Un niño creció teniendo un guepardo por mascota y
protección. Juntos no corrían, solían sentarse a mirar el atardecer en ese
mundo en el que todo era blanco, gris o negro, y una densa niebla lo cubría
todo. El niño nunca vio al guepardo correr, éste solía estar sentado observando
las piedras con sus ojos llenos de legañas, como si pudiese ver más allá de la
niebla. Si el guepardo se desplazaba lo hacía caminando a un paso muy lento,
y así un día se perdió entre la niebla dejando al niño atrás. El niño tardó en
ir en su busca porque una vez privado de su presencia sintió miedo y tardó
mucho tiempo en poder levantarse y seguir el sendero de niebla y piedra negra
por donde el animal se había marchado. Al poco de empezar a andar el niño fue
consciente de que caminaba al lado de un barranco, sin embargo la niebla bajó
quedándose a la altura de su cintura, de tal forma que podía ver lo que tenía
delante y el barranco parecía un río de nubes. Al tercer día de la niebla
apareció un águila que parecía nadar en el aire, pues en ningún momento batió
las alas. El ave se alzaba y desaparecía por dentro del barranco, pero siempre
avanzaba hacia adelante, por lo que el niño la siguió teniendo que preocuparse
solo de dónde pisaba, pues seguía sin ver el suelo. Al sexto día el águila bajó
en picado por dentro del barranco y ya no volvió a salir, el niño se sentó en
una roca saliente del mar de nubes y esperó, sin embargo lo que vio surgir de
entre la niebla bajo la cual no había barranco, sino rocas, no fue el águila,
sino una inmensa ballena azul. La ballena saltaba desde las rocas y volvía a
caer sumergiéndose en ellas, así una y otra vez, sin intentar nada parecido al
nado, y así estuvo toda la noche, hasta que a la mañana del séptimo día no
volvió a aparecer y el niño continuó su camino. Donde el barranco daba un giro
el niño siguió recto, y así siguió hasta que se acabó la niebla y se encontró
caminando sobre piedra negra, sobre una inmensa estepa. Allí encontró una vara
de fresno que usó por bastón, y tras seguir andando encontró algo más. Una extraña
figura le esperaba en el camino, y al acercarse descubrió que se trataba de un
elefante dándole la espalda, un elefante que giró la cabeza cuando estuvo a su
lado y que movió las orejas antes de echar a andar. Entonces el niño entendió
que ahora sería el elefante y no el guepardo quien le acompañaría en esa nueva
etapa.
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