viernes, 18 de noviembre de 2016

La bruja

A la víspera de la fecha acabo despertando yo a los gallos. La luz amarilla lo ilumina todo, y después sale el Sol. La bruja que recorre los sueños aparece entonces a la altura de mi ventana y me hace un hueco en su escoba. Ésta es muy joven y guapa, y hace tiempo que viste como las personas (no tanto) normales. Le gusta hablarme de gente que se parece a mí y yo ahí no puedo corresponderla, no conozco a nadie, así que le hablo de dónde la he visto reflejada y ella y ríe y da vueltas por el cielo. Es una bruja y hace magia, pero no sé hasta dónde llega la magia y hasta dónde la bruja. A veces sube mucho, hasta las nubes, desde donde podemos ver al Sol hablando en otras lenguas y donde depositamos nuestros sueños para resguardarlos de los daños que puedan sufrir el resto del año, y entonces gira y me deja caer. Yo en esos momentos siempre pienso que ya está, que es el fin, y se me ocurren palabras de todo tipo, palabras preciosas, que se me olvidan al instante mismo en el que ella me adelanta en la caída y me recoge riendo como ríen los gatos que mientras te dan zarpazos exigen mimos. La última vez que me recogió, sin embargo, no rió, sino que me plantó un beso y me selló la boca para que no pudiese hablar durante un rato, porque le encanto, dice, pero tengo un don excepcional para convertir lo fantástico en algo cotidiano y aburrido. También la última vez, mientras le agarraba la cintura desde detrás, le pregunté a cuantos chicos se había comido aquel último año, ella río con esa risa que es sonrisa pero es risa y contestó que andaba en pretensiones de comerme a mí. Yo le cuelo en los bolsillos papeles con versos y firmas y ella mechones de pelo que arden blancos como el incienso.
Le pido que quiero verla más y veo cómo mis palabras toman forma de los eslabones de una cadena. A ella se le vuelven lagos los ojos y quiere decir que sí y a la vez que no, porque se ha acostumbrado a guardar su escoba en mi ropero pero también sabe que si dejo de ser una excepción ella perderá la seguridad de una felicidad entre trecientassesentaycinco. Por no tener que darnos una respuesta nos damos un abrazo y la cadena desaparece, y aunque seguimos sin vernos yo voy rondando los bosques en donde me aseguran que hay cabañas perdidas y me cuentan también que cerca del pueblo, cuando el ocaso toma forma, se ve una silueta que danza en el aire.
Al final llegan las doce de la noche y como en un cuento las cosas desaparecen ante los ojos, los gritos se pierden por las grutas de la montaña, los animales y demás seres se atreven a volver a salir y yo entro, resignado, en mi cuarto, donde encuentro un pequeño papel con un hechizo escrito, en realidad el más poderoso, que me permitirá volver a verla mañana, porque mañana no es el día próximo, porque en el idioma de las brujas un día es un año.

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