sábado, 20 de febrero de 2016

El octavo día de la creación

Y en el jardín del Edén Adán mira con recelo a Eva, alguien ha robado todas las manzanas del árbol. También se han percatado de que una nueva criatura deambula por el jardín. Esta criatura, otra ella, sonríe en la oscuridad y lame una manzana, pensando cuándo dar el mordisco.

martes, 16 de febrero de 2016

Juego con pegamento

Así, cosas pequeñas, como hojas o grandes virutas de polvo. Astillas, algo de tierra o los trozos que sobran de hacer un trabajo de manualidades con cartulinas también valen. La cosa es juntarlo todo, donde puedes mezclar ingredientes, y echarle pegamento en el centro. Debe ser un pegamento líquido, porque si es un pegamento que a su vez esté pegado al recipiente del que proviene —como puede pasar con el pegamento de barra o con una pistola de pegamento— se te pegarán a éste las cosas pequeñas estropeándolo e impidiéndote hacer lo que quieres hacer. Echas pegamento líquido al centro y lo juntas todo un poco más, que se toque, que se mezcle, que se haga una bola hasta que quede todo pegado. Se me está ocurriendo que si lo has intentado con una pistola de pegamento no tienes por qué tirarla, probablemente se te habrá pegado poca cosa, por lo que solo tienes que seguir apretando el gatillo para que siga saliendo pegamento y éste arrastre los ingredientes, la suciedad, lo que nadie quiere, como un río, un río lento y denso. También estaba pensando que si por equivocación o cualquier otra causa has utilizado pegamento de barra puedes subsanar tu error si no has sacado demasiado la propia barra de pegamento. El mecanismo de la misma es sencillo, quitas la tapa, giras la rueda de la base y el pegamento sale, giras la rueda en la dirección contraria y el pegamento vuelve. La experiencia me ha enseñado que solo los niños suelen sacar toda la barra, pero este juego no es para niños, y que los adultos aprenden que es mejor sacar solo un poco de la barra de pegamento porque sacar más no es más práctico y de hecho se te puede romper o dislocar de tal forma que luego, al poner la tapa, se te salga pegamento por las junturas de entre ésta y el resto del tubo. Bien, dicho esto pongamos que se ha empleado solo un tercio de la barra de pegamento y que ésta está ahora cubierta de ingredientes, de residuos, de suciedad o de “trozos”, entonces solo hay que sacar más barra, como otro tercio, coger unas tijeras y cortar ahí donde el pegamento es blanco a un lado y blanco al otro, sin rozar la tijera por donde hay cosas pegadas y aún menos cortar en mitad de esa zona. Este proceso conlleva en mi opinión tres problemas; el primero es que se pierde un tercio de la barra de pegamento, una perdida sustancial que además solo permitirá realizar esta acción otra vez más, porque siempre, además del tercio contaminado, debe haber un tercio sano; el segundo problema es que las tijeras —o cúter o cualquier otro medio que corte se me ocurre ahora— queda manchado con el pegamento, que siempre es sustancia densa y difícil o tediosa de limpiar; el tercer problema es que un tercio de barra de pegamento es mucho pegamento, lo que te obligará a mezclar bien los ingredientes en una masa o bola superior que deberá dejar el corazón de pegamento siempre en el centro, pero que aun así dejará algo de pegamento blanco a la vista perjudicando la imagen final. Empecé afirmando que el pegamento que ha de emplearse debe ser líquido y pese a que luego hemos visto que se pueden llegar a emplear otros tipos de pegamento, sigo recomendando el uso de éste. El pegamento líquido se deja caer desde arriba, así que no hay problema de que se toquen recipiente e ingredientes, y, muy importante, es transparente, no se ve, no le quita mérito al resultado final. Como ya he dicho se echa pegamento y se juntan las cosas, quedando una masa de cosas pequeñas pero juntas. Es probable que el pegamento que parecía suficiente en un principio no lo sea, así que es recomendable hacer girar la bola resultante mientras se van dejando caer otras gotas para asegurar su correcta unión. En el caso de que los medios utilizados sean pequeños trozos provenientes del ladrillo machacado o roto queda muy bien no emplear más ingredientes, es agradable el color anaranjado rojizo resultante, pero si se van a usar otros ingredientes recomiendo mezclar. Es muy probable que quede polvo en la figura final, se quiera o no, pero si se quiere que éste tenga protagonismo, que se vea bien, es recomendable acudir a los lugares donde la limpieza cotidiana no llegue a eliminarlo, pasar el dedo índice despacio, capturándolo con la yema, y tapándolo con la yema del dedo gordo para que no se pierda en el proceso de frotarlo para que se haga bola y dejarlo en el recipiente donde irán a parar más bolas resultantes del mismo proceso. Un truco recurrente y un tanto efectista es emplear un par de hojas pequeñas, finas, delgadas y alargadas, como pequeñas espadas. Ya para mayor trampa se pueden añadir estas hojas cuando la bola ya está prácticamente terminada, dando un aspecto francamente bello y desprovisto de todo mérito. Para terminar diré que mi ingrediente favorito, del que seguramente discreparéis, son los pequeños triángulos que quedan tras haber cortado cartulinas de colores un tanto gruesas. Creo que es una pena tirar estos restos sin darles mayor uso que adornar el fondo de la bolsa de supermercado que recientemente se ha utilizado como bolsa de la basura y donde, con total seguridad, estos trozos de cartulina quedarán en poco sepultados por cualquier otro elemento considerado basura que desde luego no será tan pequeño como para poder participar en este juego.

domingo, 7 de febrero de 2016

Una medida como otra cualquiera

Es el año 2017 y Miguel sale de casa corriendo, con la boca mal enjuagada y sabiendo aún a pasta de dientes. Una vez había visto una película en la que decían que Italia se detenía durante horas después de la hora de comer, su reloj marca las dos, el inicio de esa supuesta hora, y ya es tarde para él, a esa hora comienza la tarde, o por lo menos el camino hacia ésta. Una hora y media tras la cual llegará a clase y no saldrá hasta que sea de noche y le duela el estómago. Tercero de carrera, ninguna asignatura suspensa, varias matrículas de honor, una media de ocho, bravo Miguel. Antes he dicho que Miguel salía corriendo de casa, pero eso no es cierto, más bien andaba muy deprisa, o trotaba, o corría despacio, porque ahora, cuando ve al autobús asomarse por una calle, como pidiendo permiso, y empezando a girar, sí que corre Miguel. A esto se le llama sprint, pero los sprint son durante menos tiempo y en distancias más cortas. El pobre Miguel corre moviendo los brazos, oyendo las pisadas de sus botas, sintiendo el peso de la mochila aunque no su bamboleo, porque no es la primera vez que le pasa esto y lleva la mochila bien ajustada a la espalda. El autobús es una serpiente verde y aunque por dentro es ruidosa, por fuera es más silenciosa que los coches, así que Miguel no sabe cómo de cerca está a sus espaldas. En un momento cruza la calle, recorriendo en diagonal el paso de cebra. El autobusero disminuye la velocidad al ver a aquel muchacho que da pena, sonríe, pero luego no le dirá un “¡Menuda carrera!”, sino que le responderá a su “buenos días” con un “buenos días” sin sonrisa, de tal manera que no le hará notar su esfuerzo. Miguel llega a la parada, el autobús llega a la parada, se abren las dos puertas, la de delante y la de atrás, y mientras se bajan unos adolescentes por la segunda, Miguel se da cuenta de que si el autobús estaba ya obligado a parar, podía haber corrido un poco menos. Entra, pasa el bono transporte por el lector y el autobús se pone en marcha sin darle la posibilidad de sentarse. Todos le miran y se pregunta si le han visto correr, si tiene un aspecto desastroso o si miran así a todo el mundo. Se sienta, está exhausto, una saliva densa le sube por la garganta, saca una botella y bebe, tiene pinchazos en las piernas. Piensa en leer, pero está demasiado cansado, piensa en escuchar música, pero está demasiado cansado, piensa en pensar, pero le palpitan los ojos. Mira por la ventana y ve su reflejo, ve que el correr le ha dejado fatal el pelo. Entonces se repite que permanecerá media hora en ese autobús, que después irá al metro, esperará cuatro minutos, se subirá a un vagón lleno de gente que corre a sentarse cuando queda un sitio libre, de gente que escucha la música muy alta, que apoyan la espalda en la barra a la que él se ha agarrado, aplastándosela con sus espaldas sudorosas, distraídos con sus teléfonos móviles. Después vendrá una sucesión de mendigos y gente necesitada que intentarán apelar a su caridad ya anestesiada. Así durante once paradas de metro, unos veintidós minutos. Al salir tendrá que correr para no verse detenido por el resto de universitarios que salen en su parada, porque no le gusta andar despacio queriendo andar más deprisa. Subirá tres escaleras y entonces, al aire libre, caminará durante unos doce minutos. Durante el camino le intentarán dar dos panfletos de discotecas, uno de un curso de inglés y otros dos de academias universitarias, le asaltarán pintadas políticas de todos los bandos, dos chicas que fingen ser mudas le pedirán con gestos que lea un papel donde le piden una firma y veinte euros y, dependiendo del día, a la altura del único cajero automático que funciona, un tipo gordo le dirá que se le ha quedado tirada la moto en mitad de la carretera y que si le da algo para la gasolina o un tipo flaco le pedirá el euro que le queda para el transporte a la cárcel donde tiene que volver a dormir. Y entonces, al fin, ante la puerta de su facultad, ante todas esas miradas que él interpreta hostiles, inspirará y pensará que le quedan por delante cinco horas de clase para después repetir la hora y media de regreso. Entonces sonríe al reflejo que le transmite el cristal del autobús y se susurra que eso está bien, que eso es lo que quiere.

El profesor ha preguntado si ya tienen delegado y Miguel levanta la mano. El profesor le pregunta si él es el delegado, le trata de usted, Miguel contesta que no, que solo es un candidato, también le trata de usted. El profesor pregunta si alguien más quiere ser delegado, nadie dice nada, el profesor nombra a Miguel delegado del grupo k de la peor asignatura de la carrera, después enumera las funciones del delegado, muchas funciones, ninguna mencionada con anterioridad. Miguel sonríe, eso forma parte de su plan.
Miguel le dice a su madre dos cosas, la primera que a partir de ahora él se hará su propia comida, una nueva dieta que le ha recomendado el médico, la segunda que en los próximos meses su aspecto físico experimentará cambios que no le gustarán, pero que no se preocupe, que lo tienen que hacer para el papel que le han dado en un nuevo grupo de teatro al que se ha apuntado.
Miguel está cansado, pero no sabe por qué. Se hace una tabla en un folio que después pega en una cartulina. Prueba a dormir más, a beber más café, a practicar la abstención sexual, a tomar vitaminas en cápsulas y a faltar una semana a clase. Miguel llega a la conclusión de que su cansancio no depende de causas externas, sino de la desidia que le atormenta, lo achaca a su carrera y a su ritmo de vida. Miguel decide no esforzarse más en sus estudios pero sin renunciar a las buenas notas.
Después de faltar una semana a clase como parte del experimento, cuando vuelve se ha rapado el pelo hasta que la cabeza solo le queda cubierta por una fina capa negra, a la gente no le gusta su nuevo aspecto, pero él no pregunta y nadie se lo dice directamente, porque allí son todos muy educados. El profesor está enfadado porque ha faltado una semana a sus funciones como delegado, a lo que Miguel responde bajando la cabeza y pidiendo disculpas, al bajar la cabeza, el profesor, que está sentado, puede apreciar bien su corte de pelo.
La siguiente semana Miguel aparece con una gorra azul con la marca de una empresa en letras rojas con relieve, se sienta en un extremo y bastante lejos de la mesa del profesor, el cual, irritado, le pide que se quite la gorra. Miguel responde que le deje quedársela, a lo que el profesor, enfadado, le ordena que se la quite. Miguel obedece y muestra trasquilones entre el pelo corto.
La siguiente semana Miguel aparece con un pañuelo en la cabeza bajo el cual se aprecia que no hay pelo. Apenas tiene tampoco cejas ni pestañas. Las ojeras son terribles y se le empiezan a marcar los huesos en las mejillas. Cuando la gente le pregunta que qué le pasa contesta que nada y cuando le preguntan si está bien, sonríe y dice que sí. A lo largo de los meses se ve que ha adelgazado mucho y que no tiene fuerzas. Se sienta cerca de la puerta y a veces sale corriendo fuera, llega a hacerlo tres veces en una misma clase, nadie se atreve a preguntarle por qué, el profesor no se atreve a decirle nada. Un día, justo antes de empezar la clase, Miguel, pidiéndole la palabra al profesor, comunica a sus compañeros que en las próximas semanas estará muy ocupado por las mañanas y que si alguien se puede hacer cargo del puesto de delegado, son muchas las manos que se levantan, Miguel sonríe, les da las gracias y corre al baño, en éste, Miguel sonríe.
Un día acude a una tutoría y le hace al profesor preguntas sobre cuestiones básicas de la signatura, le pide perdón por ello diciéndole que últimamente le cuesta mucho estudiar. El profesor al final se atreve a preguntarle si está bien y él contesta que prefiere no contestar. Finalmente Miguel desaparece durante las últimas tres semanas del curso y solo se le vuelve a ver en los exámenes, los cuales se le dan francamente mal.

Un día Miguel se despierta, mira el reloj y ve que son las dos de la tarde. Se levanta despacio, enciende el ordenador y ve que le han puesto las mejores calificaciones que ha tenido nunca. Sonríe mientras mordisquea una tableta energética y se pregunta si se supone que para el curso que viene tiene que estar muerto o si puede gritar con los brazos abiertos que se ha curado. Ha mentido a todo el mundo sin abrir la boca, les ha quitado credibilidad a quienes sí puedan estar enfermos. Vuelve a contemplar las notas, le da otro mordisco a la tableta y sonríe Miguel.

viernes, 5 de febrero de 2016

En el nombre del padre y de todos los demás

Hoy me gustaba mi aspecto, así que me puse contra la pared blanca y me estuve haciendo fotografías hasta que una salió bien, para recordar cómo me gusto. Después me coloqué frente al espejo del baño y acerqué mucho el rostro al otro rostro. Estuve esperando mucho rato a ver si crecía algún pelo de forma que ya dejase de gustarme, pero como no pasaba nada, los fui cortando todos un poco para que cuando crecieran estuviesen como me gusta, al terminar de cortarlos no me gustó el resultado.

Hoy le he cambiado el nombre a Don Padre. Había estado pensado, llegando a la conclusión de que no me gusta su nombre, como dicen ellos “de pila” o “depila”, no lo tengo muy claro. Tampoco me gustaban “papá” o “papi”, aunque me disgustaba menos “padre”, por lo que terminé cambiándole el nombre a “Don Padre”. Me encanta la palabra “don”, aunque no sé qué significa.

Hoy dormí mal y cuando desperté me molestó el sonido de los coches, autobuses, motos y camiones, o, como lo llaman ellos, el tráfico. La ventana estaba abierta, pero Don Padre no me deja cerrarla porque dice que hace mucho calor, aunque yo creo que el calor viene de fuera y si cerramos estaremos mejor. Durante toda la mañana me molestó el tráfico, en especial los coches, que son más numerosos, así que bajé a la calle y moví los contenedores que aún no había guardado Ever. Me faltaron contenedores, así que moví también los de otros edificios, pensando que no les importaría perderlos a cambio de que se acabase el ruido. Al final sonreí muy contento, pues había conseguido parar los coches y, como ya no se movían, hacían menos ruido. El problema fue que aparecieron los hombres de azul y tuve que correr a esconderme.
Aunque primero está la puerta del portal y luego, arriba, la de mi casa, los hombres de azul llamaron a la de mi casa, así que supuse que habrían matado a Ever, pues tienen pistolas y pueden disparar a los malos, aunque yo creía que Ever no era malo. Los hombres de azul me dijeron que abriese la puerta y les dije que no, que no podían entrar. Al rato volvieron a llamar y dijeron que tenían la orden de un juez, que no sé con qué derecho les dio esa orden, a lo que les contesté que yo les daba la orden de que no entraran y como mi orden era posterior, la tenían que respetar. Al final me llevaron con ellos y al salir a la calle, antes de meterme en el coche, no me dejaron taparme la cara como hacen los malos que salen en las noticias. Luego, durante varios días me aburrí mucho. Recuerdo a Don Padre pidiendo perdón y señalándome, y cuando la gente me miraba, yo les sonreía, lo que parecía enfadar a Don Padre. Un hombre que al parecer era aquello a lo que llaman juez me llamó “incapaz”, que no sé qué significa. No me dejaron preguntarle a aquel señor por qué ordenó a los señores de azul que entraran en casa. Por cierto, Ever no murió, solo dejó entrar a los señores de azul, ya no le saludo cuando le veo en el portal o sacando los contenedores.

Hoy Don Padre me puso una “cuidadora” que es una mujer que pone la tele muy alta, me hace la comida y me pregunta cada poco rato qué tal estoy. Habla muy raro y Don Padre me ha dicho que es porque es de un lugar llamado Sudamérica, pero no sé si me ha mentido porque he estado buscando ese país durante dos horas en el globo terráqueo y no lo he encontrado. Hemos comido una comida de su lugar de origen, “de mi tierra” lo ha llamado ella, aunque es pobre y estoy seguro de que no tiene tierras. La comida no me ha gustado y me ha dicho que es porque tiene Chile y yo le he dicho que no, que Chile es un país, que lo acababa de ver en el globo terráqueo, y cuando ella me ha dicho que Chile son un país y algo parecido a un pimiento, le he contestado que eso no podía ser y que volviera a “sus tierras” a enterarse mejor. Cuando Don Padre volvió le dije que creía que aquella señora era “incapaz” y él me regañó, también me quitó el globo terráqueo.

Hoy he decidido darle una oportunidad a “Padre” en vez de “Don Padre” porque la palabra “don”, de tanto usarla, me está empezando a dejar de gustar.

Hoy Padre me dijo que iba a tener visita y cuando le corregí y le dije que íbamos a tener visita, me dijo que yo no porque me quedaría a dormir en casa de mi amigo Pablo. Pablo no es mi amigo, y yo se lo he dicho pero me ha regañado, me ha dicho que vamos al mismo centro y tenemos la misma edad, por lo que somos amigos. Creo que no sabe muy bien qué es la amistad. Pablo no me gusta, habla muy raro y se mete cualquier cosa en la boca. Hay cosas que están hechas para meterse en la boca, como las chuches, los cubiertos o el cepillo de dientes, e incluso hay cosas que puedes creer que son para meterse en la boca, como los frascos de perfume, que Padre me explicó que eran venenosos, o esa caja de chicle que cuando el chicle se acabó seguía oliendo tan bien. Sin embargo Pablo se mete en la boca juguetes, por lo que no le dejan jugar con juguetes y en su casa no hay juguetes, solo libros y cosas grandes que no se pueda meter en la boca, pero como estas cosas no le gustan a Pablo, se aburre y hace ruidos raros. Además Pablo no sabe decir su nombre, dice “Pabo”, cuando el pavo es un animal y él se llama Pablo, que me lo dijeron la maestra y Padre, regañándome cuando me referí a él llamándole Pabo. No confío en quien no sabe decir bien su nombre. Yo, cuando aprendí a escribir, lo primero que aprendí fue mi nombre y firmaba con él detrás de todos mis dibujos, después escribí muchas otras cosas y ahora escribo esto.
Al llegar a casa de Pablo llamé yo al timbre, porque me gusta llamar a los timbres, apagar las luces, cerrar las puertas y ventanas y darle al botón que abre las puertas del metro. En el ascensor, aunque no había dicho nada, Padre me regañó diciéndome que no me atreviese a decirle a Pablo o a su mamá que Pablo no es mi amigo. Yo sí me atrevería a decirle a Pablo o a su mamá que Pablo no es mi amigo, cosa que es verdad, pero una vez me explicó la maestra que cuando ellos dicen “atreverse” a veces se refieren a atreverse y a veces es una prohibición, por ejemplo, en este caso era una prohibición, hay que ser muy listo para saber cuándo es una cosa u otra, y yo lo soy.
Cuando la mamá de Pablo ha abierto la puerta, le he dado unas flores y le he dicho que las había comprado yo, aunque es mentira, las había comprado Padre, pero es lo que se llama una “mentira consentida”, después la mamá de Pablo me ha dicho que fuese al cuarto de Pablo a jugar con él. Pablo estaba sentado en el suelo de su habitación, con la mitad de una linterna metida en la boca, pero nada más verme se bajo los pantalones y los calzoncillos y fue caminando con los pantalones y los calzoncillos bajados hasta el baño. Parecía un pingüino. La pilila no se enseña, me lo dijo Padre, pero Padre me dijo también que nunca debo decirle a mis compañeros las cosas que no pueden hacer o qué cosas son de mala educación porque “cada niño es un mundo” aunque no sé qué significa eso. Como me aburría y no me gustaba escuchar el sonido del pis de Pablo chocando contra el agua del váter, me puse a investigar y descubrí en la habitación de al lado un montón de libros. Encontré unos que eran como veinte y que tenían nombres muy raros, el primero, por ejemplo, se llamaba “A-Alcántara” y el segundo “Alcántara-Asotano”. Cogí uno y descubrí que eran como diccionarios pero con imágenes. Padre no me deja tener diccionarios como no me deja tener el globo terráqueo, creo que es porque tiene miedo de que me vuelva más listo de él. Busqué qué significaba “juez”, pero no entendí nada, así que después tuve que buscar “autoridad”, “potestad”, “juzgar” y “sentenciar”, pero me aburrí enseguida y busqué “incapaz” y ponía “que no tiene capacidad o aptitud para algo” y me enfadé mucho, ¿para algo? ¿Para qué no tenía capacidad?
Acababa de descubrir que los hombres de azul se llaman policía cuando la mamá de Pablo me dijo que dejase eso y que fuese a jugar con Pablo. “Don” significaba nosequé y regalo, y me sentí muy mal de habérselo llamado a Padre, porque él no se merece que le regale nada.
Mientras cenábamos me di cuenta de que me había olvidado en casa el cepillo de dientes y me sentí muy mal, pero no se lo podía decir a la mamá de Pablo porque me daba vergüenza, así que cuando terminamos y ella se puso a lavar los platos, le di unas monedas a Pablo para que se las metiera en la boca, abrí la puerta con cuidado y me marché.
Pablo y yo vivimos muy cerca del centro al que vamos, así que vivimos cerca el uno del otro. Yo tengo llaves porque Padre no se fía de la cuidadora y no quiere que las tenga ella. Cuando llegué a casa no saludé a Ever y subí. Al llegar a la puerta de casa metí una llave en la cerradura, pero era la equivocada y encima se me cayeron, y cuando iba a meter la correcta Padre abrió la puerta. Estaba desnudo y fui a decirle que la pilila no se enseña cuando me dio una bofetada. Después se vistió y me llevó a casa de Pablo. Pis también se dice orina y pilila también se dice pene.

Hoy mi cuidadora me ha dicho que la mujer con la que estuvo Padre era una mujer de mal ver, pero le he dicho que no puede saberlo porque no la vio, así que no puede saber qué tal ve. Le he preguntado a mi cuidadora si no tengo aptitud para algo y no me ha entendido, así que le he dicho que si yo era incapaz como decía el señor juez y entonces ha venido hacia mí, me ha cogido la cara haciéndome daño, me ha dado un beso, me ha abrazado y ha empezado a decir “no, mijo, tú eres especial, tú eres especial”.

Hoy hemos salido del centro a una excursión al parque del Retiro y Pablo me ha dicho que su mamá le ha dicho que es el parque más grande del mundo. Luego la profesora nos ha señalado cuatro árboles y nos ha dicho que podíamos jugar a lo que quisiéramos mientras que no cogiésemos nada del suelo y no fuéramos más allá de esos árboles. Yo he visto a cuatro chicos que no eran de nuestro centro jugando al fútbol, pero jugaban muy mal, así que me he acercado y les he dicho que eran incapaces, porque no tenían capacidad de jugar al fútbol, entonces se me han acercado y me han preguntado que si era uno de los retrasados y yo les he dicho que no, que soy especial, entonces uno me ha empujado y me he caído, pero entonces ha venido la profesora y les ha gritado que cómo se les ocurre meterse con alguien como yo. Creo que lo ha dicho porque soy especial. Después me ha comprado un helado. Pablo ha encontrado una jeringuilla y se la ha llevado a casa para metérsela en la boca más tarde.

Hoy nos ha dicho la profesora que tendremos que entregar nuestro diario a final del día, pero cuando dice al final del día quiere decir al final de las clases, es lo que se llama una mentira consentida. Ahora es la penúltima clase pero no sé qué escribir. Pablo está en el hospital. Mi cuidadora esta mañana me ha dado una piruleta, así que le he dicho que le iba a dar un don, pero no me ha entendido porque habla raro.
La profesora ha empezado a recoger los diarios así que adiós.

Aquel camino

Aquel camino, aquel lugar en general, parecía haber sido desprovisto de todo color. El suelo era de polvo blanco, el camino era flanqueado por grandes piedras de un blanco sucio y más allá, montaña arriba y montaña abajo, se compartía el color de las piedras con la excepción de algún matorral seco. El caballero miró su montura, un caballo gris, y arriba, al cielo cenizo, y le recorrió la espalda un escalofrío. Recordó que hasta hacía poco su capa también había sido blanca, cuando servía en la corte, y agradeció haberla cambiado por aquella tela marrón, aunque a decir verdad, si aún conservase la capa blanca significaría que no se vería obligado a recorrer caminos sin un objetivo claro. Todo aquel blanco y aquel gris le recordaban al Purgatorio que se imaginó libremente cuando le leyeron a Dante, todo impregnado de aquellos colores, que te cegaban pero no eran bellos, y entonces empezó a apretar las muelas que aún le quedaban, conteniéndose para no espolear a su caballo en la dirección contraria, donde hacía tan solo un día se había encontrado en un precioso prado verde.
De pronto, al remontar una cuesta, vio más adelante en el camino a una niña sentada en una de las piedras y su imagen, discordante con el entorno, le produjo una agradable paz, como quien sabe que va a poder beber tras tomar un alimento salado. Mientras se acercaba, y continuando con sus pensamientos religiosos, se imaginó que aquella niña era un ángel y que le diría una frase que no llegaría a comprender en su totalidad pero que marcaría su destino.
—Saludos, pequeña, ¿qué haces aquí sola?
—No estoy sola, estoy contigo. ¿A dónde vas?
—Busco el camino para salir de esta montaña.
—¿Cómo? ¿Acaso no vienes a hacer fortuna?
—¿De qué estás hablando, niña?
—Una bestia terrible secuestró a una mujer y en el pueblo ofrecen una recompensa a quien la traiga de vuelta.
—¿Es una princesa?
—No, la hija del alcalde. Ahora me tengo que ir, si sigues por este camino llegarás a una bifurcación, el camino que sube te llevará hasta el pueblo, el que baja hará que esta tarde hayas salido de la montaña.
Entonces la niña salió del camino, escaló una roca grande y desapareció.
El caballero continuó al paso. Al llegar al lugar en el que el camino se abría, donde un cartel caído mencionaba los destinos, apretó los dientes, masculló algo y espoleó su caballo camino arriba.

Antes incluso de entrar el pueblo, que no tenía una entrada como tal sino que venía avisado por el cada vez mayor número de casas a los lados del camino, la gente se agolpaba para mirarle sin curiosidad ni hostilidad. Cuando llegó al centro del pueblo un hombre se adelantó, el alcalde. El caballero desmontó.
—Buenos días os traiga Dios. He venido a rescatar a vuestra hija, matar al monstruo y cobrar la recompensa.
—Agradecemos vuestras palabras, loado caballero, pero estáis equivocados. Yo no tengo hijas, tan solo dos varones que no están entre nosotros. Aunque sí es cierto que una bestia recorre estos caminos y pagaremos a quien nos traiga su cabeza.
—Eso haré pues. Pero decidme, ¿cómo es la bestia?
—Nadie lo sabe con certeza. Solo puedo decirle que vaga por los caminos del norte de la montaña, que engaña, miente y cambia la voluntad de los hombres hasta lograr su perdición.

La recompensa era menor de lo esperado, pero tampoco se podría pedir más a un pueblo construido con polvo. El caballero inició su ascenso pensando que aquello habría de ser una hazaña breve, ya que la ventaja del monstruo, el esconderse en las cumbres, también sería su perdición al privarle de cualquier posible escapatoria.
Montó el resto del día, pero al llegar la tarde se encontró con una especie de barranco surcado por grandes piedras, por donde su rocín no podría seguir pero él sí saltando de una a otra. Pensó en quitarse la armadura, pero se dijo que aunque eso le ayudaría ahora, más tarde, frente a garras o colmillos, podría ser fatal. Saltó a la primera piedra, lo cual fue fácil, y después a la segunda, donde se encontró ya exhausto. Cuando creyó que había recobrado sus fuerzas probó a saltar a la tercera, a la cual no llegó. Solo logró asirse a ella con los brazos, pero su propio peso le empujó hacia abajo. En la caía se golpeó la cabeza contra una piedra y el cuerpo contra otras tantas.
En las profundidades del barranco, aunque todo estaba oscuro, empezó a rodearle una luz clara, pero no de un blanco sucio, sino una luz que no cegaba y le reconfortaba. Entonces pensó en la niña y recordó las palabras del alcalde. Él quería salir cuanto antes de la montaña y fue la niña quien le dijo de quedarse. Entonces lo entendió todo y, mientras se perdía en aquella luz, pensó que no todas las bestias tienen garras o colmillos.

Y la protegían

Y la protegían muros altos, con un ejército de relojes de salón, de madres con alas, de príncipes celosos, de tijeras y destornilladores, de gentes de poco seso, de cuadernos de colorines. Aquí  no solo se mataba al mensajero, sino también al transporte, al cartero y al maestro, a cualquiera que se acercara a su cuarto.
Yo una noche salté los muros y rompí agujas, arranqué alas, tiré coronas, guardé herramientas, distraje tontos y leí hojas. Y cuando subí las escaleras y abrí la puerta de su cuarto, lo encontré vacío, ella había escapado tiempo atrás.

No te escapes

No te escapes, ahora no te escapes.
Que aunque te ocultes y no me duelas, no te olvido.
Que aunque construyas un nuevo mundo en el que de mí no quede nada, me tendrás que abrir las puertas un día, por lo menos. Porque es probable que algún día, recordando o aburrida, te escapes y te vengas al mío y encuentres una puerta o una ventana abierta, como dejada así por casualidad.
Y escóndete si quieres, esperaré a que aparezcas.
Y cuéntame esas historias en las que ni se menciona a los muertos, que yo las escucharé de buenas porque sales tú.
Y háblame de él, de sus méritos, de su mérito de conseguirte. Háblame, que lo siento, pero solo podré imaginarle como figura, que no como estatua. Como quien marca una etapa y dura, pero como una pulsera, se cae.
El día que me invites a tu boda, nos invitarás a los dos, pero no te casarás con ninguno.
Y aunque te ocultes y no te busque y no te grite y no me insultes. Aunque no te escriba y no me duelas y no te vea y no te sienta. Aunque no te recomiende y no me traiciones y no juguemos y no te cuente. Aun con todo eso, no te olvido.