jueves, 30 de julio de 2015

Consejos para ser feliz

Ten un informador en cada ciudad

Lleva una pistola con una sola bala y dos ramos de flores

Lee los periódicos al revés

Ten por padrino a un poeta

Cámbiate de sexo al menos una vez en la vida

Nunca conduzcas

Ládrale al gallo

Mira fijamente al gato y cómete su comida

Guarda las hojas del otoño para cubrirte del sol del verano

Cómprate un coche y apárcalo con las ruedas mirando al cielo

Recorta los setos de tus vecinas de vez en cuando

Ponte por armadura el asfalto de las calles

Ten pocos consejos y compártelos poco

Háblales a los pájaros como si fuesen caballos

Ama a los enemigos del pasado

Cómprate una casa en la calle más suave

Métete en política y sal corriendo

Apuesta tus cartas jugando a los dados

Construye una casa en el árbol con ramas y no tableros

Lucha en dos guerras de la independencia

Aprende a hacer metáforas y no hables nunca claro

Cuida nueve de cada diez palabras

Explícales a los profesionales cómo deben trabajar

No tengas un amigo por miedo a no tenerlo

Habla de economía solo con economistas

Lánzales piropos a las nubes

Ten una exnovia a la que odies y otra a la que sigas queriendo

No te pases de la ralla montando en dromedario

Ponle un cascabel en el cuello al cartero

Se un intelectuacool

Invéntate palabras y jura que ya existían

Discute con los jardineros desconocidos

Cuidado con decir buenos días

Ten un marido que te guarde las espaldas

Desconfía de las tortugas

Canta las canciones que aun no conoces

Ten un libro en todos los idiomas

Y solo tres diccionarios

Si vas a creer en un dios por lo menos cree en todos

Enamórate, si eso, no más de dos veces

Dale pan y torta al tonto

Masajéate los pies

Miente siempre al decir tu número preferido

Aprende una nueva lengua y olvida la propia

Baila un tango como tres enamorados

Envía cartas a desconocidos y recoge buzones ajenos

No te repitas (enserio, no te repitas)

Tala los árboles que no te dejen espiar

Comprueba si tus hijos saben escribir

Ten una sonrisa afable y un ceño fruncido siempre a mano

Hazte una fotografía cada día y quema la del día anterior

Apréndete todos los juegos de niños y practícalos dos veces a la semana

Lávate la cara siempre que puedas

No te mueras si te vas a arrepentir


Y nunca me hagas caso.

Lo que tú eres

Eres la jefa de los hijos de los indios. Cuando cae la noche te pones el tocado de plumas, te pintas algunas partes del cuerpo y corres y juegas con ellos, sin llegar a correr y jugar con ellos. Eres sal en el mar, sal en la tierra y sal en la comida. Eres espíritu cansado pero joven. Guardas tantos secretos que estos a veces se te escapan. Lloras por diversión, te ríes de todo y bebes para intentar reflotar el barco que quedó varado en el desierto. Eres tristeza disfrazada de alegría, y eres también esperanza escondida en el cementerio. Eres mala por pasarte de buena. Eres jugo de limón en vez de tinta. Tienes los brazos llenos de costras que ya cayeron pero que tú devolviste a tu piel con pegamento. Tienes lugares donde esconderte, pero necesitas desvelarlos, y cuando lo haces los odias y necesitas encontrar otros. No eres fuego, pero sí brasa lenta e implacable. Eres vida, pero te empeñas en sonreír como la Muerte.

Paso a paso

Un día salió a dar un paseo, y sin proponérselo recorrió valles y montañas de tal forma que sus zancadas abarcaban cada vez más terreno. Así fue como su falda, con el bajo manchado de barró, salió ondeando por primera vez del país. Pero salir por fin de casa para ver tierras iguales solo que con otro nombre no le pareció suficiente, por eso sus pies no cesaron frente a mares y montes. Su ropa se le pegó al cuerpo cuando recorrió los océanos nadando, andando a veces sobre la superficie marina. Y así, cuando hubo recorrido el mundo, alzó su pie derecho con esfuerzo y lo posó en el planeta vecino, mostrando los secretos bajo su falda a toda la civilización. El planeta naranja lo abandonó al cabo de un día, y lo siguieron el verde, el azul y el gris, incluso aquel que ya no era planeta pese a seguir girando. Las zancadas la llevaban de planeta en planeta, haciendo aburrido todo lo ya logrado, y así alcanzó las estrellas en el sentido literal. Y fue cuando los telescopios de casa la perdieron de vista, con los bajos de la falda manchados de barro y polvo estelar.

