Salí al jardín por ver la noche fresca, y ahí estuve
paseando mientras fumaba. Cuando ya había tres colillas en el suelo y la ceniza
de una cuarta brillaba entre mis labios pensé que estaría bien apagarla tirando
la colilla a la piscina, pero cuando llegué hasta ésta, en la noche negra, vi
sobre el agua oscura la luna reflejada. Al momento quise esa esfera de luz roja
y me lancé al agua por atraparla, pero cuando estuve en el centro vi que la
luna me huía en forma de ondas que seguían siendo rojas, así que me mantuve a
un lado de la piscina y esperé, paciente y empezando a sentir frío, a que el
agua se recompusiese, y cuando lo hizo salté en un solo movimiento a atrapar la
luna, pero ésta volvió a huir. Entonces tuve una idea, me situé donde estaba la
luna cuando no se dispersaba y me metí bajo el agua. Buceando, al mirar arriba,
veía la luz roja de la luna, temblando por olas cada vez más tenues, y
entonces, cuando la luna estuvo quieta me impulsé desde el fondo a por ésta,
pero ella me detuvo, como si tuviese manos, y me empujó hasta el fondo donde,
tras luchar con su brillo rojo de luna, acabé muerto y ahogado.
Todo el mundo lo repetía, pero en el fondo nadie llegó a creerlo. Por eso todos se refugiaron aquí.
martes, 30 de junio de 2015
lunes, 29 de junio de 2015
Morfeo
El otro día, cuando me desperté a las cinco y media
de la mañana, pensé que los sueños deberían tener un filtro, una censura lo
llamé entonces. La razón es que había soñado contigo, pero en vez de como al
principio, cuando te encontraba en aquellas extrañas situaciones, como en la
casa del bosque o en la casa a medio dibujar donde de hecho no apareciste pero
sí tu familia, ese pertenecía a la segunda tanda de sueños, en los que
prácticamente me hablas contándome tu vida ahora, un poco tu día a día, que de
hecho lo narras con mucha fidelidad, tanta que si superpusiese lo que me dices
en mis sueños a tu vida real, cuadraría en gran parte, sobre todo la parte
sórdida y la de los moratones en el alma (moratones porque duele si los
aprietas pero de alguna forma muchas veces tientan de ser apretados). Una vez
despierto estuve pensando en estos segundos sueños, en tus monólogos, y acabé
pensando que quizá no eran tan malos porque no eran sueños que prometiesen
mentiras, sino que eran simplemente informativos, aunque ahora que lo pienso
algunas de esas verdades me asedian y me superan, por lo que, definitivamente,
son malos. Lo raro ha sido hoy, porque hemos vuelto a la primera tanda de
extrañas situaciones, y no solo eso, sino que soñé una parte, me desperté, me
volví a dormir y soñé la continuación, aunque tal como lo voy a relatar me
resulta imposible diferenciar ambas partes, como tampoco puedo recordar los
sueños anteriores, en los cuales está la razón de por qué formaba yo parte de
ese número de baile habiendo ensayado solo una vez y sin recordar el segundo y
tercer paso, que de hecho en el sueño iba pensando que ojalá otro bailarín (o
la bailarina que después del ensayo del sueño anterior no volvió a aparecer) me
los explicase rápidamente antes de salir al escenario, y así empieza el sueño,
llegando yo al lugar donde vives, aunque cambiado, por supuesto, a formar parte
de mi número musical.
Llegué andando por la carretera y había mucha
gente sentada o de pie en la acera que yo miraba, no sé por qué no miré ni una
sola vez a la otra acera, creo que porque de haberlo hecho no hubiese
encontrado nada, solo algo vacío que no tenía por propósito entrar en el sueño
y que de haberlo mirado probablemente lo hubiese cambiado todo transportándome
a otra historia. Frente a toda aquella gente me sentía ligeramente superior, en
parte por llegar de lejos a donde ellos vivían encerrados como en un pueblo
americano y en parte porque yo era uno de los artistas que iban a debutar esa
noche (que luego no fue noche, o por lo menos solo mientras estuve dentro del
recinto al que aun no he llegado en la narración, fue como si entrase cuando
anochecía y saliese por la mañana, pese a no pasar tanto tiempo dentro). Entre
la gente de la acera vi a un chico de mi clase con el que antes tenía relación
y ya no, y recuerdo que le saludaba en el sueño y pensaba que me entristecía
que ya no fuésemos amigos, sobre todo porque era por culpa de un tercero.
