Me levanté del suelo lentamente, sintiendo cómo me
pesaba cada extremidad e imaginándome que así se debían levantar los
astronautas en el espacio. Marco susurraba cosas al oído de la chica rubia que
se reía de una manera que respaldaba mi teoría de que no había bebido mucho.
Julio dormía o escuchaba la música con los ojos cerrados, tenía un botellín de
cerveza que sujetaba casi con estilo. De pronto yo ya estaba de pie, a esa
altura se notaba más el humo. El humo, las botellas, la gente dispersa en
tantas posiciones diferentes, mil situaciones privadas puestas en conjunto en
un cuadro como aquél, me encantaban aquellas veladas, siempre interés y siempre
entretenimiento pese a que realmente no ocurriese nada. Con piernas de plomo
avanzaba por el pasillo con una cálida sensación, pensando que sería divertido
observar el pasillo a través del vidrio verde de alguna de las botellas que había en el salón. Llegué al baño y mientras sentía cómo me iba vaciando, intenté entender
por qué cuando bebes alguna bebida alcohólica, expulsas cuatro veces más
líquido del ingerido. Volví al pasillo con la intención de regresar a su vez al
salón, pero de pronto vi una puerta entornada que había pretendido ser cerrada.
Me acerqué y miré dentro, las luces estaban apagadas y no se oían ruidos,
por lo que no iba a espiar a nadie sino a cotillear un cuarto. Al acercar el
ojo a la rendija me apoyé sin querer en la puerta y ésta se
abrió aun más. Tal como había vaticinado allí no había nadie. Observé la cama,
la estantería, la mesa y la silla, aquél era el cuarto de Anabela, la hermana mayor
de Marco. Pelo rojo muy oscuro y ojos marrones, era una de las mujeres más
hipnotizantes que había conocido en mi vida. Con la calidez pensando por mí di
un paso dentro, y ya entré decidido.
Mi dedo acarició el lomo de los libros de la
estantería, me senté en su silla y miré por la ventana imaginándome qué
pensaría ella al hacerlo. Di vueltas en círculos en mitad del cuarto
imaginándomela hablando por teléfono con aquella sonrisa suya. Me tumbé en su
cama y me fijé en el libro situado en la esquina de su mesa, al alcance de mi mano.
Lo cogí y pasé algunas hojas, parecía una novela barata, edición de bolsillo,
de amor, de esas que no suelen gustarme, pero las esquinas machacadas y las hojas
desgastadas, los años y el uso le daban otro aspecto, uno con más valor. Lo
abrí por la mitad y leí al azar:
“... Matt se acercó a la ventana abierta y apoyó
las manos en el borde de la misma, la luz de la luna hacía brillar su torso
desnudo.
-Matt, por favor- Las lágrimas brillaban en los
ojos de Emily.
Y pensar que hacía apenas una hora los dos habían
compartido tanto bajo las sábanas, secretos del cuerpo y secretos del alma...”
-Tío, ¿Qué haces?
Bajé la novela para ver a contraluz, en el quicio
de la puerta, a Marco, quien tenía un brazo en la cintura de la chica rubia,
que de estar tan pegada parecía ser parte de él mismo. No hice nada, ni me moví
ni hablé, tumbado sobre la cama, mirando a Marco por encima de la novela de su
hermana, la verdad es que yo tenía un aspecto bastante normal.
-Bah, tú sabrás- Y siguió rumbo a su cuarto.
