Y… sorpresa. Los ligeros
torbellinos, los tododidéptidos, los mancurnias y las sinsaboras huyen como las
cucarachas al encender la luz de la cocina cuando abro la puerta del
laboratorio. Un tododidéptido especialmente feo tiene apellido de botella, así
que eso hago, lo meto en una botella que fue de ron y le queda pequeña, ¡que
divertido verle a través del cristal tintado mirar al tapón de corcho! Los
torbellinos, valientes cabrones enfadados, dan vueltas alrededor de mis
tobillos, queriendo que les ataque y me acabe golpeando contra el mobiliario. A
ellos les ignoro, es más divertido ir cazando mancurnias, que grandes, lentas y
asfixiadas son el asco y la pena condensadas en bolsas casi rosas, color piel. Las cojo y noto su
viscosidad entre los dedos. Las lanzo al suelo, donde resbalan unos centímetros
y se quedan quietas, con gritos agudos de agonía impropios de algo que no se
puede mover. Hay que reírse y me río. Lanzo al suelo cada objeto de vidrio que
encuentro y es que el sonido de cristales rotos es la banda sonora de la
masacre de la cordura, sin contar que espanta a los torbellinos y hace gritar
aún más a los mancurnias. Pero uno no puede ignorar que el trabajo debe ser un
trabajo bien hecho y allí, escondidas en la esquina, están las sinsaboras. No
son pocos los torbellinos que pasan a situarse delante de mí, intentando
protegerlas sin saber —que yo lo sé—, que realmente están siendo manipulados,
una manipulación que se le adjudica a cada uno en el momento mismo de nacer.
Las sinsaboras son peligrosas, hasta puntos que desconozco, yendo desde el
aburrimiento más denso hasta segregar venenos por la piel. No es raro pues que empleé
el fuego contra ellas, contra la esquina. ¡Cómo rugen los torbellinos, cómo
gimen los mancurnias, cómo gritan los tododidéptidos! Y qué paz hay ya, es el
caos pero qué paz siento. Es entonces cuando abandono el laboratorio y los
torbellinos, los únicos intactos, giran con gran frenesí para menguar su
velocidad de pronto, bastante confusos. Pero cometen un error, y es acercarse a
la puerta pensando en comprobar que ya están a salvo, porque en ese momento la
puerta se abre de golpe y todos ellos son arrastrados hacia el interior de una
aspiradora. Entonces cierro la puerta y echo la llave, dejando a las criaturas
dentro y la aspiradora en el contenedor amarillo, que es donde se tira el
plástico.
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