Cuando llegué al recinto pregunté a una chica que dónde estaba la entrada de
artistas y ella se rió, me dio a entender que aquello era un espectáculo muy
cutre y que podía entrar por la puerta principal, pero que si quería había una
puerta trasera. Dentro no me acuerdo muy bien que pasó, recuerdo que éramos
menos gente de la que deberíamos, y que preguntaba por los pasos que me
faltaban y me contestaban que ellos tampoco se los sabían muy bien. También
recuerdo que un compañero me lanzó una maldición de que tendría mala suerte y
yo una que decía que le escondía las baquetas (las de la batería, que no
entiendo por qué se desesperó por no tenerlas si en ningún momento apareció
dicho instrumento) y no sé si también le lancé otra relacionada con los peces y
otra que tenía que ver con los arbustos. Luego el número nos salió fatal, y yo
no podía dejar de pensar que luego te iba a ver, porque vivías allí y porque no
sé si habíamos quedado o es que teníamos que vernos pese a no ser noviembre (de
hecho al principio de uno de los sueños llevaba abrigo y me preguntaba por qué
si no hacía frío), pero como el número nos salió fatal pensé que en parte podía
tener que ver con la maldición, y como no quería que eso afectase a nuestro
encuentro le dije que la bolsa de plástico donde estaban sus baquetas y otras
dos cosas que había robado estaban debajo de la mesa redonda con mantelillo de
flores que había entre bastidores. Después no sé si pregunté por ti o sabía
dónde estabas, todo el mundo parecía conocerte, todo el mundo parecía estar por
la calle, quietos, andando o sentados, y yo, tras el espectáculo me sentía
libre, y así llegué adonde estabas. Entré en la cafetería y reconocí de reojo
tu pelo corto en una de las abarrotadas mesas del fondo, pero en vez de
acercarme me senté en una mesa más cercana a la puerta, con tres desconocidos
que sabía que eran tus amigos y con los que me puse a hablar haciendo fe de la
inmensa confianza en mí mismo que sentía en aquel momento. Esa gente no me
importaba, pero hablaba con ellos, les preguntaba y les caía bien solo porque
sabía que pasaría lo que pasó, y es que en un momento se quedaron callados, me
giré y ahí estabas tú, estando pero disimulando mirar a otra parte. Salimos de
la cafetería tú, yo, una de tus nuevas amigas y Julia, la cual no me había
saludado y a la que le pregunté si no le caía bien y no recuerdo si me dijo si
sí o si no, pero lo que sí recuerdo es que me dijo que cada vez que yo aparecía
causaba problemas, que el otro día no habías dejado de buscar entre los
arbustos y en las galletas oreo, lo cual se explicó de la siguiente forma, y es
que aquello ya era parte del segundo sueño, y entonces tú pensabas que era para
ti la maldición de los arbustos que le había echado al tipo de las baquetas, y
la de las oreo provenía de un teléfono escacharrado entre sueños. Sé que pensé
en la frase “han pasado muchos meses, Miguel” la cual interpreté en su momento
como un punto y final, pero en el sueño, en el único momento en que fui algo
consciente de que era un sueño, me dije que si eso era un punto y final, ¿por
qué te habías agobiado buscando en los arbustos una respuesta a una adivinanza
que ni habías entendido? Y sumando eso a cierto día de noviembre me dije que
quizá no era un punto y final, sino algo que no sabías cómo tratar. Luego
estuvimos juntos en un parque o algo parecido, pasaron cosas importantes que
ahora no recuerdo, y sé que al final empezaste a decir algo, pero por alguna
razón lo que me decías lo podía ver en forma de carta, como en las películas
cuando alguien lee algo y una tercera voz le dice al espectador lo qué está
leyendo. Entonces recuerdo que mientras tú empezabas a hablar yo bajaba
instintivamente bastante más abajo en el texto y leía (que más que leer me lo
recitaba tu voz) una parte en la que decías cosas propias de una adolescente a
la que le empieza a gustar un chico, pero te referías a un tercero, por lo que
dejé de leer, me sentí caer y entonces desperté.
Llamo a esto “Morfeo” porque he visto que una
chica comentaba que había soñado con chocolate y que al despertar el desayuno
no estaba hecho, de tal forma que insultaba al dios del sueño. Ahora recuerdo
que tuve esta noche un sueño anterior a los narrados, en él visitaba tu perfil
en una red social inventada y ahí veía unas fotos horribles en las que no
salías tú, pero que al haber hecho las fotos sabía que habías participado en lo
que veía, y yo me sentía como se debe sentir un padre cuando descubre que su
hija se ha hecho mayor mediante a algo horrible que pueda descubrir, que tal
vez no sea tan horrible, pero que para él es un mundo. Una vez soñé con un
cofre lleno de billetes verdes y yo decía “cuando cojo algo en un sueño no está
al despertar, así que cogeré solo unos pocos billetes”, pero al despertar mis
bolsillos estaban igualmente vacíos. Hoy he soñado una cosa buena y una mala
respecto a ti, y curiosamente al despertar se invierten, lo malo es bueno
porque mis sueños eran fantasía y lo bueno es malo porque a la hora de la
verdad lo que ha ocurrido no ha pasado realmente.
Respecto a lo que dije de filtrar o censurar los
sueños no se puede hacer nada, porque de hacerlo estaría restándole poder a
Morfeo, le estaría restando poder a un dios.
sábado, 27 de junio de 2015
El día después del cumpleaños
Robaron en casa del niño el día justo después de su
cumpleaños, con los regalos abiertos aun sin estrenar, a excepción de los
zapatitos blancos para ocasiones especiales. Mientras los padres corrían
alarmados revisando estanterías volcadas y ventanas rotas, el niño sacó de la
basura el papel de colores que había envuelto sus regalos y con el que había
sentido una inmensa satisfacción al romperlo, y con él en las manos lloró de
rabia e impotencia, y lloró tanto que todo aquel papel quedó mojado. A su edad
cumplir años era muy importante, pasar de siete (un amarillo pálido que parece
blanco) a ocho (un precioso marrón que sabe brillar) era subir un escalón muy
alto desde el que se veían más cerca las cimas de los edificios, además de
estar ya solo a dos años de los diez, que se dibujaban en su horizonte como la
siguiente meta por alcanzar, habiendo sido la anterior que le dejasen beber
refrescos con cafeína. Por otra parte cumplir años traía aparejadas
responsabilidades que su madre iba depositando en él como hacía tiempo había
sido ir al baño solo, ducharse sin ayuda o ir solo al colegio. Pero por encima
de todo, a su edad, lo importante eran los regalos, la ilusión de ser
despertado con ellos e ir recibiendo alguno más a lo largo del día, el hecho de
ver tras el papel lo que había pedido, las cosas que no conocía pero que
despertaban su interés y aquellas que le regalaban por ser útiles o por
necesitarlas, como los zapatitos blancos para ocasiones especiales. Y ahora, el
día después de su cumpleaños, cuando ya no era el rey pero podía jugar con su
botín, se lo habían robado todo, le habían dejado el cumpleaños vacío.
La princesa se ha escapado
La princesa se ha escapado, y el rey grita órdenes desde el
trono. La princesa se ha escapado, y los cuatro barcos más rápidos zarpan en
las cuatro direcciones. La princesa se ha escapado, y el oro corre. La princesa
se ha escapado, y los forajidos se esconden. La princesa se ha escapado, y las
puertas caen. La princesa se ha escapado, y el príncipe se desmaya. La princesa
se ha escapado, y los posaderos abren los ojos. La princesa se ha escapado, y
todos corren. La princesa se ha escapado, y se interrumpen los banquetes. La princesa
se ha escapado, y llegan los mercenarios. La princesa se ha escapado, y los
juglares componen canciones. La princesa se ha escapado, y su criada llora muy
triste. La princesa se ha escapado, y la princesa aguanta la risa escondida
debajo de la cama.
lunes, 22 de junio de 2015
En el arenero
Al niño le dijeron que había que volver a casa, y él se enfadó y fingió no oír. Al cabo de un rato le repitieron que había que volver a casa, entonces él se levantó del arenero, se giró y dijo:
-No.
Y le dijeron enfadados que había que irse a casa, y entonces él les dio la espalda y empezó a correr, atravesando por abajo el arbusto. Como era un arbusto alto y denso por arriba, para cuando lo cruzaron el niño ya llevaba ventaja pese a tener unas piernas muy cortas. Vieron como el niño corría hacia la carretera, y entonces ellos corrieron aun más de lo que creían poder. Un coche bajaba la avenida a mucha velocidad y quien lo condujese no vio al niño, por lo que no frenó. El coche pasó como un rayo, el niño abrió mucho los ojos y sus perseguidores, que le habían salvado la vida por milésimas de segundo, respiraron como nunca lo habían hecho, entonces susurraron que había que volver a casa y él, también en un susurro, contestó:
-No.
-No.
Y le dijeron enfadados que había que irse a casa, y entonces él les dio la espalda y empezó a correr, atravesando por abajo el arbusto. Como era un arbusto alto y denso por arriba, para cuando lo cruzaron el niño ya llevaba ventaja pese a tener unas piernas muy cortas. Vieron como el niño corría hacia la carretera, y entonces ellos corrieron aun más de lo que creían poder. Un coche bajaba la avenida a mucha velocidad y quien lo condujese no vio al niño, por lo que no frenó. El coche pasó como un rayo, el niño abrió mucho los ojos y sus perseguidores, que le habían salvado la vida por milésimas de segundo, respiraron como nunca lo habían hecho, entonces susurraron que había que volver a casa y él, también en un susurro, contestó:
-No.
domingo, 21 de junio de 2015
El cometa
Los problemas, reflejados en la cara de quienes discutían,
se iluminaron junto con sus rostros. De pronto una luz se había apoderado de
todas las superficies de una manera tenue, y ellos dos, junto con el camarero
que espiaba desde detrás de una planta falsa, también en aquella terraza,
buscaron la fuente de la luz. No era luz artificial, y menos aun de farolas,
era algo que venía del cielo, pues las calles seguían, en cuanto a fuentes de
luz, tan oscuras como siempre. Los ojos de todos ellos, sumados a gran parte
del total de ojos de aquella ciudad, encontraron en el cielo nocturno la fuente
de la luz. Un cometa había entrado en la atmósfera para acabar desintegrándose
en mitad del cielo negro, produciendo una violenta luz que cazó al vuelo toda
acción obligándola a desaparecer o por lo menos a reiniciarse. Los ojos fueron
dejando el cielo poco a poco para volver a sus quehaceres terrenales, el camarero
volvió adentro, y sin embargo los dos interlocutores no pudieron dejar de mirar
hacia arriba, hasta que la luz finalmente se extinguió, entonces se volvieron a
mirar y no supieron cómo seguir con la discusión.
jueves, 18 de junio de 2015
Un hombre nuevo
Hoy soy un hombre nuevo, y no lo digo como expresión, no, lo
digo “literalmente”, usando bien la palabra por una vez. Soy un hombre nuevo
porque me han puesto las piernas de un atleta, el brazo derecho de un campeón
de pulsos de baja categoría, de tal forma que es duro y fuerte pero no así un
armatoste de músculo grimoso. Mi otro brazo es de un adolescente zurdo al poco
de haber descubierto la masturbación y haberse enamorado de todas las
compañeras de su clase, mis manos de un pianista exquisito y mis uñas de una modela
francesa que tenía unas uñas preciosas pero naturales, es decir, que ni eran
largas ni estaban pintadas, por lo que si las veis ahora en mí no os parecerían
de mujer. Mi tronco también es de modelo, pero en este caso masculino, mis
órganos de las personas con mejor salud del planeta, y mi miembro viril de un
actor pornográfico en pleno apogeo de su carrera profesional. Ya poco queda que
decir, como que la mitad de mi cerebro es de un científico brillante y la otra
mitad de un artista genial. Y bueno, luego está el corazón, ¿a que no saben de
quién es? ¡Pues mío! Es de lo poco que me he quedado, de hecho lo único si no
contamos los trece lunares repartidos de forma estratégica que he mantenido por
cuestiones sentimentales. Pero no se asusten, que no me voy a poner cursi o
romántico o pamplínico (esta palabra viene de “pamplina”), sino que solo venía
a deciros que mientras que el cambio de cerebro ha alterado mi forma de pensar,
sigo sintiendo lo mismo por las cosas, lo que se puede justificar con la
existencia del alma o porque el corazón sigue ahí (hablar de la posibilidad de
que los lunares y los sentimientos estén relacionados sería acabar con las
bases de la civilización, y no estoy de humor). Esto me recuerda a una historia
que oí de pequeño y que a mi hermano también le sonaba de forma confusa y que
no he logrado encontrar, en esta historia había un hombre con un corazón
impecable que se burlaba de otro que lo tenía lleno de cicatrices y de partes
de varios colores, entonces pasaba algo, no recuerdo qué, y resultaba que el
segundo hombre tenía el corazón así porque había ido cambiando trocitos de su
corazón con otras personas, haciéndolo más feo pero más completo. Finalmente el
hombre de corazón impecable se arrancaba un trocito y se lo cambiaba al otro
(que yo siempre pensé que cómo sabían que el segundo hombre le estaba dando un
trozo de su propio corazón y no uno ajeno).
Pues así soy yo ahora, un hombre nuevo de corazón viejo.
Pacijedrista
El tablero de ajedrez es demasiado pequeño, sesenta y cuatro
casillas en las que es imposible que las piezas de uno y otro bando no se encuentren
y se acaben haciendo trizas con el único objetivo de acabar con el rey enemigo.
