miércoles, 25 de febrero de 2015

La gota, la gota...

La gota no se decidía a caer. Estaba ahí, casi colgando de la hoja pero no caía, no, y yo ya me tenía que ir. Esas cosas me molestan, yo me comporto de una manera ejemplar haciendo algo que nadie hace para que el universo me lo pague así, increíble. ¿Cuántas personas más le dicen a su chófer que pare el coche y que siga sin ellas para que éstas se acerquen al parque por el que acaban de pasar porque se han fijado en una gota de agua que reflejaba toda la luz del mundo y que prometía caer como una joya ante la expectación de la sala para romperse contra el suelo en un inmenso espectáculo rapidísimo e insignificante? ¿Cuántas, eh? Pues ninguna, ya os lo digo yo, porque solo yo hago algo así, no siempre, por dios, no tengo tanto tiempo, pero me molesta hacer semejante hazaña para que después vaya la gota, le entre la vergüenza y diga que no cae hasta que me haya ido. Me levanto, que estaba de cuclillas, y a punto estoy de golpear la hoja para hacer caer a la gota por la fuerza. Me marcho indignado, con la frente bien alta y los ojos cerrados, así me marcho yo.

Sé antes de entrar en mi planta de oficinas que me asaltará Claudia diciéndome que Filipo ha llamado, que ha llamado buscando hablar conmigo, sé que Claudia le ha mentido diciendo que estaba reunido por temor a decirle que no sabía dónde estaba realmente, lo sé, lo que Claudia no sabe es que yo ya he hablado con Filipo, por el móvil, mientras caminaba desde el parque hacia la oficina, y como Claudia no lo sabe yo no se lo hago saber, me callo la verdad y la sustituyo por una mueca de sorpresa ante lo que me dice Claudia, así pasaré una hora trabajando supuestamente en lo que ya he trabajado, lo que me regalará una hora libre, una hora para pensar, para hacer cualquier cosa en el ordenador, para dibujar o para escribir sobre papel o en un cuaderno, aunque no para leer, pues un libro no hace las veces de algo que pueda pasar por trabajo, una lástima. Claudia se ha puesto guapa, se ha puesto guapa en general, pero destaco mentalmente sus tacones, su extra de maquillaje y su perfume y durante un momento fantaseo con que lo ha hecho por mí, para llamar mi atención, pero no me logro engañar, sé que lo ha hecho por Federico, el italiano, el que tiene suspirando por él a la mitad de las mujeres de la plantilla y que ha descubierto que entornando la puerta del cuarto de las fotocopiadoras, éste se convierte en un gran lugar para besar con sorpresa y pasión a quien se hubiese atrevido a tontear con él allá en su terreno. No recuerdo si le dije, o le hice entender, a Claudia que yo era gay, que no lo soy, pero a veces digo que sí, sobre todo a la gente homosexual, no sé por qué lo hago, pero a veces me presento así, con otro nombre, otro apellido, otra orientación sexual y otro domicilio, aunque realmente dicho domicilio sí existe, pero bueno, no hablemos de eso, hablemos de Filipo. Filipo es lo contrario que Federico en muchos aspectos, en el físico, por ejemplo, mientras que Federico adivina bajo sus camisas un cuerpo duro y atlético, Filipo porta con orgullo una barriga redonda, pero redonda, nunca habéis visto una barriga más redonda, dura, pero redonda. Federico siempre va afeitado y porta una lustrosa cabellera negra, Filipo tiene algo de calva y algo de barba, pero dejemos lo físico, que me aburre. Federico en realidad, si metes el dedo en la llaga y profundizas hasta la mierda, verás que realmente es inseguro, de hecho es de esos que, llegado el caso, huye, Filipo no, Filipo es un ser increíblemente realista que refuerza sus seguridades y protege sus debilidades mostrándolas exactamente como son. Y ya por último, aunque se podría hablar mucho más de esto, decir que si catalogamos la seriedad de las relaciones con mujeres del 1 al 4, mientras que Federico se suele y pretende mantenerse siempre en relaciones de nivel 2, Filipo siempre tiene nada, relaciones de 1, con ruptura de gráficos con varias relaciones de 4 en su historial que lo dejan todo perdido y van en aumento.
