domingo, 8 de julio de 2018

Sangre de melocotón


Es una obra sencilla y moderna, de esta forma solo hay un escenario: un jardín. El jardín tiene un árbol a la izquierda y lo que parece una piscina a la derecha. Al fondo, una puerta comunica con el interior de la casa. De ella salen un chico y una chica. Ambos, aunque son actores, han olvidado su papel y se han creído todo aquello que les rodea. El árbol es un árbol y tiene una historia, la piscina moja y la otra persona, piensa ambos, me quiere besar.
Él entonces camina seguro, la casa es suya y el jardín es suyo. Ella, sin embargo, también ha olvidado su papel, pero lo que ahora piensa no tiene por qué coincidir con lo de él.
Él sigue caminando y se planta en mitad del escenario, le toca pronunciar su discurso:
—En este jardín me crié yo… —ve entonces los ojos de la gente que le mira desde el público, pero descarta cualquier idea extraña atribuyendo esas pequeñas lucecitas a las estrellas, pues seguro que el seto de su jardín se ha convertido en una noche estrellada— Aquí me crié yo, ¿me escuchas?
Pero ella no le está mirando, ella mira en dirección a la piscina, de hecho su mirada va más allá y se pierde allí donde no llega el agua.
Él quiere continuar su discurso porque él se quiere acostar con ella, y para ello tiene que hablar de lo agradable que es sentir el sol sobre la piel desnuda, tiene que invitarla a sacudir el árbol diciéndole que los frutos que caigan serán suyos y tiene que hablarle de que ese árbol tiene esa forma porque él se cayó encima cuando era pequeño.
Ella, aunque él hable, no le va a escuchar, porque ha descubierto la existencia de las manos. Mira al techo y al suelo. Escucha los pájaros al otro lado de las paredes y se pregunta por qué las estrellas del seto parpadean de dos en dos.
Él tiene que bajar el tono para empezar a hablar del niño que no nació para que naciese él y que además de su vida, le regaló su nombre.
Ella empieza murmurar “no te quiero, no te quiero, no te quiero”.
Sin embargo, para él, todas esas cosas han dejado de tener sentido, no sabe que obra tras obra ha dicho siempre lo mismo, pero cree que sí lo ha dicho con todas las personas que han atravesado su jardín, y hay como algo que se ha secado, en verdad no quiere acostarse con ella ni ver su cuerpo desnudo al sol, sino que estaba haciendo algo más parecido a cumplir un trámite.
Ella salta a la noche estrellada. Él se sienta pensando que menos mal que ella no le quería.

El agua inexistente de la piscina se desborda atrapando al muchacho en un torbellino. Él tiene la opción de sujetarse a la copa del árbol, pero se deja ahogar.