema. Tus ojos son anarquistas, pertenecientes al sistema únicamente por supervivencia, pero siguen pensando en marcharse y por ello no dejan de mirarlo todo y a todos, buscando una salida. Tus manos están tristes por no tener libertad, por eso están siempre frías. Pero lo más importante es el consejo de ideas que te gobiernan, un montón de confusiónes, pues el amor quedó fuera por ser demasiado joven y la indiferencia, con su gran dialéctica, suele convencer al resto para que se tomen sus decisiones.

Así que hasta que no vuelvas a gobernarte o directamente establezcas la dictadura de tu cuerpo, no quiero saber nada más de ti.
Las cumbres de las montañas siempre están nevadas, por lo que uno ya no se fija y las incluye en lo maldenominado paisaje. Si algún día esa nieve e derrite y se convierte en río, las montañas seguirán siendo paisaje, aunque desnudas, y el paisaje tendrá ahora un hermoso río.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Iceberg a la vista, capitán.

Sus ojos, o la pintura de sus ojos, parecían respirar. Adiviné que sus labios entreabiertos dibujaban la silueta de un barco, tal vez un homenaje al Titanic, y por eso le faltaban las chimeneas, se había empezado a hundir. ¿Qué acababa de decir? no estaba escuchando, pero no me atrevía a preguntar, seguro que me estaba diciendo “te quiero” por primera vez o “Adiós” por última. Qué va, estaría diciendo que le apetecía un helado con media fresa cortada haciendo de isla entre toda esa nata, “recuerda” estuve a punto de decir “el chocolate está abajo del todo, como un rico fuel”. ¿Sus orejas siempre han sido tan raras? Sus orejas siempre han sido rarísimas, ¿cuándo sonríe se le mueven las orejas? ¿Cuándo fue la última vez que la hice reír? Creo que fue cuando le dije que en esas situaciones de película en las que el protagonista debe elegir si salvar al mundo o a su chica, y de algún modo acaba consiguiendo ambas, ella se iría a tomar un café. Cuando me enfado no le miro a la cara ¿por qué la miro ahora, entonces? Una vez me dijo que cuando no la miraba parecía un cantante en un videoclip, porque estos nunca miran a la cámara, si acaso en el momento final, lo que equivaldría a que yo la mirase para decir que ya estaba harto. Me acuerdo de la última vez que la hice llorar, a ella le encantaba ganar y hacerme enfadar, le encantaba ir en contra del mundo rompiendo farolas metafóricas, entonces yo le expliqué con malas palabras que no podía ser así, le expliqué que ocurría en la otra cara de la moneda, y le dije un par de cosas que tenía guardadas, entonces lloró, claro. Siempre fue libre, tanto que se perdió y no supo ya encontrarse, hubiese sido la candidata perfecta a Nunca Jamás.

¿Qué acababa de decir ella? Por no hacerle un feo y contestar algo que no venía a cuento, le cerré la puerta en las narices.

martes, 9 de diciembre de 2014

Rosa Episodio (3)

-¿Pero no tienen que pasar veinticuatro horas o algo así?
-Imagínate los periódicos “La burocracia mata a una niña pequeña”.
-¡Ole! No sé qué haces de policía teniendo que servir a un periódico.
-Ya hemos llegado, quédate en el coche.
-¿Te tengo que cubrir o algo así?
-¿Tú estás tonto? Una niña pequeña ha desaparecido hace unas horas, teniendo un hermoso bosque donde poder perderse, deja por las mañanas en casa esa idea de poli de película, haz el favor ¡Y no me toques la radio, coño!

El agente recorrió diecisiete metros desde el coche hasta la puerta de la casa, y como había dejado el cinturón con el arma en el auto, que parecía ser lo correcto al ir a hablar a unos padres preocupados, se sintió desnudo. No iba a estar creyéndose él también la idea de policía de suburbio. Mientras daba un par de golpes a la puerta se fijó en la caseta rosa del perro y la cadena sin dueño tirada frente a la misma, de alguna forma le extrañó más el color que el hecho de la caseta sin perro.
-Hola, gracias por venir, pase por favor.
-Soy el agente Fairer, ¿es usted el padre de…?
-Andrea Carrasco, sí, soy su padre, Ismael Carrasco.
-¿La madre está en casa?
-No, ella está buscando por la zona del colegio de la niña, aunque yo no creo que haya podido ir tan lejos, no sé, es que…
-¿Puedo ver la habitación de Andrea?
-¿Su habitación? Eh… claro, venga, por aquí, está en el piso de arriba.

Le dolió entrar en aquel cuarto, el rosa de las paredes era profundo, daba la impresión de estar fabricado en algún laboratorio y ser de la más pura calidad, pero también era verdad que con aquellas luces de la tarde podía llegar a ser atractivo. Fairer entró esquivando los juguetes tirados por el suelo como minas colocadas estratégicamente y cogió una foto de una muchacha muy guapa que sujetaba entre sus brazos un bebé, el cual se adivinaba que era la desaparecida Andrea.
-¿Quién es esta chica? ¿su hermana?- Y supuso que haberle pegado una paliza a aquel hombre le habría dejado mejor cara que la que se le puso.
-Sí… es, era, su hermana, Irene Carrasco, seguramente haya oído hablar de ella.
Y tanto que si había oído hablar de ella, su padre, el detective Fairer, había llevado el caso de la mujer desaparecida y su posterior aparición junto a su presunto violador, ambos muertos. El detalle que más le había marcado era el perro que se había comido parte del vigilante de seguridad muerto, dando inicio así a la historia de que la propia Irene había practicado el canibalismo.
Rápidamente cogió otra foto, para borrar esas imágenes de su cabeza y para ayudar al señor Carrasco, pues cualquier movimiento en la habitación de su hija le sacaría del ensimismamiento. Le llamaron especialmente la atención las tres fotos de la niña con un perro y la caseta rosa detrás.
-Disculpe, ¿por qué la caseta del perro es rosa? todas por aquí son rojas.
Y al hombre le apareció una sonrisa mientras cogía ese aire que se coge antes de contar una bonita historia.
-Verá, cuando desapareció Irene compramos a Xana, la perra, y yo iba a pintar la caseta roja, como todos, claro, pero Andrea se opuso “¡Que no! ¡Que no!”, decía, “Roja no la quiero”, “Elige otro color”, le respondimos, “blanca, verde, este azul…” y dijo ella “¡Rosa! ¡La quiero rosa!”, pero no le hicimos caso, claro, iba a quedar horrorosa, por favor, pero ella no había claudicado, intentó buscar información sobre la pintura en los libros de arte del siglo II que tiene mi mujer, pero no encontró nada, claro, entonces llamó a su tío, mi hermano, que es pintor, pintor de casas, no de cuadros, aunque ha hecho ya dos exposiciones, pero bueno, que le llamó y le preguntó cómo alterar la pintura roja para que fuese rosa, y mi hermano le dijo que eso era un follón y que para sus dibujos del cole mejor usase directamente pintura rosa. Cuál fue mi sorpresa cuando paso la brocha por la caseta aun sin pintar y veo que la raya que pinto es rosa en vez de roja, y ahí, con esa cicatriz rosa sobre la pintura blanca, me giro y veo a Andrea sonriendo con la sonrisa más bonita que le he visto jamás ¡Y rosa que se quedó la casa, a dónde va a parar!
-Andrea quiere mucho a su perra, ¿verdad?
-Quería… murió el sábado.
-Anda, venga.

Y con las últimas luces de la tarde sacaron a la pequeña y dormida Andrea de la caseta rosa de Xana.

El agente Fairer contaría tiempo después cómo aquella fue la vez que más contento llegó a casa después del trabajo.

Verde Episodio (2)

-Dime ya a dónde vamos.
-¿Sabes que el Whisky de Malta no es de Malta?
-¡Que no me cambies de tema!
-No te lo voy a decir, ya lo verás.
-Joder, por lo menos dime cuánto queda.
-Me recuerdas a cuando era pequeño e íbamos a Galicia, y en vez de cinco horas, se tardaba ocho, y yo no dejaba de decir “¿Queda mucho?”
-Entonces deberías empatizar conmigo y darme una respuesta.
-No, porque al tercer verano decidí aguantarme, y aunque me desgarrase guardármelo, pretendía no preguntar.
-¿Y lo conseguiste?
-Casi- Y mientras respondía la miró sonriendo, con sus dientes bien blancos, y ella sonrió pensando “eres idiota”.
-Bueno, pues me aguantaré- Y de pronto el giró el volante y, sin disminuir la velocidad, levantando así una nube de polvo, paró de repente en un mirador –Estarás de coña.
-¿Porque no te gusta el sitio o porque según has dicho eso he parado?
Ella abrió la puerta y salió. Al llegar a la valla de piedra, que simulaba las almenas de un castillo, vieron el valle que se extendía ante ellos. Un mar de árboles verdes se extendía de manera continua hasta llegar a un río, una cicatriz azul que cortaba el mar verde.
-Es precioso.
-Ven- Él le tendió la mano y ella la cogió.
-¿Pero qué haces?
-Hazme caso, es por aquí.
Y bajaron por un camino, o supuesto camino, que recorría el precipicio, perdiéndose entre los árboles, mientras ella entre risas le decía que estaba loco.

