Acababa de salir del cine, de ver una de esas
películas de superhéroes, y estaba pensando, cuando abrí la puerta y encendí la
luz amarilla del recibidor, en que últimamente presentaban a estos héroes con
un carácter más humano, más “yo soy como tú”, y que esto se veía muy bien en el
que el villano apareciese por sus propios medios y derrotase al protagonista
haciéndole parecer acabado, aunque al final venciese, pero demostrando al
espectador que le había costado. Bien, pues en eso pensaba cuando me situé
frente al perchero, me quité el sombrero y lo observé sujeto por ambas manos,
estaba a punto de colgarlo en la percha, pero no sería como cuando cuelgas un
sombrero en una percha, sino que sería un símbolo, un símbolo de que dejaría de
hacer aquello que, más o menos bien, sabía hacer, pese a que a alguno pudiese
desilusionarle que lo hiciese. Alcé el sombrero, con la añoranza que no quería
admitir clavada en el rostro, y me detuvo un ruido.
-Yo que tú no lo haría, buen hombre.
Me giré y observé que quien me había hablado, y me
miraba en aquel momento, era el pescador del cuadro que estaba en la mesa del
salón que se apreciaba desde mi posición a través de la puerta abierta del
mismo, un pescador con cara de “aay, ay”.
-¿Y eso por qué, Monsieur Cadre?
-Porque piensas dejar de hacer eso que más o menos
se te da bien para sentarte en el sofá, si acaso escuchar la radio y, seguro,
comer tostadas sin más, solo pan tostado. Pero lo que no sabes ¡Oh, querido
amigo! Es que en estos momentos en los que haces el gilipollas con el
sombrerito, P. está girando una peonza y pensando si dejar de escribir, y no de
manera tonta y aburrida como piensas tú si dejar de hacer eso que podrías hacer
bien, sino de una manera triste, real y palpable como la lluvia.
-¿P. está pensando dejar de escribir?
-¡Ah!- Y el pescador rió bastante- Ahora que ya no
eres el único, ahora que se parte en dos tu realidad y te quedas con el trozo
más pequeño ya no es todo tan bonito y ceremonioso ¿eh? Ahora ya no son
hormiguitas por las piernas sino hormigas rojas en la espalda ¿eh?
-¿Y estás seguro de lo que me dices?- Mis manos,
con el sombrero aun sujeto, habían bajado de la altura del perchero y ahora se
encontraban como por mi cintura.
-Tan seguro como que jamás pescaré nada pese a ser
pescador.
-¿Y qué debo hacer?
-Rezar y usar conjuros.
-¿Seguro?
-No hombre, no, alma de cántaro.
-¿Entonces?
-Hacer lo que mejor se te da.
-Estoy cansado de subirme a bordo, arriar las
velas, extender la bandera pirata y lanzarme al abordaje…
-Pues entonces redecora el recibidor, que con esas
paredes, esos muebles y esa luz amarilla es melancólico, como un domingo por la
tarde.
-Puff.
-Ni puff ni paff, eso me recuerda a “pub”… Me voy
¡Adiós!- Y el cuadro se puso negro.
Entré en el salón, abrí la ventana, silbé y esperé
para ver venir volando una paloma que se apoyó en el alfeizar, entonces me
recliné sobre la mesa y escribí con mi preciada pluma en un folio blanco, muy
blanco:
“Querida P.
Como dejes de escribir, te mato.
Con cariño, el Capitán de barco pirata.”
Entonces até el folio enrollado a la pata de la
paloma, la hice volar y me senté en mi butacón. Allí sentado observé el
sombrero que aun tenía en las manos, que tan solo había sido apoyado brevemente
sobre la mesa mientras escribía la carta, y me lo puse con cuidado sobre la
cabeza.
-Es que no lo entiendo, el sombrero es para la calle,
no para estar por casa, molesta que no veas.