jueves, 31 de julio de 2014

Aquel hombre.

Los soldados, aquellos fieros que casi habían dejado de ser personas a causa de tantos años de guerra, lloraban a su paso. Los siete hombres encargados de disparar cuando se diese la orden del fusilamiento también lloraban, lloraban tanto que sus lágrimas empaparon las armas que sujetaban, haciendo que la pólvora se mojase y por lo tanto quedara inservible. Cuando se reemplazó a los ejecutores, empezó a llover y hubo que postergar la ejecución.
La lluvia no cesó un instante en tres días, y cuando se le decidió fusilar bajo techo, el tiempo, burlón, presentó un magnifico sol. Esta vez no se pasó frente a nadie innecesario, solo caminaban a primera hora de la mañana por la tierra embarrada el hombre que sería ejecutado, el oficial y los siete tiradores, pero cuando el hombre miró a los soldados, con las manos atadas a la espalda y frente al muro del cementerio, se oyeron unos extraños ruidos que se manifestaron en una caravana de mercaderes y mujeres preciosas. Los siete soldados, gente sin vocación para la guerra que se encontraban allí por haber sido reclutados a la fuerza, no podían concentrarse viendo a esas mujeres que a la fuera debían haberse escapado de algún jardín de dioses. El oficial mandó a filas a todo su regimiento y les ordenó que mantuviesen alejadas a aquellas hermosas mujeres y a aquellos hombres que traían los productos más curiosos y asombrosos jamás vistos. A duras penas pudieron los soldados empujar con delicadeza a esas mujeres que les hacían sutiles caricias y les besaban en las mejillas.
Para cuando estuvieron de nuevo solos los nueve, el sol que se había agradecido aquella mañana empezó a arder más y más fuerte, la gente juraría después que hasta se hizo más grande aquel día. A la sombra y con los pies en hielo, el oficial abanicaba a los dos soldados que se habían desmayado, se volvió a aplazar el fusilamiento.
La mitad del cuartel se puso a rezar, llevaban casi una semana y aun no habían podido fusilar a aquel hombre, quienes rezaban decían que era a causa del demonio o de los ángeles, lo mismo daba, sus almas probablemente corrían peligro. Los oficiales estuvieron encerrados toda una noche y la conclusión fue que ese hombre debía seguir viviendo, sino podían ocurrir tres cosas, que la población local se rebelase, que los soldados se amotinasen temiendo por sus almas o, pero aun, que les ocurriese de verdad algo a sus almas.
Yo por aquel entonces era un niño, vi a los soldados llorar y la expresión serena de aquel hombre, mantuve una vigilia durante los tres días de lluvia, y después, cuando el sol se hizo infierno. Vi todas las idas y venidas de soldados y oficiales y finalmente presencié como aquel hombre se marchaba, sin risa ni burla, sereno, mientras se frotaba las doloridas muñecas donde habían estado las esposas.
Nunca supe quién fue aquel hombre, tampoco supe por qué los soldados le lloraban ni por qué le mandaron fusilar, solo sé que no lo hicieron y que nunca se volvió a saber de él.