Son curiosos los bosques, si te los imaginas, te imaginas una unidad, una especie de generalización, pero cuando estás en uno y ese olor, ese aire y ese susurro te rodean, sientes como cada ángulo es diferente y absolutamente irrepetible, al igual que los árboles, a los que, si te fijas, puedes distinguir la personalidad, siendo éste un árbol serio, éste otro un árbol celoso y éste último uno de esos que de primeras te encanta su personalidad y luego acabas pensando “es un pesado” o, peor, “menudo payaso”.

Y él llevó a Andrea a una cafetería escondida en el seno del bosque a la que no llegaba ninguna carretera, siendo la perdición de cualquier proveedor de suministros. Si no la conocías, jamás la encontrarías, pero como el lugar lo había construido el dueño y la energía procedía de un par de placas solares, se podía permitir no tener abundantes clientes. Hay que decir que el café era realmente exquisito.
Las nubes se abrieron y junto con los rayos de sol descendió también un rayo de cobertura que le dio vida al móvil de Andrea Carrasco, el cual sonó y le iluminó los ojos.
-¡Es él! Tenías razón ¡Quiere quedar conmigo!- Y su ella adolescente y su ella actual se abrazaron, se tumbaron en la cama con el pijama puesto y pasaron toda la noche hablando de chicos mientras jugaban a hacerse trenzas y demás peinados.
-Vaya- Y él sorbió café como quien se lleva en una fiesta el vaso a los labios para que parezca, o por lo menos él se lo crea, que está haciendo algo, que está ahí por alguna razón.
-¡Ay! ¿Qué digo?
Y dentro de él, el soldadito venció al dragón sobre el puente de piedra y dijo:
-Apaga el móvil, por favor, ahora estás conmigo, y me gustaría que estuvieses conmigo mucho tiempo. Te quiero, Andrea, necesito que lo sepas, necesito decírtelo. Desde aquella vez que te vi te metiste en mis ojos y te deslizaste hasta mi alma, si pudiese anular mis sentimientos, lo haría, no te quepa la menor duda, pues esto que siento no puede ser bueno. Pero ahora estamos aquí, en mi bosque, en este mundo verde y lleno de vida, y quiero que… no sé.


Y supongo que querrán saber cómo termina esta historia, sería lo normal, o no, pues mientras que a ustedes les puede interesar, o no, a mi me interesa más ese mapache que persigue a la liebre ¡Qué genial! resulta que están jugando je je que divertidos animales ¡Que te pilla, liebre, corre! Bueno, pues este es mi mundo verde, y aquí importa más la vida y la naturaleza que la señorita Carrasco y el hombre que se le acaba de declarar, así que si acaso pídanle a otro que les cuente el resto de la historia o tal vez una muy diferente con las piezas que sobraron de ésta o de otra… ¡Que te pillo, liebre!

domingo, 7 de diciembre de 2014

Negro Episodio (1)

-Oh, dios, por favor, no, no, te juro que no sé nada tío.
-A mi no me llames tío, hijo de puta.
-AAHH.
-Ahora coge aire y vuélveme a contar qué pasó aquella noche, a ver si resulta que se te aclara la memoria e hiciste algo más que quedarte en casa jugando a la play y matándote a pajas.
-Tío, es que no sé de qué me hablas… no ¡No! ¡Los alicates no!
-¿Qué alicates?- No es posible describir el grito que profirió el hombre atado a la silla.
Cinco minutos después, el hombre con el peto manchado de sangre le puso un trapo en la nariz al que había perdido la consciencia en la silla, y éste despertó.
-Cuéntame.
-Salí… salí con el Flaco, con Scar y con Boliche.
-¿Joaquín Vargas, Arturo García y Jaime Beirechea?
-Sí, sí, esos.
-¿Y?
-Y nada tío, fuimos al Seísmos y nos tomamos unas birras… y más tarde apareció la piva por la que preguntas.
-Irene Carrasco.
-No nos dijo su nombre.
-¿Qué pasó después?
-Le dijimos que si quería… venirse a una fiesta privada.
-¿Y luego la violasteis?
-¡No tío! Fue ella, te lo juro, estaba como poseída, nosotros no hicimos nada más que lo que nos pidió.
-¿Y os pidió que la mataseis?
-¡No la matamos! Se fue sangrando, sí ¡pero porque nos pidió que la pegásemos! te juro que después de eso no la volvimos a ver, yo por lo menos.
-¿Y entonces por qué me ha costado tanto sacarte esto?
-No sé tío, hay quienes dicen que murió, y otros que se cargó a un pavo ¡y el Flaco dijo que se lo comió! Nadie nos iba a creer, además nos sentíamos como culpables.
-Boliche, como tú le llamas, desde luego que sí, estoy aquí porque antes de morir, en el hospital, habló y os delató.
-¿Boliche la ha palmao? ¿y qué dices que dijo? ¡Gordo hijo de puta!



Jaime Beirechea confesó en el hospital y murió algo más tranquilo, los demás, bajo un poco de presión, respaldaron sus palabras. Arturo García, apodado Scar, al parecer tenía el epílogo de esta historia. Resulta que después del festín que se dieron con Irene Carrasco, él no había tenido suficiente y decidió seguirla, pero ella ya no quería más, así que él lo tomó por la fuerza, y cuando el guardia del descampado les descubrió, le mató, después se llevó a la señorita Carrasco a las zanjas del río y la enterró allí. Hace poco encontraron el cuerpo de Irene Carrasco guiados por la pista de un cadáver en descomposición que resultó ser el de Arturo García, alias Scar.



En mis manos tengo una foto de ella arrancada de una farola, entre las palabras "Desaparecida" y "si la ve, llámenos", se ve su rostro, sonriendo. La foto parece un extracto de una más grande, probablemente de una fiesta, si un psicólogo te preguntase qué te transmite esta imagen, probablemente dirías que alegría, nada más. ¿Qué te pasó, Irene? Ya sé que tú no elegiste morir, pero ¿qué te llevó a acabar así?

viernes, 5 de diciembre de 2014

Para ya.

¿Por qué lloras? No entiendo por qué lloras, te he dicho lo que querías oír, me has dicho “Dime la verdad” y yo, aunque no quería, te la he dicho, por hacerte feliz, y ahora lloras. No te he gritado ni lloraba mientras te lo decía, pero aun así, antes de terminar, tú llorabas, y yo no quiero que llores, no te quiero pero no quiero que estés triste, quiero que estés alegre y que no llores cuando te digo las cosas. No me gusta cuando lloras, no sé qué hacer, me siento incómodo, y no me gustas tú, te veo, frágil, pero no quiero tocarte, solo quiero que dejes de llorar, que sonrías y que te vayas, pero si lloras no te puedes ir. Si no dejas de llorar no volveré a decirte nada.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Con cansancio y cosquillas

Se conocieron en un momento equivocado, él venía de un par de relaciones frescas con la sensación de que has acabado de correr pero aun sudas y respiras agitado, muy lejos de encontrarte ronroneando en el sofá con la bata puesta y frente a la chimenea, y ella aun conservaba a duras penas los pilares de una relación que se le desmoronaba entre los dedos y que prometía fracaso.
No se conocieron con amor a primera vista o con una buena impresión dada por una genial conversación y tal vez un par de copas, sino con la antipática formalidad de “ya que vamos a tener que conocernos, llevémonos bien”, solo que un día que ella caminaba deprisa por un pasillo muy cargada, se le cayó una carpeta sentimental, y ahí estuvo él, sin pensar en nada, simplemente ayudando, y la cogió al vuelo, y entonces fue cuando empezaron a hablar, por parte de ella, pues a él le tocó, aunque no con pena, escucharla en una mala época, y observó también cómo se le moría la relación en los brazos y la abrazó cuando ella no sabía si llorar después de enterrarla en el jardín de atrás.
Él, sabiéndose temerario, pensó que ahora que los dos estaban con las manos vacías metidas en los bolsillos, podrían quitarse mutuamente el frío, pero ella, que ni siquiera se sabía si le profesaba el mismo cariño e intención, tenía las heridas muy frescas y debía tratarlas para que no se infectasen, por lo que él la esperó frente a su portal, a que algún día bajase, pero sin promesas ni juramentos, él esperaría hasta que ella bajase o hasta que, simplemente, dejase de esperar. Pero mientras estaba a la intemperie de los tiempos revueltos e inciertos de los sentimientos, empezó a llover y él se caló de problemas de todo tipo, y ahí fue cuando ella le tendió una manta sobre los hombros y le tocó escuchar.
Pero él no tenía paciencia, y la mañana que ella decidió bajar a que las tímidas luces de la primera primavera le acariciasen la piel, encontró la calle vacía, pues él intentaba recoger las canicas que se le habían caído en bocas, cuerpos y sentimientos sin fuste de otras mujeres, y así, cuando él volvió, fue porque ella le había invitado a su boda.
Curiosamente ella se divorció a la vez que el renegaba de las mujeres, y así, ella de blanco y él en pantalón de pijama, fueron a un bar con la única intención de reírse, pues ella prometía convertirse en monja y él en eunuco.

