domingo, 31 de octubre de 2021

Quiero vestirte de azul

 

Quiero vestirte de azul, quiero pintarte de azul. Atarte de pies y manos y oír el agua al dejarte caer.
Quiero un día quitarme la ropa y que el sol me ilumine el pecho. Después que se vaya y en su ausencia meterme en el mar.
Quiero entonces echar a nadar hasta casi ahogarme y que de pronto mi mano toque algo firme, y seas tú.

domingo, 24 de octubre de 2021

Entre la colada blanca

 Mamá tiende la ropa y yo la veo tan blanca. Juego a perseguirla por entre las sábanas, buscando asustarla. Persigo su sombra con los dientes fuera, pero no la alcanzo. Al final veo su sombra quieta y me lanzo a por ella, pero tras las sábanas colgadas a quien encuentro es a mi padre que me mira con los brazos cruzados y el rostro serio, muy serio. Pienso que si descruza los brazos yo moriré al instante. Se da la vuelta sin decir nada y yo entro en casa sabiendo que le he decepcionado, dejando las sábanas secarse al viento junto al recuerdo de mamá.

domingo, 10 de octubre de 2021

El caminante en el pasillo

 El pasillo se encuentra ya casi a oscuras. El único foco de luz que sigue funcionando es una barra fluorescente que cuelga de un par de cables y se mece despacio. Bajo esa luz oscilante se acerca algo por el pasillo. Tiene un caminar difícil y parece que no tuviera prisa por llegar a su destino. De hecho, por su forma de andar, parece que no tenga ningún destino.

Cuando sus pasos le llevan a entrar bajo el haz de luz se aprecia cómo tiene los dedos de las manosr colapsados, los ojos rojos e hinchados y un pie girado como si tuviera el tobillo roto, pero lo más relevante de todo es su mandíbula, que se encuentra colgando de un extremo, congelándole el rostro en una perpetua expresión de sorna. Es un zombie, un no muerto, un caminante, un muerto viviente, un regresado, un muerto en parte o un muerto en vida. Ahora vaga por lo que fue una oficina, camina junto a las mesas y las sillas derribadas, pisando sobre papeles ensangrentados para luego limpiarse al pisar sobre el charco que se ha formado frente a la puerta del baño.

Sería imposible saber cuántas veces ha recorrido aquel pasillo, pero por alguna razón en ninguno de aquellos viajes ha llegado hasta el final, allí donde se encontraría el despacho del jefe. Tal vez resida aún en él un miedo innato a aquel lugar. O tal vez la razón por la que una vez entra en el espacio iluminado se dé la vuelta sin atravesarlo sea que en su corto entendimiento no haya más espacio, para él termina el mundo allí donde ya no llega a alumbrar el foco que cuelga, más allá solo hay abismo, o una pared.

Pero en esta ocasión ocurre algo diferente, el qué no se sabe, tal vez la degradación de su tobillo le lleva a pisar un poco más allá, o una antigua mancha de sangre en la pared le tienta y llama su atención, pero lo cierto es que entra en la sombra y en el oscuro se enciende un punto de luz roja al que acompaña un ruido. El caminante se dirige hacia el sonido, mirando el punto de luz con la expresión de curiosidad que ya le proporciona la mandíbula caída.

Al acercarse más, se empiezan a escuchar sonidos provenientes del interior de la máquina. Suena a cosas que giran y se desplazan. Parece que la máquina se estuviera despertando. De pronto todos los sonidos cesan y sale impresa una hoja perfectamente blanca.

El zombie mira primero la hoja, que aún está caliente, y después a la máquina. Levanta despacio su brazo muerto y lo deja caer contra el plástico y el metal. Levanta los dos brazos y los deja caer repetidas veces. La máquina, ante estas agresiones, empieza a emitir pitidos y a encender una luz roja a la que acompaña un mensaje de error. La respuesta de la fotocopiadora altera al no muerto que la golpea con más insistencia mientras de su garganta sale algo a medio camino entre un grito y un lamento.

La fotocopiadora resiste, pero sigue chillando, y el ruido de ésta y del muerto alteran la oficina. De debajo de un montón de carpetas y una silla algo se levanta. También por donde estaba la puerta entra algo, y después otro algo. Bajo la oscilante barra fluorescente se ve a caminar a otros tantos zombies de rostro cansado o molesto. Estos llegan hasta donde está el primero y le imitan en su linchamiento. La máquina tiene programado un chillido histriónico cuando le falta papel, cuando una hoja se le atasca o cuando es apaleada, pero solo tiene uno, de manera que no puede gritar más pese a que no dejen de entrar zombies por la puerta rota de la oficina, pero ya se encargan ellos de que el ruido en el ambiente no deje de crecer.

De pronto se escucha otro sonido. Éste más que un grito o un lamento parece un grito o un insulto. O quizá una orden. Los zombies no callan del todo pero sí se aquietan. De más allá de la luz, donde se encontraría el despacho del jefe, aparece una silueta gorda, puede que de comerse empleados. No necesita repetir nada en su horroroso lenguaje, los no muertos parecen haber perdido el interés por la fotocopiadora y empiezan a marcharse por el pasillo arrastrando los pies, babeando, gruñendo o gimiendo a volver ocupar sus puestos en la oficina. La fotocopiadora se calló en el momento en que dejó de ser golpeada. La paz ha vuelto, así que el gordo se da la vuelta y se interna en la oscuridad para seguir con su letargo. La fotocopiadora ultima sus rodillos preparándose para sacar una nueva hoja cuando sea necesario y el primer zombie atraviesa la zona iluminada para seguir con su ronda, su eterna ronda.

domingo, 3 de octubre de 2021

Everdeile

 

Alexei confesó en una de sus últimas entrevistas que Everdeile, su canción más famosa, estaba seguida de una curiosa anécdota. Resulta que él ya era famoso y por ende bastante rico, fama y fortuna que vinieron Everdeile, cuando se terminó con el asunto de los viajes en el tiempo. Él tuvo ocasión de viajar justo en ese breve momento que hubo entre que el tema salió del exclusivo control de los estados y se le permitió viajar a civiles –civiles ricos, por supuesto–, pero antes de que se dictase el compendio de normas que los vendrían a regular y que no permitirían hacer al viajero prácticamente nada en su lugar de destino. Alexei viajó con un grupo pequeño de personas a modo de viaje organizado y lo hicieron a la misma ciudad en la que estaban y con un salto de cincuenta años atrás, buscando no ambicionarse en uno de los primeros viajes de personas que no vestían batas blancas o uniformes de camuflaje.

Llegaron a la ciudad y se sorprendieron enseguida con nimiedades que habían vivido y olvidado. Carteles, coches, noticias de los periódicos. Se encontraban en una arteria principal de la ciudad y no cabían en sí del gozo mientras los vecinos del lugar les ponían mala cara al tenerles por turistas borrachos. Alexei, sin embargo, reconoció algo y se alejó del grupo y de la avenida, perdiéndose por calles cada vez más estrechas que su mente había olvidado, pero sus piernas no. Al final dio con lo que buscaba y se sentó en un banco a contemplar la casa que fuera de su madre, y que en aquel momento todavía lo era. Vio a un niño jugando por allí y le pidió que se acercada. Cuando éste lo hizo, Alexei le preguntó si conocía Everdeile y el niño contestó que no, lo cual era lógico porque la canción aún no existía. Alexei le preguntó al niño de ojos llorosos si le gustaría escucharla y éste asintió. Alexei la cantó, al niño le gustó y el cantante se marchó de vuelta a la avenida y a su grupo. El niño siguió jugando.

Años más tarde el niño se encontraría estudiando para un examen cuando una melodía vendría a su cabeza. Curioso, dejaría a un lado los libros para centrarse en aquella música a la que seguiría una letra poco después. Así surgiría Everdeile, y el niño, Alexei, se volvería persona de mucha fama. Todavía años más tarde, Alexei contaría esta historia en una entrevista y originaría el pleito más famoso de la historia, en el que su discográfica se negaría a pagarle por la canción alegando que él no tenía la autoría sobre la misma, sino que ésta pertenecía al tiempo.