Me
encantaría poder decir que éramos el día y la noche, pero no hubiera sido
cierto ni preciso, más bien éramos la luz cálida y detenida de la tarde y un
amanecer de luz fría que se cuela entre las ramas de los árboles proyectando
juegos de sombras que más que gustar a los niños les inquietan.
Él
es un tipo alto y delgado, siempre bello, que da igual cuanto coma porque nunca
engorda. Yo sin embargo soy baja, uso zapatos de plataforma en no pocas
ocasiones aunque no me gusten y no tomo la iniciativa en dar besos por no tener
que ponerme de puntillas, de manera que si acaso doy besos en el hombro o en el
brazo y dejo que me besen, lo que a él no le gusta porque preferiría que le
besasen de primeras, para así pudiendo mantener esa apariencia que le gusta tanto
y que se ha molestado en cultivar de dureza y sexualidad latente. También
tiendo a engordar, lo que me ha llevado a estar media vida de dieta,
provocándome una especie de animadversión por la comida y llevándome a pensar
que si pudiera, si estuviera en mi mano, nunca más comería. Él no, el se
quitaría del sueño, para aprovechar más las horas, dice, cuando a mí me encanta
dormir. Adoro mis sueños, la sensación de la cama y todo lo que le acompaña. Él
no sabe lo importantes que son los sueños para mí, se lo he intentado explicar,
pero no suele dar pie a escucharme, debe pensar que no digo cosas interesantes
o, más probablemente, que no puedo decir nada nuevo, nada que me haya oído
decir ya. De esta manera no puedo hablarle de mis sueños, de la sensación de plenitud
o la de que el mundo se detiene, o del espejo que me encuentro donde mi reflejo
me habla y sus palabras me parecen toda la verdad que hay en el mundo. Él
imagino que soñará con aventuras o algo parecido, no me ha hablado de ello,
pero se agita en sueños muchas noches. Cuando se mueve y me despierta no me
sale estirar la mano hacia él y consolarle, o decirle algunas palabras, solo me
quedo mirándole, como si yo aún estuviese en un sueño y él fuera parte del
mismo, aunque apenas haya luz y esté oscuro, no como en mis sueños donde todo
parece bañado por un sol ocre. Ahora que lo pienso es posible que él no
recuerde sus sueños, que vaya a dormir y despierte solo con la sensación de que
ha pasado el tiempo. Por eso se debe querer quitar de dormir, porque son horas
muertas, como lo es la comida para mí, solamente cosas muertas.
¿Qué
haría él si me viese agitarme en sueños? Supongo que se pondría sobre mí, con
una rodilla apoyada en el colchón a cada lado de mi cuerpo, y me sacudiría de
los hombros diciendo mi nombre para despertarme y yo abriría los ojos confusa y
pasaría a enfadarme cuando me diese cuenta de que ha intervenido en mis sueños,
los mismos de los que no quiere saber, y me ha impedido solucionar mis
problemas sola. Porque no le he pedido ayuda. No de la forma que lo hizo él. No
como cuando volvíamos a casa de noche y me estaba gritando por el espectáculo
que había dado en el restaurante. Él me gritaba que se había notado y yo
lloraba. Él me gritaba que había sido evidente para todo el mundo que yo había
corrido al baño para vomitar y yo no veía nada porque tenía la cara entre las
manos. No veía, pero lo oí y pude sentirlo. Entonces se me cortó el llanto y le
miré para ver cómo me pedía ayuda con la mirada. Fui rápida. Tomé las
decisiones deprisa. Le cambié el sitio, lo ajusté a mi altura y conduje derecha
a un túnel de lavado de las afueras. Conduje deprisa pero sin saltarme
semáforos. Luego cambié de idea y le dejé primero a él en casa antes de volver
a borrar las huellas. Llegué tarde a casa y me lo encontré en su lado de la
cama con la luz apagada, no se movía, no sé si dormía. Yo me cambié y me
acosté. Me dormí en seguida.
Nunca
he sacado el tema. Él, tampoco.