sábado, 16 de marzo de 2013

El hombre que siempre estuvo allí

Este cuento lo he escrito para un concurso y, al terminarlo en treinta minutos, no ha quedado ni mucho menos como me gustaría. También decir que tenía que enviarlo un día 15 y lo envié el 16 a las 00:00 y por último, ya terminando el día 16 me di cuenta de que había enviado el mensaje sin el archivo adjunto... ¡Espero que os guste!


Siendo un relato sobre el municipio de Rivas debería suceder en él ¿No creen? Pues no es así, si les decepciono siento decepcionarles. Esta es la historia de un hombre que me pareció maravilloso, encantador. No es que su vida afectase en la mía pero si pasó que él me afectó.

Este hombre da la casualidad de que nació y murió aquí, pero cuando digo aquí quiero decir en Rivas y no en Madrid o cualquier otro lugar. Nació cuando las películas se teñían de gris y los modales se semejaban a la plata en cuanto a valor. ¿Morir? Murió hace poco, en su casa con sonrisas de los asistentes en vez de lágrimas, tal y como el habría querido.

Estudió los estudios primarios y secundarios y empezó la universidad que, según sus palabras, no estaba mal pero no era para él, así que la dejó y se encontró desnudo en calles de edificios demasiado altos pero pasado el primer momento de agobio y pequeña desesperación, se puso a andar y fue a parar con su primer trabajo, era una persona de mucho hablar y de tanto hablar le había cogido el gusto y tras cogerle el gusto lo había practicado en mayor medida, lo cual, sumado a su potencial imaginación le había hecho un magnífico narrador de historias y cuentos por lo que se vio sentado en una cafetería de Madrid con una taza de café en la mano derecha, un micrófono cerca de sus labios y la mano izquierda en la rodilla de esa misma pierna, con una veintena de personas, lo cual son unos cuarenta ojos, mirándole y él, disfrutando de la atención recibida, ejercía de cuentacuentos y narrador de poesías. Este era un buen trabajo, le dejaba mucho tiempo libre, el dinero que pudiese necesitar y la posibilidad de hablar con personas relevantes que nunca creerías encontrarte en un café. Fue por un lado una lástima y por otro una buena noticia que su ansia de más y el presentimiento de que existía un destino que le guardaba importantes acontecimientos le impulsasen a dejar aquello y seguir. Trabajó de quiosquero de las primeras horas de la mañana porque quería conocer a la gente y valorar si eran buenas personas o no, fue un hombre con un gran poder de persuasión y seguramente podría haber conseguido el trabajo que quisiese incluso aunque no cumpliese todos los requisitos necesarios. Este trabajo al parecer le decepcionó un poco porque la gente que el creía que le sonreiría y le desearía buenos días resultó ser gente apagada, fría, distante y a lo que más se podía aspirar era a gente de ojos cerrados por sueño, pero este trabajo le duró poco, muy poco. Aparecieron lo que parecían nubes en su prometedor horizonte soleado. Una tarde llegó a casa de sus padres para encontrarse, en una cocina oscura por la persiana bajada, una carta en la mesa de madera. Esta contenía un mensaje que hubiese dejado a muchas personas hechas polvo, pero que en él además dejó una especie de emoción a lo desconocido. La carta le llamaba al entrenamiento militar y su posterior entrada en la guerra, que en aquel momento se libraba, como soldado de a pie.
En el campamento militar estuvo varias semanas con las tareas que se le encomendaban, haciéndose, de alguna manera, amigo de sus compañeros e intentando pasar desapercibido para sus superiores. Esto último lo consiguió al principio, pero no estaba hecho del todo para acatar órdenes y acabó siendo él mismo, lo que le costó un castigo no pronunciado. En el sorteo de misiones peligrosas, casualmente le tocó a él ser uno de los que vagan dispersos por los bosques en busca de enemigos, con la única compañía de un arma y una mochila de alimentos y otros pertrechos. Pero siempre hay que buscar lo bueno de la situación ¿no? Así que él, cada vez que paraba en sus duras marchas, admiraba el bosque casi virgen. En esos días comenzó a escribir poesía, ésta podría no decirle nada a mucha gente pero si a sí mismo.
Un día se perdió más de lo que ya estaba y anduvo días sin dirección clara, con dolor en las tripas por haberse racionado la comida. En su desorientación fue a parar con lo que menos hubiese esperado, voces humanas. Se escondió y así vio que dos soldados enemigos avanzaban apuntando con sus fusiles a un hombre, militar también, que llevaba las manos en alto. Desde su escondite, pensó que estaba en la guerra, y que lo que le tocaba hacer era quizá previsible desde que la guerra empezó para él. Tras repetirse varias veces su propio plan, disparó. Era fácil apuntar ya que los dos hombres andaban despacio, y él estaba tumbado. Les disparó en el corazón para, asegurando sus muertes, evitar ver demasiada sangre. En su cuaderno de poesía apareció una nota en la que decía que cuanto más lejos te encuentras de la muerte, más fácil es llevarla acabo y que para un hombre, es más sencillo mandar  miles de hombres a la muerte que matar el a uno directamente.
Resultó que, aquél  cautivo era un miembro importante del ejército, al que habían capturado en una emboscada, y que como compensación, le libró del peligroso oficio de caminante de tierra de nadie y le otorgó una pieza de metal que, puesta sobre su bonito uniforme gris oscuro brillante, le convertía en un rango mayor que el de soldado que ya era.
Poco más tarde, se encontraba en una ciudad en la que se notaba que la guerra se había hospedado por unos meses, una ciudad de rostros tristes, calles vacías y llovizna de hollín. Al poco de llegar, los otros ya se iban, los otros, el ejército, dejándole a él solo junto con treinta hombres. Cuando se detectó movimiento de tropas enemigas y se supo que ningún refuerzo llegaría a tiempo, él miró a su corazón contestando al tópico de escuchar al mismo en situaciones difíciles y lo que allí vio no le gustó. La placa de metal le hacía tener el mayor cargo y por lo tanto la responsabilidad.
Tras superar una primera impresión, se puso a dar órdenes. Mandó a todos los civiles al lado contrario de la ciudad de donde venían los problemas y, junto con sus treinta, empezó a preparar una sorpresa a los visitantes.
Una noche llegaron militares de paisano con artillerías y un par de tanques, enemigos todos ellos. Dispararon varias veces desde el gran campo a los primeros edificios y al ver que no recibían respuesta, sus hombres abandonaron la seguridad de los cañones y avanzaron agachados. De repente, de lo que parecía un campo vacío nada más tras de ellos, se abrieron unas especies de trampillas de las que emergieron nuestro hombre y compañía y que en pocos disparos hicieron rendirse al enemigo.
Una buena cantidad de dinero y dos semanas de vacaciones, es lo que recibió por lo que algunos denominaban “proeza militar” al capturar valiosas piezas, prisioneros y derrotar a una fuerza dieciséis veces mayor a la suya.
Las vacaciones las pasó en un pueblo con mar junto con una preciosa muchacha de rizos rubios y cortos llamada Helena que sería la primera de bastantes novias o acompañantes. Dos años más tarde se encontraba luchando por derribar el estado al que había ayudado a mantenerse en el poder.
Puede parecer que algunas cosas que digo no son ciertas o leales a la historia pero yo cuento lo que él me contó a mí.
Al terminar todo conflicto se sintió descolocado y acabó dilapidando su dinero y trabajando en unos ultramarinos, el trabajo que más odió en su vida. Este sería seguido del que más le gustó, una librería, pero que al no dar suficientes ingresos tuvo que abandonar. Acabó en oficinas ayudando a algunos abogados por enchufe de dos antiguos compañeros de armas.
Aunque su visión del mundo se había ampliado, su propia visión se acortó y por una extraña enfermedad quedó ciego olvidando los rostros de seres queridos y los colores. Quizá sea curioso decir que cuando quedó ciego quiso tener un muchacho que le ayudase, que es quien ahora cuenta esto, y que fue cuando empezó a escribir, a escribir absolutamente acerca de todos los temas.
Sus últimos dos años hizo lo que denominó la ruta del sol, en la que viajó allí donde pudiese seguir el calor en la piel, porque decía que esto le encendía el corazón.
Me da pena no haber podido contar bien la historia de un hombre tan increíble pero creo recordar que el escritor era el y a mi solo me ha quedado su vivo recuerdo.