La
película no había estado mal, pero habíamos salido demasiado tarde del cine de
Méndez Álvaro. Carlos se fue a Conde Casal, cómo no, y yo me quedé con el bueno
de Don Manuel, con el problema de que, aunque todavía había metro, yo no tenía
dinero, así que le convencí de que me acompañase a casa y él se cogiese el
metro en Arganzuela-Planetario. Pasamos por un depósito de la policía, el museo
de un antiguo motorista, el Imax y llegamos al túnel. Llegados a este punto
podíamos cruzarlo o atravesar el parque del Planetario, lo que yo sugerí, con
la mala suerte de que en aquel parque mi orientación falló y el hecho de
esquivar a cualquier persona por miedo a ser un ladrón nos condujo a una zona
desconocida para mí en la que había pasarelas oxidadas elevadas por columnas de
aspecto terrorífico al encontrarse iluminadas por la luz de las farolas
amarillas. Nos perdimos dentro de lo perdido y por poco llegamos de nuevo al
Imax, molestando de paso a varias parejas que aprovechaban la oscuridad de la
vegetación nocturna, donde finalmente atravesamos el túnel y acabamos llegando
a Arganzuela-Planetario, donde nos dimos cuenta que sería mejor que Manuel
tomase la línea 3 para llegar a sol, lo que convirtió lo ya hecho en inútil y
nos mandó al metro de Legazpi, donde mi amigo tomó el último metro, y yo me
marché a la rivera del Manzanares a jugar con los patos y los puentes. Bajo la
luz del sol no he vuelto a encontrar la pasarela oxidada que compite con los
arboles en lo que a altura se refiere.
Este es un microrrelato presentado a concurso y pendiente de veredicto. Debía tener menos de 300 palabras y tener relación con el distrito de Arganzuela, por lo que conté una historia real.
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