miércoles, 25 de febrero de 2015

La gota, la gota...

La gota no se decidía a caer. Estaba ahí, casi colgando de la hoja pero no caía, no, y yo ya me tenía que ir. Esas cosas me molestan, yo me comporto de una manera ejemplar haciendo algo que nadie hace para que el universo me lo pague así, increíble. ¿Cuántas personas más le dicen a su chófer que pare el coche y que siga sin ellas para que éstas se acerquen al parque por el que acaban de pasar porque se han fijado en una gota de agua que reflejaba toda la luz del mundo y que prometía caer como una joya ante la expectación de la sala para romperse contra el suelo en un inmenso espectáculo rapidísimo e insignificante? ¿Cuántas, eh? Pues ninguna, ya os lo digo yo, porque solo yo hago algo así, no siempre, por dios, no tengo tanto tiempo, pero me molesta hacer semejante hazaña para que después vaya la gota, le entre la vergüenza y diga que no cae hasta que me haya ido. Me levanto, que estaba de cuclillas, y a punto estoy de golpear la hoja para hacer caer a la gota por la fuerza. Me marcho indignado, con la frente bien alta y los ojos cerrados, así me marcho yo.

Sé antes de entrar en mi planta de oficinas que me asaltará Claudia diciéndome que Filipo ha llamado, que ha llamado buscando hablar conmigo, sé que Claudia le ha mentido diciendo que estaba reunido por temor a decirle que no sabía dónde estaba realmente, lo sé, lo que Claudia no sabe es que yo ya he hablado con Filipo, por el móvil, mientras caminaba desde el parque hacia la oficina, y como Claudia no lo sabe yo no se lo hago saber, me callo la verdad y la sustituyo por una mueca de sorpresa ante lo que me dice Claudia, así pasaré una hora trabajando supuestamente en lo que ya he trabajado, lo que me regalará una hora libre, una hora para pensar, para hacer cualquier cosa en el ordenador, para dibujar o para escribir sobre papel o en un cuaderno, aunque no para leer, pues un libro no hace las veces de algo que pueda pasar por trabajo, una lástima. Claudia se ha puesto guapa, se ha puesto guapa en general, pero destaco mentalmente sus tacones, su extra de maquillaje y su perfume y durante un momento fantaseo con que lo ha hecho por mí, para llamar mi atención, pero no me logro engañar, sé que lo ha hecho por Federico, el italiano, el que tiene suspirando por él a la mitad de las mujeres de la plantilla y que ha descubierto que entornando la puerta del cuarto de las fotocopiadoras, éste se convierte en un gran lugar para besar con sorpresa y pasión a quien se hubiese atrevido a tontear con él allá en su terreno. No recuerdo si le dije, o le hice entender, a Claudia que yo era gay, que no lo soy, pero a veces digo que sí, sobre todo a la gente homosexual, no sé por qué lo hago, pero a veces me presento así, con otro nombre, otro apellido, otra orientación sexual y otro domicilio, aunque realmente dicho domicilio sí existe, pero bueno, no hablemos de eso, hablemos de Filipo. Filipo es lo contrario que Federico en muchos aspectos, en el físico, por ejemplo, mientras que Federico adivina bajo sus camisas un cuerpo duro y atlético, Filipo porta con orgullo una barriga redonda, pero redonda, nunca habéis visto una barriga más redonda, dura, pero redonda. Federico siempre va afeitado y porta una lustrosa cabellera negra, Filipo tiene algo de calva y algo de barba, pero dejemos lo físico, que me aburre. Federico en realidad, si metes el dedo en la llaga y profundizas hasta la mierda, verás que realmente es inseguro, de hecho es de esos que, llegado el caso, huye, Filipo no, Filipo es un ser increíblemente realista que refuerza sus seguridades y protege sus debilidades mostrándolas exactamente como son. Y ya por último, aunque se podría hablar mucho más de esto, decir que si catalogamos la seriedad de las relaciones con mujeres del 1 al 4, mientras que Federico se suele y pretende mantenerse siempre en relaciones de nivel 2, Filipo siempre tiene nada, relaciones de 1, con ruptura de gráficos con varias relaciones de 4 en su historial que lo dejan todo perdido y van en aumento.
