Todo el mundo lo repetía, pero en el fondo nadie llegó a creerlo. Por eso todos se refugiaron aquí.
lunes, 24 de octubre de 2016
El espectador
Igual tengo este rostro serio a propósito, esta cara que a alguna le ha hecho pensar que estoy enfadado. Tal vez la tengo para que la gente en espacios públicos (o privados pero públicos) me mire una sola vez y me olvide. Así puedo ser el espectador de las minucias de la vida sin alterarlas con mi presencia y de esta forma poder transcribirlas. Así cuando sonrío entro en escena y la persona sonreída sabe que ha entrado en escena para mí.
jueves, 20 de octubre de 2016
La bufanda
Toma mi palabra y póntela
de bufanda
no te protegerá de esta lluvia
las críticas seguirán siendo duras
y el sol la atravesará.
Sin embargo sentirás
el corazón
más cálido.
de bufanda
no te protegerá de esta lluvia
las críticas seguirán siendo duras
y el sol la atravesará.
Sin embargo sentirás
el corazón
más cálido.
El cielo está descrito
El cielo está escrito
¿quién lo describirá?
El escritor que lo describille
buen escribidor será.
¿quién lo describirá?
El escritor que lo describille
buen escribidor será.
La niña le dice a su padre
La niña le dice a su padre
que va a ser abuelo.
Éste cree que imagina
luego, que es un juego
luego, un juguete nuevo.
Y cuando oye un llanto en la noche
y abraza a la criatura en brazos
se le cae el mundo a pedazos
viendo que es viejo y que es abuelo.
que va a ser abuelo.
Éste cree que imagina
luego, que es un juego
luego, un juguete nuevo.
Y cuando oye un llanto en la noche
y abraza a la criatura en brazos
se le cae el mundo a pedazos
viendo que es viejo y que es abuelo.
Cuéntame las historias que le cuentas a los viajeros
Y
entonces se produjo el final del viaje y la encontré en el puerto, o encontré
lo mejor que podía encontrar, la seguridad de que había estado allí, las
sábanas calientes, comida en la despensa y el olor con el que impregnamos las
cosas que usamos o rondamos durante mucho tiempo. No dar con ella tampoco era
tan importante, yo cumplía avisando de aquella información, y así lo hice.
Entonces me pidieron sus últimos momentos en aquel lugar, sus últimos años.
Ella
llegó como había llegado a todos los sitios desde que empezó a correr siendo
una niña: huyendo o con la emoción de encontrar algo nuevo. Hacía tanto esto
que acabó por huir con tal de dar con algo nuevo. Sin embargo aquella ciudad
portuaria debió conquistarla, si no es que fue algo de ella. Por supuesto pensé
en un hombre, pero estaba muy equivocado, ¿una mujer? Tampoco. Claro que hubo
hombres, pero, ¿cuándo no? En realidad no tengo una respuesta clara de por qué
por una vez escogió un destino aunque fuera solo por unos años, esto no es una
historia ni sabe quien la cuenta todos los detalles. Las visitas se sucedían
sin repetirse y ni siquiera solía comprar en el mismo sitio, trabajó en todos
los cafés y bares de la ciudad, desde el elegante le Rouge hasta un cuarteto con pinta de retrete gigante donde iban
los marineros holandeses y singapurenses a emborracharse y a partirse la nariz.
Sin embargo, en mi asombro, cuando intentaba averiguar algo más y me encontraba
de nuevo bajando la calle que comunica el que fuera su piso con el puerto, vi
el tono anaranjado que lo cubría todo, el frío soportable con matices cálidos y
las gaviotas silenciosas que patrullaban el bajo-cielo y sentí lo que debió
sentir ella, ¿por qué no quedarse?
Y
creo sinceramente que se hubiese quedado si no la hubiesen empezado a mirar,
creyendo conocerla perfectamente y viendo solo lo que ella quería que viesen
aunque en realidad no quisiese que viesen nada. Al parecer bajaba al puerto
cuando llegaba un nuevo barco y estudiaba a los pasajeros, los marineros nunca
le interesaban a no ser que fuesen muy jóvenes, que diesen la sensación de
haber acabado allí por error o tuviesen esa aura de estar perdidos. Porque en
definitiva era eso lo que buscaba, gente perdida, gente fuera de lugar, con
predilección por artistas o fugitivos de sí mismos que pagaban un pasaje en un
barco de carga para apearse en el puerto de nombre más incierto. No se daba
cuenta, o sí lo hacía, ella era consciente de muchas cosas, de que aquellas
mismas personas eran quienes más la acercaban a ser descubierta no ya en
aquella ciudad, sino en su extenso ya itinerario pasado. Lo que hacía con ellos
es conocido, los llevaba a su casa, o a algún hotel si parecían violentos, y
allí se acostaba con ellos, tan solo se desnudaban o hablaban hasta el
amanecer. Siempre bebiendo, eso sí, así afloraba los corazones de sus
compañeros y compañeras y tenía una escusa para emborracharse y emborronar los
sueños que le solían provocar furiosos insomnios.
Al
oír de nuevo estas historias tan iguales y solo diferenciadas por la buena
intención de quien las contaba, fue cuando escribí: Cuéntame las historias que le cuentas a los viajeros que se pierden en
tu cama.
Pero
igual se cansó también, o apareció alguien como yo antes de mí. Lo cierto es
que después de haber visto a tanta gente bajar de aquellos barcos se montó en
uno y se perdió en la lejanía. No me sorprendió escuchar que el barco había
naufragado y que no había supervivientes. Me hubiese gustado ver la cara de
sorpresa de las gentes del puerto al ver en unos meses regresar aquel mismo
barco naufragado, y es que lo más probable es que fuese ella quien iniciase el
rumor del hundimiento, lo más probable es que ni siquiera fuese a bordo.
Al final, el rey
Es de noche y el rey
está en su jardín privado. De pronto llega corriendo un emisario y le comunica
que la ciudad está sitiada, que el oro no ha servido o que se ha manchado de
sangre, qué más da. El rey quiere quedarse allí, pero no le dejan. Debe
separarse de los loros amarillos y las jirafas cruzadas con caballos.
—Señor, el jardín es
peligroso, los proyectiles podrían hacerlo arder.
Entonces el rey se
dirige a sus aposentos y tampoco se lo permiten. Cuántos reyes han muerto entre
las sábanas con los ojos destacados; nunca sabes cuándo una pared es una pared
y cuándo un espejo es un espejo.
Al rey le llevan a la
sala del trono y allí se encierran sus cargos de confianza con él. Desde la
ventana más lejana se ve el fuego que proviene de las murallas, todas las
ventanas son cerradas. La noche continúa, el rey, sentado en el trono, siente
dolores y pide cojines y alimentos, pero es demasiado peligroso, los pasillos
están a oscuras y hay que desconfiar del servicio que queda.
Suenan las campanas que
llaman a las fuerzas de reserva, es entonces cuando salen de la sala del trono
los últimos generales. La noche sigue pasando y la sala está a oscuras por
temor a que los enemigos dirijan sus máquinas contra el palacio.
Llaman a la puerta
dando la clave y una muchacha comunica que hay demasiados heridos, es entonces
cuando se van los médicos de la corte y los líderes religiosos. El rey tiene tanta
sed y exige beber con tanta vehemencia que los presentes se pasan pañuelos por
la frente y escurren su sudor en la boca del monarca.
Entonces unos gritos
cercanos hacen abrir una ventana y temiendo por las posesiones reales abandonan
la sala los gestores y los sabios. La ventana se cierra y el silencio que sigue
amplificaba los sonidos de la lucha y el dolor del otro lado de la ciudad, de
todos los lados alrededor del palacio.
El rey pide que se le
cuente una historia, el muchacho que lo hace le habla del amor, la tristeza, el
honor y la esperanza, pero el monarca parece no escucharle.
Se van perdiendo zonas
de la ciudad y la lucha se acerca tanto que los nobles se visten con sus
emblemas y salen a dirigir a las pocas personas que quedaban, entre ellas el
muchacho. El rey se queda solo en la sala del trono. La sala está vacía y a oscuras.
Al poco se apagan los sonidos cercanos de los pasillos y entonces también queda
en silencio. El rey sigue sentado y mira la puerta cerrada, que queda enfrente
de él. El muchacho debía haberle hablado de otras cosas. El rey se levanta y se
dirige a la puerta pensando en el jardín, en los loros amarillos y las jirafas
cruzadas con caballos. Camina despacio, sintiéndose caer a cada paso, sin saber
quién abrirá primero la puerta.
martes, 18 de octubre de 2016
Te tengo
Habíamos
dicho nuestros nombres y poco más. El curso ahora lo daba Vicente, lo cual era
una pena porque Guillem era bastante bueno. Sin embargo las cosas deben cambiar
y yo solo pensaba que esta vez ganaría a Guillermo y que ambos le daríamos una
paliza a los creídos de filosofía (que paradójicamente son los que más
sumergidos están en la caverna de Platón). Habíamos dicho nuestros nombres y
poco más y no había prestado atención al chico de la esquina porque había dicho
llamarse Alejandro, como el chico que tenía detrás, y la repetición distrae. Y
no sé en qué momento fue que de pronto lo vi. Curiosamente estábamos jugando a
elaborar en la pizarra una historia llena de imposibles y locuras, y enfrente
de ésta yo tuve de pronto un flasazo de verdades y comprendí que aquel chico de
la esquina, más que llamarse Alejandro se llamaba Alejandro Lanchas.
Una
vez me acerqué a un desconocido en el metro y le pregunté que si se llamaba
así, la mandíbula prominente era la misma, me dijo que no y ahí acabó la
historia. La historia comienza en verdad hace años con aquella que pulula y no
se queda quieta, como tantas historias comenzaron. En resumidas cuentas, cuando
aparecí yo él le dedicaba hermosos poemas (de los cultos con métrica cuidada,
no como los míos) y le profesaba un amor que a ella no le hacía falta ignorar
ni esquivar, tan solo le hacía sentirse alagada. Entonces ella y yo comenzamos
aquella historia que fue y desapareció sin saber si volvería, y él me odió como
odia Prometeo al águila que le visita cada mañana. Me dijo “has conseguido lo
que yo más quería, pero eso no te hace mejor”. Y bueno, jamás nos habíamos
visto en persona pero en una ocasión soñé con él y le busqué para no hallarle.
Ella me confesó que cuando aún salía con el hombre que tenía pelo de oveja
negra y no sabía pintar, se encontró con Lanchas en una parada de autobús (allá
por la sierra de Madrid, por donde vive esta gente) y entonces le dio por
ponerse excesivamente cariñosa, para mayor tormento del pobre Alejandro, que en
su tiempo alzaba la frente, una frente informática, y me confesaba que él había
besado a tres chicas ya (pero no a Lucía ni a Clara poor Alejandro).
Mi
historia con él nunca terminó porque jamás tuve muy claro cuál era. De vivir en
otra época nos hubiésemos batido en duelo sin tener en realidad un motivo, solo
por ser un par de románticos de los malos.
Y
ahora te tengo a mi alcance, señorito Lanchas, yo sé quién eres tú, pero,
¿sabes tú quién soy yo? ¿Buscabas mi rostro cuando no dejabas de mirar el móvil?
No te lo voy a poner fácil, Alejandro. No voy a ir a aclarar identidades, a que
nos riamos y a que desaparezcas. Lo que voy a hacer es que entre los escritos
que hagamos y leamos vas a ver cómo escribo cierto nombre y sobretodo cierto
apellido que conoces muy bien. Vas a reconocer situaciones y si no dices tu
apellido, si estás completamente seguro de que nadie en el aula lo conoce,
entonces lo verás aparecer. Quién sabe, igual te acerque en mis escritos a
aquello que solo te hizo sufrir en vida.
lunes, 17 de octubre de 2016
Poison para dos
—Sí,
te lo prometo. Fue así, que sí.
—Ay,
me encanta, ¡sigue por favor! Sigue hablando, haz eso que haces con la boca.
—¿El
qué? ¿Esto?
—¡Calla,
calla! ¡Sigue hablando! Cuéntame algo, ay, olvídalo, deja de hacer eso, que lo
vas a estropear.
—¿Voy
a estropear mi forma de hablar?
—No
es tu forma de hablar, es… ¡Eso! Sí, sigue, por favor. Ay, ¿pedimos otra?
—Claro…
¡Camarero!
Y el
camarero se acercó. De entre toda la noche se quedaba con aquellos dos
clientes, y no porque no dejasen de consumir, sino porque se les veía alegres.
Había visto cómo ella estaba en otra mesa y cómo se le había acercado, cómo
habían empezado a hablar y cómo habían superado los pormenores iniciales para
meterse de pronto en aquella situación en la que estaban, más propia de quien ya
está casado. Además él ya le había dado un adelanto y un recado, más le valía
no equivocarse de mesa al servir sus bebidas.
—Ay,
qué guapa estás esta noche.
—¿Y
no lo estoy el resto?
—No
lo sé, eso tendrías que decírmelo tú.
—Anda,
bebe. Según te emborrachas más y más vas alternando entre estar interesante y
estar insoportable. Tienes suerte de que cuando me acerqué estuvieses
interesante, porque si no me hubiese bebido una copa y me hubiese marchado con
aquel… ¿dónde está?
—¿El
que tenía pinta de francés?
—Sí.
—Se marchó,
no dejaba de mirarte las piernas y…
—Unas
piernas magníficas.
—Magníficas.
Que como no le hacías caso se marchó.
—¡Pero
si sí que le hacía caso!
—Ya,
chiquilla, pero él era homosexual.
—¡Y
tú que sabes!
—Hombre,
ese bigote…
—Por
ese bigote es por lo que le llamamos francés. Para eso podíamos haberle llamado
el homosexual desde el principio.
—Entonces
podíamos haber dicho que tú no le mirabas.
—Ni
que él me miraba.
—Ni
que te habrías ido con él. Ni que soy insoportable…
—Bueno,
eso sí.
—¡Oye!
Más consideración con quien se está arruinando por aguarte la sangre con
alcohol.
—Yo
no te lo he pedido, ni hace falta que pagues por mí. Tranquilo.
—¿Eso
es todo?
—Debes
aprender a tener clara la diferencia entre ser un galán y ser gilipollas.
—¿Y
si te digo que ya pagué y que como no puedes pagar entonces estás siendo
invitada a la fuerza?
—Pues
pago otra vez. Pero así estarías consiguiendo volver a mis planes originales.
—¿Y
cuáles son?
—Acabar
en mi cama.
—¡Lo
dudo!
Y
llegados a este momento ella se extraña ante las palabras y la risa de él.
—¿Por
qué?
—Porque
el camarero lleva sirviéndonos veneno en las copas toda la noche.
Entonces
ella aprieta los labios, arruga la frente y él ya sabe que ella va a estallar
en una carcajada antes de que finalmente lo haga.
—¿Enserio?
¡Estás loco!
—¡Lo
sé, pero es genial! Jamás has hecho nada igual con otra persona.
—¡Rematadamente
loco! ¡Brindemos!
La
noche es fría y él se alegra de que el abrigo de ella sea más abrigado que el
suyo propio y que no tenga que ofrecérselo. Caminan por una calle que se sale
de la civilización, se sale de todo. Ella zigzaguea un poco, puede ser por la
bebida, o por lo que llevaba ésta. Finalmente se sienta en un banco, ladea la
cabeza y cierra los ojos. Podría estar dormida, perfectamente podría estar
dormida. Tiene las manos metidas en los bolsillos y el pelo recogido. Él se
queda quieto delante de ella y si reanuda el paseo es porque como siga
mirándola va a poder flaquear por primera vez. Mete las manos a su vez en los
bolsillos y va reduciendo el ritmo. La imagina sentada poco detrás de él, quizá
se ha caído y ahora está tumbada sobre el banco. Este pensamiento le da ganas
de girarse y de reponerla en aquella posición tan perfecta en la que estaba,
pero no lo hace porque el viento es frío y entre él está la muerte y no quiere
que le encuentren tirado hacia ella, quiere que le encuentren alejándose, que
le encuentren de pie, muerto y de pie, como un señor. Se pregunta hasta dónde
está borracho y hasta dónde es un tipo con un plan y que ahora no sabe cómo
sentirse después de haberlo llevarlo a cabo. ¿Ella está muerta? Otra vez esas
ganas de girarse, aunque claro, si va a morir, ¿qué más da girarse, quién le va
a juzgar? Qué más da cómo le encuentren, aunque claro, el cómo la encuentren a
ella sí que importa, porque a ver si le van a robar o incluso le van a decir
hola guapa qué haces aquí dormida en mi piso se está mejor. Y cómo será para
que les encuentren y avisen a las autoridades y todas esas cosas… Lo ideal
sería ella ahí, dormida en aquel banco e inmediatamente después ella dormida en
su velatorio. Piensa en lo que acaba de pensar y se da cuenta de que esas
palabras podrían significar ella dormida en el velatorio de él, ella viva y
aburrida y él muerto. Pero claro, también hay que pensar que el suelo da
vueltas y que
viernes, 14 de octubre de 2016
Tu presencia
Si hay un más allá ¿a quién nos encontraremos? Este
es el problema de quienes quisieron y perdieron por muerte o distancia. Pero no es el tuyo, porque no se sabe si tú has querido tanto pero sí que te
han querido, que has sido querida, que un gigante multiforme te siguió los pasos
y se desmoronó en el puente de tablas sueltas que cruzaste dando saltos. Tu
problema es que te han querido siempre, antes de que nacieras, siempre has
estado ahí y te han escrito, dibujado, cantado. Algunos levantaron la espada,
otros la pluma, incluso hubo quien te quiso invocar (y todos te evocaron). Y tú
les respondiste siempre con esos gestos que despiertan esperanzas sin razón,
pues en verdad son absolutamente indescifrables. La pregunta es si en esa
historia, en la Historia, en tu
historia, alguna vez correspondiste a alguien.
jueves, 13 de octubre de 2016
Su presencia
Nadie le quiere demasiado porque nunca está el tiempo suficiente para dejarse querer.
Sin embargo,
todos le quieren un poquito porque ese rato que está te hace bien
y distraído sonríes
como cuando miras a la nada y te acuerdas de algo.
Sin embargo,
todos le quieren un poquito porque ese rato que está te hace bien
y distraído sonríes
como cuando miras a la nada y te acuerdas de algo.
miércoles, 12 de octubre de 2016
Llueve
El cielo se vuelve más uniforme que cuando es azul.
Pensaba que era de un blanco sucio, pero ahora pienso que es un blanco con
sombras producidas por el mismo cielo al hacer una cúpula que deja fuera al
Sol. Qué bonita es la palabra plomizo, si fuese un animal tendría uno. El
naranja de los ladrillos se vuelve más oscuro y el tono me gusta más, los árboles
parecen volverse distantes. Al principio miras el cielo y después al suelo para
verlo mojado, entonces buscas las gotas caer en algún fondo oscuro del paisaje.
Más tarde éstas se perciben mires donde mires. Pero lo que más me gusta es ese
sonido a grifo que gotea, esa sensación de que el agua se mete por agujeros en
los ladrillos y se escurre en pequeños riachuelos por entre las paredes.
Qué bien que llueva.
Vengo a mirarte a los ojos
Vengo a mirarte a los ojos y pedirte perdón
pero si me das la espalda no te puedo ver los ojos
(qué omoplatos más bonitos)
y la sala se queda fría
y tú te vas
yo te espero, y también me voy
y el perdón se deshace como las magdalenas en el café.
pero si me das la espalda no te puedo ver los ojos
(qué omoplatos más bonitos)
y la sala se queda fría
y tú te vas
yo te espero, y también me voy
y el perdón se deshace como las magdalenas en el café.
sábado, 8 de octubre de 2016
De tanto limarlo quedó liso
La empresa Piensen, fabricante de
electrodomésticos, ha diseñado unos lavavajillas que a pesar de empezar a hacer
ruidos propios de las máquinas una vez se ha metido la pastilla y se le ha dado
al botón, no empiezan a lavar hasta cinco minutos después, tiempo justo para
que las personas vayan corriendo a introducir ese tenedor que se les había olvidado o esa olla exprés.
Mi hermano es fiel
seguidor de la doctrina de las tres comidas y da igual a la hora que se levante
que él desayunará. Además, como siempre dicen (y si no dicen al menos dice mi madre) que hay que desayunar bien, desayunar
abundante, mi hermano se prepara sus zumos, su colacao, sus galletas, sus
magdalenas y sus kiwis y desayuna con tal lentitud y parsimonia que aquello
parece más bien una ceremonia, y esto siempre se da, ya se levante a las siete
y desayune con los ojos cerrados como si se levanta a las dos y mientras él
moja lentamente una magdalena en la taza nosotros comemos arroz con pollo. Esto
hace, claro está, que acabe comiendo y cenando a horas dispares y nunca
coincidamos.
También ha descubierto
que existe una cuarta comida (visto desde el punto de las tres comidas, para
quienes siguen los dogmas de las cinco comidas ésta sería la sexta). Lo ha
descubierto en las noches en las que el trabajo manual le ha mantenido
com-ple-ta-men-te en vela y se ha acostado cuando mi madre y yo madrugábamos.
Esta nueva comida se halla después de la cena y sirve para calmar al estómago
que se encuentra desorientado. Si alguna vez se encuentran ante la necesidad de
probarla sepan que no hay que cocinar nada, la comida ha de ser de preferencia
salada pero el postre puede ser una taza —que no vaso— de leche con cacao pero
nunca un café cortado o con hielo porque siempre existe la posibilidad de
dormir algunas horas y en cualquier caso siempre nos quedará el desayuno.
Un cocinero
mundialmente conocido, buscando una comida que literalmente se te deshiciese en
la boca, ha acabado por inventar unos caramelos que literalmente se te deshacen
en la mano.
El señor Filoberto se
puso un día su traje blanco nuevo y al cruzarse por los pasillos del trabajo
con la señorita N., que es
secretaria pero no su secretaria,
ésta le dijo:
—Qué guapo va usted
hoy, señor Filoberto.
Al día siguiente el
señor Filoberto se puso un traje de pana, aunque no llevó el blanco a lavar
sino que lo dejó ESTIRADO y CON CUIDADO sobre una silla. Al cruzarse por los
pasillos con la señorita N. ésta le
dijo:
—Qué guapo va usted
hoy, señor Filoberto.
Y al día siguiente,
ante un traje gris marengo (que es un color y no un baile, lo he comprobado):
—Hoy también va usted
muy guapo, señor Filoberto.
Y así, al cabo de dos
semanas, con todas las sillas de la casa ocupadas por trajes que parecían una
reunión de gente desaparecida, el señor Filoberto llamó al trabajo para avisar
de que el martes no iría a trabajar, y como avisó con tanta antelación y se
pudo encontrar un sustituto la única consecuencia fue que aquel día no
cobraría. Sin embargo el martes el señor Filoberto sí fue al trabajo aunque no
a trabajar, tan solo se escondió detrás de un extintor —que le cubría todo el
cuerpo por ser tamaño industrial— y presenció la escena en la que se
encontraron la señorita N. y su
sustituto. Quería ver si para la secretaria lo importante era el traje de cada
día o era lo que éste escondía. Cuando se cruzaron, la señorita N. miró al sustituto y éste le dijo:
—Qué guapa es usted, señorita.
Desde entonces el señor
Filoberto no falta a trabajar nunca, ya tenga tenga treinta y ocho de fiebre, sea
domingo y no haya trabajo o aunque se haya muerto Muslitos, perro fiel
compañero de la infancia.
En la casa de mis
vecinos apenas solo se viste de negro: Camisas y camisetas negras, vestidos
negros, trajes negros y ropa interior negrísima. Pero no hay hogar que se salve
de tener algunas prendas claras, aunque sean el trapo de cocina, las toallas o
las persianas, y todo el mundo sabe que la lavadora tiene dos formas de
llenarse, ya sea con
PRENDAS OSCURAS
o con
BLANCOS
Es por eso que ahora
hay una lavadora de BLANCOS apuntito de ponerse, ya con las prendas dentro del
tambor y todo, el problema es que aún queda-espacio y es un derroche ponerla a
funcionar si aún caben cosas. Mientras se espera a que se termine de llenar,
pasan los días y en el cesto de la ropa sucia las ropas oscuras crecen hasta
rebosar y empieza a surgir una columna negra junto a la lavadora. Empieza a no
ser raro encontrar calcetines negros entre los tenedores, bragas oscuras en el
cajón de las verduras o vaqueros grises enrollados entre las ruedas del coche
—negro, por supuesto— y es entonces cuando los hijos, que son adolescentes (la creme de los hijos) se quejan
diciendo que ya no les queda ropa limpia que ponerse y que el gato con tanto
fular encima parece un armadillo sedoso. El padre, que es quien se encarga de
las cuestiones domésticas, se dirige entonces con paso firme a poner una
lavadora para recordar al final que primero hay que poner una de ropa blanca.
Los hijos buscan entonces desesperados con qué llenar el tambor y descubren con
pavor que en la lavadora sin terminar de llenar está toda la ropa blanca de la
casa. Después de lograr regular la agitada respiración, piensan con qué más
llenar el tambor y les vienen a la cabeza el cenicero y las baldosas de la cocina,
blancas todas. Pero una vez arrancadas y ya ante el ojo de buey de la lavadora
miran la otra cara de las baldosas y ven que aquello es marrón y claro ¿cómo
sabes tú que una baldosa no destiñe? Finalmente hacen lo que hicieron,
pregonaron por todo el vecindario una colecta de ropa clara, preferentemente blanca. No querían
quedarse la ropa, hablaban de lavarla y después prometían devolverla, todo
fuera aprovechar el lavado. La broma acabó por suponerles poner veintisiete
lavadoras seguidas, todas de ropa blanca que después hubo que tender (acabaron
por aprovechar los árboles del monte vecino) y los hijos de la familia se
vieron obligados a ir el lunes a clase con ropa negra pero sucia que por alguna
extraña razón más allá del sudor olía a gato.
En el barco de pasajeros Atalanta se embarcaban emigrantes
(emigrantes occidentales, pobres pero no odiados), viajeros, comerciantes,
artistas y toda una serie de personajes incalificables entre los que se
encontraban un hombre huido de la justicia y otro que por alguna extraña razón
se iba a comprar tabaco a las Américas. Aquel era un viaje largo y muchos
sabían que no volverían a ver a sus seres queridos en bastante tiempo, razón
por la cual había un hombre vendiendo pañuelos blancos a precio de oro a las
familias y amantes que desde un muelle a rebosar se despedían de quienes desde
cubierta agitaban también pañuelos de mayor variedad de colores. Finalmente el
barco hizo retumbar su claxon de los
mares y empezó a moverse despacio provocando que ambos bandos agitasen más
eufóricamente sus pañuelos y se gritasen esos tequieros que habían guardado
para cubrir con sorpresa la ausencia de los meses venideros. Sin embargo en la
sala de máquinas explotó una clavija, se salieron de su sitio un par de
tuberías y se desmayó el capitán Smith al enterarse de todo esto, razones por
las cuales se detuvieron las hélices del barco que, como llevaba poca distancia
y velocidad, se detuvo completamente enseguida, sin haber salido del puerto,
sin haberse alejado apenas del muelle (el ejemplo gráfico es que el barco
estaba desordenado respecto al muelle). Familiares y viajeros se sorprendieron
enormemente pero creyeron que el capitán, bonachón y buena persona, había
querido que se despidieran un poco más. Quienes habían gritado declarando su
amor se morían ahora de la vergüenza. Sin embargo, mientras las labores en el
puente de máquinas continuaban, los viajeros se empezaban a cansar y ya apenas
se oían gritos y los pañuelos se movían ya tan lentos que se confundían con la
espuma del mar. Cuando dos horas después llegó tarde un reportero gráfico que
estaba preparando un reportaje sobre el éxodo nacional y vio aquella triste
escena, tristísima escena, del barco saliendo del puerto sin nadie en cubierta
y sin nadie despidiéndose en el muelle, escribió un artículo demoledor acerca
de la pérdida de la moral y las buenas costumbres.
La empresa Pluscuam, fabricante y vendedora de
ropa, harta de demandas sociales y judiciales, ahora tiene en algunas de sus
tiendas un cartel que reza:
HOMBRES Y MUJERES
Y en otras:
MUJERES Y HOMBRES
Y bajo estos carteles
se encuentran confundidas las prendas anteriormente conocidas como de mujeres y
de hombres y que el consumidor se apañe que la tienda no quiere más líos de
géneros (que los tendrá, en un futuro ambos carteles añadirán las palabras Y
DEMÁS).
El dueño de la empresa
de hecho es más bien conservador, es casi anciano el pobre, pero aprendió hace
tiempo que los problemas de la vida son los problemas y aunque esto suene a
cualquier cosa lleva mucho pensamiento detrás. Ahora este hombre lee el
periódico y mientras piensa si comprar acciones de la empresa Piensen desde luego sabe que quiere uno
de sus lavavajillas.
lunes, 3 de octubre de 2016
Y así puedo verte
A la persona
cuyo segundo nombre significa Margarita
Corta
los pimientos deprisa queriendo terminar antes de que su madre empiece con las
cebollas. Le hace gracia un pimiento verde con la punta roja, piensa en una
historia en la que un pimiento decide evolucionar, pero en ese cuento, ¿en qué
lugar quedarían los pimientos amarillos? ¿Las guindillas serían enemigas o
aliadas?
Consigue
distraer a su madre de cortar cebollas preguntándole si no tiene que preparar
café para tenerlo listo por la mañana, sin embargo el haberla hablado incita a
la conversación y ella le pregunta:
—¿Al
final halaste con este, tu amigo, este, sí…
—¿Con
quién, mamá? —sabe perfectamente a quién se refiere, pero solo le dará el gusto
de contestar si ella recuerda su nombre.
—Este,
tu amigo, el de la carta.
—No
sé de quién hablas —hablas de Manuel, mamá, de Manuel.
—Sí,
el de los rizos.
—Ni
idea —no, mamá, no hemos vuelto a hablar.
Se
sube a su cuarto y allí cierra la puerta. También baja la persiana y el estor,
no porque tema que le vean desde la oscuridad de la calle, sino por sentirse en
un espacio reducido, aislado, como si la habitación se despegase de la casa y
lentamente fuese dando vueltas por el espacio. Sin embargo la magia se rompe
cuando se ve obligado a abrir la puerta e ir al baño porque ha olvidado lo más
importante. De nuevo en su cuarto abre la caja de madera que esconde detrás de
las reservas de papel higiénico y saca de ella varias velas blancas y un
mechero que desentona con lo ritual de los demás objetos pero que es mucho más
manejable que, por ejemplo, unas cerillas. Las velas le sirven para
concentrarse mejor en el círculo que elabora con ellas, ni siquiera apaga la
luz pese a encender éstas.
Cruza
las piernas, apoya los brazos en éstas, cierra los ojos, espera, oye su respiración
pausada como si fuese amplificada, como si un gigante respirase a su espalda,
se imagina esa respiración de color azul.
Entonces
Abre los
ojos y ante sí está ella, como en un holograma. Con las formas de su cuerpo
claras pero ligeramente transparente, como si fuese un fantasma. Mirarla un
rato, si no estás acostumbrado, acaba mareando.
—Hola
—y el pobre no puede evitar sonreír al decirlo.
Ella
mira a un lado y a otro. Parece que está mirando la habitación en la que él
está sentado pero no es así, ella está mirando su propio alrededor en donde él
tan solo debe ser una figura ligeramente irreal que marea a la vista.
—¿Por
qué me has llamado ahora? —en la voz se le nota que está algo molesta, tal vez
inquieta. Él sabía que probablemente la encontraría así, pero no podía evitar
verla al igual que no podía evitar divertirse con aquel enfado, con aquellos
enfados.
—Me
hace gracia que digas llamar como si fuese un teléfono.
Ella
entonces le mira y enarca una ceja.
—¿Y
cómo lo llamas tú?
—No
sé, comunicarse, encontrarse, sentirse…
—Todas
esas palabras suenan forzadas, reconoce que llamarse suena mejor.
—Sí,
pero esto ha debido hacerse siempre, hace cientos de años, y no creo que
dijesen llamarse.
—La
gente siempre se ha llamado y buscado. Pero entonces ¿tú crees que esto no lo
hacemos solo nosotros?
—No
lo sé, la verdad. Intento no pensar en esto cuando no lo estamos haciendo o me
tengo que acordar de comprar velas, pero creo que no podemos ser los únicos,
que esto tienen que poderlo hacer más personas aunque no tengan con quién y me niego a pensar que haya
venido de la mano de las tecnologías cuando funciona con todo lo contrario.
—¿Y
en mí piensas cuando no estás haciendo esto?
Él se
sonroja ligeramente pero ella no puede apreciar el tono de sus mejillas, los
colores se diferencian bastante mal.
—Sí,
bueno, claro, si no pensase en ti no te llamaría.
—¡Ajá!
Llamar, has usado la palabra.
—Sí
—y él ríe con ella aunque le hubiese gustado que la conversación no cambiase de
ese punto donde él se encontraba incómodo pero donde también hubiese podido obtener
información sobre ella, porque ¿qué sentía ella de él?
—Pero
no lo hagas más, ¿vale? No me llames si no hemos quedado.
—Es
que son muy pocas veces…
—Pero
no puedo, lo siento, no lo hagas.
—Dime
por qué, qué pasa. No sé nada de tu vida, de hecho no sé nada de ti y joder,
esto no nos pasa con nadie más, es un vínculo, no entiendo por qué no podemos
hablar con libertad y vernos de verdad, poder tocarnos.
—No…
Lo siento, no puede ser.
Y él
aprecia que a ella le afecta, ve cómo tiene la garganta tomada, un nudo, y
podría empezar a llorar. Entonces su rabia y su enfado momentáneos se
desvanecen de pronto y solo queda esa pena, ese sentimiento triste de por favor
no estés mal y volvamos a lo de antes, a cuando reíamos, a cuando reías tú.
Entonces
ella mira de golpe a un lado —el que para él sería mirar a la puerta cerrada
del cuarto— y se le tensan los músculos de la cara. Ya lo ha hecho alguna vez,
el jugar a hablar con alguien a quien él no puede ver ni oír y que realmente no
existe pero cuya existencia él cree siempre hasta que ella se ríe de su
seriedad y él se siente estúpido. Sin embargo ahora es diferente, ella no
bromea y si empieza a hablar o a moverse es que hay alguien ahí. Pero todo
pasa, se aprecia muy bien cómo se le relajan los músculos del cuello y él logra
ver una lágrima, diminuta lágrima, que le recorre mejilla abajo.
Ella
le mira como suplicando que haya conversación y que la carga de ésta recaiga
sobre él. Conversación como favor. Pero en aquella habitación, entre esas
velas, tampoco hay palabras que decir. Finalmente él pide:
—¿Podrías…
podrías hacer eso?
Y
ella sonríe con ese punto medio de la melancolía y la diversión.
Se
levanta, sinuosa y lenta, como una serpiente que sale de su cesta al oír la
flauta. Y entonces, ya de pie, estira los brazos hacia arriba y baila para él.
Solo ha hecho ese baile otra vez, en su cumpleaños, y sin embargo ha sabido a
qué se refería y ha aceptado hacerlo. Es un baile ciertamente sensual pero no
sexual, no alimenta la lascivia sino el alma. Aquella noche ha pasado algo,
algo inmenso que no se ha manifestado por medio de palabras pero que ha
sobrecogido a los dos, ahora ella baila para él y él ni piensa ya.
La
madre entra en el cuarto y le encuentra tumbado en el suelo, dormido. Le
levanta como puede y lo tumba sobre la cama, le descalza, le tapa con una manta
y cierra la puerta apagando la luz. A veces le pasa eso, se queda dormido en
cualquier sitio, especialmente en el suelo.
domingo, 2 de octubre de 2016
corazón, que te has ido
Es curioso el callejón. La primera vez que entré,
al salir al otro lado, ya no tenía la cartera.
La segunda vez que entré, al salir, sentí mucho
frío por estar desnudo.
La tercera vez entré y salí por el mismo lado,
sentía una gran paz y el pecho desguazado.
Si pasáis por allí decidme si oís en la oscuridad
mis latidos.
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