lunes, 24 de mayo de 2021

Napoleoncito, el devorador nocturno

A Jesús, María, Paul y Lur, que me trajeron la historia hecha.


En el último momento se gira para mirarme y como si se quitara la ropa me muestra su terror, la manera en que le brillan los ojos, cómo se queda paralizada. Me abalanzo sobre ella, la inmovilizo, pero espero un momento antes de continuar. Me divierte. No me divierte su sufrimiento, sino que esté a mi disposición. Me divierte poder hacer con ella lo que quiera, matarla, por ejemplo, en cualquier momento. Finalmente lo hago, ¿por qué? Porque no tenía nombre y yo sí lo tengo. Yo me llamo Napoleón.

Me llaman Napoleoncito, aunque se refieren a mí de muchas otras formas, me llaman con abreviaciones, con nombres genéricos e incluso con sonidos ambiguos. Yo siempre sé que se están refiriendo a mí, pero la mayor parte de las veces les ignoro. Me gusta dormir, me canso enseguida. Si me buscas ve a mirar allá donde esté el sol, me encontrarás echado a sus rayos. Sin embargo esa faceta mía no cuaja tan bien con mi otro carácter, el de salir por las noches como un salvaje y recorrer los descampados haciendo notar que todo eso es mío. Y si me encuentro con alguien que se me encara y se atreve a retarme, ya puede ir buscando a quien le cave el hoyo. El otro día, por ejemplo, volvía ya para casa cuando un negrito se me acercó y empezó a gritarme, así que me lancé sobre él con el más puro estilo Duelo a garrotazos y así acabé yo con un tajo en el costado que necesitaría puntos, ¿pero él? Él se fue a casa sin una oreja.
Mi nombre me lo puso el hombre que vive aquí al lado. Debe ser rico, porque su casa es inmensa, mucho más grande que la mía, aunque nunca me ha dejado pasar. Sin embargo es amable, me trae comida y a veces jugamos. Napoleoncito, me dice. Es un tipo simpático, me lleva a que me suturen las heridas cuando vuelvo a casa con ellas.
El otro día me encontraba limpiándome las uñas con la corteza de un árbol cuando se me acercó uno con caminar sugerente. Apunte estuve de lanzarme a su cuello viendo cómo venía, pero él era diferente, él tenía un nombre, se llamaba Silvestre. Nos caímos bien enseguida y viendo que podía tener hambre le invité a mi casa. Fuimos juntos todo el camino, pero al llegar yo pasé y él se quedó fuera. Estuve esperando dentro, le indiqué que pasara, pero nada, Silvestre erre con erre con que no podía, y al final se marchó sin haber probado bocado.

Bueno, quizá debería haber dicho que yo, Napoleón, Napoleoncito, no soy emperador de Francia, sino que soy un gato. Por eso no me deja entrar en su casa mi amable vecino (que sospecho que tiene pretensiones de ser algo más) y por eso el pobre Silvestre no pudo entrar a casa, porque la portezuela de mi caseta solo se abre ante el collar que llevo puesto. Moderneces, vaya, cosas que le quitan a uno la legitimación de ser el devorador nocturno.

