Cuentan que un día se
acercó al mar de madrugada, miró a la bruma y pidió un deseo. Cuentan también
que pasaron los años y lo olvidó. Solía escribir sobre ventanas, pájaros,
lluvia, fruta brillante y gafas extrañas, o más que escribir sobre estas cosas,
escribía historias para poder hacerlas aparecer. Hubiera escrito también sobre
el humo de los cigarrillos que subía hasta el cielo haciendo una almohada entre
las nubes y la ciudad, pero cuando pensaba en ello, el humo le recordaba a la
bruma del mar de la mañana y se le hacía extraño. Son cosas distintas los
distintos gases, lo sabía bien, pues a veces habría la ventana y dos pequeñas
nubes le llevaban por los aires, pasando delante de los pájaros que le miraban
desde el poste de la luz, delante del hombre que al ver a un chico volando
corría a limpiarse las gafas de media luna, esos gases que conformaban dos
pequeñas nubecitas que se deshacían con la lluvia y le hacían caer sobre los
árboles, atravesando sus ramas y cayendo al suelo seguido de una segunda lluvia
de fruta fresca.
Mientras él volaba o
escribía o se encerraba en su cuarto o no sé a qué más podía dedicarse, la
bruma tomó una mañana la playa, la cubrió y dibujó una puerta, pero también
dibujó una ventana y de ella salieron un pie, una pierna, otro pie y
consiguientes. Los pies al tocar el suelo frío no supieron qué hacer, así que
se sumergieron en la tierra y salieron calzados con dos zapatos hechos de arena
de playa mojada. Pero el resto del cuerpo seguía desnudo, y ya fuera por frío o
por pudor dos ojos miraron a los lados buscando algas o piedras o troncos de
árboles, pero la bruma, en la que se retiraba, dejó extendido un vestido
blanco, bonito, sencillo y arrugado. Los labios entonces pronunciaron algunas
palabras para dejar claros algunos conceptos. Algunas de esas palabras eran
protocolarias y fueron a parar a las distintas cosas, pero también dijo Ella y
así se dio una identidad, también dijo cosas que nadie entendió, probablemente
palabras inventadas, porque le hacía mucha gracia esto de hablar y ya no lo
podría hacer más.
La bruma retrocedió
sobre el mar y casi al instante vinieron las nubes desde el horizonte oscuro,
porque son cosas distintas los distintos gases pero el vapor de agua parece ser
igual y solo tenía que alejarse para subir. Subir como había subido el muchacho
que salió volando por la ventana y caer, como de esas nubes cayó la lluvia y en
consecuencia el muchacho. Cayó sobre los árboles, como venía siendo costumbre,
preguntándose qué hacían los pájaros cuando empezaba a llover. Una vez en suelo
alzó la vista hacia las ramas y le cayeron en la cara algunas gotas de la
lluvia que se desarrollaba más arriba, como en otro plano. Sin embargo no se
sintió como siempre en esos casos, notó algo extraño en la tierra, en los
árboles y en las cosas que había más allá que no veía pero si intuía, lo cual
también era raro, que intuyese las piedras, las raíces y la fruta del otro lado
del bosque. Así se dijo, aquí hay alguien y fue en pos de la presencia mojada.
Pero al pasar del último árbol la vio y se olvidó de que la había presentido,
la vio con su vestido blanco y sus zapatos marrones claros, también miró al
cielo, ya no llovía.
La neblina que queda
sobre el lago, los cigarrillos encendidos y el humo que salía de la chimenea
del tren, todo eran gases, aunque distintos, y él se los enseñó a ella. No se
le ocurrió probar a saltar por la ventana porque no estaba seguro de que las
nubes se pudiesen compartir, además de que siempre caía al suelo y no quería
someter a eso a alguien a quien acababa de conocer. Sin embargo Ella le miró
como con decepción, no podía decir nada porque no podía hablar, pero no había
venido para ver esas cosas, porque eran cosas para ver si se tiene poco tiempo
y Ella no tenía ninguno. Como se va la bruma él se dio la vuelta y Ella ya no
estaba. Quedó su vestido suspendido en el aire un segundo, después se difuminó
y donde estaba se pudo ver, a lo lejos, el mar.
De entre los pájaros
salió un hombre con gafas de media luna. Se acercó al muchacho y le dio una
pieza de fruta brillante. Se sentaron y el chico descubrió que no podía hablar.
Ya no tenía sus nubes, sus escritos ni su voz. El hombre sí habló mientras
cortaba la fruta en pedazos, dijo que por la mañana le gustaba sentarse frente
al mar y que el mar le hablaba, que no decía cosas coherentes, pero que
hablaba. Más adelante le dijo el hombre al muchacho que el mar había preguntado
por él y así le fue contando las historias que traía la corriente. El muchacho
sonreía entonces y disfrutaba escuchándole, sabía que era mentira y que la
bruma era muda, pero le gustaba escucharle.