La empresa Piensen, fabricante de
electrodomésticos, ha diseñado unos lavavajillas que a pesar de empezar a hacer
ruidos propios de las máquinas una vez se ha metido la pastilla y se le ha dado
al botón, no empiezan a lavar hasta cinco minutos después, tiempo justo para
que las personas vayan corriendo a introducir ese tenedor que se les había olvidado o esa olla exprés.
Mi hermano es fiel
seguidor de la doctrina de las tres comidas y da igual a la hora que se levante
que él desayunará. Además, como siempre dicen (y si no dicen al menos dice mi madre) que hay que desayunar bien, desayunar
abundante, mi hermano se prepara sus zumos, su colacao, sus galletas, sus
magdalenas y sus kiwis y desayuna con tal lentitud y parsimonia que aquello
parece más bien una ceremonia, y esto siempre se da, ya se levante a las siete
y desayune con los ojos cerrados como si se levanta a las dos y mientras él
moja lentamente una magdalena en la taza nosotros comemos arroz con pollo. Esto
hace, claro está, que acabe comiendo y cenando a horas dispares y nunca
coincidamos.
También ha descubierto
que existe una cuarta comida (visto desde el punto de las tres comidas, para
quienes siguen los dogmas de las cinco comidas ésta sería la sexta). Lo ha
descubierto en las noches en las que el trabajo manual le ha mantenido
com-ple-ta-men-te en vela y se ha acostado cuando mi madre y yo madrugábamos.
Esta nueva comida se halla después de la cena y sirve para calmar al estómago
que se encuentra desorientado. Si alguna vez se encuentran ante la necesidad de
probarla sepan que no hay que cocinar nada, la comida ha de ser de preferencia
salada pero el postre puede ser una taza —que no vaso— de leche con cacao pero
nunca un café cortado o con hielo porque siempre existe la posibilidad de
dormir algunas horas y en cualquier caso siempre nos quedará el desayuno.
Un cocinero
mundialmente conocido, buscando una comida que literalmente se te deshiciese en
la boca, ha acabado por inventar unos caramelos que literalmente se te deshacen
en la mano.
El señor Filoberto se
puso un día su traje blanco nuevo y al cruzarse por los pasillos del trabajo
con la señorita N., que es
secretaria pero no su secretaria,
ésta le dijo:
—Qué guapo va usted
hoy, señor Filoberto.
Al día siguiente el
señor Filoberto se puso un traje de pana, aunque no llevó el blanco a lavar
sino que lo dejó ESTIRADO y CON CUIDADO sobre una silla. Al cruzarse por los
pasillos con la señorita N. ésta le
dijo:
—Qué guapo va usted
hoy, señor Filoberto.
Y al día siguiente,
ante un traje gris marengo (que es un color y no un baile, lo he comprobado):
—Hoy también va usted
muy guapo, señor Filoberto.
Y así, al cabo de dos
semanas, con todas las sillas de la casa ocupadas por trajes que parecían una
reunión de gente desaparecida, el señor Filoberto llamó al trabajo para avisar
de que el martes no iría a trabajar, y como avisó con tanta antelación y se
pudo encontrar un sustituto la única consecuencia fue que aquel día no
cobraría. Sin embargo el martes el señor Filoberto sí fue al trabajo aunque no
a trabajar, tan solo se escondió detrás de un extintor —que le cubría todo el
cuerpo por ser tamaño industrial— y presenció la escena en la que se
encontraron la señorita N. y su
sustituto. Quería ver si para la secretaria lo importante era el traje de cada
día o era lo que éste escondía. Cuando se cruzaron, la señorita N. miró al sustituto y éste le dijo:
—Qué guapa es usted, señorita.
Desde entonces el señor
Filoberto no falta a trabajar nunca, ya tenga tenga treinta y ocho de fiebre, sea
domingo y no haya trabajo o aunque se haya muerto Muslitos, perro fiel
compañero de la infancia.
En la casa de mis
vecinos apenas solo se viste de negro: Camisas y camisetas negras, vestidos
negros, trajes negros y ropa interior negrísima. Pero no hay hogar que se salve
de tener algunas prendas claras, aunque sean el trapo de cocina, las toallas o
las persianas, y todo el mundo sabe que la lavadora tiene dos formas de
llenarse, ya sea con
PRENDAS OSCURAS
o con
BLANCOS
Es por eso que ahora
hay una lavadora de BLANCOS apuntito de ponerse, ya con las prendas dentro del
tambor y todo, el problema es que aún queda-espacio y es un derroche ponerla a
funcionar si aún caben cosas. Mientras se espera a que se termine de llenar,
pasan los días y en el cesto de la ropa sucia las ropas oscuras crecen hasta
rebosar y empieza a surgir una columna negra junto a la lavadora. Empieza a no
ser raro encontrar calcetines negros entre los tenedores, bragas oscuras en el
cajón de las verduras o vaqueros grises enrollados entre las ruedas del coche
—negro, por supuesto— y es entonces cuando los hijos, que son adolescentes (la creme de los hijos) se quejan
diciendo que ya no les queda ropa limpia que ponerse y que el gato con tanto
fular encima parece un armadillo sedoso. El padre, que es quien se encarga de
las cuestiones domésticas, se dirige entonces con paso firme a poner una
lavadora para recordar al final que primero hay que poner una de ropa blanca.
Los hijos buscan entonces desesperados con qué llenar el tambor y descubren con
pavor que en la lavadora sin terminar de llenar está toda la ropa blanca de la
casa. Después de lograr regular la agitada respiración, piensan con qué más
llenar el tambor y les vienen a la cabeza el cenicero y las baldosas de la cocina,
blancas todas. Pero una vez arrancadas y ya ante el ojo de buey de la lavadora
miran la otra cara de las baldosas y ven que aquello es marrón y claro ¿cómo
sabes tú que una baldosa no destiñe? Finalmente hacen lo que hicieron,
pregonaron por todo el vecindario una colecta de ropa clara, preferentemente blanca. No querían
quedarse la ropa, hablaban de lavarla y después prometían devolverla, todo
fuera aprovechar el lavado. La broma acabó por suponerles poner veintisiete
lavadoras seguidas, todas de ropa blanca que después hubo que tender (acabaron
por aprovechar los árboles del monte vecino) y los hijos de la familia se
vieron obligados a ir el lunes a clase con ropa negra pero sucia que por alguna
extraña razón más allá del sudor olía a gato.
En el barco de pasajeros Atalanta se embarcaban emigrantes
(emigrantes occidentales, pobres pero no odiados), viajeros, comerciantes,
artistas y toda una serie de personajes incalificables entre los que se
encontraban un hombre huido de la justicia y otro que por alguna extraña razón
se iba a comprar tabaco a las Américas. Aquel era un viaje largo y muchos
sabían que no volverían a ver a sus seres queridos en bastante tiempo, razón
por la cual había un hombre vendiendo pañuelos blancos a precio de oro a las
familias y amantes que desde un muelle a rebosar se despedían de quienes desde
cubierta agitaban también pañuelos de mayor variedad de colores. Finalmente el
barco hizo retumbar su claxon de los
mares y empezó a moverse despacio provocando que ambos bandos agitasen más
eufóricamente sus pañuelos y se gritasen esos tequieros que habían guardado
para cubrir con sorpresa la ausencia de los meses venideros. Sin embargo en la
sala de máquinas explotó una clavija, se salieron de su sitio un par de
tuberías y se desmayó el capitán Smith al enterarse de todo esto, razones por
las cuales se detuvieron las hélices del barco que, como llevaba poca distancia
y velocidad, se detuvo completamente enseguida, sin haber salido del puerto,
sin haberse alejado apenas del muelle (el ejemplo gráfico es que el barco
estaba desordenado respecto al muelle). Familiares y viajeros se sorprendieron
enormemente pero creyeron que el capitán, bonachón y buena persona, había
querido que se despidieran un poco más. Quienes habían gritado declarando su
amor se morían ahora de la vergüenza. Sin embargo, mientras las labores en el
puente de máquinas continuaban, los viajeros se empezaban a cansar y ya apenas
se oían gritos y los pañuelos se movían ya tan lentos que se confundían con la
espuma del mar. Cuando dos horas después llegó tarde un reportero gráfico que
estaba preparando un reportaje sobre el éxodo nacional y vio aquella triste
escena, tristísima escena, del barco saliendo del puerto sin nadie en cubierta
y sin nadie despidiéndose en el muelle, escribió un artículo demoledor acerca
de la pérdida de la moral y las buenas costumbres.
La empresa Pluscuam, fabricante y vendedora de
ropa, harta de demandas sociales y judiciales, ahora tiene en algunas de sus
tiendas un cartel que reza:
HOMBRES Y MUJERES
Y en otras:
MUJERES Y HOMBRES
Y bajo estos carteles
se encuentran confundidas las prendas anteriormente conocidas como de mujeres y
de hombres y que el consumidor se apañe que la tienda no quiere más líos de
géneros (que los tendrá, en un futuro ambos carteles añadirán las palabras Y
DEMÁS).
El dueño de la empresa
de hecho es más bien conservador, es casi anciano el pobre, pero aprendió hace
tiempo que los problemas de la vida son los problemas y aunque esto suene a
cualquier cosa lleva mucho pensamiento detrás. Ahora este hombre lee el
periódico y mientras piensa si comprar acciones de la empresa Piensen desde luego sabe que quiere uno
de sus lavavajillas.
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