Al final sí, cómo no, acabaron juntos, pero con heridas de mil batallas y el ojo de la nuca abierto, que ya no se cierra. Con lo fácil que hubiese sido que, jóvenes y algo más inocentes, se hubiesen encontrado en un mejor momento.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Isim

-Cuéntame cómo es un nacimiento.
-Puff, verás, la madre, bueno, la futura madre, se tumba en una cama de hospital y, con médicos y enfermeras, empuja mucho hasta que el bebé, que estaba dentro de ella ya formado, sale.
-Y cuéntame cómo es el bebé al nacer.
-Pues suele estar mojado y manchado de sangre, por lo que se le limpia. Tiene los ojos cerrados y aprieta las manos con fuerza, también suele llorar y, cuando se le da a la madre...
-Pero dime cómo es.
-¿Físicamente?
-Sí.
-Bueno, pues tiene dos brazos, dos piernas, el vientre abultado, es muy pequeño, claro, tiene dedos muy finos, una cabeza grande, una cabellera escasa y suave y no sé que más decirte.
-¿Y no tiene nada más? ¿Nada que sea diferente en unos y otros?
-No que yo sepa, a ver, sí, todos las personas son distintas, pero en cuanto al cuerpo lo normal es que sean iguales, diferenciando a hombres y mujeres, claro.
-Entonces háblame de lo que va antes.
-¿Antes del parto?
-Sí.
-Pues la evolución del feto en el vientre materno.
-¿Y eso es igual en todos los bebés?
-Sí, hay bebés que nacen antes de nueve meses y otros después, pero el embarazo es similar.
-¿Seguro que no hay algo que cambie en unos y otros?
-Como no te refieras a la alimentación de la madre o si fuma o no...
-¿Y antes del embarazo?
-¿Antes del embarazo? Ejem, pues lo que te han explicado en clase, lo del espermatozoide y el óvulo. Y sí, antes de que preguntes eso es igual siempre, a no ser que haya más de un óvulo fecundado o que varios espermatozoides lleguen a un mismo óvulo, que eso da lugar a mellizos o gemelos.
-¿Y antes?
-¡Antes no hay nada! No hay bebé, no hay niño ni hay nada.
-¿Entonces en qué momento nos crece el nombre?

viernes, 28 de noviembre de 2014

Cleptomanía

Acababa de salir de la clínica hacía unas tres horas, dos y media si me apuran, y lo primero que hice fue comerme un enorme sándwich de siete pisos que chorreaba queso fundido, y después, una vez satisfecho mi apetito, me pedí otro. En ese momento era de noche, yo estaba en el bus, viendo la carretera pasar, cuando el bus paró. Si hubiese oído un sonido fuerte habría apostado a que el bus paraba por haberse chocado con algún otro vehículo, pero al parar sin más supuse que simplemente se había estropeado, otra vez. Cuál fue mi sorpresa al ver que la puerta del conductor se abría y subía un chico que, con total normalidad, pasaba el bono por el lector y se sentaba como si nada, resultó que es que había una parada de bus allí, en mitad de una carretera a la que le habían robado la luz de más de la mitad de las farolas. Ese chico me había sonado de algo, sabía que, si era quien yo creía que era, le había conocido hacía unos cinco años para verle por última vez hacía unos dos. Era un chico al que tendría un cariño de pasado especial, gente que, tal vez por muy simpática o por curiosa, acababa figurando en mi memoria con un toque de cariño. Ahora bien ¿cómo se llamaba? Había entrado y se había sentado sin entablar contacto visual conmigo, por lo que el factor de que él me reconociese a mí y yo pudiese obviar su nombre no era posible. Pasé el resto de trayecto por la autopista pensando en su nombre, tal vez, que no lo recuerdo, con esa sensación de “tenerlo en la punta de la lengua”, para que finalmente saliese como el agua aprisionada por la fuga de una presa ¡Millán! ¡Jesús Millán! Ahora de repente me resultaba raro no haberme acordado de su nombre, el famoso Millán, Jesús Millán, con quien tal vez yo aprendí a rapear en mis tiempos mozos. Aprovechando una de las paradas del bus, me levanté y, hábilmente, me cambie de sitio para, siguiendo estando detrás, acercarme más a él.
Millán… ¡Millán!
¿Me hablas a mí?
¿No eres Jesús?
No.
Ah, vale, perdona.
Y entonces fue cuando, girando la cabeza para volver a perderme en las infinitas posibilidades del paisaje más allá de la ventana, la vi subir. Era una chica de pelo castaño, con abrigo verde de capucha ancha, una pequeña mochila de diseño y botas color mostaza, una de esas chicas que directamente meto en el apartado de “jamás tendré algo con ella pero me da igual porque lo tengo interiorizado”, para que os hagáis una idea estas chicas son la evolución de aquellas híper-populares de los institutos norteamericanos a las que todos quieren y que solo se van con cachas que ¡casualmente! tienen poca cabeza. Pero ojo, que no son las más guapas, o no tienen por qué serlo, simplemente llevan ese cartel de “contigo no tendré nada, pero puedes invitarme a otra copa. Muy amable”. En fin, que decidí observarla, pero lo justo como para quedarme con su ella etéreo pero no tanto como para mirarla más de lo que miraría con curiosidad a cualquier otro pasajero. Lo que pasó es que, nada más sentarse, dejó la mochila en el suelo, entre sus piernas, abrió la cremallera pequeña, introdujo la mano y, después de moverla como si buscase algo, la sacó con el puño cerrado, apretado sobre algo que yo desconocía porque no lo podía ver, entonces metió ese algo en el bolsillo de su abrigo. Tenía que saber qué era, y no solo eso, también lo necesitaba, lo quería, debía ser mío ¿Recuerdan que empecé diciendo que hacía poco que había salido de la clínica? Bien, es que soy cleptómano.
Volví la vista a la ventana, con intermitentes miradas de vigilancia a la chica castaña, y empecé a planear algo, o por lo menos intentarlo. Mi pensamiento únicamente se interrumpió con la siguiente escena:
Era un gran recinto abierto pero vallado que incluía un campo de fútbol y dos de baloncesto, y, como había llovido, estaba vacío a excepción de dos personas con abrigos negros y un perro. Una de las dos personas lanzó una pelota con mucha fuerza y el perro salió disparado tras ella, cabalgando a bastante velocidad. Pero la pelota iba con tanta fuerza que llegó hasta el otro lado de la pista, donde rebotó con la valla y, entonces, el perro, viendo lo que se le venía encima, intentó frenar, con la mala suerte de que lo intentó sobre un charco, lo que se sumó a la velocidad que llevaba y provocó que, como patinando, se diese un buen golpe contra la valla de metal.

La chica se bajó y yo me bajé también, junto a dos personas que se dispersaron por ninguna parte rápidamente. Y la chica, en vez de ponérmelo fácil yendo por un callejón estrecho y oscuro donde pudiese pasar rozándola y quitándole sin que se enterase eso del bolsillo con un “disculpe”, me lo puso mucho más fácil yendo a una especie de centro comercial, o eso creía yo.
No sé si ella sería consciente de que la seguía, probablemente no, pues bajarse de un autobús para meterse en el pequeño Centro Comercial Santa Helena, podría ser una actividad perfectamente corriente. Posibles lugares a los que podía dirigirse esta chica en mi opinión eran: A encontrarse con unas amigas, a un chino, a encontrarse con un familiar, a comprar algo en la única tienda de ropa del centro (si es que estaba aun abierta), a comprar el pan por encargo paterno, a comprar una revista o recoger un libro encargado en la papelería, o, y no había que descartarlo, al baño pues se estaba meando y no aguantaba como para llegar a casa. ¿Qué hizo realmente? Meterse en un bar, pero, oh no, no ha beber una cerveza y mientras tanto dejarse robar, no no no, entró en el bar, levantó el trozo de la barra que se puede levantar, pasó, la bajó y se metió en la cocina. No sé exactamente cuánto tiempo estuve ahí plantado con cara de gilipollas, pero fue el suficiente como para que me viniese la cara de pocos amigos que tenía su razón de ser en la rabia que se estaba apoderando de mí, pero todo cambió cuando la volví a ver saliendo de la cocina, sin abrigo verde y vestida de camarera. ¿Y ahora qué?
Nunca me ha gustado pedirme un refresco en un bar, no entiendo cómo poner un vaso de cristal, tres hielos que muchas veces sobran y una rodajita de limón llegan a más que duplicar el precio del mismo refresco en un supermercado, y lo digo yo, que soy cleptómano. Aun así me pedí una cerveza con limón, porque no me gusta la cerveza pero sí el limón, y a quien ponga en duda mi hombría por el hecho de que aun me sepa repugnante la cerveza a secas, se llevará la respuesta más hiriente que halle reuniendo todas las letras del abecedario.
Se podría suponer que la cerveza me la sirvió la chica del pelo largo y castaño, pero no, oye, que eso sería lo normal, me la sirvió el hombre gordo con bigote blanco al que me pegaría ver en una foto con una pata de jamón en cada mano. Después de la segunda cerveza pensé que eso no podía ser, que como perdiese la concentración podría echar a perder todo el improvisado pero cuidado plan, así que me pedí un refresco con teína y, entonces, escuché algo interesante:
Oye Laura, ese chico no te quita los ojos de encima ¡Qué has ligao!- Y le dio una palmada en la espalda a la vez que reía como suponía que reiría el cerdo al que le pertenecían las patas que tenía ese hombre en las manos en aquella foto que me había imaginado hacía un rato.
Ya lo sé, Ramón.
Y de repente cambié de estrategia. Saqué cuaderno, bolígrafo y me puse a escribir. Unos tres cuartos de hora más tarde oí:
Bueno qué, ¿vas a irte en algún momento o te vas a esperar a que termine de trabajar y entonces me ofrecerás tomarnos unas copas?- Levanté la vista, nos miramos y ella levantó las cejas, lo cual fue como si dijese “Bueno qué, ¿vas a irte en algún momento o te vas a esperar a que termine de trabajar y entonces me ofrecerás tomarnos unas copas?” pero de manera más seria.
Para serte sincera te vi en el bus y el resto de actos han sido innatos, te vi y se me cayó el alma a los pies para, acto seguido, subir a las nubes, entonces te seguí porque supe que si no, me arrepentiría toda mi vida, y eso que yo vivo en realidad muy lejos de aquí- A ella se le escapó una sonrisilla.
Hacía tiempo que no me decían algo tan cursi, yo termino ya, si quieres damos una vuelta por aquí.
¡Genial! Pero hace un frío que pela, cógete el abrigo.

Éramos como esas típicas dos personas que usan el frío como escusa para meter las manos en los bolsillos, pegar la cabeza a los hombros y hablar tímidamente sin mirarse, con la vista fija en el suelo. Yo le conté la escena del perro y ella hizo eso que solo he visto hacer a las mujeres, mostrar que algo les parece divertido a la vez que, culpables o no, intentan mostrar que les da pena. También le conté lo que titulé como “El capítulo de Jesús Millán”, cambiando ligeramente los detalles para hacerlo más emocionante, parando así el autobús en una total oscuridad, abriéndose la puerta con un chirrido fantasmal, yo acercándome a él con el autobús en marcha y a unos doscientos kilómetros hora y, por último, él diciéndome “Jesús Millán murió hace dos años al ser atropellado por este mismo autobús, yo soy su fantasma” a lo que ella rió. Un rato después nos estábamos besando con pasión contra una pared de ladrillos cerca de un contenedor de basura.
Ella no quería más que unos besos, aunque realmente ella no quería ni dejaba de querer nada pues no se había podido imaginar aquello, lo que más bien constituía la frase: ella no hubiese querido más que unos besos, pero me las apañé sin tener que apañármelas para que mis manos recorriesen todo su cuerpo, tomasen detalle de sus pechos, por fuera y por dentro del jersey, aunque no del sujetador, y montasen un campamento en sus nalgas. Me parece que me iba a decir que parásemos cuando introduje mi mano dentro de su pantalón y sus bragas y su suspiro acalló todo cuanto fuese a decir.
Vamos a mi casa Dijo en su lugar.
El trayecto hacia la misma fue curiosamente parecido al de antes, ambos con las manos en los bolsillos, la cabeza pegada a los hombros, sin hablar nada y con la vista en el suelo, con las únicas diferencias de que antes andábamos despacio y ahora no podíamos andar más rápido y que había una excitación sobre nuestras cabezas que parecía salir disparada hacia el entorno para revotar y volver a nosotros. La volví a besar en el portal y, mientras lo hacía, ambos con los ojos cerrados, ella abrió la puerta, una vez en el primero, frente a la puerta de madera que prometía hacernos entrar en calor, y no precisamente por la calefacción, ella me dijo que había olvidado cerrar la puerta del portal, así que yo bajé, la cerré y subí. De nuevo en el primero ella no estaba, pero sí la puerta ligeramente abierta, y yo entré con cuidado y pretendiendo no hacer ruido, pues justo en ese momento no recordaba si ella me había dicho que vivía sola o yo me lo había inventado. Cerré y seguí andando por el pasillo a oscuras, dirigiéndome a la habitación del fondo, de donde provenía la única luz, de una puerta entre abierta que aun no me dejaba ver qué había dentro. Justo antes de pasar me fijé que sobre una mesa de pasillo descansaba un abrigo verde, “aun no”, me dije, y entré.
Sobre la cama me esperaba ella en una posición que debía estar ensayada, vestida únicamente con la ropa interior, pero después de que se abalanzase sobre mí no tardé apenas un instante en estar yo más desnudo que ella.
No sé del sexo con amor, pero en mi opinión el sexo con pasión entre dos personas que ansían poseer a la otra es el mejor, el sentir el placer en la carne, los músculos, los suspiros y los gritos de la otra persona y saber que eso es gracias a ti. Acabé como nunca había terminado una serie de polvos, cogiendo todo el aire posible en bocanadas de pura felicidad y unas increíbles agujetas en las ingles que portaría como trofeo y que, cada vez que me doliesen, probablemente me provocasen una sonrisa.
¿No te vas a ir?- Y realmente no sé si lo dijo en serio o en broma.
Ya te dije que yo vivo muy lejos de aquí- Y nos quedamos dormidos en cuestión de segundos, es lo que tiene el ejercicio sano.

Me desperté antes que ella, pues cuando duermo en lugar desconocido un sexto sentido me mantiene alerta, tengo conciencia de que esto me lleva pasando desde los campamentos a los que iba cuando era pequeño, en los que me despertaba en una habitación poblada por los ruidos y olores de diecinueve niños durmiendo y la luz temprana del sol intentando entrar a empujones por las persianas cerradas, quizá fue también ahí cuando empecé a robar.
Entonces me levanté con el sigilo de un ladrón de los que se visten entero de negro y, si hace falta, se esconden en los arbustos, y me deslicé entre las ropas desperdigadas por el suelo como si de caídos en un campo de batalla se tratase fuera de la habitación. Allí al fin alcancé el abrigo verde, metí la mano en el bolsillo y saqué eso, pero eso resultaron ser sus llaves, y pensé que no podía ser, que de ser así la hubiese visto sacarlas la noche anterior, pero forzando la memoria recordé que la puerta del portal la abrió cuando ambos teníamos los ojos cerrados y que cuando hizo lo propio con la de su casa yo estaba abajo cerrando la puerta. En ese momento no supe qué hacer, pues me tenía que llevar el botín, era una necesidad, pero por otra parte el día anterior me habían dicho que ya estaba totalmente recuperado y además aquello eran sus llaves, algo que ella necesitaba y que me sentía mal robando, no así como una joya o un reloj. Tomé una decisión y entré de nuevo en su cuarto. Me puse los calcetines y, antes de seguir vistiéndome, me acerqué a la cama y, con delicadeza, aparté las sábanas. Ahí estaba su cuerpo desnudo, sus pechos redondeados, su vientre liso y curvo, su pubis tan hechizante, y mi miembro me dio los buenos días. Estuve a punto de despertarla y de recordar las risas y placeres de la noche anterior, pero me contuve. Terminé de vestirme y entonces la volví a tapar, pues como no estábamos en ningún bus y nadie me miraba mirar, quería hacer el mejor ella desnudo etéreo para recordar en tiempos en los que no consiguiese tener sexo partiendo de las más extrañas situaciones.
Una vez en el pasillo saqué sus llaves del bolsillo del abrigo, las metí en el mío y a cambio deposité en el suyo mis propias llaves, entonces me marché.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Que buena noche.

Había llovido para dejar de repente un cielo nocturno despejado, dejándolo así todo mojado, pero no encharcado, y con los suelos reflejando el amarillo de las luces de ciudad. Yo me encontraba en uno de esos puntos perdidos del centro de Madrid y no recuerdo exactamente qué pensaba, pero no me extrañaría que tuviese que ver con el amor, el funcionamiento de las fuentes o algo relacionado con lo más nimio del comportamiento humano. Tampoco sé que hacía a aquellas horas de la noche parado con las manos en los bolsillos de una chupa negra y maldiciendo haber dejado de fumar, probablemente se trataba del final de otra historia que ahora no venía a cuento. En la nocturnidad de Madrid puedes ver muchas más cosas que durante el día, de hecho un taxista me dijo una vez que cuando el boom inmobiliario podías ver atascos en el centro a la una de la madrugada, cosa que al parecer desconcertaba a los turistas ingleses. Y por ello no me sorprendía oír lejanas sirenas de coches de policía, pero todo cambió cuando a punto de salir a la Gran Vía pasó como un rayo, un rayo vestido de negro, una mujer corriendo. Y es que esto es así, en la noche puedes ver muchas cosas, pero nunca prisas, pues éstas tienen horario de oficina. Tras la chica pasó un coche de policía y entonces eché a correr yo también.
Ellos le dieron alcance a la derecha de Cibeles, más allá de donde hay muchos buses, y yo les di alcance en cuanto pararon. Los dos agentes y la chica me miraron sin entender por qué acababa de llegar corriendo, de hecho ella me miró como diciendo “que me han detenido a mí” de una manera grotesca y egoísta. Lo que pasa es que cuando la miré con intención de prestar atención, la reconocí, y eso motivó a mi lengua.
-Tranquilos, señores agentes, que soy abogado- La cogí del brazo y la puse a mi lado, pasando por en medio de ellos dos. Si no reaccionaron no fue porque ser abogado supere a ser policía en algún tipo de escala, sino porque estaban realmente sorprendidos. –No digas nada, vamos un poco más allá para que me cuentes lo sucedido- Todo lo decía con ese formidable acento de seriedad que me había salido. Y a los tres pasos le susurré- ¡Corre!
Y entonces echamos a correr, y un policía dudó entre si seguirnos o coger el coche, y el otro empezó la persecución a pie, con una mano en la porra que, desde el cinturón, no dejaba de golpearle la pierna, y la otra en la gorra que a las pocas zancadas le empezó a tambalear, todo esto reduciendo considerablemente su velocidad. No sé en qué momento ella y yo empezamos a reírnos tan alto, seguramente antes de mezclarnos con las ojeras andantes que esperaban el turno para subir al bus que por fin les llevase a casa, donde al final podrían dormir. Perdimos la sirena azul cuando nos metimos en otras calles desconocidas del centro y, entonces, verdaderamente fatigados, intentamos recuperar el aliento durante un par de minutos con el corazón en la garganta y esa saliva densa que se te forma después de un gran y repentino esfuerzo físico. Al alzarme, ya algo mejor pero con el corazón aun latiendo más rápido de lo recomendable, me fijé en que ella llevaba un par de tacones en la mano, y cuando me vio mirándole los pies, comentó:
-Son buenas medias.
Empezamos a pasear, ella aun con los tacones en la mano, y no contestó a mi primera pregunta “¿Quieres que compre agua en ese chino?” ni a la segunda “¿Por qué te perseguía la policía?”. De todas formas compré agua y, a propósito, bebí yo antes que ella, debí beber un tercio, pero ella se acabó la botella, para devolvérmela vacía con la sonrisa de una niña que te enseña un plato vacío y te dice que se ha comido toda la comida, me tocó a mí tirar la botella a la basura.

Le pregunté por sus antiguos hobbies y me contó como uno a uno los había ido cambiando todos, ahora al parecer hacía esculturas con piezas de metal de la chatarra. Yo le di pie a que me preguntase cosas, pero no lo hizo, por no hacer no me dio ni las gracias por el hecho tonto de haberla salvado de la policía, cosa que parecía ya muy lejana. ¿Y si la perseguían porque había matado a alguien? Limpié mi conciencia al pensar que, de ser así, no hubiesen ido tan solo dos policías a por ella. Así, de manera tonta, acabamos por llegar a su casa, más bien a su calle, que nunca me dijo donde vivía exactamente ni a mí me importó mucho no saberlo. Entonces me dio un beso en la mejilla y yo cerré el paréntesis de aquella noche, pues volvía a estar quieto, en una calle que no era la mía, en algún lugar perdido del centro, con las manos metidas en los bolsillos de mi chupa negra, echando de menos un cigarrillo y admirando como se refleja la noche en el suelo mojado.

martes, 25 de noviembre de 2014

yo que sé

Hoy he pensado que los exámenes son como las historias de amor y me ha salido una bonita metáfora, pero en fin, eso ha sido hoy, no esta noche, y es que las noches en las que no duermo ni hago nada no son noches normales. Si no duermo es en parte porque mis sueños son el reflejo de lo que ya no está, no los recuerdo, pero cuando soy consciente de lo que sueño, siempre es genial, y así eran las cosas, había que ser paciente esperándolas, pero cuando llegaban, eran geniales. Ahora ni eso, ahora me tengo que contentar con el hombre del bus al que voy a empezar a acosar y los pequeños detalles que hacen de cada día un capítulo de una historia verdaderamente absurda e irreal (hoy tenía examen y, después de no pasar el bus de “y media”, el de “y cuarenta y cinco” se ha estropeado en la misma parada). Lo sé, si es que lo estáis pensando, últimamente no se compaginar adjetivos y me salen parejas que no dicen lo que querría que dijesen. Por cierto, el trío de cantautores que he descubierto está muy bien, sí, pero físicamente no son como deberían, y eso aun no he decidido si es triste o frustrante, creo que simplemente es molesto. Estoy harto de muchísimas cosas, lo que me hace volver a las cosas que había escondido en los cajones esperando a tiempos turbios, lo malo es que estaba preparado para una tormenta desoladora, pero no para esto, una seca y picante tormenta de arena. Pero tranquilidad, que hay algo bueno, últimamente estoy comiendo comidas muy ricas y me abrigo un poco, me pongo el abrigo negro con la pequeña mancha de pintura que consigo ocultar a cambio de los calcetines gordos, y eso me evita resfriados, también noto mis piernas aun más fuertes, con las que subo los escalones del metro corriendo y de dos en dos sin cansarme, y se me ha ocurrido empezar a utilizar “buena leche” en contraposición a la mala leche y el adjetivo “molotavo” que viene de cóctel molotov.
En fin, recordad, los catorce de febrero no son días especiales y en la Gran Vía hay que tener los ojos abiertos pues puede pasar alguien que conoces o alguien a quien querrías conocer.
Esto que estoy escribiendo nunca debería ver la luz, es la absurdez hecha 398 palabras. Pero claro, no lo voy a borrar, pues si lo borro ¿para qué lo escribo? Y también se podría pensar que, una vez escrito, para qué lo publico, y ahí daría toda la razón a quien me hiciese la pregunta, de hecho me subiría a esta silla, con cuidado de no matarme, que tiene ruedas, y aplaudiría enérgicamente, aunque en realidad no lo haría, porque hacer jazz parece muy fácil, pero ¡oh! no lo es. Estoy pensando en dedicar toda mi vida a estudiar un tema que no le interese a nadie y una vez anciano ser el mayor experto en el susodicho tema, y así cuando me detenga la policía gritaré con mi voz anciana “¡Suéltenme! ¡No saben quién soy! ¡Soy el mayor experto en x tema!” Me pregunto si habrá cátedras para x temas absurdos. Y ojo que reitero que esto no debería ver la luz.

Son la 1:23, una hora bonita para dejar de escribir lo que no debería ser escrito y mucho menos leído. Y, recordad, odiad y ser odiados, así crearemos un mundo peor y todo lo malo que digamos será verdad porque todo ya será completamente horrible. Si esta noche llueve no me voy a quejar, porque solo me quejo de que esto no debería ser leído.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Lo verde es ceniza

Las llamas se alzaban contra un cielo gris y la boca me sabía a ceniza, pero no me resultaba un sabor desagradable, más bien conocido, pues hace un tiempo estuve todo un mes comiendo manjares para después descubrir que cada bocado se convertía en mi boca en una ceniza densa como la tierra.
¿Por qué arde? Porque yo le he prendido fuego.
Hace tiempo este lugar era un santuario hermoso, con salas y habitaciones de todo tipo y extrañas gentes que deambulaban por los pasillos para desaparecer al cruzar las puertas. También tenía una inmensa red alrededor, pues las palabras se las lleva el viento y no había que dejarlas marchar.
Una vez llegué y me encontré la puerta rota y solo entonces observé lo vieja que era. Aquello era extraño, normalmente la puerta estaba atrancada y debías emplear bastante fuerza para abrirla, y a veces incluso estaba directamente cerrada con llave o con un letrero que no invitaba precisamente a entrar. Aquel día entré con cuidado y me pareció aquél un lugar frío y desnudo, al que le echaba en falta muchas cosas de las que en su momento me habían fascinado, así que salí a la calle. Una vez bajo la luz del sol vi a una chica en bicicleta y le pregunté si sabía qué pasaba, y me dijo “sí, han trasladado la fiesta a otra parte, sígueme” y empezó a pedalear muy fuerte, tanto que cogió mucha velocidad y no la alcancé corriendo, en ningún momento se me ocurrió gritarle, pues pensé que volvería. Entonces empecé a seguir a gente, a todo aquel que se dirigiese al lugar donde debía haber ido la ciclista pero a muchos les perdía la pista de repente, de una manera casi mágica e irreal, y un par acabaron describiendo círculos absurdos que no llevaban a ninguna parte. Un par de veces emprendí el viaje en solitario, pero no encontré aquello que no se encuentra si no te llevan, y mi último viaje terminó aquí, en el punto de inicio, y con la rabia o la pena, o ambas, o tal vez una sensación a la que nadie se ha molestado en poner nombre, le prendí fuego.

Las llamas se alzaban contra el cielo gris, y aun lo hacen, pues queman y a la vez no queman aquello que el fuego no sabe cómo tratar.

jueves, 20 de noviembre de 2014

John Still Morning

Después de pasar una semana mala y especialmente aburrida, John Still Morning quedó con una amiga suya, habiendo pensado que tomarían un café, darían un paseo por la avenida donde los árboles crecían frondosos y bellos y terminarían la velada en la puerta de la casa de ella, donde, si él tenía ocasión, le compraría una rosa, pero todo bajo la más estricta y pura amistad. Resultó que ella tomó té en vez de café y a él el café le dio ganas de ir al baño, al que no fue, por supuesto, por estar en presencia de una dama. Bajo los árboles llovió y se mojaron de manera colateral, con chorros ocasionales que atravesaban las hojas, haciendo así de un precioso y plácido paseo, una carrera sin conversación. En la puerta de la casa de ella la lluvia espantó a los vendedores y la hizo refugiarse rápidamente en casa, por lo que él volvió a casa justo cuando dejaba de llover, mientras volvía sintió una desazón y decidió ir al médico.
El Doctor Cagadas le tomó el pulso, la tensión, le auscultó, miró de cerca sus ojos, le hizo abrir la boca para meter una linterna dentro y le metió un dedo por el culo, tras todo esto dijo “Me temo que hay que operar”, y John Still Morning se asustó.
La operación se hizo en el momento y no fue ni la hermana pequeña de las operaciones, sino más bien un par de niños jugando a los médicos, pues el doctor tan solo le extendió el brazo y, con un movimiento ágil de bisturí y sin anestesia alguna, le hizo un corte de hombro a muñeca, abriendo tras esto la piel cortara, de la que salió una especie de humo que se fundió con el entorno. “Lo que me temía, polvo, tiene usted polvo en las venas, señor Still Morning” “¡Sálveme la Marimorena! ¿Y qué hago?” “Está la situación difícil, pues el polvo hay que quitarlo y no se puede dejar solo aire, que es muy soso. Sangre de repuesto yo no tengo, además de que habría que ver si su corazón funciona después de tanto tiempo sin girar. Lo mejor será poner cualquier líquido mientras pienso en qué hacer” Y le metió en vena el jabón líquido azul de la consulta.
Y así es como John Still Morning salió volando nada más atravesar la puerta y salir a la calle.  Resulta que con el movimiento de brazos y piernas el jabón había generado burbujas y ala, a flotar.

Cuentan que John Still Morning está hasta los huevos de que se hagan bromas con sus apellidos y el hecho de que va por ahí persiguiendo a las nubes y el sol.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Luco

-¿Qué pasó con el chico callado del final de la calle?
-No lo sé.
-Pues invéntatelo.
-Era un chico extranjero, de nombre Steferi, que cuando llegó aquí, a los siete años, no sabía nada de castellano, lo que le hizo empezar las cosas con una deficiencia de amigos…
-Pero era italiano, se llamaba Luco.
-Luco tenía una hermana que se fue de casa cuando él era muy niño, dejándole dolido y pensando que cualquier día aparecería y, con completa naturalidad, le diría de irse con ella y, aunque ya había pensado que, de darse el caso, le sería muy difícil hacerlo, se había prometido que iría con ella sí o sí, dejando atrás lo que fuese. Pero ella nunca fue a buscarle, y él no se molestó en buscarla pues no quería saber nada de quien le había abandonado.
Luco no sabía por qué, y de hecho le asustaba, pero odiaba a sus padres, algo que nunca les hizo saber y encubrió con las mejores notas que pudo sacar y sin sobresalir nunca en nada malo. Luco amaba a sus abuelos maternos, quienes habían venido con ellos a España y con quienes pasaba todo el tiempo posible, sintiendo que solo con ellos era realmente libre. A casa de sus abuelos iba sobre todo los fines de semana, y por eso tú le veías los domingos.
-También le veía los lunes y los martes.
-Los abuelos de Luco, sobre todo la abuela, vieron lo qué realmente pasaba y acogieron a Luco en su casa algunos días de la semana con la escusa de liberar a los padres del trabajo de educar al niño. Luco era muy flaco, pero por algún motivo tenía el abdomen hinchado, por lo que los demás niños le decían que estaba gordo y así empezó a llevar ropas muy anchas que ocultasen su silueta, y la ropa le acercó más que su curiosidad a los peores chicos de su instituto que, gracias a Dios, no eran tan malos como podría haber sido. Así Luco empezó a fumar y a beber, a beber alcohol, cosa que no quiero que hagas nunca ¿Me oyes? Y también a pintar grafitis, donde casualmente triunfó entre sus compañeros al hacer de pinturas callejeras obras realmente tristes. Este hecho le sacó de las malas compañías y fue así como vecinos y dueños de locales le pidieron, a cambio de pagarle el material, que empezase a decorar puertas y paredes, lo cual empezó a hacer de casas baratas para gente pobre una ciudad hermosa y triste. El problema vino cuando el ayuntamiento le hizo el encargo de pintar la fachada del edificio de las juventudes y, debido a la forma de pago, los padres de Luco descubrieron qué había estado haciendo tanto tiempo en secreto. A los padres de Luco no se les podría definir en absoluto como personas violentas, pero su padre, al sentirse sumamente angustiado al ver que su inocente hijo era todo un terrorista de la propiedad ajena, le pegó, y además le pegó sin escatimar esfuerzos al no tener experiencia en eso de impartir palizas. Tras este episodio volvieron a Italia, pensando que allí las cosas serían mejores, pero no fueron así los abuelos, el último apoyo de Luco.
-¿Y los abuelos siguen viviendo al final de la calle?
-Claro, y tienen un limonero enfermo que languidece con ellos y que es la fuente de ese mal olor que hay en verano.
-¿Podemos ir a verles?

-No hasta que vuelva Luco.

martes, 18 de noviembre de 2014

Agua

Noté como acababa por tocar el suelo frío con la tripa, también notaba cómo me iba quedando sin aire. Entonces, cuando pensé que ya debía quedar poco, abrí los ojos y lo que vi  fue un mero que me miraba desde muy cerca, y me enfadé, de entre todos los peces debía haber sido aquél. Me puse de cuclillas, ahuyentando al pez, y me di impulso llegando así a la superficie donde cogí aire como un hambriento que se lanza sobre una mesa repleta de aperitivos. En fin, decepcionado nadé hacia la orilla más cercana. Hacía frío pero el agua estaba razonablemente cálida, cuando salí me recibió el viento y encogí tanto que debí menguar un metro. Mis dientes sonaban como dos piedras chocando a mucha velocidad, era divertido, pero hacía frío. Corrí a la toalla que se encontraba bajo la sombrilla y me envolví con ella sentándome en un extremo de la otra toalla, donde estaba ella, con sus enormes gafas de sol y lo que supuestamente era un bañador, que a mí me parecía un pijama.
-¿Y bien?
-Nada.
No entendía por qué teníamos la sombrilla si el cielo estaba encapotado y parecía que iba a llover, además la sombrilla se calaría en caso de lluvia porque era de tela. La playa estaba desierta, pero yo aun temblaba demasiado como para pensar en nada, y con nada me refiero a sexo, sexo en plan así salvaje en la playa desierta.
Un rayo iluminó el horizonte, el cual pertenecía al mar, y con su luz iluminó un barco. Cayeron más rayos y me pregunté si alguno caería sobre el barco ¿alguna vez había caído un rayo sobre un barco? Seguro que sí, que divertido sería.

Ya más seco me desprendí de la toalla y volví corriendo al agua. Mientras me cubría por las rodillas, y luego por la cintura, me pregunté si saldría esta vez en caso de no encontrarme con ningún mero.

lunes, 17 de noviembre de 2014

La época de la pulsera.

Pocas etapas de la vida están definidas con un inicio y un final, y aun menos se pueden permitir un nombre. Este verano mi hermano viajó mucho, y de uno de sus viajes me trajo una pulsera, una de las que más me han gustado (teniendo en cuenta que todas son regalos).
No con el regalo empezó una nueva etapa, sino que más bien el regalo se produjo en una época de transición. Y así pues, aunque los diferentes estudiosos de la historia no se ponen de acuerdo en la fecha en la que ésta empezó, la opinión más generalizada fue que el inicio se dio en el Curso Cero, un taller preparatorio al que acudí una semana antes de empezar la universidad. Yo soy muy dado a crear teorías sobre mí y sobre las cosas, teorías que en su momento me parecen la culminación del ámbito en el que se den y ante las que muchas personas asienten sin expresión ninguna, pero después (puede que en la siguiente etapa, no lo sé) me avergüenzo muchísimo de haber dicho semejantes cosas, de habérmelas creído y de haberlas llevado a cabo, lo bueno es que con cada torta las voy haciendo mejores, quizá un día quede permanentemente satisfecho con una. Bien, pues en el Curso Cero ideé nuevas de estas ideas y, aunque no creo que tenga relación, encontré un grupo de amigos con el que empecé el curso llevando ventaja en cuanto a fiestas y a gente con la que poder hablar. Hace poco, no sé bien si dos o tres semanas semanas, todo empezó a ir mal, suspendí mi primer examen oficial, perdí las amistades como arena que se te desliza de los dedos sin que puedas quedarte con ella y se me cayó la pulsera de mi hermano, dejando mi muñeca mucho más fea. Todo empezó a ir mal, tanto que me desesperé, aunque aprendí a contener los problemas con un método que quizá cuente algún día, y entonces tomé una decisión, después de afeitarme y cortarme el pelo, volviendo así a tener unos quince años, decidí que seguiría cayendo, que caería con todas mis fuerzas hasta el día dieciséis de noviembre, tras el cual me obligaría a levantarme, mi idea era chocar tan fuerte contra el sueno que rebotase subiendo muy alto, y, pese a la horrible media hora del nuevo día, hoy estamos a día diecisiete y doy por completamente terminado el epílogo de la época de la pulsera. Me preguntó qué nuevo nombre tendrá esta nueva etapa y qué tal será.
Y de sus gritos no se podía entender nada, solo rabia, sabia contra sí mismo, contra el mundo, contra el por qué ¿por qué? Es que no tiene sentido que a las personas se las pegue de todos lados, ¿y qué? Nos creemos que luego vendrá algo mejor ¿la felicidad? ¿la puta felicidad a la que me aferro como un profeta que ve que o cree o se suicida? Pero qué coño pasa, cómo vamos a jugar a un juego si no hay unas solas reglas, si todo el mundo tiene las suyas y éstas se contradicen entre sí y me hacen gritar de rabia, y si  no grito, éstos salen por los ojos en forma de lágrimas, abrasadoras lágrimas que huyen porque aquí no les espera nada mejor, porque todo es una mierda, pero no en el sentido de siempre, sino que es una mierda porque lo que no es malo o está podrido nunca lo podrás alcanzar, pero si podrás verlo, podrás contemplarlo para ver en ello reflejado tu propia impotencia. Que no, que todo está perdido, que no queda nada, así que mejor dormir para que las pesadillas nos distraigan.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Cosas de duendes

