lunes, 24 de octubre de 2016

El espectador

Igual tengo este rostro serio a propósito, esta cara que a alguna le ha hecho pensar que estoy enfadado. Tal vez la tengo para que la gente en espacios públicos (o privados pero públicos) me mire una sola vez y me olvide. Así puedo ser el espectador de las minucias de la vida sin alterarlas con mi presencia y de esta forma poder transcribirlas. Así cuando sonrío entro en escena y la persona sonreída sabe que ha entrado en escena para mí.

jueves, 20 de octubre de 2016

La bufanda

Toma mi palabra y póntela
de bufanda
no te protegerá de esta lluvia
las críticas seguirán siendo duras
y el sol la atravesará.

Sin embargo sentirás
el corazón
más cálido.

El cielo está descrito

El cielo está escrito
¿quién lo describirá?
El escritor que lo describille
buen escribidor será.

La niña le dice a su padre

La niña le dice a su padre
que va a ser abuelo.
Éste cree que imagina
luego, que es un juego
luego, un juguete nuevo.
Y cuando oye un llanto en la noche
y abraza a la criatura en brazos
se le cae el mundo a pedazos
viendo que es viejo y que es abuelo.

Cuéntame las historias que le cuentas a los viajeros

Y entonces se produjo el final del viaje y la encontré en el puerto, o encontré lo mejor que podía encontrar, la seguridad de que había estado allí, las sábanas calientes, comida en la despensa y el olor con el que impregnamos las cosas que usamos o rondamos durante mucho tiempo. No dar con ella tampoco era tan importante, yo cumplía avisando de aquella información, y así lo hice. Entonces me pidieron sus últimos momentos en aquel lugar, sus últimos años.
Ella llegó como había llegado a todos los sitios desde que empezó a correr siendo una niña: huyendo o con la emoción de encontrar algo nuevo. Hacía tanto esto que acabó por huir con tal de dar con algo nuevo. Sin embargo aquella ciudad portuaria debió conquistarla, si no es que fue algo de ella. Por supuesto pensé en un hombre, pero estaba muy equivocado, ¿una mujer? Tampoco. Claro que hubo hombres, pero, ¿cuándo no? En realidad no tengo una respuesta clara de por qué por una vez escogió un destino aunque fuera solo por unos años, esto no es una historia ni sabe quien la cuenta todos los detalles. Las visitas se sucedían sin repetirse y ni siquiera solía comprar en el mismo sitio, trabajó en todos los cafés y bares de la ciudad, desde el elegante le Rouge hasta un cuarteto con pinta de retrete gigante donde iban los marineros holandeses y singapurenses a emborracharse y a partirse la nariz. Sin embargo, en mi asombro, cuando intentaba averiguar algo más y me encontraba de nuevo bajando la calle que comunica el que fuera su piso con el puerto, vi el tono anaranjado que lo cubría todo, el frío soportable con matices cálidos y las gaviotas silenciosas que patrullaban el bajo-cielo y sentí lo que debió sentir ella, ¿por qué no quedarse?
Y creo sinceramente que se hubiese quedado si no la hubiesen empezado a mirar, creyendo conocerla perfectamente y viendo solo lo que ella quería que viesen aunque en realidad no quisiese que viesen nada. Al parecer bajaba al puerto cuando llegaba un nuevo barco y estudiaba a los pasajeros, los marineros nunca le interesaban a no ser que fuesen muy jóvenes, que diesen la sensación de haber acabado allí por error o tuviesen esa aura de estar perdidos. Porque en definitiva era eso lo que buscaba, gente perdida, gente fuera de lugar, con predilección por artistas o fugitivos de sí mismos que pagaban un pasaje en un barco de carga para apearse en el puerto de nombre más incierto. No se daba cuenta, o sí lo hacía, ella era consciente de muchas cosas, de que aquellas mismas personas eran quienes más la acercaban a ser descubierta no ya en aquella ciudad, sino en su extenso ya itinerario pasado. Lo que hacía con ellos es conocido, los llevaba a su casa, o a algún hotel si parecían violentos, y allí se acostaba con ellos, tan solo se desnudaban o hablaban hasta el amanecer. Siempre bebiendo, eso sí, así afloraba los corazones de sus compañeros y compañeras y tenía una escusa para emborracharse y emborronar los sueños que le solían provocar furiosos insomnios.
Al oír de nuevo estas historias tan iguales y solo diferenciadas por la buena intención de quien las contaba, fue cuando escribí: Cuéntame las historias que le cuentas a los viajeros que se pierden en tu cama.
Pero igual se cansó también, o apareció alguien como yo antes de mí. Lo cierto es que después de haber visto a tanta gente bajar de aquellos barcos se montó en uno y se perdió en la lejanía. No me sorprendió escuchar que el barco había naufragado y que no había supervivientes. Me hubiese gustado ver la cara de sorpresa de las gentes del puerto al ver en unos meses regresar aquel mismo barco naufragado, y es que lo más probable es que fuese ella quien iniciase el rumor del hundimiento, lo más probable es que ni siquiera fuese a bordo.

Al final, el rey

Es de noche y el rey está en su jardín privado. De pronto llega corriendo un emisario y le comunica que la ciudad está sitiada, que el oro no ha servido o que se ha manchado de sangre, qué más da. El rey quiere quedarse allí, pero no le dejan. Debe separarse de los loros amarillos y las jirafas cruzadas con caballos.
 —Señor, el jardín es peligroso, los proyectiles podrían hacerlo arder.
Entonces el rey se dirige a sus aposentos y tampoco se lo permiten. Cuántos reyes han muerto entre las sábanas con los ojos destacados; nunca sabes cuándo una pared es una pared y cuándo un espejo es un espejo.
Al rey le llevan a la sala del trono y allí se encierran sus cargos de confianza con él. Desde la ventana más lejana se ve el fuego que proviene de las murallas, todas las ventanas son cerradas. La noche continúa, el rey, sentado en el trono, siente dolores y pide cojines y alimentos, pero es demasiado peligroso, los pasillos están a oscuras y hay que desconfiar del servicio que queda.
Suenan las campanas que llaman a las fuerzas de reserva, es entonces cuando salen de la sala del trono los últimos generales. La noche sigue pasando y la sala está a oscuras por temor a que los enemigos dirijan sus máquinas contra el palacio.
Llaman a la puerta dando la clave y una muchacha comunica que hay demasiados heridos, es entonces cuando se van los médicos de la corte y los líderes religiosos. El rey tiene tanta sed y exige beber con tanta vehemencia que los presentes se pasan pañuelos por la frente y escurren su sudor en la boca del monarca.
Entonces unos gritos cercanos hacen abrir una ventana y temiendo por las posesiones reales abandonan la sala los gestores y los sabios. La ventana se cierra y el silencio que sigue amplificaba los sonidos de la lucha y el dolor del otro lado de la ciudad, de todos los lados alrededor del palacio.
El rey pide que se le cuente una historia, el muchacho que lo hace le habla del amor, la tristeza, el honor y la esperanza, pero el monarca parece no escucharle.
Se van perdiendo zonas de la ciudad y la lucha se acerca tanto que los nobles se visten con sus emblemas y salen a dirigir a las pocas personas que quedaban, entre ellas el muchacho. El rey se queda solo en la sala del trono. La sala está vacía y a oscuras. Al poco se apagan los sonidos cercanos de los pasillos y entonces también queda en silencio. El rey sigue sentado y mira la puerta cerrada, que queda enfrente de él. El muchacho debía haberle hablado de otras cosas. El rey se levanta y se dirige a la puerta pensando en el jardín, en los loros amarillos y las jirafas cruzadas con caballos. Camina despacio, sintiéndose caer a cada paso, sin saber quién abrirá primero la puerta.

martes, 18 de octubre de 2016

Te tengo

Habíamos dicho nuestros nombres y poco más. El curso ahora lo daba Vicente, lo cual era una pena porque Guillem era bastante bueno. Sin embargo las cosas deben cambiar y yo solo pensaba que esta vez ganaría a Guillermo y que ambos le daríamos una paliza a los creídos de filosofía (que paradójicamente son los que más sumergidos están en la caverna de Platón). Habíamos dicho nuestros nombres y poco más y no había prestado atención al chico de la esquina porque había dicho llamarse Alejandro, como el chico que tenía detrás, y la repetición distrae. Y no sé en qué momento fue que de pronto lo vi. Curiosamente estábamos jugando a elaborar en la pizarra una historia llena de imposibles y locuras, y enfrente de ésta yo tuve de pronto un flasazo de verdades y comprendí que aquel chico de la esquina, más que llamarse Alejandro se llamaba Alejandro Lanchas.
Una vez me acerqué a un desconocido en el metro y le pregunté que si se llamaba así, la mandíbula prominente era la misma, me dijo que no y ahí acabó la historia. La historia comienza en verdad hace años con aquella que pulula y no se queda quieta, como tantas historias comenzaron. En resumidas cuentas, cuando aparecí yo él le dedicaba hermosos poemas (de los cultos con métrica cuidada, no como los míos) y le profesaba un amor que a ella no le hacía falta ignorar ni esquivar, tan solo le hacía sentirse alagada. Entonces ella y yo comenzamos aquella historia que fue y desapareció sin saber si volvería, y él me odió como odia Prometeo al águila que le visita cada mañana. Me dijo “has conseguido lo que yo más quería, pero eso no te hace mejor”. Y bueno, jamás nos habíamos visto en persona pero en una ocasión soñé con él y le busqué para no hallarle. Ella me confesó que cuando aún salía con el hombre que tenía pelo de oveja negra y no sabía pintar, se encontró con Lanchas en una parada de autobús (allá por la sierra de Madrid, por donde vive esta gente) y entonces le dio por ponerse excesivamente cariñosa, para mayor tormento del pobre Alejandro, que en su tiempo alzaba la frente, una frente informática, y me confesaba que él había besado a tres chicas ya (pero no a Lucía ni a Clara poor Alejandro).
Mi historia con él nunca terminó porque jamás tuve muy claro cuál era. De vivir en otra época nos hubiésemos batido en duelo sin tener en realidad un motivo, solo por ser un par de románticos de los malos.
Y ahora te tengo a mi alcance, señorito Lanchas, yo sé quién eres tú, pero, ¿sabes tú quién soy yo? ¿Buscabas mi rostro cuando no dejabas de mirar el móvil? No te lo voy a poner fácil, Alejandro. No voy a ir a aclarar identidades, a que nos riamos y a que desaparezcas. Lo que voy a hacer es que entre los escritos que hagamos y leamos vas a ver cómo escribo cierto nombre y sobretodo cierto apellido que conoces muy bien. Vas a reconocer situaciones y si no dices tu apellido, si estás completamente seguro de que nadie en el aula lo conoce, entonces lo verás aparecer. Quién sabe, igual te acerque en mis escritos a aquello que solo te hizo sufrir en vida.

lunes, 17 de octubre de 2016

Poison para dos

—Sí, te lo prometo. Fue así, que sí.
—Ay, me encanta, ¡sigue por favor! Sigue hablando, haz eso que haces con la boca.
—¿El qué? ¿Esto?
—¡Calla, calla! ¡Sigue hablando! Cuéntame algo, ay, olvídalo, deja de hacer eso, que lo vas a estropear.
—¿Voy a estropear mi forma de hablar?
—No es tu forma de hablar, es… ¡Eso! Sí, sigue, por favor. Ay, ¿pedimos otra?
—Claro… ¡Camarero!
Y el camarero se acercó. De entre toda la noche se quedaba con aquellos dos clientes, y no porque no dejasen de consumir, sino porque se les veía alegres. Había visto cómo ella estaba en otra mesa y cómo se le había acercado, cómo habían empezado a hablar y cómo habían superado los pormenores iniciales para meterse de pronto en aquella situación en la que estaban, más propia de quien ya está casado. Además él ya le había dado un adelanto y un recado, más le valía no equivocarse de mesa al servir sus bebidas.
—Ay, qué guapa estás esta noche.
—¿Y no lo estoy el resto?
—No lo sé, eso tendrías que decírmelo tú.
—Anda, bebe. Según te emborrachas más y más vas alternando entre estar interesante y estar insoportable. Tienes suerte de que cuando me acerqué estuvieses interesante, porque si no me hubiese bebido una copa y me hubiese marchado con aquel… ¿dónde está?
—¿El que tenía pinta de francés?
—Sí.
—Se marchó, no dejaba de mirarte las piernas y…
—Unas piernas magníficas.
—Magníficas. Que como no le hacías caso se marchó.
—¡Pero si sí que le hacía caso!
—Ya, chiquilla, pero él era homosexual.
—¡Y tú que sabes!
—Hombre, ese bigote…
—Por ese bigote es por lo que le llamamos francés. Para eso podíamos haberle llamado el homosexual desde el principio.
—Entonces podíamos haber dicho que tú no le mirabas.
—Ni que él me miraba.
—Ni que te habrías ido con él. Ni que soy insoportable…
—Bueno, eso sí.
—¡Oye! Más consideración con quien se está arruinando por aguarte la sangre con alcohol.
—Yo no te lo he pedido, ni hace falta que pagues por mí. Tranquilo.
—¿Eso es todo?
—Debes aprender a tener clara la diferencia entre ser un galán y ser gilipollas.
—¿Y si te digo que ya pagué y que como no puedes pagar entonces estás siendo invitada a la fuerza?
—Pues pago otra vez. Pero así estarías consiguiendo volver a mis planes originales.
—¿Y cuáles son?
—Acabar en mi cama.
—¡Lo dudo!
Y llegados a este momento ella se extraña ante las palabras y la risa de él.
—¿Por qué?
—Porque el camarero lleva sirviéndonos veneno en las copas toda la noche.
Entonces ella aprieta los labios, arruga la frente y él ya sabe que ella va a estallar en una carcajada antes de que finalmente lo haga.
—¿Enserio? ¡Estás loco!
—¡Lo sé, pero es genial! Jamás has hecho nada igual con otra persona.
—¡Rematadamente loco! ¡Brindemos!

La noche es fría y él se alegra de que el abrigo de ella sea más abrigado que el suyo propio y que no tenga que ofrecérselo. Caminan por una calle que se sale de la civilización, se sale de todo. Ella zigzaguea un poco, puede ser por la bebida, o por lo que llevaba ésta. Finalmente se sienta en un banco, ladea la cabeza y cierra los ojos. Podría estar dormida, perfectamente podría estar dormida. Tiene las manos metidas en los bolsillos y el pelo recogido. Él se queda quieto delante de ella y si reanuda el paseo es porque como siga mirándola va a poder flaquear por primera vez. Mete las manos a su vez en los bolsillos y va reduciendo el ritmo. La imagina sentada poco detrás de él, quizá se ha caído y ahora está tumbada sobre el banco. Este pensamiento le da ganas de girarse y de reponerla en aquella posición tan perfecta en la que estaba, pero no lo hace porque el viento es frío y entre él está la muerte y no quiere que le encuentren tirado hacia ella, quiere que le encuentren alejándose, que le encuentren de pie, muerto y de pie, como un señor. Se pregunta hasta dónde está borracho y hasta dónde es un tipo con un plan y que ahora no sabe cómo sentirse después de haberlo llevarlo a cabo. ¿Ella está muerta? Otra vez esas ganas de girarse, aunque claro, si va a morir, ¿qué más da girarse, quién le va a juzgar? Qué más da cómo le encuentren, aunque claro, el cómo la encuentren a ella sí que importa, porque a ver si le van a robar o incluso le van a decir hola guapa qué haces aquí dormida en mi piso se está mejor. Y cómo será para que les encuentren y avisen a las autoridades y todas esas cosas… Lo ideal sería ella ahí, dormida en aquel banco e inmediatamente después ella dormida en su velatorio. Piensa en lo que acaba de pensar y se da cuenta de que esas palabras podrían significar ella dormida en el velatorio de él, ella viva y aburrida y él muerto. Pero claro, también hay que pensar que el suelo da vueltas y que

viernes, 14 de octubre de 2016

Tu presencia

Si hay un más allá ¿a quién nos encontraremos? Este es el problema de quienes quisieron y perdieron por muerte o distancia. Pero no es el tuyo, porque no se sabe si tú has querido tanto pero sí que te han querido, que has sido querida, que un gigante multiforme te siguió los pasos y se desmoronó en el puente de tablas sueltas que cruzaste dando saltos. Tu problema es que te han querido siempre, antes de que nacieras, siempre has estado ahí y te han escrito, dibujado, cantado. Algunos levantaron la espada, otros la pluma, incluso hubo quien te quiso invocar (y todos te evocaron). Y tú les respondiste siempre con esos gestos que despiertan esperanzas sin razón, pues en verdad son absolutamente indescifrables. La pregunta es si en esa historia, en la Historia, en tu historia, alguna vez correspondiste a alguien.

jueves, 13 de octubre de 2016

Su presencia

Nadie le quiere demasiado porque nunca está el tiempo suficiente para dejarse querer.
Sin embargo,
todos le quieren un poquito porque ese rato que está te hace bien
y distraído sonríes
como cuando miras a la nada y te acuerdas de algo.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Llueve

