A la víspera de la fecha acabo despertando yo a los
gallos. La luz amarilla lo ilumina todo, y después sale el Sol. La bruja que
recorre los sueños aparece entonces a la altura de mi ventana y me hace un
hueco en su escoba. Ésta es muy joven y guapa, y hace tiempo que viste como las
personas (no tanto) normales. Le gusta hablarme de gente que se parece a mí y
yo ahí no puedo corresponderla, no conozco a nadie, así que le hablo de dónde
la he visto reflejada y ella y ríe y da vueltas por el cielo. Es una bruja y
hace magia, pero no sé hasta dónde llega la magia y hasta dónde la bruja. A
veces sube mucho, hasta las nubes, desde donde podemos ver al Sol hablando en
otras lenguas y donde depositamos nuestros sueños para resguardarlos de los
daños que puedan sufrir el resto del año, y entonces gira y me deja caer. Yo en
esos momentos siempre pienso que ya está, que es el fin, y se me ocurren
palabras de todo tipo, palabras preciosas, que se me olvidan al instante mismo
en el que ella me adelanta en la caída y me recoge riendo como ríen los gatos
que mientras te dan zarpazos exigen mimos. La última vez que me recogió, sin
embargo, no rió, sino que me plantó un beso y me selló la boca para que no
pudiese hablar durante un rato, porque le encanto, dice, pero tengo un don
excepcional para convertir lo fantástico en algo cotidiano y aburrido. También
la última vez, mientras le agarraba la cintura desde detrás, le pregunté a cuantos
chicos se había comido aquel último año, ella río con esa risa que es sonrisa
pero es risa y contestó que andaba en pretensiones de comerme a mí. Yo le cuelo
en los bolsillos papeles con versos y firmas y ella mechones de pelo que arden
blancos como el incienso.
Le pido que quiero verla más y veo cómo mis
palabras toman forma de los eslabones de una cadena. A ella se le vuelven lagos
los ojos y quiere decir que sí y a la vez que no, porque se ha acostumbrado a
guardar su escoba en mi ropero pero también sabe que si dejo de ser una excepción
ella perderá la seguridad de una felicidad entre trecientassesentaycinco. Por
no tener que darnos una respuesta nos damos un abrazo y la cadena desaparece, y
aunque seguimos sin vernos yo voy rondando los bosques en donde me aseguran que
hay cabañas perdidas y me cuentan también que cerca del pueblo, cuando el ocaso
toma forma, se ve una silueta que danza en el aire.
Al final llegan las doce de la noche y como en un
cuento las cosas desaparecen ante los ojos, los gritos se pierden por las
grutas de la montaña, los animales y demás seres se atreven a volver a salir y
yo entro, resignado, en mi cuarto, donde encuentro un pequeño papel con un
hechizo escrito, en realidad el más poderoso, que me permitirá volver a verla
mañana, porque mañana no es el día próximo, porque en el idioma de
las brujas un día es un año.
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