A veces, de tanto trabajar, se me olvida qué hago. Soluciono problemas, hago presentaciones, suelto frases geniales en el momento oportuno, despido a uno, contrato a dos, les despido y vuelvo a contratar al primero que eché y vendo información falsa a empresas de la competencia, creo que eso es lo que hago, pero no tengo un nombre dentro del escalafón de mi empresa que me ayude a saberlo, de hecho no aparezco siquiera en el organigrama, y eso que tengo uno de los mejores despachos, hay que joderse, además tengo una secretaria que se llama Claudia que no sé si piensa que soy gay, que teme a Filipo por lo penetrante de su mirada y cuyo corazón presiento roto por Federico. Yo tuve un jefe cuando empecé que tenía en su despacho un mueble bar, cómo le admiraba y cómo admiro, bebía ron con hielo durante el trabajo, frente a los nuevos trabajadores o frente a los clientes, qué grande era, trabajaba borracho y uno ni se daba cuenta, cuando se jubiló y le dije que a partir de ese momento sí que podría beber, me dijo con tristeza que a partir de ese momento ya no tendría sentido hacerlo.
Una mesa de pimpón en la oficina, eso sí que mejoraría la producción, pero tal vez se me fuese la pinza, comprase todas las empresas de pelotas de plástico, las de fabricación de mesas y las de raquetas y quisiese cambiar mi empresa haciéndola la líder mundial de venta de todo lo relacionado con pimpón. Conocí a los dieciséis años a la ganadora nacional de pimpón de mi edad, iba a mi clase, aquella época fue divertida en el sentido de que conocía a los ganadores nacionales de mi edad, o de otras edades, de diferentes cosas, así conocí a un ciclista, a un culturista, a la del pimpón, a una que hacía danza rítmica, a una dibujante que había ganado nosequé y más tarde a una patinadora de hielo, aunque creo que conocí a alguien más, pero no me acuerdo, ah, sí, también a una chica que algo hacía con la gimnasia.
Iba a poner “por” para continuar con “por aquella época también conocí…” pero he puesto por error “poe” aunque luego lo he borrado, pero es que eso me ha recordado a “Poe” lo cual me ha recordado a la poesía, lo cual me ha recordado a un intento de poeta que conocí, un tipo que sufría por sufrir, que parecía que quería sufrir aunque no quería, y escribía poesía, una poesía rara y complicada, una poesía que, sinceramente, me parecía mala, solo que claro, como parecía hablar de cosas de verdad, como parecía hablar de ese sufrimiento que como verborrea le atragantaba las venas, pues era buena. Es una pena que no conserve ningún poema, más que nada porque no tuve ninguno en físico ante mí, porque si lo tuviese se lo enseñaría a Filipo, me encanta escuchar a Filipo comentar cosas, a pesar de que yo pueda no estar de acuerdo, habla como si pariese al hijo de la pasión y la dejadez, el hijo del curioso y lo ya sabido, qué grande es Filipo, una pena que como socio en que se ha constituido hace poco, tenga que timarle, que traicionarle, pues eso no lo he dicho antes, pero suelo traicionar, apuñalar por la espalda, crecer chupando la esencia de otros, solo así se consigue un buen despacho y a una secretaria propia, aunque sea Claudia.
Odio tener tiempo, como esa hora libre, planear múltiples cosas que poder hacer y no acabar haciendo nada y aburrirme como no me hubiese aburrido si hubiese tenido la obligación de hacer algo, aunque fuese aburrido, o si no hubiese planeado nada. Finalmente escribí un microcuento y me marché de allí, a los treinta y dos minutos de haber empezado a trabajar, el microcuento decía así:
“El caballo de Atila, harto de la horrible opinión que existía sobre él, se hizo jardinero”.

Al salir a la calle y despachar al chófer me dirigí al parque intentando adivinar si la gota habría caído o no y si, en caso de no haberlo hecho, tendría público.

lunes, 23 de febrero de 2015

Y así se hace

No recuerdo cómo era eso de escribir, creo que consistía en una sucesión de letras, de palabras, alternando unas más largas y otras más pequeñas, de tal manera que gustan mucho las comas y las íes griegas, así que una muy buena frase puede ser “casa y apabullante, resoplido, veraniego y oscura botella, hija vaga y apóstol de las cerillas”. Pero está claro que no es solo eso, que hay que escribir cosas con sentido porque sino resulta que te dicen que estás intentando innovar y eso acaba cansando, porque puedes decir “árbol, árbol, ¿dónde se dejó las alas el conde Perico?” pero no algo mucho más largo como “En la noche, los búhos, esquivando ratas y miradas, sacan sus tentáculos, que hacen las veces de raíces salidas de la tierra, para internarse bajo los viejos muros de las casas abandonadas o aisladas y hacer crujir los entresijos de los misterios familiares que, pese a pertenecer a los muertos, siguen atormentando a bisnietos que vienen de la ciudad a conocer amores, fantasmas o perros que les acompañarán toda la vida”. Así que es necesario escribir cual títere bajo los hilos de algo terrorífico llamado ideas. Y ahí hay un problema, pues yo tengo la predisposición pero no las ideas, así que qué hago, pues bueno, puedo ponerme una canción con letra e inspirarme por ésta para, tomando un par de palabras de la misma de manera subconsciente, escribir algo que, esta vez sí, sea coherente e incluso una historia, como pueda ser “Solo faltaban un par de helicópteros pertenecientes a cadenas de televisión para que aquello pareciese una persecución de película americana. Un coche robado con los dos atracadores dentro perseguido por dieciséis, no, diecisiete coches de policía. Al cabo de dos horas y media eran ya ciento dos vehículos los que perseguían a los atracadores y no esperaban adelantarles, dispararles ni embestir contra ellos, tan solo esperaban a que se les acabase el combustible y se viesen obligados a parar por las buenas, pero fue entonces cuando estos aceleraron al máximo, sospechando un control unos kilómetros más allá, y el coche, de tanta potencia, se elevó, como hacen los aviones, pero en vez de volver a caer, siguió hacia arriba, en un ángulo bastante recto. Un intrépido policía aceleró también y pronto le vieron seguir por el aire, hacia al cielo, a aquellos dos locos. En un instante ascendían por el cielo ciento dos luces azules y rojas de la policía. Si hubiese habido helicópteros tal vez estos se hubiesen llevado un chasco al no poder alcanzar la altura que habían cobrado ya los atracadores, a los cuales el hecho de atravesar las nubes solo les hizo ponerse una rebequita, que por allí ya refrescaba. Cuando los coches vuelan, al evitar la fricción de las ruedas con el asfalto, gastan menos combustible, solo esto explica que el total de ciento tres coches alcanzasen el espacio, subiendo las ventanillas, ojo, y llegasen hasta la luna, donde, levantando polvo estelar, continuaron con la persecución, mientras los habitantes de la Tierra observaban como la luna se volvía azul y roja a tiempos intermitentes. Y de ahí viene la frase “Ahora que está en la luna la policía”, frase que he utilizado de una canción para escribir esta historia”.

Se nota que hacía tiempo que no escribía, releo lo escrito y me viene a la cabeza la imagen de un anciano peleándose con una pared llena de telarañas.

domingo, 22 de febrero de 2015

El pan de cada noche

Aquella mujer de la pista de baile es simplemente preciosa, no me importaría ocupar el lugar del hombrecillo que la ha sacado a bailar, un tipo de apariencia simple más bajo que ella. Ella es rubia, de ese rubio con zonas tan oscuras que hasta pasarían por morenas, y tiene el pelo recogido en un moño alto, sus labios están pintados de un rojo intenso a juego con su vestido de gala. Verdaderamente preciosa. Tan encantado estoy que mi imaginación hace más cosas que bailar con ella, pero claro, acabo atascado, la beso, desde luego, los primeros besos con una mujer son los mejores, pongamos que también le quito el vestido y nos acostamos durante toda una noche ¿Y qué pasaría después? Seguramente a la mañana siguiente ya no la viese tan bella, sin el tintinear de las luces del lugar, además de que seguro que no la querría y que de quedar en alguna otra ocasión los besos se irían haciendo de ceniza húmeda y el sexo el mismo déjà vu de sorpresas programadas. Mi dilema interno de si acercarme o no a ella queda resuelto cuando se levanta el hombre dos mesas más allá al mismo tiempo que se pone el sombrero. Apuro la copa y le sigo. Mantengo la distancia en el pasillo, retrasándome algo más en las zonas más oscuras, pero sin perderle de vista un instante. Finalmente entra en el baño y yo también, allí veo que no hay nadie más y que él ha cerrado la puerta de un cubículo, abro un grifo, saco mi arma de su funda bajo la americana, abro la puerta del servicio de una patada, el pobre no se ha bajado ni la cremallera, me mira sorprendido y le disparo tres veces. Tiro el arma en la basura del propio baño, entre papeles y cajas de preservativos, salgo del edificio a un ritmo normal, llamo a un taxi, y durante un segundo, mientras se acerca, me imagino que lo he llamado acompañado de la chica rubia, en fin, otra vez será, me quito el sombrero y entro en el asiento de atrás de un taxi que, como todos, se pierde en la ciudad.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Y así cayó la noche

La noche cayó como un telón, no, no, mejor cayó como un cometa, o rápida como un rayo, o audaz como un ave rapaz, la noche cayó como los años sobre la piel, aunque eso sea lento, o rápida y lenta a la vez, como un accidente de tráfico que con impotencia y sin entender bien la situación ves cómo va a ocurrir y, efectivamente, ocurre. La noche, negra como el asfalto, cayó con un tenue manto de estrellas como un avión alcanzado en un ala, como la primera gota de lluvia que te da en la cara, como la pelota que rebota contra el suelo mientras el perro la persigue para devolvérsela a su dueño. La noche cayó como el retumbar de mil cañones, como un marinero al mar y como las olas sobre su barco. La noche cayó como una rana en la charca o una bombilla al precipitarse contra el suelo, como un niño que se tropieza al correr, y ante los ojos de su madre, se golpea en la rodilla para empezar a llorar. La noche cayó como la piedra tirada sobre el agua calmada, como un gato saltando al suelo desde el seto, como el ladrillo que se le escapó al albañil. La noche cayó como el jarrón tan caro que, a medida que cae, produce horribles caras entre los presentes, como un lápiz que sin mostrarlo está quebrando su mina por dentro al chocar contra el suelo, como una chincheta que esperará ya allí su momento para ser pisada por cualquier zapato. La noche cayó como un periódico sobre el césped aun húmedo, como el ascua desde la chimenea quemando el suelo, como el billete de cinco que se te escapa de la cartera.

Y así cayó la noche, aunque se me ha olvidado que más iba a decir.
Porque tú no sabes que cuando te miro
y me miras
no solo miro
sino que te digo tantas cosas
en un suspiro contenido
tantas cosas...
como "quédate conmigo"