Hace tiempo me topé con un duende que destronó a los gallos a la hora de cantar por la mañana, aunque no fuese a la misma hora cada día. Este duende se sabía mi nombre y, a cambio de un par de cervezas de vez en cuando, me contaba increíbles historias de vidas que le hubiese gustado vivir. El problema fue que un día un par de niños jugando le enseñaron a mentir, y al duende le gustó la mentira, tanto es así que empezó a mentir sobre cualquier cosa y hasta dejó de cantar por las mañanas para hacerlo al anochecer. El problema fue cuando empezó a mentir sobre mí a mis espaldas y tuve yo muchos problemas por su culpa, así que le dije que me dejase en paz, que no se acercase a mi casa y que no quería volver a quedar con él. Por alguna razón que desconozco, un día, después de no saber de él un tiempo, entró en mi casa y destrozó mi salón. Yo no hice nada por no saber qué hacer, así que lo dejé pasar, pero un día se lanzó al cuello de un amigo mío y, tras susurrarle cosas malas al oído durante toda la noche, éste me repudió. Ahí fue cuando decidí matar al duende. El problema es que no fui capaz, por distintos motivos que no vienen a cuento, así que encargué a un carnicero que conozco que lo hiciese, y el carnicero mató al duende. Durante todo un día tuve la cabeza de aquel desagradable ser en la puerta de mi casa clavada en una estaca.

No pretendo atemorizar a los duendes para que no vengan, pero en cuanto uno empiezo a molestar le cuento la historia, si sigue, le muestro la calavera en miniatura, y ya, si no cesa en su empeño, le acorralo y le explico en un susurro lo fácil que es matar a los duendes que me vienen a tocar las narices.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

ultimun fragmen

Cuentan que la bruja de la montaña leyó El esclavo enamorado y lloró por su inesperado final y que, cuando el recadero fue a llevarle las provisiones para el invierno, ésta entró en trance y dijo con la voz áspera de un hombre:

"
Puede que el capataz no le viera como un esclavo, sino, como un amigo, o puede que algo más. Y si trabajando el doble el capataz no le deja en paz, oh esclavo mío, no es porque quiera azotarte, es porque el capataz se mostró al esclavo tal y como era, afable, cercano, cortés; pero el esclavo valiéndose de sus artimañas quiso destruir al capataz, por miedo a dejarse vencer por una amistad imposible, ya que era impensable una relación de amistad entre un capataz y un esclavo. El esclavo urdió el más atroz de los planes, hacer creer al capataz que era su amigo, su confidente. El esclavo tejió con mimo la telaraña que llevaría al capataz a su fin. Tal fue así que, para defender al esclavo, el capataz mintió y destruyó a una doncella por él, pero de lo que el capataz no se percató fue de que todo era en realidad un plan para acorralarle y dejarle solo y, una vez en la miseria, acertarle el golpe final. El capataz, al darse cuenta de ésto, intento reaccionar, pero fue demasiado tarde. El capataz no entendió nunca el por qué el esclavo le destruyó de esa manera, ¿Sería porque se cansó de ser esclavo? ¿o solo quería disfrutar viéndole sufrir? ¿Pero por qué él? ¿por qué el capataz? Él, herido de muerte, se retiró, pues no había batalla que librar, y si la había, estaba perdida antes de empezar. Solo reconoció algo antes de marchar:
"Muy inteligente, esclavo, brillante tu hazaña. Pero con ella me has convertido a mí en esclavo, para convertirte tú en férreo capataz. Si te entrego mi corazón y lo destruyes ¿cómo la doncella querrá aceptar el tuyo? Ahora entiendes, oh esclavo, por qué no se puede fiar. El amor no tiene explicación, como así el más bello de los regalo la tiene. Cuando regalas algo, por más pequeño que sea, si le pones la intención, la pasión y la honestidad, no has de explicarlo, si explicas algo tan sublime como el regalo que has citado, es porque ese regalo, quizás, sea un Caballo de Troya, tal y como me ha pasado a mí contigo, esclavo."

Llegados a este punto debemos darle las gracias al recadero por su brillante memoria capaz de recitar las palabras exactas, cosa no extraña pues nunca supo escribir y, para acordarse de lo que se le pedía en cada punto de la cordillera, necesitaba tener buena sesera, ya que llegar a la cima del Meigito y descubrir que no te han pedido lentejas sino judías ¡judías! y tener que volver a bajar para volver a subir y, tras todo esto, pedir disculpas, no es precisamente agradable.
Bueno, llegados al presente dentro del pasado desde donde estoy contando la historia, me volví a leer el libro, sí, otra vez, he de reconocer que El esclavo enamorado es un buen libro y me gusta, pero de tantas lecturas estoy empezando a cansarme de él y me empiezo a preguntar cosas como "¿Cómo narices un solo hombre que, además, según las descripciones, está en los huesos, puede tirar de semejantes bloques de piedra?"y no entendí las palabras de la bruja en el contexto del libro, así que llamé a Lucy, que por entonces era una niña que acudía al colegio y ayudaba de vez en cuando en la tienda de ropas para bebé de su madre, le di el libro y esperé una semana a que lo leyese. Entonces quedamos y la conversación fue algo así:
"-¿Te ha gustado el libro?
-Me gustaron los cuentos del abuelo, como el de Adalia de la Selva, el Aliento del Tigre o el de Por Qué Susurran los árboles, este último mucho más que ninguno, pero la historia de amor me parece tonta, y la mujer más tonta aun."
Entonces le recité lo que a su vez recitó una vez la bruja, Lucy me escuchó, lo pensó un poco y profirió una inmensa y serena carcajada, cuando terminó dijo:
"-Pobre tonto el capataz, y más tonta aun la bruja, ésta no habló, sino que habló el capataz por sus labios. Él amaba al esclavo y, al ver que éste le odiaba en lo más profundo de su negro corazón, sufría y por ello le pegaba, con sus propias lágrimas disimuladas por el polvo de las obras, y por eso mismo no le mató cuando el esclavo se giró y blasfemó enfrentándose a él. Pobre tonto el capataz que leyó un capítulo distinto en un libro equívoco, ya lo dijo el escritor triste al que recita mi padre "Si no se ha dado con la A no hay que seguir con el resto de letras del abecedario". También por eso el capataz huyó con la chica, quería sentir qué veía el esclavo en ella y por eso, al no ver nada especial, intentó matarla creyendo haberlo conseguido. Ahora, por favor, no me des más libros basura para leer,"


Y ahora estoy en el presente real, el de verdad y, con un ejemplar de El esclavo enamorado bajo el brazo, me dispongo a subir hasta las faldas del Meigito para hablar con la bruja, ya os contaré.

secunda fragmenta II

"Habiendo dicho lo que había dicho, habiendo terminado su discurso sincero e improvisado, el esclavo dejó su negro palpitante corazón en las manos de aquella mujer, se dio la vuelta y, con el paso torpe de quien no tiene todos los huesos consigo, se dirigió de nuevo hacia su trabajo.

-¡Eh, tú!¿Y por qué lo das sin más? es decir, sin dar tantos adjetivos de ese corazón tuyo ¿Será porque ella no se cree que en verdad el regalo por tu parte sea sincero? Cuando algo se explica, es porque no es honesto, nunca lo fue y nunca lo será.
Lentamente, y aun sin estar seguro de que se acababan de dirigir a él, el esclavo se giró y vio a Ar-Tu, uno de los capataces. En cuanto le vio, con una mano en el cinturón y la otra cogiendo el látigo, se dio la vuelta de nuevo pensando que quizá si trabajaba el doble de lo normal el capataz le dejaría en paz o por lo menos no sería más benevolente.
-Vuelve a mirarme y habla sin miedo, esclavo.
Su abuelo le contaba de pequeño los cuentos que traía el viento, cuentos como el de Adalia de la Selva o el de el Aliento del Tigre, y este último se dio en el esclavo cuando todo miedo se apartó y el fuego tomó sus pulmones, boca, labios y ojos.
-Soy un esclavo, mis únicas pertenencias son mis harapos y mi catre, pero en realidad no son mías, son de los Generosísimos que, al igual que me las dan, me las pueden arrebatar ¿Qué me queda entonces? Mi piel y mis huesos, pero en realidad tampoco me pertenecen, si hago algo mal o simplemente a vuestra merced le parece, mi piel sangrará bajo la soga y mis huesos se quebrarán bajo el tormento ¿Tengo algo entonces? Sí, algo que ni tu espada más larga y afilada podría alcanzar, mi corazón. Entenderá vuestra merced que si por algún motivo, como ha ocurrido, llego a darlo, avisaré con pena y orgullo de que es todo cuanto poseo y que aun así hago entrega de él. Además, cuando los ojos de aquella a la que le he dado mi ofrenda me miran y sus manos se alzan, me siento más pobre y mísero de lo habitual al encontrarme frente a tal belleza. Podría darle una galera cubierta del más brillante oro que aun así pensaría que no es suficiente regalo, entenderá entonces vuestra merced que me disculpe por lo que le doy. Ahora bien, me da igual que ella pueda pensar que mi corazón es sincero o no, yo sí se lo di dándole también todo lo bello, aun sucio, que pudiese quedar en mí.
Cuando algo se explica solo se pretende mostrar lo que es importante para quien habla, pero oh capataz, no pretendo que lo entienda, usted ya está completo en su miseria. ¿Se imagina que Adalia de la Selva no le hubiese explicado al rey que aquello que se le escapaba se las manos no era arena sino fino oro? Ahora hágame lo que quiera, capataz, que ya no soy nada más que una piedra que empuja piedras."