A veces, de tanto trabajar, se me olvida qué hago. Soluciono problemas, hago presentaciones, suelto frases geniales en el momento oportuno, despido a uno, contrato a dos, les despido y vuelvo a contratar al primero que eché y vendo información falsa a empresas de la competencia, creo que eso es lo que hago, pero no tengo un nombre dentro del escalafón de mi empresa que me ayude a saberlo, de hecho no aparezco siquiera en el organigrama, y eso que tengo uno de los mejores despachos, hay que joderse, además tengo una secretaria que se llama Claudia que no sé si piensa que soy gay, que teme a Filipo por lo penetrante de su mirada y cuyo corazón presiento roto por Federico. Yo tuve un jefe cuando empecé que tenía en su despacho un mueble bar, cómo le admiraba y cómo admiro, bebía ron con hielo durante el trabajo, frente a los nuevos trabajadores o frente a los clientes, qué grande era, trabajaba borracho y uno ni se daba cuenta, cuando se jubiló y le dije que a partir de ese momento sí que podría beber, me dijo con tristeza que a partir de ese momento ya no tendría sentido hacerlo.
Una mesa de pimpón en la oficina, eso sí que mejoraría la producción, pero tal vez se me fuese la pinza, comprase todas las empresas de pelotas de plástico, las de fabricación de mesas y las de raquetas y quisiese cambiar mi empresa haciéndola la líder mundial de venta de todo lo relacionado con pimpón. Conocí a los dieciséis años a la ganadora nacional de pimpón de mi edad, iba a mi clase, aquella época fue divertida en el sentido de que conocía a los ganadores nacionales de mi edad, o de otras edades, de diferentes cosas, así conocí a un ciclista, a un culturista, a la del pimpón, a una que hacía danza rítmica, a una dibujante que había ganado nosequé y más tarde a una patinadora de hielo, aunque creo que conocí a alguien más, pero no me acuerdo, ah, sí, también a una chica que algo hacía con la gimnasia.
Iba a poner “por” para continuar con “por aquella época también conocí…” pero he puesto por error “poe” aunque luego lo he borrado, pero es que eso me ha recordado a “Poe” lo cual me ha recordado a la poesía, lo cual me ha recordado a un intento de poeta que conocí, un tipo que sufría por sufrir, que parecía que quería sufrir aunque no quería, y escribía poesía, una poesía rara y complicada, una poesía que, sinceramente, me parecía mala, solo que claro, como parecía hablar de cosas de verdad, como parecía hablar de ese sufrimiento que como verborrea le atragantaba las venas, pues era buena. Es una pena que no conserve ningún poema, más que nada porque no tuve ninguno en físico ante mí, porque si lo tuviese se lo enseñaría a Filipo, me encanta escuchar a Filipo comentar cosas, a pesar de que yo pueda no estar de acuerdo, habla como si pariese al hijo de la pasión y la dejadez, el hijo del curioso y lo ya sabido, qué grande es Filipo, una pena que como socio en que se ha constituido hace poco, tenga que timarle, que traicionarle, pues eso no lo he dicho antes, pero suelo traicionar, apuñalar por la espalda, crecer chupando la esencia de otros, solo así se consigue un buen despacho y a una secretaria propia, aunque sea Claudia.
Odio tener tiempo, como esa hora libre, planear múltiples cosas que poder hacer y no acabar haciendo nada y aburrirme como no me hubiese aburrido si hubiese tenido la obligación de hacer algo, aunque fuese aburrido, o si no hubiese planeado nada. Finalmente escribí un microcuento y me marché de allí, a los treinta y dos minutos de haber empezado a trabajar, el microcuento decía así:
“El caballo de Atila, harto de la horrible opinión que existía sobre él, se hizo jardinero”.

Al salir a la calle y despachar al chófer me dirigí al parque intentando adivinar si la gota habría caído o no y si, en caso de no haberlo hecho, tendría público.

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