Siendo un relato sobre el municipio de Rivas debería suceder
en él ¿No creen? Pues no es así, si les decepciono siento decepcionarles. Esta
es la historia de un hombre que me pareció maravilloso, encantador. No es que
su vida afectase en la mía pero si pasó que él me afectó.
Este hombre da la casualidad de que nació y murió aquí, pero
cuando digo aquí quiero decir en Rivas y no en Madrid o cualquier otro lugar.
Nació cuando las películas se teñían de gris y los modales se semejaban a la
plata en cuanto a valor. ¿Morir? Murió hace poco, en su casa con sonrisas de
los asistentes en vez de lágrimas, tal y como el habría querido.
Estudió los estudios primarios y secundarios y empezó la
universidad que, según sus palabras, no estaba mal pero no era para él, así que
la dejó y se encontró desnudo en calles de edificios demasiado altos pero
pasado el primer momento de agobio y pequeña desesperación, se puso a andar y
fue a parar con su primer trabajo, era una persona de mucho hablar y de tanto
hablar le había cogido el gusto y tras cogerle el gusto lo había practicado en
mayor medida, lo cual, sumado a su potencial imaginación le había hecho un
magnífico narrador de historias y cuentos por lo que se vio sentado en una
cafetería de Madrid con una taza de café en la mano derecha, un micrófono cerca
de sus labios y la mano izquierda en la rodilla de esa misma pierna, con una
veintena de personas, lo cual son unos cuarenta ojos, mirándole y él,
disfrutando de la atención recibida, ejercía de cuentacuentos y narrador de poesías.
Este era un buen trabajo, le dejaba mucho tiempo libre, el dinero que pudiese
necesitar y la posibilidad de hablar con personas relevantes que nunca creerías
encontrarte en un café. Fue por un lado una lástima y por otro una buena
noticia que su ansia de más y el presentimiento de que existía un destino que
le guardaba importantes acontecimientos le impulsasen a dejar aquello y seguir.
Trabajó de quiosquero de las primeras horas de la mañana porque quería conocer
a la gente y valorar si eran buenas personas o no, fue un hombre con un gran
poder de persuasión y seguramente podría haber conseguido el trabajo que
quisiese incluso aunque no cumpliese todos los requisitos necesarios. Este
trabajo al parecer le decepcionó un poco porque la gente que el creía que le
sonreiría y le desearía buenos días resultó ser gente apagada, fría, distante y
a lo que más se podía aspirar era a gente de ojos cerrados por sueño, pero este
trabajo le duró poco, muy poco. Aparecieron lo que parecían nubes en su
prometedor horizonte soleado. Una tarde llegó a casa de sus padres para
encontrarse, en una cocina oscura por la persiana bajada, una carta en la mesa
de madera. Esta contenía un mensaje que hubiese dejado a muchas personas hechas
polvo, pero que en él además dejó una especie de emoción a lo desconocido. La
carta le llamaba al entrenamiento militar y su posterior entrada en la guerra,
que en aquel momento se libraba, como soldado de a pie.
En el campamento militar estuvo varias semanas con las
tareas que se le encomendaban, haciéndose, de alguna manera, amigo de sus
compañeros e intentando pasar desapercibido para sus superiores. Esto último lo
consiguió al principio, pero no estaba hecho del todo para acatar órdenes y
acabó siendo él mismo, lo que le costó un castigo no pronunciado. En el sorteo
de misiones peligrosas, casualmente le tocó a él ser uno de los que vagan
dispersos por los bosques en busca de enemigos, con la única compañía de un
arma y una mochila de alimentos y otros pertrechos. Pero siempre hay que buscar
lo bueno de la situación ¿no? Así que él, cada vez que paraba en sus duras
marchas, admiraba el bosque casi virgen. En esos días comenzó a escribir
poesía, ésta podría no decirle nada a mucha gente pero si a sí mismo.
Un día se perdió más de lo que ya estaba y anduvo días sin
dirección clara, con dolor en las tripas por haberse racionado la comida. En su
desorientación fue a parar con lo que menos hubiese esperado, voces humanas. Se
escondió y así vio que dos soldados enemigos avanzaban apuntando con sus fusiles
a un hombre, militar también, que llevaba las manos en alto. Desde su
escondite, pensó que estaba en la guerra, y que lo que le tocaba hacer era
quizá previsible desde que la guerra empezó para él. Tras repetirse varias
veces su propio plan, disparó. Era fácil apuntar ya que los dos hombres andaban
despacio, y él estaba tumbado. Les disparó en el corazón para, asegurando sus
muertes, evitar ver demasiada sangre. En su cuaderno de poesía apareció una
nota en la que decía que cuanto más lejos te encuentras de la muerte, más fácil
es llevarla acabo y que para un hombre, es más sencillo mandar miles de hombres a la muerte que matar el a
uno directamente.
Resultó que, aquél
cautivo era un miembro importante del ejército, al que habían capturado
en una emboscada, y que como compensación, le libró del peligroso oficio de
caminante de tierra de nadie y le otorgó una pieza de metal que, puesta sobre
su bonito uniforme gris oscuro brillante, le convertía en un rango mayor que el
de soldado que ya era.
Poco más tarde, se encontraba en una ciudad en la que se
notaba que la guerra se había hospedado por unos meses, una ciudad de rostros
tristes, calles vacías y llovizna de hollín. Al poco de llegar, los otros ya se
iban, los otros, el ejército, dejándole a él solo junto con treinta hombres.
Cuando se detectó movimiento de tropas enemigas y se supo que ningún refuerzo
llegaría a tiempo, él miró a su corazón contestando al tópico de escuchar al
mismo en situaciones difíciles y lo que allí vio no le gustó. La placa de metal
le hacía tener el mayor cargo y por lo tanto la responsabilidad.
Tras superar una primera impresión, se puso a dar órdenes.
Mandó a todos los civiles al lado contrario de la ciudad de donde venían los
problemas y, junto con sus treinta, empezó a preparar una sorpresa a los
visitantes.
Una noche llegaron militares de paisano con artillerías y un
par de tanques, enemigos todos ellos. Dispararon varias veces desde el gran
campo a los primeros edificios y al ver que no recibían respuesta, sus hombres
abandonaron la seguridad de los cañones y avanzaron agachados. De repente, de
lo que parecía un campo vacío nada más tras de ellos, se abrieron unas especies
de trampillas de las que emergieron nuestro hombre y compañía y que en pocos
disparos hicieron rendirse al enemigo.
Una buena cantidad de dinero y dos semanas de vacaciones, es
lo que recibió por lo que algunos denominaban “proeza militar” al capturar
valiosas piezas, prisioneros y derrotar a una fuerza dieciséis veces mayor a la
suya.
Las vacaciones las pasó en un pueblo con mar junto con una
preciosa muchacha de rizos rubios y cortos llamada Helena que sería la primera
de bastantes novias o acompañantes. Dos años más tarde se encontraba luchando
por derribar el estado al que había ayudado a mantenerse en el poder.
Puede parecer que algunas cosas que digo no son ciertas o
leales a la historia pero yo cuento lo que él me contó a mí.
Al terminar todo conflicto se sintió descolocado y acabó
dilapidando su dinero y trabajando en unos ultramarinos, el trabajo que más
odió en su vida. Este sería seguido del que más le gustó, una librería, pero
que al no dar suficientes ingresos tuvo que abandonar. Acabó en oficinas
ayudando a algunos abogados por enchufe de dos antiguos compañeros de armas.
Aunque su visión del mundo se había ampliado, su propia
visión se acortó y por una extraña enfermedad quedó ciego olvidando los rostros
de seres queridos y los colores. Quizá sea curioso decir que cuando quedó ciego
quiso tener un muchacho que le ayudase, que es quien ahora cuenta esto, y que
fue cuando empezó a escribir, a escribir absolutamente acerca de todos los
temas.
Sus últimos dos años hizo lo que denominó la ruta del sol,
en la que viajó allí donde pudiese seguir el calor en la piel, porque decía que
esto le encendía el corazón.
Me da pena no haber podido contar bien la historia de un
hombre tan increíble pero creo recordar que el escritor era el y a mi solo me
ha quedado su vivo recuerdo.