El tablero de ajedrez debería ser más grande, un amplio desierto con
cordilleras lejanas allá donde acabase el tablero, un lugar donde encontrarse
con un peón enemigo y retarle a un duelo fuese algo extraño, un lugar donde el
rey muriese de viejo.
lunes, 15 de junio de 2015
Cuentos de princesas
Te diría, o te diré, que te comas toda la cena y que rebañes
el plato, que ahí aún queda mucho. Después te mandaría a lavarte los dientes y
ponerte el pijama, y mientras tanto yo recogería los platos, entonces me daría
la vuelta, una vez finalizada la faena, y te vería ahí, en el marco de la
puerta, con el pijama rosa y blanco y con ojines de sueño. Yo daría un grito
teatral y te cogería en brazos, y así te llevaría hasta tu cuarto mientras mis
manos hacen cosquillas en tu tripita. En la cama te diría que escogieses un
libro para que te leyese, pero tú me pedirías la continuación o la reemisión
del cuento de la princesa del parche en el ojo que te conté la semana pasada, y
yo lo pasaría mal, porque esos cuentos los improviso y luego no me acuerdo bien
de ellos, así que te contaría una nueva aventura de dicha princesa, y en la
historia intercalaría pinceladas de tu madre sin que te dieses cuenta, para que
admirases a la princesa y también a tu madre, aunque sin saberlo, y quién sabe,
quizá algún día, cuando seas mayor, te diría que aquellas heroínas, tan grandes
individualmente, se asemejaban a tu madre si las unías todas. Lo malo de estos
cuentos es que casi te dejarían más despierta que dormida, por lo que te
tendría que leer uno del conejo, del elefante de colores o de los dragones que
no son malos, pero mientras lo hiciese tú seguirías preguntando sobre la
princesa del cuento anterior, suspirando al pensar que no llegarías nunca a ser
como ella y yo sonriendo al pensar “si tú supieras”. Al final te susurraría
buenas noches, te besaría en la frente y apagaría la luz, pensando que el día
siguiente ojalá fuese como el de hoy, o que por lo menos lo fuese en lo que a
ti respecta, que siempre fueses la niña a la que dejo en la cama dormida,
inocente, soñando con princesas que estén donde estén, te quieren mogollón.
domingo, 14 de junio de 2015
La revolución de los pies
Desatados los cordones, quitado el zapato y retirado el calcetín, apareció el pie, y yo le dije:
-Eres libre.
Y él dijo:
-¡Soy libre! ¡Al fin! ¡Ahora gobernaré con maldad, encerraré a todos los humanos y no dejaré que uno solo muera sin sufrir el tormento que he sufrido yo desde siempre! ¡Vivan los pies!
Y como realmente todo eso lo había dicho el dedo gordo, ahora los otros cuatro dedines se movieron enérgicos y corearon:
-¡Vivan los pies! ¡Libres!
Y dijo el dedo gordo:
-¡Liberad al otro pie!
Y cayeron los cordones, se derrumbó la zapatilla y se arrastró el calcetín, y allí se alzó un nuevo pie, y dijo el primero:
-Saludos, hermano, bienvenido a la revolución de los pies.
Y corearon los dedines:
-¡Vivan los pies! ¡Libres!
Y ambos pies se agitaron mientras reían a carcajadas, proclamando que el primer paso sería acabar con los pantalones, que osaban aun tapar el tobillo, zona que ellos consideraban pie. Pero entonces pasó algo, una fuerza indómita los elevó y los bajó de nuevo, introduciéndolos contra su voluntad en dos terribles cárceles con forma de zapatillas de estar por casa.
-Eres libre.
Y él dijo:
-¡Soy libre! ¡Al fin! ¡Ahora gobernaré con maldad, encerraré a todos los humanos y no dejaré que uno solo muera sin sufrir el tormento que he sufrido yo desde siempre! ¡Vivan los pies!
Y como realmente todo eso lo había dicho el dedo gordo, ahora los otros cuatro dedines se movieron enérgicos y corearon:
-¡Vivan los pies! ¡Libres!
Y dijo el dedo gordo:
-¡Liberad al otro pie!
Y cayeron los cordones, se derrumbó la zapatilla y se arrastró el calcetín, y allí se alzó un nuevo pie, y dijo el primero:
-Saludos, hermano, bienvenido a la revolución de los pies.
Y corearon los dedines:
-¡Vivan los pies! ¡Libres!
Y ambos pies se agitaron mientras reían a carcajadas, proclamando que el primer paso sería acabar con los pantalones, que osaban aun tapar el tobillo, zona que ellos consideraban pie. Pero entonces pasó algo, una fuerza indómita los elevó y los bajó de nuevo, introduciéndolos contra su voluntad en dos terribles cárceles con forma de zapatillas de estar por casa.
sábado, 13 de junio de 2015
De donde vienen las historias
Las historias antiguamente se creaban solas, por ello
existían los cuentacuentos pero no así escritores o algo parecido. Las
historias aparecían entre las rocas, si éstas estaban secas, de las montañas
más pequeñas, y bajaban rodando hasta los pueblos más cercanos, donde, después
de ser contadas, se subían de polizón a un carruaje y se dejaban llevar a
nuevos destinos. Estas historias a veces eran descubiertas a mitad de camino y
se obligaban a ser contadas en torno a una hoguera como forma de pagar el pasaje.
Pese a que las historias crecidas de las montañas eran frescas y de ancha
sonrisa, también estaban las que provenían de los bosques y se arrastraban como
serpientes. Estas segundas solían estar incompletas, de tal forma que quien las
escuchaba jamás quedaba plenamente satisfecho, además de que su contenido solía
ser oscuro o como poco misterioso. Solían buscar a cuentacuentos especiales,
personas con arrugas y un parche en el ojo o que en las tabernas se encontrasen
en la mesa más alejada, apenas reconocibles en la oscuridad, y solían acabar
perdidas en las más grandes ciudades.
Un día un niño escuchaba una historia que le contaba su
abuelo que a su vez la había oído en su momento de un cuentacuentos errante.
Como hacía tiempo de aquello y la memoria del anciano no era perfecta, algunas partes
de la historia no llegaban a cuadrar y el final era confuso, así que el
extrañado niño le dijo a su abuelo que aquello no podía ser, que la historia debía
ser así, y la contó entera, pero cambiada, subsanando errores y añadiendo
faltas y gustos personales, y así, con una sonrisa en el rostro, el niño
terminó de contar su historia sin saber lo que había hecho. Las historias
corrieron de mil formas al lugar de los hechos y allí se lanzaron sobre el
niño, mordiendo, estrujando, golpeando… hasta que el niño fue historia.
Desde aquello se desterró a las historias y se decretó que a
partir de ahora, en oídos humanos solo entraría lo que los humanos contasen.
Pero sí es cierto que, aun a día de hoy, en algunas, colinas, al atardecer, el
viento parece contar historias.
