Es un
lugar sin mapa. Las colinas, que siempre se encuentran en la lejanía, parecen
tener las cumbres azules. Las brasas de la hoguera llevan vivas desde hace
tanto tiempo que en el caso de que el grupo se marchase habrían de pasar meses
antes de que un ocasional viajero comprendiera
que aquel campamento había sido abandonado.
Má,
inclinada sobre el fuego, está terminando la comida y espanta con su cazo de
madera a insectos y hambrientos. A estas alturas ya no se sabe si su nombre
viene de Madre, Mamá o Matriarca, pero por su carácter y la propensión general
a obedecerla me inclinaría a pensar en esta última. Tiene un enorme trasero y
ella es la primera en sumarse a las bromas sobre él, diciendo que mientras el
resto tira con sus fusiles ella puede hacer lo propio después de comer potaje.
Se le vuelve a acercar un hombre, que más que hombre es chico, a preguntarle
por la comida.
—¡Y
otra! ¡Que cuando esté lista se sabrá!
Entonces
el chico, de nombre Juan, se empieza a acercar a Elelaida, que cose un uniforme
o una bandera, lo mismo da pues las ropas y las causas a esas alturas están
igual de sucias. Ella le mira y le sonríe, y él sonríe también, pero acierta a
ver por el rabillo del ojo a don Segundo que se acerca, así que finge recoger
unas mantas y las lleva al otro lado del campamento. Al hacerlo pasa junto a la
pared de piedra desnuda donde se apoyan las armas y donde se apoya también
Rafael, el gitano. En realidad no es gitano, con lo que se ha movido su sangre
más bien es una persona sin raza, como los chuchos. Sin embargo es una persona
silenciosa y no responde cuando se le dice gitano. De hecho más que silencioso
es que no habla, solo dispara y lo hace bien. Pero sí sé de una situación en la
que ya no habla, sino grita: cuando el grupo por algún motivo ha acabado en una
población y alguna mujer se ha llevado a Rafael a la cama por el sentimiento de
estar haciendo lo incorrecto que se encuentra junto al deseo. Cuando ella está
tumbada y contempla cómo él se va desnudando, Rafael se quita la camisa y con
los brazos abiertos le grita al techo como si fuese el cielo y donde se esconde
algún dios «¡Soy un gitano!»
El
olor a comida atrae a Elodio, el perro, que viene perseguido por Pablo, el
niño. Elodio es el perro de Cazo, y ambos vienen de una tierra donde los
animales tienen nombre y a las personas se les llama como a las cosas. Pablo no
es hijo de nadie, a la vuelta de un asalto de pronto estaba en el campamento y
nadie dijo haberlo traído. Ante la idea de que quizá había nacido de la tierra,
Má sentenció:
—Hasta
Jesús tenía padres.
Y
ahora Pablo corre por entre las balas y el polvo sin que nadie le mire y
buscando sobre todo la compañía del perro, Elodio, el cual prefiere estar con
los adultos, tal vez por aquello que solía hacer Pablo de atar hilo alrededor
de un trozo de carne y hacérselo comer para después tirar de éste sacándole la
carne de las tripas.
Durante
la comida el perro se va a sentar junto a su dueño, Cazo, al cual le dan menos
comida porque dicen de él que es un cobarde, aunque no ha tenido aún la ocasión
de demostrarlo. También dicen de él que es un pordiosero, a lo que siempre
protesta amenazando con puños que nunca vuelan y diciendo que los agujeros de
la ropa tienen su origen en los sables enemigos. Pero la verdad es que ha sido
mendigo toda su vida y nunca ha vivido mejor que en los tiempos de guerra.
La
comida termina y la mayoría de los hombres se retiran a tumbarse. Es a las
mujeres a las que les toca lavar los platos de barro, sin embargo Juan se
agacha junto a Elelaida y lava con ella. Don Segundo no les quita un ojo de
encima, el otro está cerrado, y al final acaba por dormirse. Cuando la tarde se
vuelve losa y ya todos están echados, Juan y Elelaida se escabullen hasta una
zona de zarzas espesas donde consideran que el Sol les hace daño en los ojos y deciden
usar la falda como tienda de campaña. Rafael, que tiene el sombrero puesto
sobre el rostro, les ha visto marcharse a través del agujero que tiene en la
copa. Solo Cazo y él lo saben, pero no dicen nada. Una vez Cazo les siguió y Rafael
acabó por ponerle un cuchillo en el cuello para pedirle por favor que no dijese
nada.