miércoles, 30 de julio de 2014

Mis andanzas por Portugal

Ni me molesté en decir que iba a ir a Portugal porque me he dejado ver bastante poco por el blog últimamente, ahora me parece increíble que consiguiese escribir una entrada diaria, pero bueno.
Me apetece hablar, no sé qué decir ni qué acabaré diciendo, pero Portugal ha sido un viaje muy bueno para ese niño que hay en mi interior y que con el susurro de los árboles cree haber encontrado por fin a las hadas. Ese niño es como yo a su edad, lee muchísimo, y ha vuelto a las andadas, se merendó un libro muy rico en apenas unos días, encerrándose en la habitación para que no le viesen con qué mala educación devoraba el libro, sin respetar capítulos siquiera. Al terminarlo apenas tomó aire y ya le dio un buen bocado al Macondo de Gabriel García Márquez. También he vuelto a soñar, no es que hubiese dejado de soñar, sino que había sucumbido a la enfermedad de olvidar lo que se sueña, pero por jugar con sueños me quemé, después de haber soñado con una persona de la cual había olvidado su luz, quise volver a soñar con ella, para oír su voz por medio de mi subconsciente, para que hiciese esos gestos suyos con los que demostraba que el mundo que no era su mundo estaba carente de interés, pero conseguir forzar un sueño solo puede ser malo, la primera vez desperté y le dediqué a la mañana una sonrisa de la añoranza buena, la segunda noche desperté agobiado y sudando, a partir de eso ignoré a una de las montañas circundantes a la casa, porque esa montaña había dejado de gustarme sin ninguna razón lógica. También contacté con un chico que era capaz de parar el tiempo, pese a ser una grandiosa habilidad, su vida era triste y cercana a la demencia. Los poderes que tenía se los había entregado una especie de hombre-perro-lobo negro que vivía en el inmenso castaño que daba sombra a la casa, un día que estaba solo en el jardín viendo las estrellas me imaginé que bajaba a ofrecerme tratos, tratos que daban ganas de aceptar pero de los que sabías que eran malos, tenían que ser malos. Sentí miedo por sus ojos, eran como incoloros, y de su voz, como una voz que te llama por dentro y hace que se te humedezcan los ojos. También escribí, en un cuaderno, decepcionándome después al pasar al ordenador mil páginas que quedaron reducidas a pocos folios, las dos historias fueron hechas dos entradas, y a punto estuve de poner el subtítulo “Portugal 1” y “Portugal 2”, reservándome el tres para una larga y genial historia que creo que nunca escribiré. La primera historia, la de Lucy y el vestido azul se me ocurrió en apenas un segundo al ver un vestido azul de una tienda de una bonita ciudad, la otra era a la vez una historia en si misma y la posibilidad de ser la introducción a una historia mayor, como no se me ocurrió que título darle, busqué cómo se decía noche en alemán, pero la palabra no me convenció, así que probé con el persa, el francés y el letón, para finalmente dar por casualidad con el latín, que ya me convenció. ¿He dicho ya que quiero aprender idiomas? Es que al devorar el libro que ya dije, empecé a vomitar inglés, francés, alemán y portugués, y ahora tengo el querer de aprenderlos. Me he dado cuenta, también, a raíz de una conversación con Alex, mi hermano, de que el arte no solo no es libre, sino que se encuentra en una celda que no le deja ni respirar, aunque tampoco lo haré, tengo pendiente escribir sobre ello en algo que se llamaría “la dictadura del arte” y dónde me gustaría incluir la desacreditadora frase de mi hermano “esto es Jauja”. He tomado muchas notas, muchísimas notas, entre ellas la libélula dorada de alas negras, “que pinta de rico cabrón”, “la pera, la eterna incomprendida”, Arcáditas, el alma de la oreja, la mujer que tenía escamas en el pelo, la discusión de las ancianas portuguesas, mi conversación imaginaria con la alemana que visitaba castillos con la falda muy corta, las andanzas del ateo enfadado, algo incomprensible sobre abril, algo incomprensible sobre las cosas incomprensibles, el café Boavista, “Oporto es la única ciudad que tiene el centro en la periferia”, la increíble historia de la casta de los peces, la fuente de las lesbianas, la fuente de los niños que… bueno, hacían cosas para nada propias para su edad, el río de cemento, esas cosas de militares, notas sobre la mundialmente conocida librería de Oporto (conocida en todo el mundo, pero no por todo el mundo), la historia de la tienda que aun seguía vendiendo solo trampas para ratones y muchísimas notas más que no voy a poner aquí, muchas de las cuales son notas para escribir historias que no creo que escriba.
Creo que iba a poner algo más, pero como no me acuerdo voy a terminar con lo mejor que he visto nunca a la vuelta de un viaje en carretera, bueno, que recuerde.
En la ciudad donde paramos para comer había parado un circo, pero no un circo esplendoroso de esos que son muy caros y tienen mucho retuntún, sino un circo de los que van de pueblo en pueblo, con una carpa y un par de caravanas. Lo genial es que por falta de espacio habían dejado a los animales en un descampado, y Alex y yo nos acercamos. Dos dromedarios (que no camellos, ojo), una cabra con cuernos de diablo, un caballo negro, un pony, otra cabra y, lo mejor de todo, una llama. En un descampado amarillo y seco había una llama, que gran animal. Pero claro, Alex y yo no sabíamos si era una llama, una alpaca o una vicuña, así que me giré y vi a un niño pequeño medio desnudo perteneciente al circo que iba como perdido y le dije.
-Perdona- Me miró- ¿Es una llama?
Y con un acento divertidísimo me dijo

-Siii, llama.

Noctis

El mendigo tarareaba alguna canción que habría aprendido de su padre o en alguna taberna. No estaba borracho, no había probado el alcohol en todo el día pese a ser de noche desde hacía horas, no había sido un buen día de recaudación. La falta de un trago le impedía echar ojo y se dedicaba a tararear canciones inventadas o que alguna vez escuchase, lo mismo le daba. También se distraía escuchando los sonidos que traía la noche, entre ellos sentía predilección por los provenientes de las casas y, entre estos, le encantaba escuchar los producidos por mujeres, ya fueran gritos, llantos o risas, hacía mucho que no había estado con una mujer y le gustaba escuchar sus voces, aunque irremediablemente lo llevasen a imaginarlas desnudas. Sonrió, maldita sea, necesitaba un trago aquella noche.
Entre los ruidos nocturnos escuchó pasos, en aquella misma calle, se acercaban y aun no se distinguía al dueño, pues sin duda eran pasos fuertes de hombre. De entre las sombras apareció un hombre gigante, rectangular, completamente tapado por una capa negra. La capucha solo dejaba ver su nariz y su mentón, cubierto a su vez por una tupida barba. La expresión de aquel hombre hizo temer al mendigo, había gente que les hacía cosas malas a los vagabundos, incluso que les mataban. El misterioso gigante pasó por su lado sin mirarle ni alterar su velocidad, justo cuando hubo pasado el mendigo tragó saliva y se atrevió a decir.
-¿No tendrá nada que darme, buen señor?
El hombre se detuvo y, transcurridos unos segundos y aun sin mirarle, metió la mano entre los pliegues de su capa y le lanzó dos brillantes monedas, después siguió andando.
-Que dios le bendiga.
El gigante se volvió a detener y con una voz carente de sentimientos dijo.
-Dios no existe.


Un rato después, el mendigo acompañado de nuevo únicamente de la noche, miro las dos monedas que brillaban en su mano y, tras morderlas, pensó que si tendría vino esa noche, y con suerte quizá hasta una mujer.

Lucy y el vestido azul.

Lucy es una chica simpática de la que no se puede hacer una biografía interesante ya que su vida no funciona en grandes acontecimientos sino en pequeños detalles.
La madre de Lucy tenía una tienda de ropa para bebé, era una mujer de un carácter muy fuerte y autoritario que estaba completamente en contra del aborto, “un niño no puede nacer en un ambiente en el que no se le quiera” decía Lucy, “ponle al bebé un vestidito bien mono y ya verás cómo se gana el amor de una madre” contestaba ella. El padre de Lucy era un hombre con bigote y un pasado lleno de sueños sin cumplir, su única dedicación notable era construir maquetas de barcos y, con mayor gusto aun, limpiarles el polvo en las sobremesas de las cenas mientras tarareaba canciones revolucionarias.
Lucy había heredado el aire soñador de los ojos de su padre, y la determinación en el cumplimiento de las decisiones ya tomadas de su madre, descartando a propósito su carácter tan áspero, antagónico al de la propia Lucy, más calmado, suave y alegre.
Lucy se quedó sola en una edad en la que ya era mayor pero aun joven, sola porque sus padres murieron y no había nadie más, siempre había querido tener una hermana pequeña, pero la segunda negativa de su madre le había hecho no volver a preguntar.

El tal vez don de Lucy es que siempre ha vivido con poco necesitando menos aun. No heredó la tienda de su madre, buscó trabajos en los que no la exprimiesen y le dejasen tiempo libre, pese a que no pagasen mucho.
Lucy nunca ha sido una persona cobarde, es de las que le sacan los dientes a la vida, cambiando al instante esta mueca por una sonrisa, besándola en la mejilla y marchándose bailando calle abajo. Aun así siempre dejó que los protagonistas de las novelas y películas viviesen las aventuras mientras ella se abrazaba las rodillas sin quitarles ojo.

La ciudad que Lucy eligió para vivir no fue algo casual, las calles estaban empedradas, las iglesias centenarias avisaban de las horas por el día, en los balcones crecían flores de vivos colores, los timbres de las bicicletas pedían paso en las calles más transitadas, los parques asomaban en cada esquina, las fuentes de piedra contaban historias o leyendas, las tiendas modernas vendían sus novedades sin necesidad de carteles que estropeasen la estética de aquel lugar… y lo más importante, se podía apreciar una historia cotidiana en cada calle.
Lo que ocurrió en que un día en el que Lucy había vuelto a dejarse corto su precioso pelo negro, pasó frente a un escaparate de cristal. Tras el cristal, destacando frente a otros vestidos por la subjetividad de Lucy, había un precioso vestido azul. Era un vestido compuesto de dos azules, uno empezaba a mitad del muslo y terminaba justo encima de donde nacen los pechos, era un fuerte azul oscuro, como si la noche estrellada se reflejase en un mar negro. Desde donde terminaba el azul oscuro hasta la mitad de los brazos estaba el otro azul, un azul ligero, claro, como si de aire se tratase. Lucy a veces veía un libro, una prenda o un cuaderno que llamase su atención y decía “lo quiero”, y entonces solía hacerse con ello, pero no era una persona caprichosa, además sus caprichos eran asequibles. Y ahí estaba ella, frente al escaparate, sin atreverse si quiera a apoyar las manos en el cristal, como una cuadrilla de niños frente al escaparate de una pastelería. Buscó el precio con una falsa curiosidad, pues la sincera curiosidad no te hace ponerte nerviosa, girar tan rápidamente la cabeza ni buscar ansiosamente con ojos de halcón. Pero era una tienda de esas que ni ponen las etiquetas con precios, había un cartel invisible que rezaba “nuestros productos no son para vosotros, por favor, dejad paso” y, ciertamente, sus productos no eran para Lucy, quien fuese a comprar a esa tienda no había llegado allí por casualidad, sino que había ido allí a propósito. Pero pese a que el resultado no podía ser bueno, Lucy entró. Cuando una dependienta, tras suspirar de manera teatralizada, se le acercó, Lucy se miró la falda y la camisa que llevaba y se sintió ridícula, y no tanto porque estuviese claro que no tenía el poder adquisitivo digno de aquella tienda, y ello generase el, al parecer, sobre humano esfuerzo de la dependienta al tener que acercarse, sino porque antes, frente al escaparate, se había atrevido a soñar despierta imaginándose vestida con aquel vestido azul.
Salió abatida de la tienda, al entrar ya sabía que sería caro, pero pensaba que con sus ahorros y un ataque de locura pudiese pagarlo. Lo que ocurrió fue que, de camino a casa, le asaltó la determinación heredada de su madre.
Sin pena melodramática se acabaron los despertares tranquilos, los paseos al trabajo, el pasar de las horas divertido y todos esos geniales detalles para dar paso a tres trabajos destinados únicamente a conseguir mucho dinero en el menor tiempo posible.
Lucy dejó de dar la suma semanal a los mendigos y artistas callejeros que le pareciesen simpáticos, también cancelo temporalmente su gusto por los dulces y el invitar a las cuadrillas de niños que, como ella con el vestido, necesitaban una generosa ayuda para sonreír con sus necesidades de azúcar saciadas.
No es que Lucy quisiera impresionar a algún chico, pocos eran los que le generaban interés como para querer besarlos y aun menos los que la habían impresionado como para llevarlos a la cama (donde todavía menos la habían impresionado). Tampoco quería sentir las miradas de todos en una noche de fiesta en la que se sustituyesen las farolas por luces de neón, pues apenas salía. Y por último no era un vestido para ir con las amigas, y no es que no tuviese amigas, sino que éstas solían ser dosis individuales con las que quedar una tarde para tomar un café y hablar. No quería el vestido por ninguna razón, tan solo se imaginaba a si misma con él puesto, y al hacerlo sus ojos centelleaban con llamas azules, a juego con el vestido.
Ah, se me olvidaba, en todo el tiempo en el que tardó en reunir el dinero nunca pidió nada a nadie, todo lo obtuvo por su cuenta, y la moneda sucia que encontró en un aparcamiento tampoco fue utilizada, se la dio al primer mendigo que encontró y volvió a casa con la reflexión  de cómo podía haber al mismo tiempo en la calle monedas tiradas y gente que las requería.
Terminó de reunir el dinero una tarde, pero no se dirigió a la tienda hasta la mañana siguiente, dejando que la noche la calmase, como en un ritual.
Llegó a paso ligero pero sin aparentar prisa, tarareando algo a lo que no prestaba atención, no hubiese podido ni silbar de haber querido. Lucy abrió la puerta de la tienda haciendo sonar la campanita de la misma, y al segundo corrió al escaparate. Algo a lo que no había hecho caso al pasar frente a él había llamado su atención, al llegar frente al escaparate se le iluminó la cara, pero no de ilusión, se le iluminó a causa de la luz reflejada por un vestido que era eso, luz, escamas de luz, una luz que parecía palpitar, una luz que parecía estar viva. El mismo precio, aquella joya hecha vestido costaba lo mismo lo mismo que el anterior, se disponía a comprarlo cuando recordó una imagen borrosa, una imagen azul y borrosa. Dos colores, dos azules, vamos, hasta la mitad del brazo y del muslo, un brillo de llama azul en sus ojos… y entonces se acordó. Entró y preguntó por el vestido azul, el que antes estaba en el lugar de aquel blanco y dorado y, como ya pasara en otra ocasión, Lucy salió abatida de esa tienda.
“Era una edición limitada de Ben Farelle” “pero alguno quedará” “tss, no aquí, aquí solo vendemos lo último, lo mejor, como no te vayas a otro país…” “¿A cuál?”.
Y así es como supo Lucy que su última oportunidad residía en el país vecino.
En las películas, los protagonistas habrían cogido un vuelo aquella misma tarde, en los libros, como tienen más tiempo, primero visitarían a sus senseis y después se embarcarían en la aventura, pero ¿y Lucy?
Esta vez estuvo a punto de pedir ayuda a una amiga, pero resultó que el nuevo país era más barato y la diferencia del precio del vestido de un país a otro le pagaba el vuelo. Y entonces Lucy, soñadora inactiva, como su padre, se lanzó a culminar el sueño, como su madre.

Aeropuerto, autobús, tienda, de haber salido de casa con una tarta, ésta habría llegado caliente al lugar de destino. Le preguntaron con acento si el vestido lo quería para llevar y eso fue lo primero que relajó a la pobre Lucy, allá de donde venía esa frase solo se usaba para comida rápida. Como su cabeza aun estaba en algún lugar entre el avión y el autobús y se sentía casi mareada y con ganas de irse, lo pidió para llevar. Le entregaron una hermosísima caja y al salir de la tienda y ver aquel sol extranjero y aquellos edificios en los que de primeras no se había fijado, le entraron ganas de hacer turismo. Recorrió aquella bella ciudad con la caja bajo el brazo en todo momento.


Una vez en el avión, después de imaginarse bailando por las calles, de noche, con aquel nuevo vestido, recordó lo que decían sus padres al unísono “el problema no es conseguir un sueño, sino no sentirse vacío después”, pero fuera como fuese, Lucy superaría ese problema bien vestida.

domingo, 20 de julio de 2014

Un día me desperté y encontré un hombre en mi cocina, y como me daba vergüenza preguntarle quién era, ahora vive conmigo.

sábado, 19 de julio de 2014

La estatua de oro rojo.

La familia de los Oshar recibió un pago por parte del emperador con el que podrían vivir tres generaciones, los varones de las tres deberían elaborar en oro rojo una estatua de AlenasaH, el dios alado con cabeza de elefante, y entregarlo para que luciese en el salón del trono. Cuando el tercer varón alcanzase la edad del Caleidad la estatua debía ser entregada o encontrarse en uno de los caminos reales de camino al palacio del emperador, si esto no ocurría, automáticamente se ordenaría matar a todos los miembros de la familia, incluyendo parientes lejanos, y se realizarían las ceremonias oportunas para que los espíritus, tanto presentes como pasados, de la familia Oshar jamás descansaran en paz.

La familia Corel se había dedicado desde siempre al comercio, abarcando desde el intercambio de productos por mar, como hasta el comercio de frutas y verduras en improvisados puestos en la calle que rozaban la mendicidad. En los últimos tiempos la familia se dedicaba a vender en el mercado diario productos básicos y el último día de la semana se adueñaban del mejor puesto del mercadillo, alzaban una gran tienda y vendían una exquisitez elaborada por las mujeres de la familia durante toda la semana.

Saraiih, patriarca de la familia Oshar, ya anciano, pudo entregar a su hijo, Steferi, el tercer varón, la estatua de medio metro de AlenasaH, elaborada con oro rojo por él y por su padre. Faltaba aun tiempo para que Steferi alcanzase la edad del Caleidad, por lo que probablemente serían recompensados por entregar la estatua antes de tiempo. La estatua no se podía juzgar por lo hermosa que pudiese ser, pues solo con mirarla, uno sentía incomodidad, como poco un ligero nerviosismo. AlenasaH aparecía con la trompa de elefante algo ladeada, los brazos separados del tronco y las alas desplegadas desde su espalda, todo ello en el intenso tono del oro rojo.

Las mujeres de la familia Corel seleccionaban las mejores plantas para elaborar el mejor azúcar, después, éste lo separaban en siete cuencos, y en estos eran elaborados diferentes azúcares con diferentes especias, finalmente se realizaba la difícil tarea de enredar los siete azúcares, lo que dejaba una esfera blanca y azul.

Saraiih, patriarca de la familia Oshar, organizó una pequeña ceremonia de despedida para desear buen camino a Steferi, su hijo, que debería llevar la escultura de oro rojo al emperador, una vez emprendió la marcha, Steferi no miró atrás.

El puesto del mercado ya estaba preparado y el patriarca de la familia Corel le tendió el dulce azul a su hijo Ílano para que lo llevase, cubierto con un trapo grisáceo.

Steferi caminaba decidido y desconfiaba de cualquier otro viandante con el que se cruzaba, por lo que tampoco dejó de mirar a otro muchacho, tal vez de su edad, que se le incorporó a mitad del camino y que también tenía ese destecho en la mirada. En cierto momento, el desconocido dio un traspié y esto provocó que la bolsa que llevaba a la espalda se abriese un momento, enseñando algo azul. El desconocido, al ver los ojos abiertos por la curiosidad y la codicia de Steferi, extrajo con cuidado un trapo grisáceo y al abrirlo enseñó una esfera blanca y azul en la que parecían moverse los colores. Sin saber cómo, Steferi también extrajo lo que guardaba en su bolsa, la estatua de AlenasaH, y acabaron haciendo el trueque. El desconocido volvió caminando a su casa, Steferi lo hizo corriendo.

El patriarca de la familia Corel abrió la puerta de su casa encolerizado, toda la familia había sido humillada al esperar durante todo el día a Ílano, que no había aparecido con el manjar del último día. Pero nada más abrir la puerta desapareció toda rabia y ésta fue sustituida por un sudor frío. Frente a él estaba Ílano, de rodillas, sonriendo, y entre los dos había una estatua roja de AlenasaH, la estatua parecía hacer que las sombras de la habitación fuesen hacia ella, el patriarca supo que aquella estatua traería mal.

Steferi había llegado extasiado a su hogar, su padre, Saraiih, una vez comprendido lo que le decía su hijo y lo que esto significada, había empezado a golpearle con todas sus fuerzas, una vez fatigado desenvainó su espada y cortó de un tajo la cabeza de su hijo. Cortó la cabeza a quien había condenado, aun sin saberlo, a toda la familia de los Oshar.

Ílano caminaba por el sendero de noche, daba patadas a las piedras y maldecía todo y a todos, su padre, en vez de elogiarle, le había mirado serio y tras una larga pausa le había preguntado que de dónde había sacado aquella estatua, que si aun podía devolverla, de nada sirvió que Ílano le dijese que era de oro rojo, su padre no la quería, en sus ojos parecía haber algo que nunca había visto, un temor disimulado. De repente oyó a los arbustos susurrar a un lado y al otro del camino, desenvainó su cuchillo al tiempo que una flecha le atravesaba el muslo y otra se le clavaba en el pecho. Detrás de las flechas surgieron de la maleza tres hombres armados con espadas y vestidos de oscuridad.

La frente del patriarca de la familia Corel estaba arrugada, sus pensamientos se hacían la zancadilla los unos a los otros en una carrera que no parecía llegar a ninguna conclusión, su hijo menor, Ílano, había muerto, y era seguro que su muerte se debía de alguna forma a aquella estatua de oro rojo que descansaba en el suelo de la sala principal, el patriarca sentía los ojos de AlenasaH fijos en él, instándole a tomar una decisión que condujese a su fin, o peor, al de toda su familia. El patriarca de la familia Corel, de rodillas, les comunicó a sus otros dos hijos, también de rodillas, que se enterraría a Ílano como en los antiguos funerales, pero que no se haría nada más por él. Los hijos del patriarca se levantaron encolerizados, gritando a su padre que cómo podía dejar impune la muerte de un hijo, que no se merecía dirigir la familia, que era un miserable, un enemigo, cuando iba a contestar, el hijo mediano nombró que Ílano solo había hecho un gran trato por una magnífica estatua y que por ello no merecía el desprecio, esto acalló al patriarca, que escucho con la mirada clavada en el suelo cómo sus hijos se armaban con las espadas de guerra y cómo sonaba la puerta al cerrarse.

Los hijos del patriarca dieron con un grupo armado en un claro, mataron a varios hombres antes de acabar ellos también muertos.

El patriarca de la familia Corel, abatido, con sus tres hijos muertos, tomó una decisión. Cogió un martillo y golpeó la estatua hasta quedar sin fuerzas, después marchó a la fragua y arrojó la estatua al fuego, viendo como ésta, originaria de tantos problemas, desaparecía.

La noticia de la destrucción de la estatua de AlenasaH llegó a oídos de Saraiih, el esfuerzo de tres generaciones había desaparecido, y no solo llevándose consigo sudor y trabajo, sino que había cernido sobre la familia Oshar un fúnebre destino, pues la edad de la Caleidad de su fallecido hijo Steferi era próxima y no habría nada que entregar a los hombres del emperador.

La guerra se desató, los Oshar querían vengar su honor y preferían morir en la batalla que ajusticiados por los hombres del emperador, los Corel se defendían, y muchos, al igual que los hijos del patriarca, clamaban venganza. Duras fueron las batallas y muchos los muertos y heridos, solo la mañana antes de la última batalla en el valle del Luín,el dios AlenasaH, desde el cielo, se dignó a mirar a las dos familias que se iban a enfrentar a muerte. La batalla empezó y el cielo se cubrió de flechas, gritos y el entrechocar de las espadas. Aquel día era la fecha fijada para entregar la estatua de oro rojo, y los soldados del emperador ya recorrían el camino para reclamarla. El valle del Luín era inclinado desde todos los puntos hasta el centro, así que las dos familias, separadas en un momento de rearme, vieron como ríos de sangre de muertos y heridos se dirigían al centro, formando un pequeño lago, entonces empezaron a sonar fuertes truenos con la ausencia de sus rayos, el cielo parecía estar abriéndose, y ciertamente las rubes dieron paso a una inmensa figura que cayó en aquel lago de sangre. Al erguirse, AlenasaH estaba cubierto de sangre, una sangre que se secó inmediatamente.


Los hombres del emperador vieron con asombro una inmensa estatua de oro rojo de AlenasaH, cabeza de elefante, trompa ladeada, brazos ligeramente separados, alas desplegadas y rodeada de cadáveres.

jueves, 10 de julio de 2014

Academia Magnos

Bienvenidos a la academia Magnos, o tal vez bienvenidos no, pues si leen esto es que todavía no han elegido esta legendaria institución.
La academia Magnos tiene más de cien años de historia y entre sus fundadores pueden encontrarse grandes hombres que han servido de pilares en la creación de este país tal como lo conocemos, y no solo eso, sino que ha ido formando a otras tantas figuras de relevancia tanto aquí como en el extranjero.
La academia, pese a ser llamada así, cuenta con servicios de formación para todas las edades, incluido el preescolar, ya que creemos que debemos empezar a enseñar a los futuros ejemplares ciudadanos desde que empiezan a conocer el mundo.
Además de acudir al centro estudiantes de mucho poder adquisitivo, pues no nos engañemos, somos caros de narices, también tenemos genios pobres, gente que demuestra sobresalir en un campo al que becamos para ver si contagia algo al resto de estudiantes, dado que muchos tienen la cabeza tan dura como nuestros históricos muros de piedra, pero aun así, no se preocupen, la nota media de todos nuestros estudiantes supera ligeramente el ocho.
En cuanto a equipamiento estamos servidos, no llegamos a poder derrochar tanto dinero como tenemos, así que contamos con pistas de fútbol, baloncesto, tenis, balonmano, bádminton, criquet y otras tantas cosas que, sinceramente, no sé de que son, mantenemos a los alumnos con tantos estudios que apenas disfrutan todas estas cosas, pero aun así también contamos con dos hipódromos, un rocódromo de doscientos metros de altura, un río navegable, un pequeño aeropuerto, un campo de golf, un campo de golf privado, un hospital, un hostal, una clínica de desintoxicación y un polígono industrial.
Para no meternos en ningún tipo de problema tenemos áreas dedicadas a la enseñanza supervisada por cualquiera de todas las religiones existentes, incluso para las nuevas que van saliendo. Contamos con enseñanza exclusivamente femenina, masculina y mixta y también tenemos profesorado cualificado para enseñar en siete idiomas, escogidos al azar entre todos los existentes, incluidas lenguas muertas, para que no digan que empleamos favoritismos.
Los alumnos que nunca han estado en otro centro educativo aseguran que esta es la mejor enseñanza que han recibido nunca, y los que sí han estado en otros centros no cuentan, que sus opiniones son de lo más dispersas y tumban las estadísticas.

En conclusión, si busca enseñanza de calidad y cantidad para usted, sus familiares, sus amigos, sus conocidos o es que sin querer ha leído esto sin que le interese lo más mínimo, recuerde, academia Magnos. Somos lo mejor, lo crea o no.

jueves, 3 de julio de 2014

Hasta los vínculos de pelo se rompen.

Había una vez tres amigas, pero de las que se conocen desde pequeñas, amigas de verdad. Era una triple amistad sin celos, política, engaños o trapos sucios. Lo extraño, que no necesariamente malo, fue cuando llegó la adolescencia, para las tres  por igual, y Alia, viendo todos los cambios que empezaban a surgir y la velocidad que parecían cobrar las cosas una vez quitado el velo de la niñez, empezó a dudar y a tener miedos. Estos miedos no se los contó como tales a sus dos amigas, y no por algún motivo concreto sino porque ni ella los entendía, solo parecían claros cuando pensaba en ellos de manera distraída, si intentaba identificarlos, desaparecían, como las pequeñas manchas que a veces se aprecian en la mirada y que huyen de la pupila cuando intentas cercarlos. Sin embargo, Alia encontró una aparente solución que calmaba sus miedos sin nombre y una excusa para exponerla, les dijo a sus amigas que ahora se rodearían de mucha más gente que hasta ese momento, gente de todas las clases, quizá incluso cautivadora o que tuviese algo que llamase a alguna de las tres de una forma irrevocable, así que les propuso establecer algún tipo de vínculo entre las tres que, aunque se rompiese todo lazo, en el futuro les ayudase a recordar la amistad que durante tanto tiempo habían mimado y que, si dios quería, seguirían teniendo. Sus amigas, divertidas y reflexivas a un tiempo, aceptaron, pero ahora surgía el problema de qué marca. Lo que mostraban las películas y que más sencillo y claro parecía, claro está, era un tatuaje, un tatuaje idéntico y en la misma parte del cuerpo para las tres, pero dejando a un lado que los padres de dos de ellas se negarían en redondo, un tatuaje era algo común, y ellas no podían estar unidas por algo común, además ¿Qué se tatuarían? ¿Una palabra formada por parte de sus nombres? ¿Un símbolo del infinito? Un tatuaje no podía ser. Pensaron en alguna pequeña cicatriz y acabaron eligiendo un dibujo que se repasaban cada semana en la mano con rotulador y que acabaron por dejar de hacer, pues era más bien una obligación y no significaba nada, así que acabaron por olvidar el tema, aparentemente.
Alia, bastante tiempo después, con los antiguos miedos sustituidos por problemas cotidianos la mayor parte del tiempo, vio una imagen en su ordenador que le evocó a las tres buscando una seña de futuros recuerdos. La imagen la formaban tres chicas de espaldas con cuyo pelo se había hecho una única trenza que recorría sus tres cabezas en horizontal de derecha a izquierda. Alia no pudo evitar fijarse en la chica de la izquierda, su color de pelo era más claro que es de sus compañeras, lo tenía más corto, por eso estaba en ese lugar, para tener que aportar menos pelo, se imaginó la escena después de realizar la foto, las tres algo incómodas sin poder girar la cabeza, moviéndose al unísono en mismas direcciones, y de repente se imaginó a las dos de la derecha confabulando contra la chica de pelo castaño corto, y ésta, despreocupada, se marchaba hacia la izquierda... se le ocurrieron dos finales, en uno al intentar ir contra corriente tiraba de las otras dos y acababan cayendo los tres, y en el otro, al ir contra ellas dos, tiraba más fuerte y les arrancaba parte de pelo, y al marcharse, éste seguía atado al suyo propio, como un trofeo.
Cuando les propuso la idea de la trenza a sus amigas, como unión definitiva aunque momentánea, ya había contactado con un supuesto mago de algún lugar de Oriente que, presentándose con una chilaba verde y un turbante rojo, les hizo una trenza muy especial, una que no se podría deshacer. Las amigas en menos de media hora ya se encontraban completamente hartas e irritadas, bueno, solo dos de ellas, pues Alia ya había comprobado lo que quería, fuese lo que fuese, entonces extrajo unas tijeras del bolsillo y, a ciegas, cortó el pelo a la altura de la nuca, una vez libre lo agitó, haciendo caer algunos pelos cortados, tras esto echó a andar, sin girarse en ningún momento a socorrer a las dos chicas que no dejaban de gritar atrapadas por el pelo.

Alia miró el mechón de pelo de tres colores que tenía en una mano, y pensó que viéndolo en el futuro se acordaría de una niñez que ya parecía demasiado lejana e irrenovable.