Todo el mundo lo repetía, pero en el fondo nadie llegó a creerlo. Por eso todos se refugiaron aquí.
sábado, 20 de febrero de 2016
El octavo día de la creación
Y en el jardín del Edén Adán mira con recelo a Eva, alguien ha robado todas las manzanas del árbol. También se han percatado de que una nueva criatura deambula por el jardín. Esta criatura, otra ella, sonríe en la oscuridad y lame una manzana, pensando cuándo dar el mordisco.
martes, 16 de febrero de 2016
Juego con pegamento
Así, cosas pequeñas, como hojas o grandes virutas
de polvo. Astillas, algo de tierra o los trozos que sobran de hacer un trabajo
de manualidades con cartulinas también valen. La cosa es juntarlo todo, donde
puedes mezclar ingredientes, y echarle pegamento en el centro. Debe ser un
pegamento líquido, porque si es un pegamento que a su vez esté pegado al
recipiente del que proviene —como puede pasar con el pegamento de barra o con
una pistola de pegamento— se te pegarán a éste las cosas pequeñas estropeándolo
e impidiéndote hacer lo que quieres hacer. Echas pegamento líquido al centro y
lo juntas todo un poco más, que se toque, que se mezcle, que se haga una bola
hasta que quede todo pegado. Se me está ocurriendo que si lo has intentado con
una pistola de pegamento no tienes por qué tirarla, probablemente se te habrá
pegado poca cosa, por lo que solo tienes que seguir apretando el gatillo para
que siga saliendo pegamento y éste arrastre los ingredientes, la suciedad, lo
que nadie quiere, como un río, un río lento y denso. También estaba pensando
que si por equivocación o cualquier otra causa has utilizado pegamento de barra
puedes subsanar tu error si no has sacado demasiado la propia barra de
pegamento. El mecanismo de la misma es sencillo, quitas la tapa, giras la rueda
de la base y el pegamento sale, giras la rueda en la dirección contraria y el pegamento
vuelve. La experiencia me ha enseñado que solo los niños suelen sacar toda la
barra, pero este juego no es para niños, y que los adultos aprenden que es
mejor sacar solo un poco de la barra de pegamento porque sacar más no es más
práctico y de hecho se te puede romper o dislocar de tal forma que luego, al poner
la tapa, se te salga pegamento por las junturas de entre ésta y el resto del
tubo. Bien, dicho esto pongamos que se ha empleado solo un tercio de la barra
de pegamento y que ésta está ahora cubierta de ingredientes, de residuos, de
suciedad o de “trozos”, entonces solo hay que sacar más barra, como otro
tercio, coger unas tijeras y cortar ahí donde el pegamento es blanco a un lado
y blanco al otro, sin rozar la tijera por donde hay cosas pegadas y aún menos
cortar en mitad de esa zona. Este proceso conlleva en mi opinión tres
problemas; el primero es que se pierde un tercio de la barra de pegamento, una
perdida sustancial que además solo permitirá realizar esta acción otra vez más,
porque siempre, además del tercio contaminado, debe haber un tercio sano; el
segundo problema es que las tijeras —o cúter o cualquier otro medio que corte
se me ocurre ahora— queda manchado con el pegamento, que siempre es sustancia
densa y difícil o tediosa de limpiar; el tercer problema es que un tercio de
barra de pegamento es mucho pegamento, lo que te obligará a mezclar bien los
ingredientes en una masa o bola superior que deberá dejar el corazón de
pegamento siempre en el centro, pero que aun así dejará algo de pegamento
blanco a la vista perjudicando la imagen final. Empecé afirmando que el
pegamento que ha de emplearse debe ser líquido y pese a que luego hemos visto
que se pueden llegar a emplear otros tipos de pegamento, sigo recomendando el
uso de éste. El pegamento líquido se deja caer desde arriba, así que no hay
problema de que se toquen recipiente e ingredientes, y, muy importante, es
transparente, no se ve, no le quita mérito al resultado final. Como ya he dicho
se echa pegamento y se juntan las cosas, quedando una masa de cosas pequeñas
pero juntas. Es probable que el pegamento que parecía suficiente en un
principio no lo sea, así que es recomendable hacer girar la bola resultante
mientras se van dejando caer otras gotas para asegurar su correcta unión. En el
caso de que los medios utilizados sean pequeños trozos provenientes del
ladrillo machacado o roto queda muy bien no emplear más ingredientes, es
agradable el color anaranjado rojizo resultante, pero si se van a usar otros
ingredientes recomiendo mezclar. Es muy probable que quede polvo en la figura
final, se quiera o no, pero si se quiere que éste tenga protagonismo, que se
vea bien, es recomendable acudir a los lugares donde la limpieza cotidiana no
llegue a eliminarlo, pasar el dedo índice despacio, capturándolo con la yema, y
tapándolo con la yema del dedo gordo para que no se pierda en el proceso de
frotarlo para que se haga bola y dejarlo en el recipiente donde irán a parar
más bolas resultantes del mismo proceso. Un truco recurrente y un tanto
efectista es emplear un par de hojas pequeñas, finas, delgadas y alargadas,
como pequeñas espadas. Ya para mayor trampa se pueden añadir estas hojas cuando
la bola ya está prácticamente terminada, dando un aspecto francamente bello y
desprovisto de todo mérito. Para terminar diré que mi ingrediente favorito, del
que seguramente discreparéis, son los pequeños triángulos que quedan tras haber
cortado cartulinas de colores un tanto gruesas. Creo que es una pena tirar
estos restos sin darles mayor uso que adornar el fondo de la bolsa de
supermercado que recientemente se ha utilizado como bolsa de la basura y donde,
con total seguridad, estos trozos de cartulina quedarán en poco sepultados por
cualquier otro elemento considerado basura que desde luego no será tan pequeño
como para poder participar en este juego.
domingo, 7 de febrero de 2016
Una medida como otra cualquiera
Es el año 2017 y Miguel sale de casa corriendo, con
la boca mal enjuagada y sabiendo aún a pasta de dientes. Una vez había visto
una película en la que decían que Italia se detenía durante horas después de la
hora de comer, su reloj marca las dos, el inicio de esa supuesta hora, y ya es
tarde para él, a esa hora comienza la tarde, o por lo menos el camino hacia
ésta. Una hora y media tras la cual llegará a clase y no saldrá hasta que sea
de noche y le duela el estómago. Tercero de carrera, ninguna asignatura
suspensa, varias matrículas de honor, una media de ocho, bravo Miguel. Antes he
dicho que Miguel salía corriendo de casa, pero eso no es cierto, más bien
andaba muy deprisa, o trotaba, o corría despacio, porque ahora, cuando ve al
autobús asomarse por una calle, como pidiendo permiso, y empezando a girar, sí
que corre Miguel. A esto se le llama sprint,
pero los sprint son durante menos tiempo y en distancias más cortas. El pobre
Miguel corre moviendo los brazos, oyendo las pisadas de sus botas, sintiendo el
peso de la mochila aunque no su bamboleo, porque no es la primera vez que le
pasa esto y lleva la mochila bien ajustada a la espalda. El autobús es una
serpiente verde y aunque por dentro es ruidosa, por fuera es más silenciosa que
los coches, así que Miguel no sabe cómo de cerca está a sus espaldas. En un
momento cruza la calle, recorriendo en diagonal el paso de cebra. El autobusero
disminuye la velocidad al ver a aquel muchacho que da pena, sonríe, pero luego
no le dirá un “¡Menuda carrera!”, sino que le responderá a su “buenos días” con
un “buenos días” sin sonrisa, de tal manera que no le hará notar su esfuerzo.
Miguel llega a la parada, el autobús llega a la parada, se abren las dos
puertas, la de delante y la de atrás, y mientras se bajan unos adolescentes por
la segunda, Miguel se da cuenta de que si el autobús estaba ya obligado a
parar, podía haber corrido un poco menos. Entra, pasa el bono transporte por el
lector y el autobús se pone en marcha sin darle la posibilidad de sentarse.
