Cada
noche dudo. Me paro ante la puerta y vuelvo a rehacer el camino del pasillo.
Tengo los dedos destrozados después de que se acabaran las uñas. El cuarto de
baño se encuentra dentro de la habitación grande. Hay otro cuarto de baño en el
pasillo, pero ese no tiene importancia, dentro de ese no hay nadie. Al final
siempre llamo a la puerta, muy flojo, y me arrepiento porque no sé si la falta
de respuesta viene de que no me ha oído o de que no quiere contestar. Acabo
abriendo despacio, con el corazón agotado.
La
luz es blanca y junto con los azulejos da la sensación de que el suelo debe ser
muy frío. Pero a ella no le debe importar, ella está en la bañera. Me da apuro
mirarla, y eso que está tapada. Está tapada con la cortina del baño, ya que no
quiso la ropa y las toallas que le ofrecí.
No
quiere salir de la bañera, o igual no puede, la verdad es que no lo sé, porque
no me habla. Me siento tan raro estando junto a ella, sin que me mire, sin que
me hable. Le pido por favor que me diga qué puedo hacer por ella, y como no
dice nada solo le traigo comida que come poco y distracciones que no toca, así
que la acabo dejando sola, cerrando suavemente la puerta, porque eso sí lo
noto, que quiere estar sola.
Pero,
¿qué es eso? Llaman a la puerta y no espero a nadie. Voy despacio a abrir,
asustado como solo se está cuando sabes que quien llama es el mal
presentimiento. Abro la puerta y allí hay una chica joven a la que por supuesto
conozco pero que no me hace sentir nada más que el alivio de que no fuese peor.
Sin embargo, una vez me hago a un lado y ella entra deprisa, sin hablar, pienso
que en realidad sí es horrible que ella esté allí. La mala posibilidad en la
que había pensado no podría ser peor que ella, o bueno, sí podría, pero su
presencia también es terrible. Pero, ¿cómo la echo? ¿Cómo hago ahora para que se
vaya? No me sale hacer esas cosas, por favor, ni siquiera sé qué hacer con la
chica que está en mi bañera.
Le
ofrezco una copa para justificar que yo quiero beber y ella acepta. Por fuera
estoy serio pero con aspecto normal, por dentro no dejo de gritar aterrado. Nos
sentamos en el sofá y ella empieza hablar sin parar como un río que ha roto la
presa. Yo la miro asintiendo de vez en cuando pero sin captar más que palabras
sueltas. Al parecer ha tenido problemas y por eso está ahora aquí, pero es que
por muy grandes que puedan ser sus problemas me parecen una nimiedad. «Cállate
—es lo único que pienso—, cállate.»
Me
termino la copa y en lo que me vuelvo a acomodar después de servirme otra ella se
lanza a besarme agarrándome la cara. Y ya es que me da igual todo igual, no sé
si es que me olvido de la mujer de la bañera por aquello de que es silenciosa o
que como las cebras cuando las hieren mi mente se queda en blanco y ya no
sufro, ya no pienso.
Así
pues me dejo besar y me dejo levantar. No me importa que se me quite la ropa,
siempre he sido pro-nudismo, y ella ya se desnuda sola. Pero nos desnudamos
mal, a trozos, como cuando una fiera te desgarra las ropas y te deja
malvestido. Sin embargo recorremos el pasillo y mi mente vuelve a la vida
cuando entramos en el cuarto, en el cuarto en el que está el baño en el que está
la bañera en la que está ella.
La
aparto de un empujón que la hace caer sobre la cama.
—¡No!
—¡No
me rechaces! —dice arrastrándose por la cama y agarrándome de los pantalones.
Entonces
se abre la puerta y la veo mirarme. Viene sin cortina del baño, sin ropas ni
toallas. Suena un trueno en mi interior y noto cómo los órganos se me caen
hasta dentro de las piernas. Solo quiero llorar, y encima está ésta que no deja
de ensuciarme el ánimo y las ropas. Y pasa todo muy deprisa, la entrometida me
grita y huye. Ella sigue de pie junto a la puerta del baño. Yo me desmorono,
caigo de cuclillas y empiezo a llorar mucho, sintiéndome tonto, sin poder
parar, llorando como un niño. Y el tiempo se va parando porque ella camina
despacio, se agacha y me da un abrazo. Yo ya no lloro, moqueo, y paso los
brazos por su espalda abrazándola también.
—¿Por
qué? —no puedo evitar preguntar.