Es de noche y el rey
está en su jardín privado. De pronto llega corriendo un emisario y le comunica
que la ciudad está sitiada, que el oro no ha servido o que se ha manchado de
sangre, qué más da. El rey quiere quedarse allí, pero no le dejan. Debe
separarse de los loros amarillos y las jirafas cruzadas con caballos.
—Señor, el jardín es
peligroso, los proyectiles podrían hacerlo arder.
Entonces el rey se
dirige a sus aposentos y tampoco se lo permiten. Cuántos reyes han muerto entre
las sábanas con los ojos destacados; nunca sabes cuándo una pared es una pared
y cuándo un espejo es un espejo.
Al rey le llevan a la
sala del trono y allí se encierran sus cargos de confianza con él. Desde la
ventana más lejana se ve el fuego que proviene de las murallas, todas las
ventanas son cerradas. La noche continúa, el rey, sentado en el trono, siente
dolores y pide cojines y alimentos, pero es demasiado peligroso, los pasillos
están a oscuras y hay que desconfiar del servicio que queda.
Suenan las campanas que
llaman a las fuerzas de reserva, es entonces cuando salen de la sala del trono
los últimos generales. La noche sigue pasando y la sala está a oscuras por
temor a que los enemigos dirijan sus máquinas contra el palacio.
Llaman a la puerta
dando la clave y una muchacha comunica que hay demasiados heridos, es entonces
cuando se van los médicos de la corte y los líderes religiosos. El rey tiene tanta
sed y exige beber con tanta vehemencia que los presentes se pasan pañuelos por
la frente y escurren su sudor en la boca del monarca.
Entonces unos gritos
cercanos hacen abrir una ventana y temiendo por las posesiones reales abandonan
la sala los gestores y los sabios. La ventana se cierra y el silencio que sigue
amplificaba los sonidos de la lucha y el dolor del otro lado de la ciudad, de
todos los lados alrededor del palacio.
El rey pide que se le
cuente una historia, el muchacho que lo hace le habla del amor, la tristeza, el
honor y la esperanza, pero el monarca parece no escucharle.
Se van perdiendo zonas
de la ciudad y la lucha se acerca tanto que los nobles se visten con sus
emblemas y salen a dirigir a las pocas personas que quedaban, entre ellas el
muchacho. El rey se queda solo en la sala del trono. La sala está vacía y a oscuras.
Al poco se apagan los sonidos cercanos de los pasillos y entonces también queda
en silencio. El rey sigue sentado y mira la puerta cerrada, que queda enfrente
de él. El muchacho debía haberle hablado de otras cosas. El rey se levanta y se
dirige a la puerta pensando en el jardín, en los loros amarillos y las jirafas
cruzadas con caballos. Camina despacio, sintiéndose caer a cada paso, sin saber
quién abrirá primero la puerta.
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