Todos le miran y se pregunta si le han visto correr, si tiene un aspecto
desastroso o si miran así a todo el mundo. Se sienta, está exhausto, una saliva
densa le sube por la garganta, saca una botella y bebe, tiene pinchazos en las
piernas. Piensa en leer, pero está demasiado cansado, piensa en escuchar
música, pero está demasiado cansado, piensa en pensar, pero le palpitan los
ojos. Mira por la ventana y ve su reflejo, ve que el correr le ha dejado fatal
el pelo. Entonces se repite que permanecerá media hora en ese autobús, que después
irá al metro, esperará cuatro minutos, se subirá a un vagón lleno de gente que
corre a sentarse cuando queda un sitio libre, de gente que escucha la música
muy alta, que apoyan la espalda en la barra a la que él se ha agarrado,
aplastándosela con sus espaldas sudorosas, distraídos con sus teléfonos
móviles. Después vendrá una sucesión de mendigos y gente necesitada que
intentarán apelar a su caridad ya anestesiada. Así durante once paradas de
metro, unos veintidós minutos. Al salir tendrá que correr para no verse
detenido por el resto de universitarios que salen en su parada, porque no le
gusta andar despacio queriendo andar más deprisa. Subirá tres escaleras y
entonces, al aire libre, caminará durante unos doce minutos. Durante el camino
le intentarán dar dos panfletos de discotecas, uno de un curso de inglés y
otros dos de academias universitarias, le asaltarán pintadas políticas de todos
los bandos, dos chicas que fingen ser mudas le pedirán con gestos que lea un
papel donde le piden una firma y veinte euros y, dependiendo del día, a la altura
del único cajero automático que funciona, un tipo gordo le dirá que se le ha
quedado tirada la moto en mitad de la carretera y que si le da algo para la
gasolina o un tipo flaco le pedirá el euro que le queda para el transporte a la
cárcel donde tiene que volver a dormir. Y entonces, al fin, ante la puerta de
su facultad, ante todas esas miradas que él interpreta hostiles, inspirará y
pensará que le quedan por delante cinco horas de clase para después repetir la
hora y media de regreso. Entonces sonríe al reflejo que le transmite el cristal
del autobús y se susurra que eso está bien, que eso es lo que quiere.
El profesor ha preguntado si ya tienen delegado y
Miguel levanta la mano. El profesor le pregunta si él es el delegado, le trata
de usted, Miguel contesta que no, que solo es un candidato, también le trata de
usted. El profesor pregunta si alguien más quiere ser delegado, nadie dice
nada, el profesor nombra a Miguel delegado del grupo k de la peor asignatura de
la carrera, después enumera las funciones del delegado, muchas funciones, ninguna
mencionada con anterioridad. Miguel sonríe, eso forma parte de su plan.
Miguel le dice a su madre dos cosas, la primera que
a partir de ahora él se hará su propia comida, una nueva dieta que le ha
recomendado el médico, la segunda que en los próximos meses su aspecto físico
experimentará cambios que no le gustarán, pero que no se preocupe, que lo
tienen que hacer para el papel que le han dado en un nuevo grupo de teatro al
que se ha apuntado.
Miguel está cansado, pero no sabe por qué. Se hace
una tabla en un folio que después pega en una cartulina. Prueba a dormir más, a
beber más café, a practicar la abstención sexual, a tomar vitaminas en cápsulas
y a faltar una semana a clase. Miguel llega a la conclusión de que su cansancio
no depende de causas externas, sino de la desidia que le atormenta, lo achaca a
su carrera y a su ritmo de vida. Miguel decide no esforzarse más en sus
estudios pero sin renunciar a las buenas notas.
Después de faltar una semana a clase como parte
del experimento, cuando vuelve se ha rapado el pelo hasta que la cabeza solo le
queda cubierta por una fina capa negra, a la gente no le gusta su nuevo
aspecto, pero él no pregunta y nadie se lo dice directamente, porque allí son
todos muy educados. El profesor está enfadado porque ha faltado una semana a
sus funciones como delegado, a lo que Miguel responde bajando la cabeza y
pidiendo disculpas, al bajar la cabeza, el profesor, que está sentado, puede
apreciar bien su corte de pelo.
La siguiente semana Miguel aparece con una gorra
azul con la marca de una empresa en letras rojas con relieve, se sienta en un
extremo y bastante lejos de la mesa del profesor, el cual, irritado, le pide
que se quite la gorra. Miguel responde que le deje quedársela, a lo que el
profesor, enfadado, le ordena que se la quite. Miguel obedece y muestra
trasquilones entre el pelo corto.
La siguiente semana Miguel aparece con un pañuelo
en la cabeza bajo el cual se aprecia que no hay pelo. Apenas tiene tampoco
cejas ni pestañas. Las ojeras son terribles y se le empiezan a marcar los
huesos en las mejillas. Cuando la gente le pregunta que qué le pasa contesta
que nada y cuando le preguntan si está bien, sonríe y dice que sí. A lo largo
de los meses se ve que ha adelgazado mucho y que no tiene fuerzas. Se sienta
cerca de la puerta y a veces sale corriendo fuera, llega a hacerlo tres veces
en una misma clase, nadie se atreve a preguntarle por qué, el profesor no se
atreve a decirle nada. Un día, justo antes de empezar la clase, Miguel,
pidiéndole la palabra al profesor, comunica a sus compañeros que en las
próximas semanas estará muy ocupado por las mañanas y que si alguien se puede
hacer cargo del puesto de delegado, son muchas las manos que se levantan, Miguel
sonríe, les da las gracias y corre al baño, en éste, Miguel sonríe.
Un día acude a una tutoría y le hace al profesor
preguntas sobre cuestiones básicas de la signatura, le pide perdón por ello
diciéndole que últimamente le cuesta mucho estudiar. El profesor al final se
atreve a preguntarle si está bien y él contesta que prefiere no contestar.
Finalmente Miguel desaparece durante las últimas tres semanas del curso y solo
se le vuelve a ver en los exámenes, los cuales se le dan francamente mal.
Un día Miguel se despierta, mira el reloj y ve que
son las dos de la tarde. Se levanta despacio, enciende el ordenador y ve que le
han puesto las mejores calificaciones que ha tenido nunca. Sonríe mientras
mordisquea una tableta energética y se pregunta si se supone que para el curso
que viene tiene que estar muerto o si puede gritar con los brazos abiertos que
se ha curado. Ha mentido a todo el mundo sin abrir la boca, les ha quitado
credibilidad a quienes sí puedan estar enfermos. Vuelve a contemplar las notas,
le da otro mordisco a la tableta y sonríe Miguel.
viernes, 5 de febrero de 2016
En el nombre del padre y de todos los demás
Hoy me gustaba mi
aspecto, así que me puse contra la pared blanca y me estuve haciendo
fotografías hasta que una salió bien, para recordar cómo me gusto. Después me
coloqué frente al espejo del baño y acerqué mucho el rostro al otro rostro.
Estuve esperando mucho rato a ver si crecía algún pelo de forma que ya dejase
de gustarme, pero como no pasaba nada, los fui cortando todos un poco para que
cuando crecieran estuviesen como me gusta, al terminar de cortarlos no me gustó
el resultado.
Hoy le he cambiado el
nombre a Don Padre. Había estado pensado, llegando a la conclusión de que no me
gusta su nombre, como dicen ellos “de pila” o “depila”, no lo tengo muy claro.
Tampoco me gustaban “papá” o “papi”, aunque me disgustaba menos “padre”, por lo
que terminé cambiándole el nombre a “Don Padre”. Me encanta la palabra “don”,
aunque no sé qué significa.
Hoy dormí mal y cuando
desperté me molestó el sonido de los coches, autobuses, motos y camiones, o,
como lo llaman ellos, el tráfico. La ventana estaba abierta, pero Don Padre no
me deja cerrarla porque dice que hace mucho calor, aunque yo creo que el calor
viene de fuera y si cerramos estaremos mejor. Durante toda la mañana me molestó
el tráfico, en especial los coches, que son más numerosos, así que bajé a la
calle y moví los contenedores que aún no había guardado Ever. Me faltaron
contenedores, así que moví también los de otros edificios, pensando que no les
importaría perderlos a cambio de que se acabase el ruido. Al final sonreí muy
contento, pues había conseguido parar los coches y, como ya no se movían,
hacían menos ruido. El problema fue que aparecieron los hombres de azul y tuve
que correr a esconderme.
Aunque primero está la
puerta del portal y luego, arriba, la de mi casa, los hombres de azul llamaron a la de mi
casa, así que supuse que habrían matado a Ever, pues tienen
pistolas y pueden disparar a los malos, aunque yo creía que Ever no era malo.
Los hombres de azul me dijeron que abriese la puerta y les dije que no, que no
podían entrar. Al rato volvieron a llamar y dijeron que tenían la orden de un
juez, que no sé con qué derecho les dio esa orden, a lo que les contesté que yo
les daba la orden de que no entraran y como mi orden era posterior, la tenían
que respetar. Al final me llevaron con ellos y al salir a la calle, antes de
meterme en el coche, no me dejaron taparme la cara como hacen los malos que
salen en las noticias. Luego, durante varios días me aburrí mucho. Recuerdo a
Don Padre pidiendo perdón y señalándome, y cuando la gente me miraba, yo les
sonreía, lo que parecía enfadar a Don Padre. Un hombre que al parecer era
aquello a lo que llaman juez me llamó “incapaz”, que no sé qué significa. No me
dejaron preguntarle a aquel señor por qué ordenó a los señores de azul que
entraran en casa. Por cierto, Ever no murió, solo dejó entrar a los señores de
azul, ya no le saludo cuando le veo en el portal o sacando los contenedores.
Hoy Don Padre me puso
una “cuidadora” que es una mujer que pone la tele muy alta, me hace la comida y
me pregunta cada poco rato qué tal estoy. Habla muy raro y Don Padre me ha
dicho que es porque es de un lugar llamado Sudamérica, pero no sé si me ha
mentido porque he estado buscando ese país durante dos horas en el globo
terráqueo y no lo he encontrado. Hemos comido una comida de su lugar de origen,
“de mi tierra” lo ha llamado ella, aunque es pobre y estoy seguro de que no
tiene tierras. La comida no me ha gustado y me ha dicho que es porque tiene
Chile y yo le he dicho que no, que Chile es un país, que lo acababa de ver en
el globo terráqueo, y cuando ella me ha dicho que Chile son un país y algo
parecido a un pimiento, le he contestado que eso no podía ser y que volviera a
“sus tierras” a enterarse mejor. Cuando Don Padre volvió le dije que creía que
aquella señora era “incapaz” y él me regañó, también me quitó el globo
terráqueo.
Hoy he decidido darle
una oportunidad a “Padre” en vez de “Don Padre” porque la palabra “don”, de
tanto usarla, me está empezando a dejar de gustar.
Hoy Padre me dijo que
iba a tener visita y cuando le corregí y le dije que íbamos a tener visita, me
dijo que yo no porque me quedaría a dormir en casa de mi amigo Pablo. Pablo no
es mi amigo, y yo se lo he dicho pero me ha regañado, me ha dicho que vamos al
mismo centro y tenemos la misma edad, por lo que somos amigos. Creo que no sabe
muy bien qué es la amistad. Pablo no me gusta, habla muy raro y se mete
cualquier cosa en la boca. Hay cosas que están hechas para meterse en la boca,
como las chuches, los cubiertos o el cepillo de dientes, e incluso hay cosas
que puedes creer que son para meterse en la boca, como los frascos de perfume,
que Padre me explicó que eran venenosos, o esa caja de chicle que cuando el
chicle se acabó seguía oliendo tan bien. Sin embargo Pablo se mete en la boca juguetes,
por lo que no le dejan jugar con juguetes y en su casa no hay juguetes, solo
libros y cosas grandes que no se pueda meter en la boca, pero como estas cosas
no le gustan a Pablo, se aburre y hace ruidos raros. Además Pablo no sabe decir
su nombre, dice “Pabo”, cuando el pavo es un animal y él se llama Pablo, que me
lo dijeron la maestra y Padre, regañándome cuando me referí a él llamándole Pabo.
No confío en quien no sabe decir bien su nombre. Yo, cuando aprendí a escribir,
lo primero que aprendí fue mi nombre y firmaba con él detrás de todos mis
dibujos, después escribí muchas otras cosas y ahora escribo esto.
Al llegar a casa de
Pablo llamé yo al timbre, porque me gusta llamar a los timbres, apagar las
luces, cerrar las puertas y ventanas y darle al botón que abre las puertas del
metro. En el ascensor, aunque no había dicho nada, Padre me regañó diciéndome
que no me atreviese a decirle a Pablo o a su mamá que Pablo no es mi amigo. Yo
sí me atrevería a decirle a Pablo o a su mamá que Pablo no es mi amigo, cosa
que es verdad, pero una vez me explicó la maestra que cuando ellos dicen
“atreverse” a veces se refieren a atreverse y a veces es una prohibición, por
ejemplo, en este caso era una prohibición, hay que ser muy listo para saber
cuándo es una cosa u otra, y yo lo soy.
Cuando la mamá de Pablo
ha abierto la puerta, le he dado unas flores y le he dicho que las había
comprado yo, aunque es mentira, las había comprado Padre, pero es lo que se
llama una “mentira consentida”, después la mamá de Pablo me ha dicho que fuese
al cuarto de Pablo a jugar con él. Pablo estaba sentado en el suelo de su
habitación, con la mitad de una linterna metida en la boca, pero nada más verme
se bajo los pantalones y los calzoncillos y fue caminando con los pantalones y
los calzoncillos bajados hasta el baño. Parecía un pingüino. La pilila no se
enseña, me lo dijo Padre, pero Padre me dijo también que nunca debo decirle a
mis compañeros las cosas que no pueden hacer o qué cosas son de mala educación
porque “cada niño es un mundo” aunque no sé qué significa eso. Como me aburría
y no me gustaba escuchar el sonido del pis de Pablo chocando contra el agua del
váter, me puse a investigar y descubrí en la habitación de al lado un montón de
libros. Encontré unos que eran como veinte y que tenían nombres muy raros, el
primero, por ejemplo, se llamaba “A-Alcántara” y el segundo
“Alcántara-Asotano”. Cogí uno y descubrí que eran como diccionarios pero con
imágenes. Padre no me deja tener diccionarios como no me deja tener el globo
terráqueo, creo que es porque tiene miedo de que me vuelva más listo de él.
Busqué qué significaba “juez”, pero no entendí nada, así que después tuve que
buscar “autoridad”, “potestad”, “juzgar” y “sentenciar”, pero me aburrí
enseguida y busqué “incapaz” y ponía “que no tiene capacidad o aptitud para
algo” y me enfadé mucho, ¿para algo? ¿Para qué no tenía capacidad?
Acababa de descubrir que
los hombres de azul se llaman policía cuando la mamá de Pablo me dijo que
dejase eso y que fuese a jugar con Pablo. “Don” significaba nosequé y regalo, y
me sentí muy mal de habérselo llamado a Padre, porque él no se merece que le
regale nada.
Mientras cenábamos me di
cuenta de que me había olvidado en casa el cepillo de dientes y me sentí muy
mal, pero no se lo podía decir a la mamá de Pablo porque me daba vergüenza, así
que cuando terminamos y ella se puso a lavar los platos, le di unas monedas a
Pablo para que se las metiera en la boca, abrí la puerta con cuidado y me
marché.
Pablo y yo vivimos muy
cerca del centro al que vamos, así que vivimos cerca el uno del otro. Yo tengo
llaves porque Padre no se fía de la cuidadora y no quiere que las tenga ella.
Cuando llegué a casa no saludé a Ever y subí. Al llegar a la puerta de casa
metí una llave en la cerradura, pero era la equivocada y encima se me cayeron,
y cuando iba a meter la correcta Padre abrió la puerta. Estaba desnudo y fui a
decirle que la pilila no se enseña cuando me dio una bofetada. Después se
vistió y me llevó a casa de Pablo. Pis también se dice orina y pilila también
se dice pene.
Hoy mi cuidadora me ha
dicho que la mujer con la que estuvo Padre era una mujer de mal ver, pero le he
dicho que no puede saberlo porque no la vio, así que no puede saber qué tal ve.
Le he preguntado a mi cuidadora si no tengo aptitud para algo y no me ha
entendido, así que le he dicho que si yo era incapaz como decía el señor juez y
entonces ha venido hacia mí, me ha cogido la cara haciéndome daño, me ha dado
un beso, me ha abrazado y ha empezado a decir “no, mijo, tú eres especial, tú eres
especial”.
Hoy hemos salido del
centro a una excursión al parque del Retiro y Pablo me ha dicho que su mamá le
ha dicho que es el parque más grande del mundo. Luego la profesora nos ha
señalado cuatro árboles y nos ha dicho que podíamos jugar a lo que quisiéramos
mientras que no cogiésemos nada del suelo y no fuéramos más allá de esos
árboles. Yo he visto a cuatro chicos que no eran de nuestro centro jugando al
fútbol, pero jugaban muy mal, así que me he acercado y les he dicho que eran
incapaces, porque no tenían capacidad de jugar al fútbol, entonces se me han
acercado y me han preguntado que si era uno de los retrasados y yo les he dicho
que no, que soy especial, entonces uno me ha empujado y me he caído, pero
entonces ha venido la profesora y les ha gritado que cómo se les ocurre meterse
con alguien como yo. Creo que lo ha dicho porque soy especial. Después me ha
comprado un helado. Pablo ha encontrado una jeringuilla y se la ha llevado a
casa para metérsela en la boca más tarde.
Hoy nos ha dicho la profesora
que tendremos que entregar nuestro diario a final del día, pero cuando dice al
final del día quiere decir al final de las clases, es lo que se llama una
mentira consentida. Ahora es la penúltima clase pero no sé qué escribir. Pablo
está en el hospital. Mi cuidadora esta mañana me ha dado una piruleta, así que
le he dicho que le iba a dar un don, pero no me ha entendido porque habla raro.
La profesora ha empezado
a recoger los diarios así que adiós.
Aquel camino
Aquel
camino, aquel lugar en general, parecía haber sido desprovisto de todo color.
El suelo era de polvo blanco, el camino era flanqueado por grandes piedras de
un blanco sucio y más allá, montaña arriba y montaña abajo, se compartía el
color de las piedras con la excepción de algún matorral seco. El caballero miró
su montura, un caballo gris, y arriba, al cielo cenizo, y le recorrió la
espalda un escalofrío. Recordó que hasta hacía poco su capa también había sido
blanca, cuando servía en la corte, y agradeció haberla cambiado por aquella
tela marrón, aunque a decir verdad, si aún conservase la capa blanca
significaría que no se vería obligado a recorrer caminos sin un objetivo claro.
Todo aquel blanco y aquel gris le recordaban al Purgatorio que se imaginó
libremente cuando le leyeron a Dante, todo impregnado de aquellos colores, que
te cegaban pero no eran bellos, y entonces empezó a apretar las muelas que aún
le quedaban, conteniéndose para no espolear a su caballo en la dirección
contraria, donde hacía tan solo un día se había encontrado en un precioso prado
verde.
De pronto, al remontar una cuesta, vio más adelante en el camino a una
niña sentada en una de las piedras y su imagen, discordante con el entorno, le
produjo una agradable paz, como quien sabe que va a poder beber tras tomar un
alimento salado. Mientras se acercaba, y continuando con sus pensamientos
religiosos, se imaginó que aquella niña era un ángel y que le diría una frase
que no llegaría a comprender en su totalidad pero que marcaría su destino.
—Saludos, pequeña, ¿qué haces aquí sola?
—No estoy sola, estoy contigo. ¿A dónde vas?
—Busco el camino para salir de esta montaña.
—¿Cómo? ¿Acaso no vienes a hacer fortuna?
—¿De qué estás hablando, niña?
—Una bestia terrible secuestró a una mujer y en el pueblo ofrecen una
recompensa a quien la traiga de vuelta.
—¿Es una princesa?
—No, la hija del alcalde. Ahora me tengo que ir, si sigues por este camino
llegarás a una bifurcación, el camino que sube te llevará hasta el pueblo, el
que baja hará que esta tarde hayas salido de la montaña.
Entonces la niña salió del camino, escaló una roca grande y desapareció.
El caballero continuó al paso. Al llegar al lugar en el que el camino se
abría, donde un cartel caído mencionaba los destinos, apretó los dientes,
masculló algo y espoleó su caballo camino arriba.
Antes incluso de entrar el pueblo, que no tenía una entrada como tal sino
que venía avisado por el cada vez mayor número de casas a los lados del camino,
la gente se agolpaba para mirarle sin curiosidad ni hostilidad. Cuando llegó al
centro del pueblo un hombre se adelantó, el alcalde. El caballero desmontó.
—Buenos días os traiga Dios. He venido a rescatar a vuestra hija, matar al
monstruo y cobrar la recompensa.
—Agradecemos vuestras palabras, loado caballero, pero estáis equivocados.
Yo no tengo hijas, tan solo dos varones que no están entre nosotros. Aunque sí
es cierto que una bestia recorre estos caminos y pagaremos a quien nos traiga
su cabeza.
—Eso haré pues. Pero decidme, ¿cómo es la bestia?
—Nadie lo sabe con certeza. Solo puedo decirle que vaga por los caminos
del norte de la montaña, que engaña, miente y cambia la voluntad de los hombres
hasta lograr su perdición.
La recompensa era menor de lo esperado, pero tampoco se podría pedir más a
un pueblo construido con polvo. El caballero inició su ascenso pensando que
aquello habría de ser una hazaña breve, ya que la ventaja del monstruo, el
esconderse en las cumbres, también sería su perdición al privarle de cualquier
posible escapatoria.
Montó el resto del día, pero al llegar la tarde se
encontró con una especie de barranco surcado por grandes piedras, por donde su
rocín no podría seguir pero él sí saltando de una a otra. Pensó en quitarse la
armadura, pero se dijo que aunque eso le ayudaría ahora, más tarde, frente a
garras o colmillos, podría ser fatal. Saltó a la primera piedra, lo cual fue
fácil, y después a la segunda, donde se encontró ya exhausto. Cuando creyó que
había recobrado sus fuerzas probó a saltar a la tercera, a la cual no llegó.
Solo logró asirse a ella con los brazos, pero su propio peso le empujó hacia
abajo. En la caía se golpeó la cabeza contra una piedra y el cuerpo contra
otras tantas.
En las profundidades del barranco, aunque todo estaba
oscuro, empezó a rodearle una luz clara, pero no de un blanco sucio, sino una
luz que no cegaba y le reconfortaba. Entonces pensó en la niña y recordó las
palabras del alcalde. Él quería salir cuanto antes de la montaña y fue la niña
quien le dijo de quedarse. Entonces lo entendió todo y, mientras se perdía en
aquella luz, pensó que no todas las bestias tienen garras o colmillos.
Y la protegían
Y la protegían muros altos, con un ejército de
relojes de salón, de madres con alas, de príncipes celosos, de tijeras y
destornilladores, de gentes de poco seso, de cuadernos de colorines. Aquí no solo se mataba al mensajero, sino también
al transporte, al cartero y al maestro, a cualquiera que se acercara a su
cuarto.
Yo una noche salté los muros y rompí agujas,
arranqué alas, tiré coronas, guardé herramientas, distraje tontos y leí hojas.
Y cuando subí las escaleras y abrí la puerta de su cuarto, lo encontré vacío,
ella había escapado tiempo atrás.
No te escapes
No te escapes, ahora no te escapes.
Que aunque te ocultes y no me duelas, no te
olvido.
Que aunque construyas un nuevo mundo en el que de
mí no quede nada, me tendrás que abrir las puertas un día, por lo menos. Porque
es probable que algún día, recordando o aburrida, te escapes y te vengas al mío
y encuentres una puerta o una ventana abierta, como dejada así por casualidad.
Y escóndete si quieres, esperaré a que aparezcas.
Y cuéntame esas historias en las que ni se
menciona a los muertos, que yo las escucharé de buenas porque sales tú.
Y háblame de él, de sus méritos, de su mérito de
conseguirte. Háblame, que lo siento, pero solo podré imaginarle como figura,
que no como estatua. Como quien marca una etapa y dura, pero como una pulsera, se cae.
El día que me invites a tu boda, nos invitarás a
los dos, pero no te casarás con ninguno.
Y aunque te ocultes y no te busque y no te grite y
no me insultes. Aunque no te escriba y no me duelas y no te vea y no te sienta.
Aunque no te recomiende y no me traiciones y no juguemos y no te cuente. Aun
con todo eso, no te olvido.
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