Cuando
ya vuelven los jóvenes a Elodio, perro tranquilo, le da por ladrar y de la nada
salta don Segundo sobre Juan.
—¿Qué
haces tú con mi hija, mal parido?
—¡Nada,
le juro que mis intenciones son buenas!
—¡Serás
hijo de la gran puta!
Y don
Segundo alza su arma y le golpea dos veces con la culata en la cara. Juan ya
sangra y se ahoga y llora. Y es en ese justo momento cuando suena un relincho y
todos se callan. Varios hombres, Rafael el primero, cogen sus armas y se suben
a lo más alto. Cazo desaparece.
—¡Es
Alberto! —grita algún hombre.
—¿Alberto?
—pregunta Má.
—¡Es
el jodido Alberto en persona!
Y una
euforia recorre el campamento con gritos, salvas y sombreros al aire. Pablo
agarra por el cuello a Elodio, que empieza a temblar, y le cuenta:
—¡Alberto
Peñagrande! Es el más grande de todos, el terror de Su Majestad. Cogió él solo
a un destacamento y los mató a todos. Ay, Elodio, si está aquí él quiere decir
que vamos a combatir y vamos a ganar.
Y
cuando Alberto Peñagrande, más bajo que en las fotos, desmonta y se presenta,
todos hacen cola y le saludan como se saluda a un obispo de la guerra. Pero
nada más hacerlo don Segundo, se da la vuelta y vuelve derechito a por Pablo,
que aterrorizado se arrastra hacia atrás, hasta dar con la pared donde se
apoyan los fusiles y con ello hace saltar la duda y el miedo de tal forma que
don Segundo para y le apunta, Rafael desenfunda y apunta a don Segundo, Má alza
su cucharón de madera, Elodio huye entre gemidos seguido por Cazo y Alberto con
voz de torrente exige saber qué está pasando, que las tropas revolucionarias no
se comportan como locos.
Má
toma la palabra:
—Que
ese está liado con la novia del señor.
—¿Y
qué hay de malo?
—¡Que
es mi hija!
Y
entonces habla Rafael:
—Soluciónenlo
bebiendo.
Y así
hacen. Se sientan con todos alrededor, todos menos Cazo que sigue perdido
buscando al perro. El líquido que beben, como Pablo, no se sabe de dónde ha
salido. Al final pierde don Segundo, rabioso porque aquel no es su campo, y
culmina diciendo:
—Vale,
pero esta noche te toca a ti la guardia.
Y hay
risas, y hay bailes, pero Juan no puede ni acercarse a Elelaida, ya que su
padre se la lleva a dormir bajo su manta. Má en un descuido se lleva a Alberto
aparte y con un tono desconocido le pregunta que cómo van las cosas y cómo es
que está allí. El héroe Peñagrande le contesta con sinceridad:
—Todo
está perdido, señora, son imparables. Todo está perdido.
Y al
final solo quedan las ascuas de la hoguera que nunca muere y Juan pensando
feliz, haciendo guardia apoyado en su fusil. Le quema el rostro por los agarrones
del suegro pero se va diciendo:
—Mañana
no, ni al otro. Pero uno de estos días me planto ante don Segundo y le digo que
quiero dar un paseo con Elelaida. No va a poder decir que no. Todo va a ir
rodado, sí, rodado.
Y
entonces, por el alcohol, por el dolor, por la felicidad, cierra los ojos y se
dice que no se va a dormir. Se imagina que es sargento de brigada y cada poco
para y grita «¡Estoy despierto!», y así con sus hombres se interna en un
poblado y estos desaparecen y el poblado también y lo envuelve como una niebla
púrpura y ahí, dormido, el sargento sigue gritando que está despierto.
Me
imagino que Cazo se sentirá perdido cuando encuentre al perro y vuelva al
campamento mañana. Esta noche los casacas verdes, tropas de élite del ejército
Su Majestad, degollarán al vigía dormido y cumplirán su principio de igualdad
de matarlos a todos: hombres, mujeres y niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario