miércoles, 9 de noviembre de 2016

Cuento pedido

Me pidieron que escribiese un cuento con las palabras: Perlas, saltamontes y Sol.
(Aprovecho para recordar que en este blog se puede y se agradece comentar, para lo cual se pueden emplear incluso el anonimato y la alevosía.)

El otro día salí al jardín buscando rosas con las que hacerme una corona, pero no había, así que la corona me la hice con hojas de otoño. Mientras estaba contemplándome en el espejo oí un grito alargado de mi madre y me asusté, luego volvió a gritar y entonces me calmé. Pero una tercera vez me llamó por mi nombre y tuve que subir. La mesilla de noche y la cama estaban regadas de joyas, las joyas de mamá. Al principio no entendía bien la escena, pues aquel era el caos por el que mamá gritaba —manos en la cabeza y fija contemplación de las sábanas— y no podía ser que se debiese a ladrones ya que en apariencia no había habido robo alguno.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Qué es todo esto?
—No lo sé, he llegado y… estaba todo así.
Entonces me vino a la cabeza la imagen de un mono de los que rondan por los templos de la India y se dedican a hurtar objetos en las narices de sus dueños haciendo gala de la soberbia humana que sin duda se les ha contagiado. Pero no podía ser, era otoño. Así que entonces pensé en las urracas, porque a las urracas les gustan los objetos brillantes y no sería la primera vez que se han hallado joyas en sus nidos.
—Mamá, ¿quieres mirar si falta algo?
Y en efecto faltaba; pero era extraño, porque faltaban unos pendientes de perlas de los que sin embargo las pequeñas partes de plata que debían sujetarlos a las orejas estaban ahí, sobre la cama, arrancadas del conjunto.
Tras examinar atentamente el cuarto no me quedó ya duda de que la urraca había entrado por la ventana que se encontraba ligeramente abierta para ventilar. Bajé las escaleras y salí al jardín, donde supe sin gran dificultad que mi corona de laureles pardos se había desmoronado. No sé muy bien que me hizo mirar al suelo cuando lo que yo buscaba andaba en los cielos o en los árboles, tal vez fue un ligero destello, pero en el momento antes de desaparecer vi un insecto refugiarse en una madriguera al otro lado del jardín con una de las perlas de mamá.
Para mí toda aquella historia era un aburrimiento, quería terminarla cuanto antes como favor a mamá y después dedicarme de nuevo a mis juegos florales y a la diosa coronada. Por ello no es de extrañar que en vez de meter el ojo, el dedo y el palo en la madriguera fuese directamente con una pala a escavar, destruir y encontrar. Mientras cavaba recordé la escena anterior y llegué a la conclusión de que el insecto debía ser una langosta, o tal vez un saltamontes, lo mismo me dio, pues de pronto el suelo cedió ante mis pies y un gran hoyo apenas tapado por una fina franja de tierra se descubrió ante mis pies —y mi trasero—. La luz de la reciente entrada me mostró paredes escavadas de aspecto cavernoso, el murmullo del agua lejana y un brillo un poco más allá. Había olvidado al insecto y avancé ante aquella extraña luminosidad.
—Mamá va a estar contenta.
Ante mí no estaban sus pendientes, estaban todos, todas las perlas de la ciudad, cientos de ellas, de colgantes, pendientes y vestidos. Cogí dos puñados y llené con ellos mis bolsillos, pero me detuvo un sonido que pretendía ser hostil. A mi lado estaba el saltamontes, dispuesto a defender su botín con todo lo que tenía: sus fauces y esas patas que tienen con forma de sierra a las cuales no hay que subestimar.
Entonces fue cuando vi al resto de insectos. En aquella cueva estaba todo lo malo, y no malo para nosotros, sino para ellos mismos, allí se encontraba lo equivalente a una residencia de ancianos del mundo de los insectos, los minusválidos, los patasrotas, y la suma de perlas, emitiendo todas juntas un ligero destello en la oscuridad, no era para ellos sino el Sol.
Acabé por tomar solo las perlas de mamá dejando allí el resto del botín, y el saltamontes, que lo entendió, salió de allí haciendo fe a su nombre y saltó montañas. Y bueno, si digo que me llevé las perlas de mamá no quiero decir solo que recuperase sus pendientes, sino que pude regalarle todo un colgante por su cumpleaños. Me gusta verla sonreír con tantos soles colgándole del cuello.

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