domingo, 8 de febrero de 2015

Inocente experiencia

Me levanté del suelo lentamente, sintiendo cómo me pesaba cada extremidad e imaginándome que así se debían levantar los astronautas en el espacio. Marco susurraba cosas al oído de la chica rubia que se reía de una manera que respaldaba mi teoría de que no había bebido mucho. Julio dormía o escuchaba la música con los ojos cerrados, tenía un botellín de cerveza que sujetaba casi con estilo. De pronto yo ya estaba de pie, a esa altura se notaba más el humo. El humo, las botellas, la gente dispersa en tantas posiciones diferentes, mil situaciones privadas puestas en conjunto en un cuadro como aquél, me encantaban aquellas veladas, siempre interés y siempre entretenimiento pese a que realmente no ocurriese nada. Con piernas de plomo avanzaba por el pasillo con una cálida sensación, pensando que sería divertido observar el pasillo a través del vidrio verde de alguna de las botellas que había en el salón. Llegué al baño y mientras sentía cómo me iba vaciando, intenté entender por qué cuando bebes alguna bebida alcohólica, expulsas cuatro veces más líquido del ingerido. Volví al pasillo con la intención de regresar a su vez al salón, pero de pronto vi una puerta entornada que había pretendido ser cerrada. Me acerqué y miré dentro, las luces estaban apagadas y no se oían ruidos, por lo que no iba a espiar a nadie sino a cotillear un cuarto. Al acercar el ojo a la rendija me apoyé sin querer en la puerta y ésta se abrió aun más. Tal como había vaticinado allí no había nadie. Observé la cama, la estantería, la mesa y la silla, aquél era el cuarto de Anabela, la hermana mayor de Marco. Pelo rojo muy oscuro y ojos marrones, era una de las mujeres más hipnotizantes que había conocido en mi vida. Con la calidez pensando por mí di un paso dentro, y ya entré decidido.
Mi dedo acarició el lomo de los libros de la estantería, me senté en su silla y miré por la ventana imaginándome qué pensaría ella al hacerlo. Di vueltas en círculos en mitad del cuarto imaginándomela hablando por teléfono con aquella sonrisa suya. Me tumbé en su cama y me fijé en el libro situado en la esquina de su mesa, al alcance de mi mano. Lo cogí y pasé algunas hojas, parecía una novela barata, edición de bolsillo, de amor, de esas que no suelen gustarme, pero las esquinas machacadas y las hojas desgastadas, los años y el uso le daban otro aspecto, uno con más valor. Lo abrí por la mitad y leí al azar:
“... Matt se acercó a la ventana abierta y apoyó las manos en el borde de la misma, la luz de la luna hacía brillar su torso desnudo.
-Matt, por favor- Las lágrimas brillaban en los ojos de Emily.
Y pensar que hacía apenas una hora los dos habían compartido tanto bajo las sábanas, secretos del cuerpo y secretos del alma...”
-Tío, ¿Qué haces?
Bajé la novela para ver a contraluz, en el quicio de la puerta, a Marco, quien tenía un brazo en la cintura de la chica rubia, que de estar tan pegada parecía ser parte de él mismo. No hice nada, ni me moví ni hablé, tumbado sobre la cama, mirando a Marco por encima de la novela de su hermana, la verdad es que yo tenía un aspecto bastante normal.
-Bah, tú sabrás- Y siguió rumbo a su cuarto.
La puerta, como indicándome que debía volver al mundo en el que quiera que hubiese estado, se entornó sola, librándome de la vista del pasillo, cuya luz se apagó, dejándome a oscuras, libre de nuevo a la imaginación. Dejé la novela en su sitio y me imaginé a Anabela en aquella cama, desnuda, follando con aquel novio que llegué a conocer. Me la imaginé en un principio tumbada boca arriba, con él encima, penetrándola con fuerza entre sus piernas abiertas, las manos de ella en las nalgas de él, siendo partícipe de aquella fuerza que le hacía gemir, luego ella giraba, haciéndole girar también a él y quedando encima, entonces era ella quien dominaba la situación, moviéndose más lentamente en un ritmo que iba tal como ella, tumbada sobre él, quería. Pero entonces ella se erguía, aumentando más el ritmo, con los ojos cerrados, como si cabalgase, apoyando una mano en el pecho de él mientras su propio pecho se movía al compás de sus movimientos... Dejé de imaginarme la escena a propósito, estaba caliente, caliente pero no excitado, la frente y los miembros me ardían. Mientras me había imaginado la escena me había quitado la sudadera y el calzado sin apenas darme cuenta. Me quité el resto de la ropa a excepción de los calzoncillos y me metí en la cama, donde se me fueron cerrando los ojos hasta que me quedé dormido...
Me desperté para oír un portazo y una queja, era Anabela que se acercaba a su habitación. Como si fuese un cuerpo inerte rodé hasta caer al suelo, allí cogí todas las ropas que pude y rodé bajo la cama. La puerta se abrió y entró una Anabela sola, cansada y tal vez borracha. No notó nada extraño y no me descubrió, desde mi posición terrestre pude ver cómo se deshacía de las botas lanzándolas a diferentes puntos de la habitación, cómo se quitaba la chaqueta y los calcetines antes de sentarse en la cama y quitarse los pantalones, dejando sus piernas esbeltas frente a mi cara, a los que le siguieron la camiseta, el sujetador y las bragas. Estaba desnuda, Anabela estaba desnuda al alcance de mis ojos pero sin que yo pudiese verla, pero entonces sus manos entraron en mi campo de visión, bajando unos calzoncillos de mujer de esos que son como los de hombre, y vi cómo un pie se levantaba para entrar en ellos, luego el otro y finalmente cómo subía éste, perdiéndolo de nuevo de vista, mientras ella se ponía de pie. Luego rozó el suelo la parte de arriba de una camiseta blanca muy ancha a la que debía estar buscando el lado correcto antes de ponérsela, después solo oí cómo se metía en la cama y nada más, ahora sí que estaba excitado.
Cuando se me pasaron los calores sentí algo de frío, así que busqué en la más perfecta quietud mis calcetines y me los puse pretendiendo que nadie apreciase mi existencia, fue un proceso que me pareció que duraba horas, me los empecé a poner cuando aún era de noche y cuando terminé ya había amanecido. La luz natural me asustó y salí de debajo de la cama pensando en recoger mis cosas rápidamente y vestirme en el baño, pero cuando me levanté vi el rostro dormido de Anabela y no me quedó más remedio que apartar las sábanas y meterme con cuidado dentro. A tan solo unos centímetros de mi cara estaba la suya, notaba su respiración, dormida daba la sensación de inocencia además de la experiencia que solía transmitir, inocente experiencia. Me acerqué un poco más y junté mis labios con los suyos, en un beso largo y silencioso, me separé y entonces ella abrió los ojos, ojos inmensos, sin exteriorizar emoción alguna, tan solo sus ojos. Mi mano se posó en su cadera y fue subiendo por dentro de la camiseta rozando su piel, la cual estaba caliente. Mi mano llegó hasta uno de sus pechos, el cual rodeé con la mano sin apretar, tenía la piel suave, suave y caliente, como cuando sales de la ducha. Me seguía mirando cuando mi mano descendió hasta su cadera y empezó a tirar hacia debajo de sus bragas, notando cómo bajaban con dificultad al no contar con su colaboración, aunque tampoco contaba con su oposición. Entonces separó los labios y con un tono neutro dijo:
-¿Tú no eras gay?


A la mañana siguiente, apenas unas horas más tarde, me desperté solo en aquella cama, sin rastro alguno de Anabela y con mi ropa en el suelo. A pesar de estar solo me cambié en el baño y salí de aquella casa sin encontrarme con nadie para mi alivio. No volví a pisarla hasta casi un año después, y cuando lo hice vi a Anabela cocinando, apenas me miró y yo apremié a Marco para ir a su cuarto.

Alegría

En el país de las hojas caídas y los pájaros que susurran por guardarse su cantar, un niño persigue mariposas y una niña persigue tigres.
Como las montañas están cerradas y no se puede entrar, y los bosques están inundados de verde, las familias vestidas de flores acuden nadando a las islas del lago, pero cuando salen están secas como si el agua no las hubiese tocado, aun así hay quien se desnuda para abrazar al sol. Los perros cuelgan sus collares en los percheros y aprovechan para jugar a las cartas como no pueden hacer el resto del año, el viejo gruñón se encierra en el barco que está construyendo para que nadie le vea reír, y la niña que persigue tigres blancos en sueños, se quita el vestido y corre desnuda mientras sus padres la persiguen y el gato tuerto asiente satisfecho. La mujer gorda, harta de comer ensaladas, degusta todas las tartas y, cuando está a punto de sentirse culpable, aparece el mago que de su sombrero extrae un conejo asado, y se lo come también. En las islas del lago las manzanas y las peras firman un armisticio mientras el sol cuelga en la puerta de su habitación de hotel, siendo aun de día, el cartel de no molestar. Los pájaros, envidiosos de los perros, les retan a jugar a la petanca, y mientras disfrutan les observa el camaleón con un ojo mientras que el otro está puesto en la chica desnuda que, habiendo dado esquinazo a sus padres y empezando a sentir el miedo de sentirse perdida, es socorrida por el anciano lobo blanco, que la guía lentamente hasta el barco sin terminar, donde ella ve al viejo gruñón riéndose y el secreto les une para siempre.

Al llegar la noche, todos están cansado y a las familias, vestidas ahora de girasoles decaídos sin sol, no les apetece volver nadando, así que ahí, en la playa, vestidos de estrellas, les esperan mil barcos, todos diferentes, que les llevarán a casa, donde se dejaron sin darse cuenta al niño que no les ha echado en falta, pues con toda la paz del mundo ha dedicado el día a perseguir mariposas.

Lunares como estrellas

Ella prometió quedarse solo el tiempo que él tardase en contar los lunares de su espalda, lo que pasaba es que él siempre perdía la cuenta cuando le quedaban dos o tres teniendo que volver a empezar. De tanto que él tardaba, ella terminó por comprarse un espejo para contárselos a sí misma.

jueves, 5 de febrero de 2015

¿Saben esa sensación de despertarse en mitad de la noche y creer que hay alguien sentado en la silla de la habitación amparándose en la oscuridad? Bien, pues esta noche me he despertado y realmente ahí había alguien, pero no era un familiar, una amante o un asesino en serie relamiéndose mientras observa cómo duerme plácidamente su víctima antes de matarla, nada de eso, era un hombre bien vestido si se encontrase en otra época, con capa, bastón y sombrero alto. En ese momento aspiraba aire mientras intentaba encender con técnica una pipa. Me quedé mirándole medio incorporado en la cama, terminó de encender el tabaco y la ignición de éste le iluminó el pálido rostro. Me miraba y yo, por supuesto, le miraba a él, pero no hablábamos, y no lo hicimos durante casi diez minutos, en los cuales ninguno se movió, excepto los músculos de su cara, sus labios y en dos ocasiones su mano derecha, pero todo ello por mantener como se merecía aquella corta pero curvosa pipa. Finalmente, con el tono de quien pide perdón al descubrir que ha entrado en el lavabo de mujeres en vez de en el de hombres, dijo:
-Buenas.
A lo que yo, con cara de dormido pero realmente despierto, contesté:
-Qué hay.
Y otros diez minutos en silencio.

Y una pared desnuda.

Quién me iba a decir a mí que aquel lugar, aquel salón del lejano oeste, que tantos sudores, quejas y dolores le produjo, lo aguantaba solo por mí. Yo pensaba que tras aquella tarde en el banco comiendo pipas y mi "te dejo" suspirado, ella me ignoraría y hasta me prohibiría la entrada al "Gran Saloon", pero cuando a los dos días me quité el sombrero y empecé a darle vueltas en las manos para acabar deduciendo que necesitaba una copa, qué sorpresa me esperaba, y no por poder entrar sin oposición, sino porque cuando levanto la cara del suelo con esa cara de corderito triste que necesita una copa, no solo veo que no está, sino que no hay nada. Se lo había llevado todo, que ojo, era todo suyo, pero se lo había llevado, y yo allí, oliendo el perfume que andaba flotando en aquel salón, mirando las paredes sin cuadros pero con las marcas de los mismos, marcas oscuras rectangulares que atestiguaban que allí había habido cuadros, y yo intentando recordar qué había habido en esos cuadros. Es que ni lágrimas ni odio, terminamos y se cogió el tren como quien se marcha de vacaciones poco más de una semana, y encima, mientras pensaba yo si continuar con el comportamiento que me llevó a la tarde de las pipas, recibo una carta, suya, por supuesto, pero en la cual se le olvidaba recriminarme algo o implorarme perdón jurando que me amaba, porque simplemente me preguntaba que qué tal los duelos contra los tres pistoleros de aquella semana, de una manera más bien escueta como quien calcula gastar la tinta justa. Y yo le contesté, claro, pero de la misma forma, pretendiendo pisar donde ya había pisado alguien en la arena, y nuestra conversación continuó, pero sin el menor ápice de cambio, cuidado, que solo me preguntaba por lo formal y como mucho terminaba con un "Me alegro". Una vez, viendo si aquello se podía cambiar, después del estúpido contenido de mi carta, en un par de líneas le hablé de que me gustaba entrar en el salón, que continuaba vacío, a aspirar su perfume, cada vez más diluido, pero a eso no contestó. Sé que encontrará a otro tipejo del oeste, y que entonces morirá hasta nuestra patética correspondencia formal, pero lo malo es que en el rincón del pueblo en el que ya no se ven sus faldas negras, sigue el salón, un salón vacío que parece aun más vacío por las marcas de los cuadros que ya no están.

martes, 3 de febrero de 2015

A veces

A veces las aventuras no cuentan con dragones y princesas, ni caballeros ni espadas, incluso pueden no tener caballos, trenes o aviones, ni pañuelos rojos, humo, una estación o un baile de salón. A veces las mejores aventuras no salen del país, de la ciudad ni tan siquiera de la calle.

A veces incluso las aventuras son tan pequeñas que si te descuidas no las ves pasar.