El esclavo enamorado

lunes, 10 de noviembre de 2014

secunda fragmenta

"-Mi corazón es negro y no solo por el carbón. Es pequeño, está agujereado y desgarrado. Es un corazón pobre de una persona pobre que solo sirve para recordarme que aun sigo vivo. Un corazón pequeño en el que apenas cabe nada y por el que muy poca gente ha pasado a lo largo de mi vida.
Y aun con todo, te lo regalo."

El esclavo enamorado

sábado, 8 de noviembre de 2014

la tierra del algún día

Que nadie se sorprenda cuando un día sietesiete venga a buscarme y nos fuguemos en su autocaravana de origen incierto. No pienso deciros dónde iré, principalmente porque no lo sabré, pero aun sabiéndolo no os lo diría. Seguramente dejaré una nota, en parte para que nadie se preocupe en exceso y en parte porque siempre me ha gustado cuando el protagonista de una historia deja una nota que suele leer su propia voz haciendo de narrador mientras se alternan planos de quien la ha encontrado y supuestamente lee y del protagonista alejándose por el camino que haya elegido para, muchas veces, empezar de cero. Y sí, en esta historia yo sería el protagonista y todos me darías un poquito igual, aunque sietesiete también tendría bastante importancia, tal vez la nombre cuasi-protagonista. Lo curioso es que tendré por plan lo inesperado, pero llegará un momento en el que, por ir a tanta velocidad, me chocaré contra lo desconocido y entonces sietesiete y yo, amargados por la convivencia extrema, nos enfadaremos y ella se volverá a casa quedándome yo en algún lugar de Francia, quien sabe si cerca de Toulouse o más al norte, y tendré que volver andando. Eso sí será costoso, pero cuando llegue, extenuado y asqueado con tantas cosas, habré descubierto algo, algo muy importante, el verdadero por qué de mi fuga y la respuesta a tantas preguntas, la llave que te abre la otra mitad de las puertas y te hace la vida más fácil, pero, oh, no os voy a decir qué es, haber venido desde Toulouse a Madrid andando.

viernes, 7 de noviembre de 2014

fragmenta

...ahora eran ya 196 las piedras que llevaba sobre la espalda, pero aun así seguía llorando por amor. Da igual los latigazos que puedan caer sobre tu piel si ésta está ya insensibilizada por la maldición de que nada más te pueda importar. Algún día aquella gran obra de la humanidad estaría completada y él vería como la segunda mayor tarea de su vida llegaba a su fin, a un amargo fin.


El esclavo enamorado

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Los niños miran arriba, al cielo, las nubes y los aviones. Los adolescentes miran el horizonte con mirada perdida. Los adultos miran al frente, miran libros, papeles y pantallas. Los ancianos miran al suelo. Y los muertos miran la tierra desde dentro.

sueño

Era de noche, el autobús llegó a Conde de Casal, como debía, pero en vez de parar se dio la vuelta y volvió a la carretera de Valencia, entonces yo me levanté y anduve hasta el conductor, uno que nunca había visto y que tenía algo que no me gustaba. Le pregunté que por qué dábamos la vuelta y él me dijo que sería vergonzoso llegar pronto, así que en mitad de la carretera de Valencia volvió a dar la vuelta rumbo a Conde de Casal, otra vez. Cuando volví a mi asiento descubrí que me lo había quitado una señora, porque en cada pareja de asientos había solo una persona y donde tuviese que haber dos era mala cosa, así que me senté con alguien a quien no recuerdo y juntos criticamos a la señora que me había robado el sitio, pues su hija y su hijo, ambos pequeños, ocupaban respectivamente una pareja de asientos cada uno. Cuando el autobús paró no se abrió la puerta del medio, por la que se baja, ni la de delante, por la que se sube y a veces se baja, sino que salimos por la ventana del conductor, que era algo más grande de lo normal. Era de noche como ya he dicho, pero en ese momento realmente lo aprecié, era una noche bien iluminada por farolas amarillas, y aun era una hora temprana, pues no había sueño y las calles tenían su tránsito común. Yo tenía la sensación de que tenía que ir a algún lado, no sé si recordaba a donde, pero no sentía ninguna prisa. Entonces hice algo que hago muy poco y que es uno de mis mayores placeres del mundo, cogí un poco de carrerilla, salté, estiré los brazos y planeé un rato como a metro y medio del suelo, es una sensación alucinante, lo más parecido a volar por mis propios medios sin tener en cuenta la vez que pude hacer varios saltos de unos cincuenta metros de altura. Después sentí hambre, así que entré en una tienda de alimentación en la que había napolitanas y demás bollería colgada de unos ganchos de una pared. Cogí uno de aquellos dulces y estuve tentado de comerlo, de hecho lo olí mucho, pero sabía que el precio sería muy alto, por lo que no le di bocado, creo, así que crucé al otro lado de la calle, entré en otra tienda de alimentación y dejé allí el bollo, pero a mi vuelta no sé si sentía el estómago lleno o que lo estaba masticando y pensé que, de alguna extraña manera, al final me había comido el dulce, y así me sentí culpable y entré en la primera tienda a comprar algo para indemnizar de algún modo el hurto sin dolo cometido. Cogí una especie de chupa-chups rosas, pero la asiática dependienta me dijo desde el otro lado de la tienda que cogiese dos, no sé si por algo referido a una oferta, pero cuando cogí el segundo, éste llevaba pegado un tercero, así que la dependienta hizo un gesto como de "no, no" y luego otro de "bueno, da igual", pero yo me di cuenta y los separé en dos. Cuando me estaba cobrando, dijo algo del precio y pensé que me estaba cobrando el dulce de antes, que se había dado cuenta, pero resultó que no. Lo último que recuerdo es que me dio las vueltas en muchas monedas de céntimos y dos mandarinas, y no recuerdo más porque era un sueño.

En una milésima de segundo

El viento chilla y pide sangre, mientras, nuestro héroe descubre que la herida de su rostro no es herida y es grano. Dáminis dijo "voy a escribir la mejor historia de todos los tiempos y mi nombre será recordado", y cuando murió, en su tumba quedó inscrito "Dáminis, iba a escribir la mejor historia de todos los tiempos y su nombre sería recordado". La anciana no teme a la juventud y hace ruido. Mientras tanto, el viento juega con el pelo de nuestro héroe despeinándole, y él lo sabe, pero le gusta.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Pájaros al vuelo

¡Oh, por favor! ¡Qué buen día hacía en Monterbaló! Los niños habían claudicado en su huelga de no salir de casa y ahora corrían y jugaban, desprendiendo así sus pieles un extraño vapor anaranjado que hacía sentir la necesidad de moverse, de hablar y, sobre todo, de reír a quien lo respiraba. A pesar de no ser domingo, la señora Filoberta tiró el trapo de cocina al suelo exclamando sonoramente “¡Hombre ya!”, salió a la calle y montó su puesto de chucherías, siendo así el ejemplo de toda una revolución que desembocó en un mercadillo en jueves. Don Agustín partió en su carro para estar otro mes fuera, dejando así el cuidado de la casa, los criados y las tierras a su hija de siete años Cataleya, que no os preocupéis, no, que la niña estaba del todo preparada para ocuparse de esa labor ya que la practicaba desde los cuatro años y era una de las razones por las que Don Agustín se marchaba siempre que podía, y cuanto más tiempo mejor, pues quería mucho a su hija, pero le intimidaba enormemente. La sombra de la difunta madre de la niña se apreciaba en sus ojos, algo mágico y estremecedor a un tiempo.
Así pues, un pueblo generalmente gris azulado se tornó naranja y rojo, pero no cualquier posibilidad de estos colores, sino los que se dan al atardecer. Al pueblo solo le faltaba el cantar de unos pájaros que nunca había tenido. Pero siempre existen sombras, y ahí apareció, haciendo retumbar el suelo por su peso descomunal, el alcalde. No le acompañaban los dos secuaces de siempre pues el vapor naranja de los niños les había hecho participar en una carrera de sacos, pero a él ese vapor no le afectaba. Se situó en mitad de la plaza y, a través de su megáfono negro, comenzó a gritar, acusando a la gente de amoral, irresponsable, ilógica y demente. De tal modo que todos empezaron a sentirse culpables, hasta que Cataleya dio un paso, extendió la mano y empleó la magia de su madre. El alcalde pareció quedarse mudo, pues no emitía ningún sonido, pero lo que en realidad sucedía es que cada vez que gritaba, la palabra salía de su cono materializada en un pájaro de papel.

Y así fue como el alcalde de Monterbaló se quedó afónico y la ciudad por fin tuvo pájaros, aunque de papel.



Microrrelato presentado a concurso en el que pasaron de mí.