lunes, 17 de mayo de 2021

Que me lo des

Volvió a mirar la dirección en el móvil pese a estar segura de que aquella era la casa. Ella ya había estado allí antes, el verano pasado, en un fiesta que dio él, pero en aquel entonces no se conocían mucho. Le dio por preguntarse qué habría dicho la ella del verano pasado si le contara que iba a empezar a verse con el anfitrión y que en un día como aquel aceptaría ir a su casa sabiendo que estaba solo. Las viviendas allí eran grandes y unifamiliares, diseminadas por una urbanización tan vacía que permitía a los vecinos caminar por mitad de la calzada. Aquella calle en concreto terminaba en una curva cerrada y ella se preguntó qué podría venir por allí. Podría aparecer un coche, claro, pero también un autobús o un camión de bomberos, o podría doblar la calle un hombre corriendo que se dirigiese directamente hacia ella, o un grupo de personas vestidas de negro, dando pasos cortos y llevando sobre sus hombros un ataúd de marrón brillante. Cuántas cosas distintas podían pasar.
Al final le mandó un mensaje diciéndole que estaba en la puerta. Estaba solo en casa y ella podía llamar al timbre, pero nunca se sabe, quizá al final estaban sus padres o aquella no era la casa, y dios la librase de pasar el mal rato de explicarle a un señor mayor que no es con él con quien probablemente iba a acabar follando, sino con su vecino. Por fortuna fue él le abrió la puerta, muy galán, muy cortés, y entró dejándole a ella el ir cerrando las puertas. Ella se había arreglado y vestía una especie de camiseta blanca con las mangas y el cuello de encaje, falda negra y medias, él llevaba una camiseta y unos pantalones de chándal. Y el muchacho parecía una visión, pero no porque fuese bello, sino porque iba por delante de ella, hablándole sin mirarla, impidiendo que ella pudiera darle alcance. Pero pese a todo lo que hablaba no decía nada interesante, decía que quería que se bañasen en la piscina, y lo dijo varias veces más después de que ella dijese que no había traído bañador. Y entre tantas cosas que él decía no le había ofrecido un vaso de agua, que era lo que ella había querido antes incluso de entrar porque se estaba muriendo de sed. Finalmente se paró en seco, se giró y le preguntó si quería una cerveza y ella, que en realidad no quería, dijo que sí por matar la sed. Así se sentaron y ella, viéndole hablar y hablar sin parar, pensó que sí tenía cierto encanto, y entre que se distrajo y hacía calor bebió bastante cerveza habiendo comido muy poco y hacía horas. Así que al final llegó la respuesta a la cuestión no hablada que habitaba bajo la piel de la proposición de la invitación de él, y ella aceptó. De manera que él la llevo a su cuarto y qué raras quedan las medias con la falda quitada, así que mejor fuera; es una pena que no se fije en el sujetador y en el conjunto que hace y lo quite tan rápido; yo me desnudo en seguida, camiseta, pantalón y ya estoy.
Así están sudando con el calor que hace, pero no paran para beber ni nada parecido, sin embargo él sí para un momento para levantarse, atravesar el cuarto, coger su teléfono y volver. Ella le pregunta y él le contesta un nada rápido. Siguen pero ella como que ya no se concentra, de hecho le empieza a escocer. Él malinterpreta su mueca y le ofrece cambian de postura, así que acaba a cuatro patas. Pero ahí, entre los movimientos de él, se da una pausa extraña y ella le mira por encima del hombro viéndole dejar el móvil en la mesa. Entonces le pregunta que para qué lo había cogido y él contesta que para mirar la hora. Una sombra le cruza a ella por la frente y le pregunta que si le ha hecho una foto. Él lo niega y ella se aparta y se incorpora. Vuelve a preguntar y él niega tres veces o más. La cerveza se va por el agujero de la preocupación que aparece en la mente de ella mientras va siendo consciente del peligro que tiene una foto suya en manos de él, porque probablemente esas manos se cuenten por decenas. Entonces le pregunta si le puede pasar las bragas y en tanto él se agacha ella se hace rápidamente con el teléfono. Le dice, esta vez con más volumen, que si no es verdad que le ha hecho una foto que le enseñe la galería y él le contesta que ella es una puta y que no tiene por que enseñarle nada. Con efecto retardado (igual la cerveza no se había ido del todo) a ella le enciende las mejillas eso de puta y sale del cuarto corriendo con el teléfono en la mano. Él la persigue y acaban al borde de la piscina, ella con el brazo extendido, amenazando con soltar el móvil sobre el agua. Pregunta por su clave para desbloquearlo y él la vuelve a llamar puta. Mala cosa. El aparato hace un sonido realmente divertido, una especie de chapoteo. Él da un paso hacia delante y le propina una bofetada con todas sus fuerzas que le deja la cara mirando al agua. Entonces ella, así, humillada y sintiéndose lo más perdida del mundo, se deja caer a la piscina como si hubiese caído a causa de la bofetada, y una vez en el agua se queda flotando sin pretensiones de moverse o de sacar siquiera la cabeza para respirar. Él, desde fuera, viéndola flotar inerte, se llega a preguntar si es que la ha matado, porque el pobre no tiene muchas luces. ¿Y a quién llamo? Llega a preguntarse.


lunes, 10 de mayo de 2021

Él te está esperando

 Al principio llegaba en coche, después empezó a hacerlo andando, y pese a ir él siempre a su casa, ella llegaba tarde. Tardaba en prepararse, en vestirse o igual se estaba duchando o lavándose los dientes. Él solo llegaba y esperaba porque además siempre se olvidaba de llevar un libro o cualquier pasatiempo. Podía esperar con la espalda apoyada en una pared de ladrillo, o en un coche, podía caminar calle arriba y abajo, esperarla de frente desde el lado contrario de la calle o de refilón junto a la puerta. Y mientras ella se arreglaba en el piso de arriba, su madre, en el de abajo, empezó a ser consciente del chico que espera. Así le fue haciendo pasar, para que esperase con más comodidad, y no precisamente una comodidad física, sino el hecho de sentirse ya partícipe de algo, de que aquel tiempo ya contaba. Ella se sorprendió mucho la primera vez que bajó y le vio ahí, a los pies de la escalera, quiso regañarle y hasta mandarle a casa en ese mismo instante. Pero él siguió llegando sin llamar a la puerta, lo que no impidió que la madre le cazara igual y lo hiciese entrar. En aquella casa había que descalzarse a la entrada y la hija vio con malos ojos el día que su madre compró un calzado de interior para él. La hija empezó a sentirse molesta, pensaba en la mosca que aparece en un cuarto cerrado como si hubiese entrado por alguna parte cuando puertas y ventanas están cerradas. Pero aunque empezó a quedar menos con él, o intentó quedar en otros sitios lejos de la casa, él aparecía por allí zumbando, ya fuera por iniciativa propia o porque la madre le invitaba. Discutió varias veces con su madre por aquello, diciéndole que la relación de él era solo para con ella y que por tanto era la única con poder de decidir cuándo y cómo verle o incluso dejar de hacerlo, ante lo cual la madre se mostró muy herida diciendo que no, que el vínculo de él era para con todos en aquella casa, que era uno más.
Un día ella oyó cómo su madre le hacía pasar y viendo que tenía el peine en la mano decidió alargar el acto de peinarse, hacerlo infinito. Después se demoró en todo lo que pudo y hasta cogió un libro. Le extrañó que nadie le diese un grito diciéndole que él estaba allí, esperando, pero a cambio se los imaginó cuchicheando sobre lo lenta que era ella, que ya se sabía, que siempre hacía lo mismo. Para cuando se quiso dar cuenta habían pasado dos horas, así que terminó de arreglarse a toda prisa y bajó esperando ser regañada. Pero las cosas sucedieron de otro modo. Cuando bajó y abrió la puerta del salón todos se sobresaltaron y la miraron extrañados. Él también la miraba como viendo algo que no está bien. La madre se le acercó despacio, la cogió de la mano, la sacó del salón, cerró la puerta y le preguntó si no podría la próxima vez llamar diciendo que venía en vez de aparecer así de pronto por las buenas.

lunes, 3 de mayo de 2021

Autorretrato moderno

 Una mañana sin más el coronel tomó esta tierra que es mi cuerpo. Fue rápido, apenas dio tiempo a que hubiese resistencia. Había quienes lo veían como algo bueno y no se opusieron, y los que sí lo hicieron, lo hicieron tarde. El coronel había tomado los puntos esenciales de un cuerpo sentado y ya no iba a ser fácil echarle. Fue entonces cuando dejó de ser coronel y pasó a llamarse general.
 El que ahora era general bautizó a otros como coroneles y estos tomaron posiciones. Se necesitaba una buena imagen de la nación que es mi cuerpo, por ejemplo, así que se invirtió en ello. Se puso a trabajar a todo el pueblo buscando un ideal que no era más que la suma de elementos vistos en el extranjero que no pertenecían a esta cultura pero que había que adoptar, que había que obligar a la gente a que adoptase aunque se excediesen de su cultura, porque se quería que nos mirasen los del otro lado de la frontera y aceptasen a este nuevo país, a este nuevo régimen.
 Se iniciaron resistencias, por supuesto. El cuerpo se convirtió en sucesivos campos de batalla que lo dejaron inmovilizado, generalmente tumbado, en un largo letargo esperando a que alguno de los bandos se proclamara vencedor. Y lo hubo, claro, el general siempre vencía.
 Se produjeron persecuciones y matanzas en masa. El general pensaba que si solo quedaban los que pensaran como él el país podría avanzar, pero el país quedó parado. Nadie trabajaba, todos permanecían sentados, y no se producía nada. Las cosechas y los frutos de este cuerpo se pudrían sin que nadie los recolectase.
 El largo letargo se había instalado y en este contexto surgieron quienes, en un movimiento de protesta, tan solo se sentaron. En las casa y en los espacios públicos, calles, bancos y parques, en todas partes les podías ver sentados, con los ojos cerrados, esperando. ¿Esperando a qué? No se sabe, a que las cosas cambiaran o a que el tiempo dejara de pasar. Porque el tiempo era lo que corroía el país, porque contra el tiempo no se lucha, solo se actúa en consecuencia.
 Puede que os preguntéis que qué pasó con el resto del mundo, si otras naciones no vieron esto y decidieron intervenir buscando poner orden, y claro que sí, la ayuda internacional vino, pero el general no quería ser juzgado y enfrentó todo el poder que aún tenía contra el invasor.
 Más adelante la nación se fue recuperando, es posible que el general muriese o se exiliase. Las cosas empezaron a funcionar, pero claro, los oficiales del ejército son muchos y tienden a tener hijos, y todos ellos quieren el poder, así que nunca se sabe cuándo no podrás levantarte de la silla porque encontrarás frente a ti un rifle que te apunta de lleno a la cabeza.