Aquella tarde en el acantilado
La antorcha iluminaba tus ojos, y cuando ésta se
fue no añoré su luz o su calor, sino esas dos chispas que me miraban y esa boca
de labios ligeramente separados. ¿Por qué me mentiste tanto? ¿y por qué cuando
no lo hacías ocultabas las verdades en ovillos de lana de palabras extrañas?
Supongo que me quedo con aquella tarde en el acantilado, con la piel de gallina
por el viento, tus brazos estirados, tu falda moviéndose como una bandera, tus
gritos de liberación, y toda aquella paz. Aquella misma tarde, justo antes de
la puesta de sol, con el cielo ya pintado de violeta, me preguntaste que en qué
pensaba, porque no dejaba de mirarte, y a punto estuve de decírtelo, pero menos
mal que ni lo hice entonces ni lo hago ahora, menos mal que aquello que pensé
lo guardo aun bajo la almohada, si no, aquella tarde en el acantilado apenas
tendría valor a estas alturas. Pero bueno, entonces se fue el sol y llegó la
noche, y ambos, abrazando nuestros propios cuerpos por encima del jersey, en mi
caso, y de una cazadora vaquera, en el tuyo, corrimos del acantilado al pueblo
más cercano sin haber bajado al final a la playa, donde me permitía imaginar
que nos hubiésemos bañado fríos y desnudos. En el pueblo no había luz aquella
noche, la iluminación dependía de las antorchas que portaban hombres
disfrazados con harapos que cubrían sus rostros con extrañas máscaras pintadas.
Allí vi tus ojos como hasta aquel momento no los había visto, y tus labios, que
se mostraban ligeramente abiertos, casi inocentes, directamente ligados a tus
ojos, que reflejaban la luz del fuego, queriendo decirme algo, pero entonces la
antorcha se alejó. Luego nos lo pasamos bien bailando junto a todos en la
plaza, donde ardía una majestuosa hoguera, pero no podía ser feliz del todo,
pues en aquel momento perdido sentía que había perdido algo más. Aun así
bailamos, cambiamos de pareja una y otra vez y volvimos a bailar, la gente del
lugar estaba en su mayoría disfrazada, así que mi rabillo del ojo encontraba
sin querer el azul de tu chaqueta en todos lados. En un momento me abrazaste
por el cuello y me sonreíste, ¡menuda sonrisa! y me besaste también, pero fue
un beso ligero que perfectamente podía quedar dentro de una broma o un juego.
Entonces volvieron los hombres de las antorchas y la gente empezó a correr en
todas direcciones mientras gritaba y reía a un tiempo. Tú me cogiste de la mano
y echamos a correr, pero de pronto nos topamos con un hombre que no tenía una
antorcha, sino dos, y de cuya máscara crecían dos nudosos cuernos, entonces me
soltaste y acabamos corriendo cada uno en una dirección. Yo terminé escondido
debajo de un porche con una adolescente rubia muy guapa que no dejaba de
mirarme, ambos agazapados, tan cerca el uno del otro, pero entonces empezó a
sonar una música junto al clamor popular y supe que el juego había acabado. La
adolescente salió y me tendió la mano para que saliera, mano que ya no soltó
hasta que salió corriendo hacia un grupo de chicas que debían ser sus amigas.
Ahí fue cuando dos manos me taparon los ojos y me susurraste al oído sorpresa,
entonces me dijiste que habías descubierto un buen lugar y me llevaste hasta
allí, pero no sin antes captar la desolación plasmada en el rostro de la
adolescente. Me llevaste a una casa bien iluminada por velas en cuya entrada
había una anciana sentada en una silla que te saludó sonriendo con un gesto de
cabeza como si ya hubieses estado allí. Las habitaciones eran muy grandes, y en
todas ellas colgaban mantas desde el techo hasta el suelo, formando un
laberinto de pequeños cuartos improvisados en cuyos suelos había colchones
decorados. Subimos por las escaleras, que al contrario que la casa se
encontraban en penumbra, en donde varias parejas se besaban en la oscuridad,
apenas reconocibles. En el segundo piso entramos en una habitación ya de por si
pequeña y nos tumbamos en el colchón colocado en un cuarto de la misma
delimitado por maltas colgantes. Allí estábamos muy cerca el uno del otro,
bocarriba, pero con los rostros girados, mirándonos, y hablábamos en susurros.
No llevaba reloj, me lo había quitado en algún momento de la tarde y podía
estar en el coche o en alguno de mis bolsillos, pero no sentía el deseo de
buscarlo o encontrarlo por accidente, estaba tan a gusto allí, contigo. Tú me
hablaste de varias cosas, incluso llegaste a hablar de tu hermana, aunque
mientras lo hacías mirabas al techo y no a mí. Yo por mi parte te hablé de mis
ritos y los actos simbólicos, y tú te reíste, me llamaste bobo y me besaste, y
cuando paraste, para comprobar si aquél beso había sido real o había sido como
el de la hoguera, te besé yo. Y así pasamos la noche, hablando en susurros,
besándonos y dejando a nuestras manos hacer travesuras, y nos dormimos poco
antes del amanecer.
Después de aquello, una vez habíamos vuelto a
casa, empezó nuestra relación, sin nombres, siendo lo que tuviese que ser, pero
¿qué pasó después? ¿Qué trajo tus mentiras y tus verdades ocultas en ovillos de
lana? Todo acabó tan de repente, como si tan solo hubiese transcurrido un
segundo.
¿Sabes por qué te escribo ahora esto? Porque hace
poco volví al acantilado, y allí donde tú gritabas de liberación, yo grité lo
que nunca te dije en una especie de acto simbólico. Después fui al pueblo, de
día, pero todo era diferente, parecía un pueblo normal, un pueblo más. También
busqué a la adolescente de pelo rubio, pero no di con ella. No quedaba nada, no
había antorchas, hombres con máscaras ni ojos que dicen cosas.
Las palomas
Aun huele a lluvia y se acaba de posar en mi ventana una
paloma que graznaba como un cuervo. De mi ventana se ha ido a la chimenea de la
casa de enfrente y se ha posado sobre el techo de ésta, de la chimenea, donde
ya había otra paloma. Ambas eran flacas, por así decirlo, con una silueta
curva, y han empezado a pelearse en lo que ha acabado siendo un baile en el que
una batía sus alas y se posaba sobre la otra, que a su vez batía las alas para
posarse en la espalda de la otra, y así ha sido hasta que una ha caído y se ha
ido volando a la siguiente chimenea. Entonces se me ocurrió que tal vez lo que
habían estado haciendo era una especie de ritual de apareamiento y que la
paloma que tenía más cerca iría volando a la chimenea de la de más allá para
volver a jugar al saltaespaldas, pero no ha sido así. Y ahí estaba yo,
observando a cada paloma, cada una en una chimenea, estatuas grises contra el
cielo blanco, y pensé “eso es porque son aves y no humanos”, porque un humano
que se hubiese tenido que ir a la chimenea de más allá miraría con odio a la de
aquí, no la sacaría de su pequeña cabeza y planearía mil formas de hacerle
daño, y entonces un día volaría hasta la chimenea de más acá y lucharía por su
tierra (que en esta ocasión tan solo es una plancha de metal que evita que
entre agua por la chimenea cuando llueve) e incluso, en caso de ganar, se
quedaría también con la otra chimenea, quedándose quieta en la más cercana pero
volando a defender la otra cada vez que un pájaro osase posarse en ella. Pero
mientras que podemos deducir el comportamiento de una paloma o el de una
persona, jamás podremos predecir qué va a hacer una paloma que grazne como un
cuervo.
Te vi
Podría hablarte, podría decirte “Hola, ¿qué tal?” y
tú no entenderías nada, pensarías que no tengo que hablarte, que ese no es el
curso de las cosas, pero por si pasase algo me contestarías en lo que empezaría
como una conversación de respuestas cortas por tu parte y preguntas entusiastas
por la mía. Entonces de pronto, viendo que no se oculta nada y que esa
conversación aparentemente normal es realmente una conversación normal, me
pararías y me dirías “¿Por qué me has hablado?” y yo te contestaría diciéndote
la verdad, que porque te vi conectada y no pude evitar hablarte como quien
practica un deporte de riesgo. Puede que te agobiases, querrías terminar la
conversación sin que te diese yo pie a ello, así que de pronto me dirías
“Adiós” y cerrarías la conversación, la página y puede que hasta bajases la
pantalla del ordenador, pero tras respirar una vez y pensarlo rápidamente, la
volverías a levantar, abrirías de nuevo la página y me eliminarías, y tal vez
de algún lugar más, y yo me quedaría sin respuestas a las preguntas banales y a
las que no lo son, tal vez habría perdido la oportunidad de obtenerlas en un
futuro, y todo por haberte visto conectada.
jueves, 11 de junio de 2015
Tres historias de osos y un accésit de hormigas
Primera historia.
Cerré la campana de extracción y entonces me di
cuenta de que la había tenido abierta solo por el ruido que proporcionaba, así
que me comí la cena en silencio, con la espalda entornada sobre el plato.
Fregué los platos en menos de lo que me hubiese gustado y dediqué un rato extra
a pasar el estropajo por el vaso, una vez terminado, sequé los trastos, apagué
la luz de la cocina y empecé a subir las escaleras. De pronto oí un ruido y me
quedé quieto, alerta por si volvía a sonar poder identificarlo, volvió a sonar
y me asusté pues venía del estudio, un cuarto tranquilo en el que perfectamente
podía caerse un libro de una estantería y hacer ruido, pero no dos. Me acerqué
despacio, de puntillas, terminando de subir los escalones pisando donde creía
que estos harían menos ruido. Llegué a la puerta, la entorné ligeramente y
estaba oscuro, así que metí la mano y encendí la luz. Allí, en mitad del
estudio, sentado, había un gran oso pardo.
Una vez, en la casa de mis abuelos, se escapó un
burro del establo, entró en la casa, subió las escaleras y cuando lo
encontraron estaba allí, en mitad del pasillo de la segunda planta, y resultó
que algunos animales podían subir escaleras pero no bajarlas. Ahora me
preguntaba si ocurriría lo mismo con el oso, cómo lograría bajarlo o sacarlo de
la casa de la forma que fuese. Tampoco me llegaba a imaginar cómo había llegado
hasta allí, aquello era la periferia, una urbanización con un par de parques y
un polígono industrial, más allá solo había tierra muerta de matojos amarillos,
y no había cerca ni lejos zoológicos ni circos de donde pudiese haberse
escapado. Estuve un rato sentado en pasillo, observando la puerta entornada,
imaginándome al oso jugando con mis objetos decorativos y pensando en cómo solucionar
aquella situación. De pronto se me ocurrió algo, y a medida que pensaba en ello
cada vez me parecía mejor idea. Finalmente me levanté y bajé a la cocina
procurando no hacer ruido, allí abrí la nevera y extraje un paquete de cuatro
filetes de salmón, abrí éste y puse uno en el plato. Mis manos temblaban
ligeramente, así que dejé el plato en la mesa, volví a subir y abrí la puerta
del estudio muy despacio, sin que el oso pareciese notar mi presencia. Volví a
bajar sin tener tanto cuidado, cogí el plato, subí y lo deje en el pasillo,
frente a la puerta del estudio, y entonces esperé al oso, el próximo movimiento
era suyo. Pero el animal de pelaje pardo se puso a cuatro patas, avanzó hacia
el plato, cogió el salmón con sus fauces, dio la vuelta y regresó al estudio,
solo le faltó cerrar la puerta al entrar. En ese momento mi expresión era de
incredulidad, aquel oso se estaba burlando de mí, cualquier rastro del miedo y
el agobio que hubiese podido sentir se habían extinguido. Pero aun me quedaban
tres filetes, así que recogí el plato que el oso había dejado en el pasillo y
bajé a la cocina, allí me limpié el sudor de la cara y pensé un plan fríamente,
como si aquel oso fuese un humano, un humano que me estaba tocando las narices.
El oso alzó la cabeza, olisqueando el aroma de un
nuevo filete de salmón, uno que yo agitaba desde mitad de la escalera.
Lentamente se incorporó y salió del estudio, desde el pasillo pudo ver un plato
colocado en mitad de la escalera sobre el que descansaba el trozo de pescado
naranja, se dirigió hacia él bajando los escalones con mucho cuidado, eso no se
me había ocurrido, el que pudiese resbalar y caer, una masa peluda y enfurecida
que atacaría a todo lo que se pudiese romper, pensé que ojalá no resbalase.
Lanzó el filete al aire y cuando éste cayó lo cogió con la boca tragándoselo
directamente, pero entonces yo, desde el final de la escalera ya estaba
sacudiendo una tercera pieza, y el oso me miró, pisó el plato rompiéndolo en
silencio, y bajó para encontrarse con el botín. Solo quedaba un filete de
salmón, y estaba en mis manos, llenándolas de grasa, detrás de mí la puerta de
la casa estaba abierta, y un poco más allá, pasado un breve tramo de jardín, la
puerta de la calle también estaba abierta. Fui retrocediendo lentamente, sin quitar
los ojos de la bestia, pero cuando ésta, que también avanzaba despacio, llegó
hasta el recibidor, me di la vuelta y empecé a correr. Salí a la calle
corriendo mientras oía una respiración profunda tras de mí, no sé cuánto puede
correr un oso, pero seguramente lo suficiente como para darme alcance cuando
coja velocidad, así que al poco de salir a la calle, rodeé un coche, con el oso
aun tras de mí, y volví corriendo a casa, donde cerré la puerta de la calle
tras de mí y caí apoyado en ella, exhausto, oyendo al oso arañarla por fuera,
entonces vi que aun tenía el salmón sujeto con fuerza, así que lo lancé por
encima de la puerta.
Segunda historia.
El oso llegó a un claro del bosque y en éste se
echó a dormir. No habían pasado ni quince minutos cuando empezó a sentirse
incómodo, sentía como un picor en la panza y en el lomo que no se iba ni
rodando por el suelo, de pronto comprendió, se había echado a dormir sobre un
hormiguero, las hormigas cubrían su cuerpo, se las imaginó mordiendo y ocupando
cada vez más partes de su cuerpo, así que se alzó sobre dos patas, rugió y cayó
de nuevo sobre cuatro, pero el picor continuaba, así que se echó a correr.
Pasado el claro y de nuevo en el bosque, el oso vislumbró una charca de barro
y, pensando que éste asfixiaría a los insectos, se lanzó sobre él y empezó a
revolcarse, levantándose y saltando una y otra vez. Al cabo de un rato dejó de
sentir picor, pero entonces sintió como el barro empezaba a secarse por todo su
cuerpo en una sensación insoportable, así que volvió a correr lanzándose contra
cada árbol de apariencia firme, en los cuales se frotaba pretendiendo quitarse
el barro, pero como éste aun no estaba seco del todo, se le empezaron a pegar
en él pequeñas ramas que conseguían atravesar su pelo y llegar a clavarse, por
lo que volvió a empezar a correr. El oso corrió sin destino durante bastante
tiempo, y de pronto frenó, pues la tierra se le había acabado y delante de sus
zarpas se extendía el mar. Sin dudarlo se lanzó al agua, sintiendo con placer
cómo se llevaba el agua ramas y barro, sin embargo no dejó de nadar en ningún
momento, pensando que debía seguir nadando para limpiarse y porque después de
haber corrido tanto tenía que continuar por aquella dirección. El oso nadó
durante días, y finalmente, agotado, subió a un trozo de tierra blanca que
flotaba frente a sus ojos como un desierto blanco, un paisaje siniestramente
bello. Anduvo muy poco rato antes de sentir frío y cansancio, y entonces se
acurrucó y, para escapar del viento, se cubrió con aquella arena blanca. Cuando
despertó, horas más tarde, lucía una preciosa melena blanca.
Tercera historia.
En zoo de la ciudad se publicitó en los medios de
comunicación después de muchos años por una sola razón que se esperaba que
atrajese a muchos nuevos visitantes, había nacido en cautividad un precioso
osezno. Su madre enfermó y murió al poco tiempo, pero el pequeño no tuvo tiempo
ni para poder echarla de menos, pues
constantemente era situado frente a la verja tras la cual solo había flashes de
cámaras y gritos histéricos, además de la mirada fría de la niña rubia que
comía helado, que siempre estaba allí y que siempre lamía muy lentamente sus
tres bolas de heladas, sin quitar los ojos del pequeño osezno, que fingía jugar
para ocultar su nerviosismo. Pero el osezno sabía que aquél no era su lugar, se
encontraba incómodo, se sentía observado y no soportaba el ruido de los
turistas del zoo, así que un día uno de sus cuidadores lo encontró tirado,
aparentemente enfermo, así que lo llevó a la sala del veterinario, y allí,
cuando el cuidador fue a llamar al doctor, el osezno se escabulló de la camilla
y consiguió llegar hasta una de las calles del propio zoo, con todo el personal buscándole. Entonces tuvo
que llevar a cabo la segunda parte de su plan, sin duda la más complicada. La
niña rubia que comía helado de pronto se topó con un muñeco idéntico al osezno
que le gustaba tanto, y pese a que pesaba un quintal, su padre, por el amor de
su hija, cargó con él, y así fue como el osezno escapó por fin del zoo. En el
mismo parking se zafó de la familia y empezó a pasar los días recorriendo la
ciudad, comiendo de la basura, huyendo de la policía y provocando que las
madres llamasen mentirosos a sus hijos. A donde quiera que fuese se metía en
problemas, a veces asustaba y a veces le asustaban, usándole como blanco de todo
tipo de perrerías sacadas de la cara oculta del hombre, y por ello acabó
huyendo de las zonas más pobladas hacia la periferia, donde un día escaló por
una cañería y el techo de un garaje y se introdujo por una ventana abierta en
una sala llena de libros que parecía un estudio…
Accésit de
hormigas.
-Señores, la misión que se les encomienda es altamente
peligrosa, por ello se les ha elegido entre los mejores para desempeñar lo que
puede ser la mayor misión de colonización que jamás hayamos llevado a cabo. Ahí
afuera, frente a la entrada norte, ha echado el amarre una bestia milenaria
conocida como bära, xambaari, bear, tragen, sustinere, kandma u oso, su misión
será la de seguir al comandante Z, subirse al lomo de la criatura y desembarcar
cuando hayáis llegado a tierras vírgenes. ¿Alguna pregunta? ¡Pues marchando!
El comandante Z y sus dos mil hormigas salieron
del hormiguero y alcanzaron el objetivo a primeras horas de la tarde, solo que
cuando empezaron a subir al pelaje marrón, la criatura empezó a moverse, no
estando aun los amarres listos, y empezó a avanzar dejando a unas doscientas
hormigas en tierra. El comandante ordenó sujetarse, pero la bestia se movía
bruscamente y muchas iban cayendo, y después llegó el barro. Una vez el barro
empezó a secarse ya solo quedaban trescientos camaradas a bordo, y cuando
divisaron el mar acercándose, el suboficial comentó que si el oso alcanzaba el
agua morirían todas, así que el comandante Z ordenó que desembarcase quien
quisiese y que colonizasen aquella playa, pero que él se iba con quien le
siguiese, y así alcanzaron el océano once hormigas bajo el pelaje marrón lleno
de barro y pequeñas ramas. Pasaron así días, y cuando el bära salió del agua un
frío intenso les atormentó hasta que la criatura se detuvo y se cubrió de nieve.
Entonces, las hormigas, pensando que había muerto, bajaron y decidieron
colonizar aquello, y así es como nacieron las desconocidas hormigas blancas que
habitan allá donde haya nieve y temperaturas extremas, construyendo sus
hormigueros en témpanos de hielo.
Y con esta ya son 250 entradas las que he publicado.
Y con esta ya son 250 entradas las que he publicado.
martes, 2 de junio de 2015
Día de examen
Hoy es el día del examen, así que duermo de forma
intermitente soñando con personas desconocidas con las que hago cosas raras.
Como no he dormido bien decido entrar en un profundo sueño unos minutos antes
de que suene el despertador, y entonces lo hago sonar tres veces, casi de forma
ritual, de hecho para la tercera vez ya estoy sentado en la cama con los pies
colgando esperando el tercer sonido estridente que termina el toque de queda.
Al oír el despertador estando relativamente consciente pienso que nunca me
había parado a escuchar su melodía, de hecho, tal vez por estar cansado, me
parece más bien una nana agria. Por último hago una lista de los despertadores
que han tenido el privilegio de despertarme a lo largo de mi vida, incluido
aquél que despertaba a mi madre para que luego ella me despertase a mí,
despacho rápidamente las conversaciones que me esperan en mi teléfono, me calzo
y me levanto de la cama. Levantarse de la cama es algo peligroso, porque es el
momento en el que las sombras que sobreviven a la luz del día y que se esconden
tras la puerta, entre las botas, entre los pliegues de los folios y entre los
libros malos pueden salir y morderte el tobillo, de hecho si te levantas de
pronto la habitación puede girar y tú puedes marearte. Abro la ventana con la
dulce sensación de que cuando vuelva a la habitación ésta estará ventilada y
fresca, ah, y libre de polvo, que eso es lo más importante. Bajo a la cocina y
recuerdo que es martes y no lunes y que no estará Kalinka haciendo de la cocina
un lugar apacible, entonces no le preguntaré qué tal, qué has hecho este finde,
qué tal tu hijo, qué tal tu hija, qué tal le fue su examen y qué tiempo hace
hoy, en ese orden y con sus posibles preguntas accesorias. Tomo un café con
leche sin azúcar y a medio calentar, y por ser día de examen hago el sacrificio
de desayunar, y entonces me como una naranja, con las consecuencias que ello
implica, pues me tendré que lavar las manos, el cuchillo, el plato y limpiar la
mancha del café, que siempre queda allá donde pose la taza, además de secarme
el bigote, que se me empapa y molesta, aunque eso se acaba mañana, pues como
hoy es día de examen, mañana toca volver a ser joven, por lo que me cortaré el pelo y me afeitaré, aunque no sé si haré ambas cosas el mismo día o primero
aparentaré tener veinte años por la feria del libro. Salgo al jardín, paso
importante, pues cualquier estudiante medio lleva horas repasando, pero eso,
claro está, es porque no tienen jardín, no se sacuden el pelo, estiran los
huesos y andan descalzos por el mullido césped, pobres, que no saben que ese es
el secreto para aprobar, eso y apuñalar al que saca mejores notas mientras le
susurras al oído “cállate pesado, mira lo que has hecho”. Tras esto está la
duda de si ducharme primero o hacerlo después de perder el tiempo sobrante en
el ordenador, finalmente tomo esta segunda opción, pero entonces me enfrento a
un test hermano del que tendré por la tarde, pero tras terminarlo no entiendo
las respuestas, no sé si lo he hecho bien, me mosqueo y me voy a la ducha, no
sin antes sobrevolar blogs ajenos, ver que solo ha escrito una persona, leerla
y escribir esta entrada mínimamente inspirado por su forma de escribir. Me
ducho, oh sí, lamento no tener música pero ya la pongo yo cantando el único
trozo que recuerdo de una canción una y otra vez, porque curiosamente el final
y el principio de dicho trozo encajan muy bien, así que canto en bucle. Como
mañana me corto el pelo hoy uso el champú que más lo destroza, para despedirme
en condiciones. Después, haciendo malabarismos con la toalla, bajo el stor para
que mis vecinos no me vean, me pongo el colgante lentamente, y me visto deprisa
en el siguiente orden: calzoncillos, camiseta por estar encima de la silla de
forma muy accesible, calcetines por estar doblados a los pies de la cama
(¿quién los ha puesto ahí?), pantalones y deportivas. Me pregunto si coger la
sudadera para llevarla en la mano, porque veréis, soy el dios de la
climatología o algo parecido, cuando llevo la sudadera en la mano hace un calor
espantoso, pero basta que la deje en casa para que Madrid se pierda en una
tormenta siberiana. En unos veinticinco minutos estudio el tercio del examen
que me quedaba por mirar, de hecho lo leo, no lo estudio, pero me doy por
satisfecho, tras esto como muy pronto y con el estómago revuelto lo que cocina
mi hermano y con mi escusa “recoge tú que yo tengo examen” también recoge la
cocina, que como no ha venido hoy Kalinka no está armoniosa.
Finalmente preparo la mochila dándome el capricho
de, aun no habiendo terminado la tira de exámenes, cogerme un libro de cuentos
breves para leer en el metro en vez de repasar o ir estudiando futuros exámenes.
Por último cojo la pistola, la cargo, le pongo el seguro y la guardo. No sé si
la usaré contra la profesora o contra mi persona.
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