martes, 28 de julio de 2015

El curioso caso de la orina en el saco

Estaba yo sentado en el parque mientras los niños se movían, saltaban y cantaban:
—Manuel se ha hecho pis en el saco de dormir.
Y Manuel decía sorprendido:
—¿Quién, yo?
Y todos:
—Sí, tú.
—Si yo no fui.
—¿Entonces quién?
—Mm… ¡Miguel!
Y de pronto silencio. Sorprendido levanté  la vista de mis asuntos y encontré a todos los niños serios, mirándome fijamente.
—¿Quién? ¿yo?
Y como apuñalando:
—Sí tú.
—Si yo no he hecho nada.
—Entonces quién.
Empecé a sudar, estaba a punto de emplear un chivo expiatorio, de cargar la culpa de algo que no llegaba a comprender sobre un inocente. Vi un niño gordo y feo que me recordó a un imbécil de cuando yo era pequeño, le señalé y dije:
—¡Él!
Pero los niños seguían mirándome serios.
—¡Niño! ¿Cómo te llamas?
—Tomás.
—¡Fue él! ¡Fue Tomás!
Y los niños volvieron a reír, a saltar y a cantar:
—Tomás se ha hecho pis en el saco de dormir.
Y Tomás se fue corriendo, llorando, a buscar la falda de su madre.

Pero pese a haberme salvado, pese a haber dejado la zona infantil y haberla sustituido por el banco frente al cagadero de perros con su rico aroma, algo no cuadraba, ¿quién se había hecho pis en el saco de dormir?

Una madre entregó una gran piruleta a su hijo, una piruleta hermosa, roja con líneas blancas circulares, y el niño se alejó de sus amigos para evitar llevarse un lametón ajeno, y como estaba solo a él me acerqué.
—A ver, niño, ¿quién se ha hecho pis en el saco de dormir?
Y el niño me miró con unos ojos inmensos mientras pasaba lentamente la lengua por la piruleta.
—¿Te has hecho tú pis en el saco de dormir? — negó con la cabeza, despacio— ¿Entonces quién?

El sujeto se llamaba Manuel, y, sorpresa, era el mismo Manuel al que habían acusado aquella mañana de haberse meado en el saco, dos acusaciones en un mismo día. Me había puesto la gabardina y el sombrero, y le pillé por banda, le cogí del brazo y le arrastré a los arbustos. Empecé con una guantazo, y después le zarandeé de los hombros mientras hacía las preguntas, de tal forma que no se sabía si temblaba por mi acción o por puro terror.
—¡A mí no me jodas, niño de los cojones! ¿Quién se ha meado? ¡¿Quién?! ¡Responde, joputa!


Del interrogatorio no obtuve demasiado, tan solo un shock con el que el niño olvidaría mi rostro o, por el contrario, jamás dejaría de verlo cada vez que cerrase los ojos. Había decidido llamar a Ramírez, un antiguo compañero de pruebas forenses, para que analizase la orina cuando me di cuenta de algo aterrador, ¿dónde estaba el saco del que todo el mundo hablaba?