La puerta, como indicándome que debía volver al
mundo en el que quiera que hubiese estado, se entornó sola, librándome de la
vista del pasillo, cuya luz se apagó, dejándome a oscuras, libre de nuevo a la
imaginación. Dejé la novela en su sitio y me imaginé a Anabela en aquella cama,
desnuda, follando con aquel novio que llegué a conocer. Me la imaginé en un
principio tumbada boca arriba, con él encima, penetrándola con fuerza entre sus
piernas abiertas, las manos de ella en las nalgas de él, siendo partícipe de
aquella fuerza que le hacía gemir, luego ella giraba, haciéndole girar también
a él y quedando encima, entonces era ella quien dominaba la situación,
moviéndose más lentamente en un ritmo que iba tal como ella, tumbada sobre él,
quería. Pero entonces ella se erguía, aumentando más el ritmo, con los ojos
cerrados, como si cabalgase, apoyando una mano en el pecho de él mientras su
propio pecho se movía al compás de sus movimientos... Dejé de imaginarme la
escena a propósito, estaba caliente, caliente pero no excitado, la frente y los
miembros me ardían. Mientras me había imaginado la escena me había quitado la
sudadera y el calzado sin apenas darme cuenta. Me quité el resto de la ropa a
excepción de los calzoncillos y me metí en la cama, donde se me fueron cerrando
los ojos hasta que me quedé dormido...
Me desperté para oír un portazo y una queja, era
Anabela que se acercaba a su habitación. Como si fuese un cuerpo inerte rodé
hasta caer al suelo, allí cogí todas las ropas que pude y rodé bajo la cama. La
puerta se abrió y entró una Anabela sola, cansada y tal vez borracha. No notó
nada extraño y no me descubrió, desde mi posición terrestre pude ver cómo se
deshacía de las botas lanzándolas a diferentes puntos de la habitación, cómo se
quitaba la chaqueta y los calcetines antes de sentarse en la cama y quitarse
los pantalones, dejando sus piernas esbeltas frente a mi cara, a los que le
siguieron la camiseta, el sujetador y las bragas. Estaba desnuda, Anabela
estaba desnuda al alcance de mis ojos pero sin que yo pudiese verla, pero
entonces sus manos entraron en mi campo de visión, bajando unos calzoncillos de
mujer de esos que son como los de hombre, y vi cómo un pie se levantaba para
entrar en ellos, luego el otro y finalmente cómo subía éste, perdiéndolo de
nuevo de vista, mientras ella se ponía de pie. Luego rozó el suelo la parte de
arriba de una camiseta blanca muy ancha a la que debía estar buscando el lado
correcto antes de ponérsela, después solo oí cómo se metía en la cama y nada
más, ahora sí que estaba excitado.
Cuando se me pasaron los calores sentí algo de
frío, así que busqué en la más perfecta quietud mis calcetines y me los puse
pretendiendo que nadie apreciase mi existencia, fue un proceso que me pareció
que duraba horas, me los empecé a poner cuando aún era de noche y cuando
terminé ya había amanecido. La luz natural me asustó y salí de debajo de la
cama pensando en recoger mis cosas rápidamente y vestirme en el baño, pero cuando
me levanté vi el rostro dormido de Anabela y no me quedó más remedio que apartar
las sábanas y meterme con cuidado dentro. A tan solo unos centímetros de mi
cara estaba la suya, notaba su respiración, dormida daba la sensación de
inocencia además de la experiencia que solía transmitir, inocente
experiencia. Me acerqué un poco más y junté mis labios con los suyos, en un
beso largo y silencioso, me separé y entonces ella abrió los ojos, ojos
inmensos, sin exteriorizar emoción alguna, tan solo sus ojos. Mi mano se posó
en su cadera y fue subiendo por dentro de la camiseta rozando su piel, la cual
estaba caliente. Mi mano llegó hasta uno de sus pechos, el cual rodeé con la
mano sin apretar, tenía la piel suave, suave y caliente, como cuando sales de la
ducha. Me seguía mirando cuando mi mano descendió hasta su cadera y empezó a
tirar hacia debajo de sus bragas, notando cómo bajaban con dificultad al no
contar con su colaboración, aunque tampoco contaba con su oposición. Entonces
separó los labios y con un tono neutro dijo:
-¿Tú no eras gay?
A la mañana siguiente, apenas unas horas más
tarde, me desperté solo en aquella cama, sin rastro alguno de Anabela y con mi
ropa en el suelo. A pesar de estar solo me cambié en el baño y salí de aquella
casa sin encontrarme con nadie para mi alivio. No volví a pisarla hasta casi un
año después, y cuando lo hice vi a Anabela cocinando, apenas me miró y yo
apremié a Marco para ir a su cuarto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario