martes, 15 de noviembre de 2016

Criaturas del bajomundo

Y… sorpresa. Los ligeros torbellinos, los tododidéptidos, los mancurnias y las sinsaboras huyen como las cucarachas al encender la luz de la cocina cuando abro la puerta del laboratorio. Un tododidéptido especialmente feo tiene apellido de botella, así que eso hago, lo meto en una botella que fue de ron y le queda pequeña, ¡que divertido verle a través del cristal tintado mirar al tapón de corcho! Los torbellinos, valientes cabrones enfadados, dan vueltas alrededor de mis tobillos, queriendo que les ataque y me acabe golpeando contra el mobiliario. A ellos les ignoro, es más divertido ir cazando mancurnias, que grandes, lentas y asfixiadas son el asco y la pena condensadas en bolsas casi rosas, color piel. Las cojo y noto su viscosidad entre los dedos. Las lanzo al suelo, donde resbalan unos centímetros y se quedan quietas, con gritos agudos de agonía impropios de algo que no se puede mover. Hay que reírse y me río. Lanzo al suelo cada objeto de vidrio que encuentro y es que el sonido de cristales rotos es la banda sonora de la masacre de la cordura, sin contar que espanta a los torbellinos y hace gritar aún más a los mancurnias. Pero uno no puede ignorar que el trabajo debe ser un trabajo bien hecho y allí, escondidas en la esquina, están las sinsaboras. No son pocos los torbellinos que pasan a situarse delante de mí, intentando protegerlas sin saber —que yo lo sé—, que realmente están siendo manipulados, una manipulación que se le adjudica a cada uno en el momento mismo de nacer. Las sinsaboras son peligrosas, hasta puntos que desconozco, yendo desde el aburrimiento más denso hasta segregar venenos por la piel. No es raro pues que empleé el fuego contra ellas, contra la esquina. ¡Cómo rugen los torbellinos, cómo gimen los mancurnias, cómo gritan los tododidéptidos! Y qué paz hay ya, es el caos pero qué paz siento. Es entonces cuando abandono el laboratorio y los torbellinos, los únicos intactos, giran con gran frenesí para menguar su velocidad de pronto, bastante confusos. Pero cometen un error, y es acercarse a la puerta pensando en comprobar que ya están a salvo, porque en ese momento la puerta se abre de golpe y todos ellos son arrastrados hacia el interior de una aspiradora. Entonces cierro la puerta y echo la llave, dejando a las criaturas dentro y la aspiradora en el contenedor amarillo, que es donde se tira el plástico.

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