sábado, 8 de octubre de 2016

De tanto limarlo quedó liso

La empresa Piensen, fabricante de electrodomésticos, ha diseñado unos lavavajillas que a pesar de empezar a hacer ruidos propios de las máquinas una vez se ha metido la pastilla y se le ha dado al botón, no empiezan a lavar hasta cinco minutos después, tiempo justo para que las personas vayan corriendo a introducir ese tenedor que se les había olvidado o esa olla exprés.


Mi hermano es fiel seguidor de la doctrina de las tres comidas y da igual a la hora que se levante que él desayunará. Además, como siempre dicen (y si no dicen al menos dice mi madre) que hay que desayunar bien, desayunar abundante, mi hermano se prepara sus zumos, su colacao, sus galletas, sus magdalenas y sus kiwis y desayuna con tal lentitud y parsimonia que aquello parece más bien una ceremonia, y esto siempre se da, ya se levante a las siete y desayune con los ojos cerrados como si se levanta a las dos y mientras él moja lentamente una magdalena en la taza nosotros comemos arroz con pollo. Esto hace, claro está, que acabe comiendo y cenando a horas dispares y nunca coincidamos.
También ha descubierto que existe una cuarta comida (visto desde el punto de las tres comidas, para quienes siguen los dogmas de las cinco comidas ésta sería la sexta). Lo ha descubierto en las noches en las que el trabajo manual le ha mantenido com-ple-ta-men-te en vela y se ha acostado cuando mi madre y yo madrugábamos. Esta nueva comida se halla después de la cena y sirve para calmar al estómago que se encuentra desorientado. Si alguna vez se encuentran ante la necesidad de probarla sepan que no hay que cocinar nada, la comida ha de ser de preferencia salada pero el postre puede ser una taza —que no vaso— de leche con cacao pero nunca un café cortado o con hielo porque siempre existe la posibilidad de dormir algunas horas y en cualquier caso siempre nos quedará el desayuno.


Un cocinero mundialmente conocido, buscando una comida que literalmente se te deshiciese en la boca, ha acabado por inventar unos caramelos que literalmente se te deshacen en la mano.


El señor Filoberto se puso un día su traje blanco nuevo y al cruzarse por los pasillos del trabajo con la señorita N., que es secretaria pero no su secretaria, ésta le dijo:
—Qué guapo va usted hoy, señor Filoberto.
Al día siguiente el señor Filoberto se puso un traje de pana, aunque no llevó el blanco a lavar sino que lo dejó ESTIRADO y CON CUIDADO sobre una silla. Al cruzarse por los pasillos con la señorita N. ésta le dijo:
—Qué guapo va usted hoy, señor Filoberto.
Y al día siguiente, ante un traje gris marengo (que es un color y no un baile, lo he comprobado):
—Hoy también va usted muy guapo, señor Filoberto.
Y así, al cabo de dos semanas, con todas las sillas de la casa ocupadas por trajes que parecían una reunión de gente desaparecida, el señor Filoberto llamó al trabajo para avisar de que el martes no iría a trabajar, y como avisó con tanta antelación y se pudo encontrar un sustituto la única consecuencia fue que aquel día no cobraría. Sin embargo el martes el señor Filoberto sí fue al trabajo aunque no a trabajar, tan solo se escondió detrás de un extintor —que le cubría todo el cuerpo por ser tamaño industrial— y presenció la escena en la que se encontraron la señorita N. y su sustituto. Quería ver si para la secretaria lo importante era el traje de cada día o era lo que éste escondía. Cuando se cruzaron, la señorita N. miró al sustituto y éste le dijo:
—Qué guapa es usted, señorita.
Desde entonces el señor Filoberto no falta a trabajar nunca, ya tenga tenga treinta y ocho de fiebre, sea domingo y no haya trabajo o aunque se haya muerto Muslitos, perro fiel compañero de la infancia.


En la casa de mis vecinos apenas solo se viste de negro: Camisas y camisetas negras, vestidos negros, trajes negros y ropa interior negrísima. Pero no hay hogar que se salve de tener algunas prendas claras, aunque sean el trapo de cocina, las toallas o las persianas, y todo el mundo sabe que la lavadora tiene dos formas de llenarse, ya sea con
PRENDAS OSCURAS
o con
BLANCOS

Es por eso que ahora hay una lavadora de BLANCOS apuntito de ponerse, ya con las prendas dentro del tambor y todo, el problema es que aún queda-espacio y es un derroche ponerla a funcionar si aún caben cosas. Mientras se espera a que se termine de llenar, pasan los días y en el cesto de la ropa sucia las ropas oscuras crecen hasta rebosar y empieza a surgir una columna negra junto a la lavadora. Empieza a no ser raro encontrar calcetines negros entre los tenedores, bragas oscuras en el cajón de las verduras o vaqueros grises enrollados entre las ruedas del coche —negro, por supuesto— y es entonces cuando los hijos, que son adolescentes (la creme de los hijos) se quejan diciendo que ya no les queda ropa limpia que ponerse y que el gato con tanto fular encima parece un armadillo sedoso. El padre, que es quien se encarga de las cuestiones domésticas, se dirige entonces con paso firme a poner una lavadora para recordar al final que primero hay que poner una de ropa blanca. Los hijos buscan entonces desesperados con qué llenar el tambor y descubren con pavor que en la lavadora sin terminar de llenar está toda la ropa blanca de la casa. Después de lograr regular la agitada respiración, piensan con qué más llenar el tambor y les vienen a la cabeza el cenicero y las baldosas de la cocina, blancas todas. Pero una vez arrancadas y ya ante el ojo de buey de la lavadora miran la otra cara de las baldosas y ven que aquello es marrón y claro ¿cómo sabes tú que una baldosa no destiñe? Finalmente hacen lo que hicieron, pregonaron por todo el vecindario una colecta de ropa clara, preferentemente blanca. No querían quedarse la ropa, hablaban de lavarla y después prometían devolverla, todo fuera aprovechar el lavado. La broma acabó por suponerles poner veintisiete lavadoras seguidas, todas de ropa blanca que después hubo que tender (acabaron por aprovechar los árboles del monte vecino) y los hijos de la familia se vieron obligados a ir el lunes a clase con ropa negra pero sucia que por alguna extraña razón más allá del sudor olía a gato.


En el barco de pasajeros Atalanta se embarcaban emigrantes (emigrantes occidentales, pobres pero no odiados), viajeros, comerciantes, artistas y toda una serie de personajes incalificables entre los que se encontraban un hombre huido de la justicia y otro que por alguna extraña razón se iba a comprar tabaco a las Américas. Aquel era un viaje largo y muchos sabían que no volverían a ver a sus seres queridos en bastante tiempo, razón por la cual había un hombre vendiendo pañuelos blancos a precio de oro a las familias y amantes que desde un muelle a rebosar se despedían de quienes desde cubierta agitaban también pañuelos de mayor variedad de colores. Finalmente el barco hizo retumbar su claxon de los mares y empezó a moverse despacio provocando que ambos bandos agitasen más eufóricamente sus pañuelos y se gritasen esos tequieros que habían guardado para cubrir con sorpresa la ausencia de los meses venideros. Sin embargo en la sala de máquinas explotó una clavija, se salieron de su sitio un par de tuberías y se desmayó el capitán Smith al enterarse de todo esto, razones por las cuales se detuvieron las hélices del barco que, como llevaba poca distancia y velocidad, se detuvo completamente enseguida, sin haber salido del puerto, sin haberse alejado apenas del muelle (el ejemplo gráfico es que el barco estaba desordenado respecto al muelle). Familiares y viajeros se sorprendieron enormemente pero creyeron que el capitán, bonachón y buena persona, había querido que se despidieran un poco más. Quienes habían gritado declarando su amor se morían ahora de la vergüenza. Sin embargo, mientras las labores en el puente de máquinas continuaban, los viajeros se empezaban a cansar y ya apenas se oían gritos y los pañuelos se movían ya tan lentos que se confundían con la espuma del mar. Cuando dos horas después llegó tarde un reportero gráfico que estaba preparando un reportaje sobre el éxodo nacional y vio aquella triste escena, tristísima escena, del barco saliendo del puerto sin nadie en cubierta y sin nadie despidiéndose en el muelle, escribió un artículo demoledor acerca de la pérdida de la moral y las buenas costumbres.


La empresa Pluscuam, fabricante y vendedora de ropa, harta de demandas sociales y judiciales, ahora tiene en algunas de sus tiendas un cartel que reza:
HOMBRES Y MUJERES
Y en otras:
MUJERES Y HOMBRES
Y bajo estos carteles se encuentran confundidas las prendas anteriormente conocidas como de mujeres y de hombres y que el consumidor se apañe que la tienda no quiere más líos de géneros (que los tendrá, en un futuro ambos carteles añadirán las palabras Y DEMÁS).
El dueño de la empresa de hecho es más bien conservador, es casi anciano el pobre, pero aprendió hace tiempo que los problemas de la vida son los problemas y aunque esto suene a cualquier cosa lleva mucho pensamiento detrás. Ahora este hombre lee el periódico y mientras piensa si comprar acciones de la empresa Piensen desde luego sabe que quiere uno de sus lavavajillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario