Y la protegían muros altos, con un ejército de
relojes de salón, de madres con alas, de príncipes celosos, de tijeras y
destornilladores, de gentes de poco seso, de cuadernos de colorines. Aquí no solo se mataba al mensajero, sino también
al transporte, al cartero y al maestro, a cualquiera que se acercara a su
cuarto.
Yo una noche salté los muros y rompí agujas,
arranqué alas, tiré coronas, guardé herramientas, distraje tontos y leí hojas.
Y cuando subí las escaleras y abrí la puerta de su cuarto, lo encontré vacío,
ella había escapado tiempo atrás.
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