El cielo se vuelve más uniforme que cuando es azul. Pensaba que era de un blanco sucio, pero ahora pienso que es un blanco con sombras producidas por el mismo cielo al hacer una cúpula que deja fuera al Sol. Qué bonita es la palabra plomizo, si fuese un animal tendría uno. El naranja de los ladrillos se vuelve más oscuro y el tono me gusta más, los árboles parecen volverse distantes. Al principio miras el cielo y después al suelo para verlo mojado, entonces buscas las gotas caer en algún fondo oscuro del paisaje. Más tarde éstas se perciben mires donde mires. Pero lo que más me gusta es ese sonido a grifo que gotea, esa sensación de que el agua se mete por agujeros en los ladrillos y se escurre en pequeños riachuelos por entre las paredes.
Qué bien que llueva.

Vengo a mirarte a los ojos

Vengo a mirarte a los ojos y pedirte perdón
pero si me das la espalda no te puedo ver los ojos
(qué omoplatos más bonitos)
y la sala se queda fría
y tú te vas
yo te espero, y también me voy
y el perdón se deshace como las magdalenas en el café.

sábado, 8 de octubre de 2016

De tanto limarlo quedó liso

La empresa Piensen, fabricante de electrodomésticos, ha diseñado unos lavavajillas que a pesar de empezar a hacer ruidos propios de las máquinas una vez se ha metido la pastilla y se le ha dado al botón, no empiezan a lavar hasta cinco minutos después, tiempo justo para que las personas vayan corriendo a introducir ese tenedor que se les había olvidado o esa olla exprés.


Mi hermano es fiel seguidor de la doctrina de las tres comidas y da igual a la hora que se levante que él desayunará. Además, como siempre dicen (y si no dicen al menos dice mi madre) que hay que desayunar bien, desayunar abundante, mi hermano se prepara sus zumos, su colacao, sus galletas, sus magdalenas y sus kiwis y desayuna con tal lentitud y parsimonia que aquello parece más bien una ceremonia, y esto siempre se da, ya se levante a las siete y desayune con los ojos cerrados como si se levanta a las dos y mientras él moja lentamente una magdalena en la taza nosotros comemos arroz con pollo. Esto hace, claro está, que acabe comiendo y cenando a horas dispares y nunca coincidamos.
También ha descubierto que existe una cuarta comida (visto desde el punto de las tres comidas, para quienes siguen los dogmas de las cinco comidas ésta sería la sexta). Lo ha descubierto en las noches en las que el trabajo manual le ha mantenido com-ple-ta-men-te en vela y se ha acostado cuando mi madre y yo madrugábamos. Esta nueva comida se halla después de la cena y sirve para calmar al estómago que se encuentra desorientado. Si alguna vez se encuentran ante la necesidad de probarla sepan que no hay que cocinar nada, la comida ha de ser de preferencia salada pero el postre puede ser una taza —que no vaso— de leche con cacao pero nunca un café cortado o con hielo porque siempre existe la posibilidad de dormir algunas horas y en cualquier caso siempre nos quedará el desayuno.


Un cocinero mundialmente conocido, buscando una comida que literalmente se te deshiciese en la boca, ha acabado por inventar unos caramelos que literalmente se te deshacen en la mano.


El señor Filoberto se puso un día su traje blanco nuevo y al cruzarse por los pasillos del trabajo con la señorita N., que es secretaria pero no su secretaria, ésta le dijo:
—Qué guapo va usted hoy, señor Filoberto.
Al día siguiente el señor Filoberto se puso un traje de pana, aunque no llevó el blanco a lavar sino que lo dejó ESTIRADO y CON CUIDADO sobre una silla. Al cruzarse por los pasillos con la señorita N. ésta le dijo:
—Qué guapo va usted hoy, señor Filoberto.
Y al día siguiente, ante un traje gris marengo (que es un color y no un baile, lo he comprobado):
—Hoy también va usted muy guapo, señor Filoberto.
Y así, al cabo de dos semanas, con todas las sillas de la casa ocupadas por trajes que parecían una reunión de gente desaparecida, el señor Filoberto llamó al trabajo para avisar de que el martes no iría a trabajar, y como avisó con tanta antelación y se pudo encontrar un sustituto la única consecuencia fue que aquel día no cobraría. Sin embargo el martes el señor Filoberto sí fue al trabajo aunque no a trabajar, tan solo se escondió detrás de un extintor —que le cubría todo el cuerpo por ser tamaño industrial— y presenció la escena en la que se encontraron la señorita N. y su sustituto. Quería ver si para la secretaria lo importante era el traje de cada día o era lo que éste escondía. Cuando se cruzaron, la señorita N. miró al sustituto y éste le dijo:
—Qué guapa es usted, señorita.
Desde entonces el señor Filoberto no falta a trabajar nunca, ya tenga tenga treinta y ocho de fiebre, sea domingo y no haya trabajo o aunque se haya muerto Muslitos, perro fiel compañero de la infancia.


En la casa de mis vecinos apenas solo se viste de negro: Camisas y camisetas negras, vestidos negros, trajes negros y ropa interior negrísima. Pero no hay hogar que se salve de tener algunas prendas claras, aunque sean el trapo de cocina, las toallas o las persianas, y todo el mundo sabe que la lavadora tiene dos formas de llenarse, ya sea con
PRENDAS OSCURAS
o con
BLANCOS

Es por eso que ahora hay una lavadora de BLANCOS apuntito de ponerse, ya con las prendas dentro del tambor y todo, el problema es que aún queda-espacio y es un derroche ponerla a funcionar si aún caben cosas. Mientras se espera a que se termine de llenar, pasan los días y en el cesto de la ropa sucia las ropas oscuras crecen hasta rebosar y empieza a surgir una columna negra junto a la lavadora. Empieza a no ser raro encontrar calcetines negros entre los tenedores, bragas oscuras en el cajón de las verduras o vaqueros grises enrollados entre las ruedas del coche —negro, por supuesto— y es entonces cuando los hijos, que son adolescentes (la creme de los hijos) se quejan diciendo que ya no les queda ropa limpia que ponerse y que el gato con tanto fular encima parece un armadillo sedoso. El padre, que es quien se encarga de las cuestiones domésticas, se dirige entonces con paso firme a poner una lavadora para recordar al final que primero hay que poner una de ropa blanca. Los hijos buscan entonces desesperados con qué llenar el tambor y descubren con pavor que en la lavadora sin terminar de llenar está toda la ropa blanca de la casa. Después de lograr regular la agitada respiración, piensan con qué más llenar el tambor y les vienen a la cabeza el cenicero y las baldosas de la cocina, blancas todas. Pero una vez arrancadas y ya ante el ojo de buey de la lavadora miran la otra cara de las baldosas y ven que aquello es marrón y claro ¿cómo sabes tú que una baldosa no destiñe? Finalmente hacen lo que hicieron, pregonaron por todo el vecindario una colecta de ropa clara, preferentemente blanca. No querían quedarse la ropa, hablaban de lavarla y después prometían devolverla, todo fuera aprovechar el lavado. La broma acabó por suponerles poner veintisiete lavadoras seguidas, todas de ropa blanca que después hubo que tender (acabaron por aprovechar los árboles del monte vecino) y los hijos de la familia se vieron obligados a ir el lunes a clase con ropa negra pero sucia que por alguna extraña razón más allá del sudor olía a gato.


En el barco de pasajeros Atalanta se embarcaban emigrantes (emigrantes occidentales, pobres pero no odiados), viajeros, comerciantes, artistas y toda una serie de personajes incalificables entre los que se encontraban un hombre huido de la justicia y otro que por alguna extraña razón se iba a comprar tabaco a las Américas. Aquel era un viaje largo y muchos sabían que no volverían a ver a sus seres queridos en bastante tiempo, razón por la cual había un hombre vendiendo pañuelos blancos a precio de oro a las familias y amantes que desde un muelle a rebosar se despedían de quienes desde cubierta agitaban también pañuelos de mayor variedad de colores. Finalmente el barco hizo retumbar su claxon de los mares y empezó a moverse despacio provocando que ambos bandos agitasen más eufóricamente sus pañuelos y se gritasen esos tequieros que habían guardado para cubrir con sorpresa la ausencia de los meses venideros. Sin embargo en la sala de máquinas explotó una clavija, se salieron de su sitio un par de tuberías y se desmayó el capitán Smith al enterarse de todo esto, razones por las cuales se detuvieron las hélices del barco que, como llevaba poca distancia y velocidad, se detuvo completamente enseguida, sin haber salido del puerto, sin haberse alejado apenas del muelle (el ejemplo gráfico es que el barco estaba desordenado respecto al muelle). Familiares y viajeros se sorprendieron enormemente pero creyeron que el capitán, bonachón y buena persona, había querido que se despidieran un poco más. Quienes habían gritado declarando su amor se morían ahora de la vergüenza. Sin embargo, mientras las labores en el puente de máquinas continuaban, los viajeros se empezaban a cansar y ya apenas se oían gritos y los pañuelos se movían ya tan lentos que se confundían con la espuma del mar. Cuando dos horas después llegó tarde un reportero gráfico que estaba preparando un reportaje sobre el éxodo nacional y vio aquella triste escena, tristísima escena, del barco saliendo del puerto sin nadie en cubierta y sin nadie despidiéndose en el muelle, escribió un artículo demoledor acerca de la pérdida de la moral y las buenas costumbres.


La empresa Pluscuam, fabricante y vendedora de ropa, harta de demandas sociales y judiciales, ahora tiene en algunas de sus tiendas un cartel que reza:
HOMBRES Y MUJERES
Y en otras:
MUJERES Y HOMBRES
Y bajo estos carteles se encuentran confundidas las prendas anteriormente conocidas como de mujeres y de hombres y que el consumidor se apañe que la tienda no quiere más líos de géneros (que los tendrá, en un futuro ambos carteles añadirán las palabras Y DEMÁS).
El dueño de la empresa de hecho es más bien conservador, es casi anciano el pobre, pero aprendió hace tiempo que los problemas de la vida son los problemas y aunque esto suene a cualquier cosa lleva mucho pensamiento detrás. Ahora este hombre lee el periódico y mientras piensa si comprar acciones de la empresa Piensen desde luego sabe que quiere uno de sus lavavajillas.

lunes, 3 de octubre de 2016

Y así puedo verte

A la persona cuyo segundo nombre significa Margarita

Corta los pimientos deprisa queriendo terminar antes de que su madre empiece con las cebollas. Le hace gracia un pimiento verde con la punta roja, piensa en una historia en la que un pimiento decide evolucionar, pero en ese cuento, ¿en qué lugar quedarían los pimientos amarillos? ¿Las guindillas serían enemigas o aliadas?
Consigue distraer a su madre de cortar cebollas preguntándole si no tiene que preparar café para tenerlo listo por la mañana, sin embargo el haberla hablado incita a la conversación y ella le pregunta:
—¿Al final halaste con este, tu amigo, este, sí…
—¿Con quién, mamá? —sabe perfectamente a quién se refiere, pero solo le dará el gusto de contestar si ella recuerda su nombre.
—Este, tu amigo, el de la carta.
—No sé de quién hablas —hablas de Manuel, mamá, de Manuel.
—Sí, el de los rizos.
—Ni idea —no, mamá, no hemos vuelto a hablar.

Se sube a su cuarto y allí cierra la puerta. También baja la persiana y el estor, no porque tema que le vean desde la oscuridad de la calle, sino por sentirse en un espacio reducido, aislado, como si la habitación se despegase de la casa y lentamente fuese dando vueltas por el espacio. Sin embargo la magia se rompe cuando se ve obligado a abrir la puerta e ir al baño porque ha olvidado lo más importante. De nuevo en su cuarto abre la caja de madera que esconde detrás de las reservas de papel higiénico y saca de ella varias velas blancas y un mechero que desentona con lo ritual de los demás objetos pero que es mucho más manejable que, por ejemplo, unas cerillas. Las velas le sirven para concentrarse mejor en el círculo que elabora con ellas, ni siquiera apaga la luz pese a encender éstas.
Cruza las piernas, apoya los brazos en éstas, cierra los ojos, espera, oye su respiración pausada como si fuese amplificada, como si un gigante respirase a su espalda, se imagina esa respiración de color azul.
Entonces
Abre los ojos y ante sí está ella, como en un holograma. Con las formas de su cuerpo claras pero ligeramente transparente, como si fuese un fantasma. Mirarla un rato, si no estás acostumbrado, acaba mareando.
—Hola —y el pobre no puede evitar sonreír al decirlo.
Ella mira a un lado y a otro. Parece que está mirando la habitación en la que él está sentado pero no es así, ella está mirando su propio alrededor en donde él tan solo debe ser una figura ligeramente irreal que marea a la vista.
—¿Por qué me has llamado ahora? —en la voz se le nota que está algo molesta, tal vez inquieta. Él sabía que probablemente la encontraría así, pero no podía evitar verla al igual que no podía evitar divertirse con aquel enfado, con aquellos enfados.
—Me hace gracia que digas llamar como si fuese un teléfono.
Ella entonces le mira y enarca una ceja.
—¿Y cómo lo llamas tú?
—No sé, comunicarse, encontrarse, sentirse…
—Todas esas palabras suenan forzadas, reconoce que llamarse suena mejor.
—Sí, pero esto ha debido hacerse siempre, hace cientos de años, y no creo que dijesen llamarse.
—La gente siempre se ha llamado y buscado. Pero entonces ¿tú crees que esto no lo hacemos solo nosotros?
—No lo sé, la verdad. Intento no pensar en esto cuando no lo estamos haciendo o me tengo que acordar de comprar velas, pero creo que no podemos ser los únicos, que esto tienen que poderlo hacer más personas aunque no tengan con quién y me niego a pensar que haya venido de la mano de las tecnologías cuando funciona con todo lo contrario.
—¿Y en mí piensas cuando no estás haciendo esto?
Él se sonroja ligeramente pero ella no puede apreciar el tono de sus mejillas, los colores se diferencian bastante mal.
—Sí, bueno, claro, si no pensase en ti no te llamaría.
—¡Ajá! Llamar, has usado la palabra.
—Sí —y él ríe con ella aunque le hubiese gustado que la conversación no cambiase de ese punto donde él se encontraba incómodo pero donde también hubiese podido obtener información sobre ella, porque ¿qué sentía ella de él?
—Pero no lo hagas más, ¿vale? No me llames si no hemos quedado.
—Es que son muy pocas veces…
—Pero no puedo, lo siento, no lo hagas.
—Dime por qué, qué pasa. No sé nada de tu vida, de hecho no sé nada de ti y joder, esto no nos pasa con nadie más, es un vínculo, no entiendo por qué no podemos hablar con libertad y vernos de verdad, poder tocarnos.
—No… Lo siento, no puede ser.
Y él aprecia que a ella le afecta, ve cómo tiene la garganta tomada, un nudo, y podría empezar a llorar. Entonces su rabia y su enfado momentáneos se desvanecen de pronto y solo queda esa pena, ese sentimiento triste de por favor no estés mal y volvamos a lo de antes, a cuando reíamos, a cuando reías tú.
Entonces ella mira de golpe a un lado —el que para él sería mirar a la puerta cerrada del cuarto— y se le tensan los músculos de la cara. Ya lo ha hecho alguna vez, el jugar a hablar con alguien a quien él no puede ver ni oír y que realmente no existe pero cuya existencia él cree siempre hasta que ella se ríe de su seriedad y él se siente estúpido. Sin embargo ahora es diferente, ella no bromea y si empieza a hablar o a moverse es que hay alguien ahí. Pero todo pasa, se aprecia muy bien cómo se le relajan los músculos del cuello y él logra ver una lágrima, diminuta lágrima, que le recorre mejilla abajo.
Ella le mira como suplicando que haya conversación y que la carga de ésta recaiga sobre él. Conversación como favor. Pero en aquella habitación, entre esas velas, tampoco hay palabras que decir. Finalmente él pide:
—¿Podrías… podrías hacer eso?
Y ella sonríe con ese punto medio de la melancolía y la diversión.
Se levanta, sinuosa y lenta, como una serpiente que sale de su cesta al oír la flauta. Y entonces, ya de pie, estira los brazos hacia arriba y baila para él. Solo ha hecho ese baile otra vez, en su cumpleaños, y sin embargo ha sabido a qué se refería y ha aceptado hacerlo. Es un baile ciertamente sensual pero no sexual, no alimenta la lascivia sino el alma. Aquella noche ha pasado algo, algo inmenso que no se ha manifestado por medio de palabras pero que ha sobrecogido a los dos, ahora ella baila para él y él ni piensa ya.

La madre entra en el cuarto y le encuentra tumbado en el suelo, dormido. Le levanta como puede y lo tumba sobre la cama, le descalza, le tapa con una manta y cierra la puerta apagando la luz. A veces le pasa eso, se queda dormido en cualquier sitio, especialmente en el suelo.

domingo, 2 de octubre de 2016

corazón, que te has ido

Es curioso el callejón. La primera vez que entré, al salir al otro lado, ya no tenía la cartera.
La segunda vez que entré, al salir, sentí mucho frío por estar desnudo.
La tercera vez entré y salí por el mismo lado, sentía una gran paz y el pecho desguazado.

Si pasáis por allí decidme si oís en la oscuridad mis latidos.