Tierra parda

Llegaron los dos hermanos a pie desde el polvo que levantaba el desierto, por donde nunca nadie había regresado y por donde ellos marcharan hacía ya siete años. Llevaban barbas descuidadas y sombreros llenos de tierra. Sin apartar la vista del frente recorrieron el pueblo y solo torcieron en la taberna, donde beberían absenta hasta estar preparados para ir ver a Madre. Abandonaron el tugurio dejando la botella vacía, poca propina y el paso firme de quien se juraría que no ha bebido en su vida. La llave oxidada que llevaba uno de los dos al cuello pudo abrir la puerta de la casa al tercer empujón, una vez dentro dejaron los cinturones con las pistolas en la mesa de la entrada y se dirigieron directamente al salón, donde sabían que estaba Madre pelando mazorcas. Madre tan solo alzó ligeramente la vista y detuvo el movimiento de sus manos, el hermano mayor se sentó en la silla que estaba frente a ella, el pequeño arrastró un taburete y se sentó también. Se miraron fijamente durante veintidós minutos, la madre no movía ni el pecho para respirar, solo sus ojos brillantes demostraban que no era la estatua más realista creada por el hombre. El hermano pequeño se levantó entonces, dejó el taburete en su sitio y se marchó, el mayor siguió sentado hasta que oyó la puerta de la calle, nadie sabe si se llevó la mano al sombrero en forma de despedida. Una vez fuera, el pequeño, con el cinturón ya ajustado, le dio a su hermano el suyo, mientras se alejaban, la madre, desde la ventana, tosió roncamente como única muestra de afecto.
En mitad de la plaza el pequeño se quitó el sombrero, mostrando una cabellera grasienta y sucia, y como si el gesto llevase ya aparejado un mensaje, allí se separaron. El hermano pequeño se dirigió hacia la última hilera de casas, y desde allí a la casa más alejada. Era la única que no portaba el color marrón propio del barro, era blanca y tenía un hermoso y nutrido jardín, unos decían que las plantas crecían por la magia que desprendía la bella mujer que allí vivía, otros que bajo la casa estaba la única fuente de agua en kilómetros a la redonda, malgastándose en las plantas. El hermano se detuvo frente a la ventana del segundo piso con el sombrero en la mano y los ojos entrecerrados por el invisible sol de aquellas horas de la tarde, en la ventana, sin ser llamada pero estando preparada, apareció una muchacha con un vestido pensado para perderse en el jardín. Lo que hablaron fue tan privado que no dejaré aquí constancia de ello, al terminar, ella le lanzó un poncho feo que había cosido sin ayuda.

El hermano mayor caminó arrastrando los pies hasta detrás de las cuadras, allí encontró a un hombre agachado y de espaldas.
—Levántate y desenfunda.
Y el hombre que estaba agachado no supo si le hablaba uno de los dos hermanos, el amigo del hombre al que había matado hacía tres años, o la propia Muerte. Agarró el revólver, se dio la vuelta al tiempo que se levantaba y fue lo último que hizo, cayó muerto sobre el montón de paja con el que había estado trabajando. El hermano mayor miró entonces al hombre que lo observaba fijamente sentado en una silla en mitad de la calle bebiendo una taza de café, un café que hacía ya tres años que había empezado. Después se dirigió a una niña que mecía los pies tarareando una canción de guerra, y sin apenas separar los labios preguntó:
—Quién manda ahora en el pueblo.
—Martín Martínez —cantó la niña.

Llamaron a la puerta y al poco abrió un muchacho alto y flaco cuyas gafas redondas brillaban reflejando la luz e impidiendo ver sus ojos.
—¿Eres el hijo de Martínez?
El chico se ajustó las gafas antes de responder.
—Sí.
Y una bala le salió por la espalda atravesándole la columna, una vez estuvo en el suelo el hermano mayor no pudo evitar fijarse que tenía un libro de poesía en una mano.
—¡Me cago en la mierda! —Gritó Martínez desde el fondo del pasillo.
Echó a correr hacia el hermano gritando, esgrimiendo un abrecartas sobre su cabeza. El mayor le disparó tres veces, casi con arte, como si pretendiese seducir a una dama. Cuando se alejaba rumió:
—Ahora que manden otros.

En medio de la plaza, el hermano mayor esperó al pequeño, entonces éste se puso un poncho horrible y después el sombrero.
—¿Vamos?
— Vamos.

Y se marcharon entre el polvo del desierto por donde muchos habían marchado pero solo dos habían regresado, para volver a marcharse.

jueves, 16 de julio de 2015

Mis vecinos

“Labios de sal, pestañas de media luna y siempre triste. Pero su tristeza debía ser diferente, nada era igual en ella…”
Un portazo lejano me distrajo. Levanté la vista, miré por la ventana y vi que el portazo provenía de una casa vecina y que no era un portazo sino un portazo inverso, es decir, que habían abierto fuerte una puerta y ésta había golpeado la pared. La responsable era la madre de la casa, una mujer fea y tirando a gorda que solo conocía de vista. Estaba gritando, y esto, o algo parecido, es lo que decía:
— ¡Te dije que el médico era a las doce!
Y un grito que no acerté a oír le respondió desde dentro.
— ¡Es que le doy una hostia y le reviento la cabeza!— murmuró a gritos la madre mientras salía a la calle, abría la puerta del coche, la cerraba, volvía a entrar en casa y cerraba la puerta antes portaceada.
Entonces yo corrí a las redes sociales a dar cuenta de lo que pasaba, como un periodista de guerra haciendo una crónica mientras le llueve tierra proveniente de los impactos de mortero. Y fue un momento muy rápido e incómodo, porque mientras escribía, la mujer de enfrente, otra vecina, la madre del chico con retraso, abrió la ventana, se asomó y la volvió a cerrar, de tal forma que como yo estaba sumergido en mis letras apenas tuve tiempo de dedicarle una mirada de odio, pero mientras pensaba un remedio, como ir después a su casa, llamar al timbre, mirarla mal y volver, se volvió a abrir la puerta, esta vez sin portazo y salieron madre e hija. Iban hablando, la madre decía cosas como “pues te levantas antes” o “es que estás todo el día con el móvil” y a la hija no había quien la escuchase, bien porque daba igual lo que pudiese decir, porque tampoco le apetecía hablar o porque se había levantado hacía poco y de su mente solo estaba activo lo estrictamente necesario. Yo a la hija la recordaba más guapa, pero viendo su silueta pensé que es que quería seguir los pasos de la genética de su madre. Ya entendía yo por qué, en esa casa en la que viven unas siete personas, cuando llegaba tarde por la noche veía a la chica sentada en la acera, en la puerta de la casa, con el novio.
Se fueron al médico y ya no volvieron… hasta una hora y veinte después. La hija ya no parecía dormida pero sí más torpe a la hora de atravesar la sucesión de puertas y aguantar sin caerse cuando su perro se abalanzó sobre ella para saludar, la madre ya no gritaba. Tienen dos perros que me olisquean casi a diario y aun así siempre me ladran, putos perros. Me encendí un cigarrillo. Dicen que los animales ven el alma, ¿acaso es eso? ¿Tengo el alma negra? Lo que debo tener negros son los pulmones de tanto fumar cuando aparezco en mis propias historias.

¿Por dónde iba? Ah sí, intentaba escribir sobre una chica triste, y todo porque se me ocurrió la expresión “labios de sal” para decir que una persona acostumbra a llorar, aunque también se me ocurrió el otro día “ojos de caracola derruida” y a eso no le he intentado escribir nada, será porque se me ocurrió de noche, cuando se me ocurren todas las historias, pero no las puedo escribir, porque se me ocurren cuando se van cerrando los ojillos y me adentro a medias en las nubes negras del sueño, a medias porque no hay quien duerma con este calor.

Lo contado en esta historia es aterradoramente verídico.

lunes, 13 de julio de 2015

Las modelos

Y yo las pinto, y ellas al principio medio desnudas y después, siguiendo las instrucciones que les di cuando llegaron vestidas, con el bolso colgando y sin calcular yo bien los resultados, desnudas del todo. Y besándose desde un principio, maldita sea, o descubrieron lo fácil que es amar el cuerpo de una mujer o he dado con las mejores actrices sobre la Tierra. Besándose con los ojos cerrados, mientras se desnudan, y besándose con los ojos cerrados mientras se acarician, ya desnudas, siguiendo mis instrucciones. Y mi pincel temblando ligeramente. Mis ojos que no se separan de ellas, por lo que no pinto, y entonces pinto, pero es un mal trazo, no pinto con pasión como había imaginado mientras ellas se acarician tal como sí lo había hecho. Ahora no se besan, porque una suspira, pero la otra sí le besa, aunque no en los labios, y yo no les puedo seguir el ritmo. De pronto una se tumba, la que besaba, y la otra me mira preguntando si sigue con el plan, a lo que yo asiento con la boca seca. Dejo la paleta, no puedo pintar ni sé si podré cada vez que recuerde la escena. Cruzo los brazos y finjo una mueca de experto observador, como si solo me interesasen las formas, como si ellas se fuesen a fijar en el espectador. Quiero acercarme, es lo único que deseo, pero no puedo, rompería la escena, rompería el trabajo contratado, rompería sus semblantes relajados o atados al placer y en su lugar vería sorpresa, ceños fruncidos o, aun peor, negación. Entonces todo pasa, ellas respiran agitadas y me preguntan si lo han hecho bien, yo respondo que sí dos veces, entonces me preguntan si tengo lo que quería y digo que sí también, mientras de reojo veo en el lienzo unos maltrechos trazos. Ya vestidas con el bolso colgando me vuelven a preguntar por el cuadro y yo prometo enseñárselo una vez lo haya terminado.

sábado, 11 de julio de 2015

Reino Animal

Un niño creció teniendo un guepardo por mascota y protección. Juntos no corrían, solían sentarse a mirar el atardecer en ese mundo en el que todo era blanco, gris o negro, y una densa niebla lo cubría todo. El niño nunca vio al guepardo correr, éste solía estar sentado observando las piedras con sus ojos llenos de legañas, como si pudiese ver más allá de la niebla. Si el guepardo se desplazaba lo hacía caminando a un paso muy lento, y así un día se perdió entre la niebla dejando al niño atrás. El niño tardó en ir en su busca porque una vez privado de su presencia sintió miedo y tardó mucho tiempo en poder levantarse y seguir el sendero de niebla y piedra negra por donde el animal se había marchado. Al poco de empezar a andar el niño fue consciente de que caminaba al lado de un barranco, sin embargo la niebla bajó quedándose a la altura de su cintura, de tal forma que podía ver lo que tenía delante y el barranco parecía un río de nubes. Al tercer día de la niebla apareció un águila que parecía nadar en el aire, pues en ningún momento batió las alas. El ave se alzaba y desaparecía por dentro del barranco, pero siempre avanzaba hacia adelante, por lo que el niño la siguió teniendo que preocuparse solo de dónde pisaba, pues seguía sin ver el suelo. Al sexto día el águila bajó en picado por dentro del barranco y ya no volvió a salir, el niño se sentó en una roca saliente del mar de nubes y esperó, sin embargo lo que vio surgir de entre la niebla bajo la cual no había barranco, sino rocas, no fue el águila, sino una inmensa ballena azul. La ballena saltaba desde las rocas y volvía a caer sumergiéndose en ellas, así una y otra vez, sin intentar nada parecido al nado, y así estuvo toda la noche, hasta que a la mañana del séptimo día no volvió a aparecer y el niño continuó su camino. Donde el barranco daba un giro el niño siguió recto, y así siguió hasta que se acabó la niebla y se encontró caminando sobre piedra negra, sobre una inmensa estepa. Allí encontró una vara de fresno que usó por bastón, y tras seguir andando encontró algo más. Una extraña figura le esperaba en el camino, y al acercarse descubrió que se trataba de un elefante dándole la espalda, un elefante que giró la cabeza cuando estuvo a su lado y que movió las orejas antes de echar a andar. Entonces el niño entendió que ahora sería el elefante y no el guepardo quien le acompañaría en esa nueva etapa.

Dónde

Tal vez ya sea hora de aclarar las cosas, y de aclararme a mí con ellas. Ya no hace falta que otras personas me digan que esas no fueron formas para que comprenda que tienen razón, que irse así, sin decir nada ni avisar, no estuvo bien. Así que eso, en primer lugar pedir perdón por las formas, pero no por la causa, y esa es otra, debería explicarte por qué me marché, pero esa respuesta no la tengo clara ni a día de hoy, por un lado me sentía asfixiado, por otro veía un mundo nuevo que estaba desperdiciando si me quedaba, además de que eras como las brasas, yo veía que no había fuego, me acercaba y me quemabas igualmente. La verdad es que me pregunto cómo te irán las cosas ahora, y si me pongo a recordar, si te imagino vestida de blanco, riendo y dando vueltas, por ejemplo, puedo llegar a plantearme si hice bien al marcharme sin dar una decimoquinta oportunidad, pero bueno, si a ti te interesa saber cómo me van a mí las cosas te diré que he encontrado a alguien, es una chica preciosa y muy inteligente que no deja fisuras por las que puedas aparecer, supongo que es por la tranquilidad que me transmite el que no haya huido de su lado, y sí, te permito, te dejo, que me insultes diciendo que fui un cobarde y huí, no me importa, y es irónico, me pasé toda nuestra relación intentando evitar darte armas y ahora no me importa cuántas tengas.

viernes, 3 de julio de 2015

El viento sopló sobre mi piel, fuerte, muy fuerte, y ésta se empezó a deshacer como si se tratase de arena. Debajo de la piel apareció el hueso, y éste también se deshizo en un polvo blanco, y así, cuando no quedó nada de mí, al fin fui libre.

Argi

Te gusta ser libre, así que buscaría el mejor momento para abrazarte, cuando estuvieses sentada tal vez. Te dejaría que me hablases en tu lengua o en la mía de tus revoluciones, que yo creo imposibles hasta que veo cómo brillan tus ojos. Aceptaría oír a estúpidos solo por ver como les plantas en la tierra y les dejas las cosas claras, aunque crea que es como intentar apagar un fuego echándole papel. Me gustaría verte entrar en el mar mientras te observo desde la orilla. Me gustaría discutir de política contigo y ver cómo te obcecas y pones esa cara, y entonces yo me reiría y tú te enfadarías de que me riese, te irías a otro cuarto y te sentarías enfurruñada, y yo entraría detrás y tal vez sería un buen momento para abrazarte.

Desvaríos

Iba pensando en los tipos de gente mala, y acabé pensando en los malos de película, en los que tienen por fin destruir o conquistar el planeta, y pensé que qué absurdo, que no tenía sentido que fueses eso lo que quisiesen y que en ello pusiesen todo su empeño porque, exceptuando la venganza, ¿qué ganaban con ello? Y entonces se me ocurrió, yo sí podría ser malo a nivel mundial, yo sí tenía motivos y objetivos claros, yo sería un gran villano.
Como andaba pensando en los malos estuve distraído mientras entraba en la floristería, preguntaba si tenían rosas blancas, me contestaban que solo rosas rojas, me marchaba, me llamaban, me decían que habían sacado unas rosas blancas de un ramo de novia que estaban preparando y yo, en casa, acababa pintando las rosas blancas de rojo pensando que era eso lo que quería.
Llevo ya tres coches comprados en lo que va de año y dos de ellos los he acabado vendiendo por mucho menos de lo que me costaron, y ahora no sé si vender el tercero, el coche no es muy bueno, pero tiene un color azul precioso.
El otro día coloqué a siete mujeres en fila de una forma aleatoria, pero después fui alterando el orden tras hablar con ellas, verlas practicar las artes, después de acostarnos, de verlas caminar, de fijarme en cómo toman el sol, de fijarme en el calzado que llevaban en el metro, de saber cuál fue su primer trabajo, de informarme de si tienen mascota y, muy importante, después de preguntarles se leían lo que escribo. Y lo curioso es que una mujer siempre ocupó el penúltimo puesto.

jueves, 2 de julio de 2015

Bukowski

Me gusta jugar con las moscas al ajedrez
porque cuando pierden no se quejan
y se van volando.

Una vez me desnudé en el metro
y la señora de enfrente,
al ver mi inmensa erección,
no pudo sino practicarme sexo oral
delante de los estupefactos viajeros.
Después me pidió ir a su casa
pero yo la rechacé
¿Cómo podía acostarme con alguien
que me la había chupado en el metro?

correspondencia

Escribió lo que sentía en una carta y la enterró, pero un día, despejado o más confuso de lo normal, desenterró la carta y la metió en el buzón pensando que cierta persona debía saber lo que ahí había escrito. Pero había un problema, y es que en la carta no figuraba ninguna dirección, por lo que el cartero fue llevando la carta de buzón en buzón. La gente cogía el correo, leía la carta y la mandaba devolver, pero no sin antes compartirla con quien estuviese cerca entre sentimientos de la más increíble tristeza o un completo desinterés. Así la carta acabó convertida en papel amarillo con letras apenas legibles para cuando logró volver al buzón de quien la había escrito, pero fue su hijo quien cogió el correo y tiró la basura a la basura. La carta había sido leída por el mundo entero a excepción de la persona a quien iba dirigida, a cuyo buzón nunca llegó, tal vez, quien sabe, porque nunca tuvo.