sábado, 27 de diciembre de 2014

Mírame a los ojos

Esto lo hice para un concurso que ¡oh, vaya! se titulaba "Mírame a los ojos", lo hice en dos tandas porque al ser obligado era como tragar pan muy seco, se necesita tiempo.  Jorge lo leyó y no debió entender nada, porque me dijo que escribía muy bien. Manolo ni siquiera lo leyó, le leí el primer párrafo y no quiso más, en fin, por lo menos me sonrió después.



Su mano se estira y coge la revista de la mesilla de noche. Con un acto tan cotidiano entiendo que quiere huir, pero como es tan cobarde que no puede levantarse y salir así,  vestida solo con camiseta blanca y ropa interior, a la tarde fría y lluviosa, escapa con la mente, escapa a las playas exóticas y artificiales de las revistas de viaje, a las curiosidades de las revistas de ciencia y a las explicaciones de las revistas de historia o economía. Entonces yo cojo la taza de café y descubro ya tarde que está vacía con el poso seco en fondo, de igual manera me la llevo a los labios y finjo beber, no puede ganar, a su indiferencia mi indiferencia, a sus huidas, una nota mía previa en la que diga “hoy no iré a cenar”. Durante una fracción de segundo pienso si encender la televisión, pero lo descarto rápidamente, la televisión embotaría mis sentidos, además, la tele es el “en fin” previo a terminar una discusión sin retorno, y yo no quiero eso, descubro, yo quiero arreglar las cosas, pero no ahora, o quizá ahora sí, si ella dejase la maldita revista.
Con la taza descansando en mi regazo la observo, observo cómo lee, o mira las ilustraciones, tumbada boca arriba con los brazos flexionados en lo alto, se cansará, estoy seguro, entonces girará y leerá boca abajo y, atención, ¡ahí está! gira rodando y retoma la lectura. Observo su silueta, antes, durante la anterior lectura, tal vez podría haber adivinado la silueta de sus pechos, ahora, y al tener la camiseta el cuello cerrado, no hay forma, así que resbalo por su espalda y me deleito, o lo intento, con la curvatura bajo sus bragas ¿Por qué ya no siento el cosquilleo de antes? ¿Volverá éste si las cosas se solucionan? ¿Es posible que las cosas se solucionen?
Entonces meto la pata, o la meto según mi orgullo, pues estiro la pierna y la empujo con un pie enfundado en un calcetín a rayas, nada más que un golpecito, pero así estoy demostrando que no estoy enfadado ni indiferente, ahora todo depende de ella, ahora ella puede destruirme con un “¿Qué haces?” y seguir leyendo, pero no, ocurre algo infinitamente peor, tan solo me mira, esa mirada larga de la que nunca he llegado a comprender el significado, esa mirada que tiene el anciano que te mira al borde del acantilado, antes de saltar.
Entonces cierra la revista, lentamente, la devuelve a su lugar en la mesilla y se empieza a incorporar.  A mí, viéndola, se me empiezan a caer los libros de las estanterías mientras las cortinas se agitan con un aire huracanado y el suelo empieza a temblar, de pronto me doy cuenta de que estoy llorando, tengo las mejillas húmedas y los ojos abrasados.
Mientras todo se hunde me lanzo sobre la cama, sorprendiéndola con el movimiento repentino, la cojo de los hombros y la giro haciendo que me mire, veo que ella también llora, pero no de una manera desordenada como yo, sino con gotas de diamante que descienden lentamente por sus mejillas reflejando la luz. Entonces suelto sus hombros, la agarro del rostro y, acercándome mucho, susurro:
-Mírame a los ojos.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Mirándote a la cara

¿Saben esas máscaras de teatro de la antigua Grecia? Una con una estirada y pronunciada sonrisa y la otra triiiste. Bien, pues no voy a hablar sobre ellas ni sobre nada parecido, o por lo menos no es esa mi intención, tan solo quiero contar cómo he descubierto que la chica de las golosinas es una más, una cualquiera… “¡¿Y aquello?! Ya sabes, eso” No hay problema, resulta que fui yo y no ella quien puso esa careta sobre su rostro. He descubierto el título de un libro tan genial que ni me lo he leído, ni quiero, ojo, que se acerca navidad y, por no pedir, te regalan, para qué leerme el libro, el solo título ya lo decía todo, el texto solo podría estropearlo, pobre escritor, o mejor dicho, pobre tiempo malgastado del escritor. Es verdaderamente divertido que la mayor fan de dicho libro sea la autora de la ilustración de la portada, en fin, pobre escritor, o pobres buenas ideas tuvo. Mi hermano acaba de leer el principio de esto, así, a traición, y me ha dicho “¿Por qué pones tres íes?” Y le he dicho “porque es triiiste”. En fin, que Madrid es más grande de lo que se pueda creer, pero lo gracioso es que si viniese un turista, por ejemplo, en menos de una semana no sabríais qué hacer, qué ver, porque al turista no le puedes llevar en metro a cualquier lugar, salir y empezar a recorrer calles desconocidas, pero sí puedes hacerlo tú, o tú con compañía, y es genial, aunque, lo siento mucho, de esta manera no vayas a ver grandes cosas, o no grandes cosas según lo que la gente cree que son las grandes cosas, y así te podrá llamar tu madre, como a mí, y te pregunte “¿Por dónde andas?” y puedas contestar “no lo sé”. Y así, de noche, porque tras el sol blanco, que no amarillo, de invierno viene la noche, podrás descubrir los secretos que jamás nombraste y que puedes abrazar con la calidez de que sí hay algo tuyo, algo que es tuyo y que siempre será tuyo, y sonreír así encontrándote uno a uno con tus compañeros de inglés, sonreír así atando absurdeces, coincidencias y rarezas con las que haces una historia, la historia, la cual no escribirás, pues es solo para ti mientras elaboras esa conversación del café, la conversación de la escalera, la disputa de los enamorados, la prostituta que desea hablar contigo de filosofía, la chica geográfica, tan perfecta en su mundo de cristal, los paseos de Paula mientras piensa por qué aun no le has dado el regalo, la mirada madura de las siete sombras de la arena sobre las lágrimas de un pasado con el que se podría escribir una trilogía, los problemas de uñas rojas, que saca la lengua mientras con su gato en pijama, y yo, escuchando la canción que se escucha cuando quieres hacer la maleta rápidamente, mientras tu madre entra en el cuarto cuando suena “quiero follarte lento, mirándote a la cara...” y yo trago saliva para reírme a continuación. Quizá abuso de “el futuro será mejor” pero es que lo es, pulgarcito, lo es, rubia, lo es, capataz. Y así, aunque las cosas se vengan abajo como un castillo de naipes, siempre podrás alternar la careta triiiste con la careta excesivamente alegre.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Kío

Desde aquel lugar las ramas eran troncos de árboles caídos, los charcos, lagunas, y las huellas de las personas, sucesiones de boquetes en la tierra. El arácnido con sus ocho patas levantó las dos primeras y lanzó un ataque sobre la coraza negra y lisa, mordiendo para intentar hacer penetrar su veneno, pero no pudo atravesarla, entonces el escorpión le atrapó una pata con una de sus tenazas y le clavó el aguijón, matándola.
Kío perseguía una mariposa, pero no la perseguía porque soliese perseguir entes voladores, sino porque aquella mariposa era especial, ningún otro ser había combinado, a los jóvenes ojos de Kío, el azul y el amarillo. De pronto tropezó y cayó como caen los niños al suelo, que caen de lleno sin apenas protegerse con los brazos y, una vez en el suelo, lloran, o se dan cuenta de la situación, y entonces lloran. Pero Kío no lloró, en parte porque cayó en el suelo blando de tierra, y en parte por otra cosa que reclamó toda su atención. Desde aquel lugar, tumbado, las ramas de los árboles eran troncos de árboles caídos, los charcos eran lagunas y las huellas de los adultos, sucesiones de grandes pisadas, y frente a Kío, una bestia con máscara alzaba dos negras pinzas y, al fondo, una cola terminada en una punta de la que algo goteaba, una sola gota, verde o gris, pero Kío no se fijó, Kío pensó que cómo podía estar la coraza de aquel ser tan limpia y brillante si vivía en la selva, luego el escorpión le picó en la mejilla.
El negro, alto y callado, trajo al niño en brazos, luego la mulata gritó, con esos gritos a los que uno nunca se acostumbra, luego la blanca también grito antes de sollozar como sollozan las personas responsables, que lloran mientras corren con el niño en brazos, en silencio, únicamente con los ojos abrasados y las mejillas empapadas, y luego los curiosos asomaron de ventanas y puertas, para que los familiares, amigos y los más curiosos hiciesen un séquito a la madre, a la que nadie podría adelantar ni aunque se lo propusiese.
Mandaron a un chico de piernas largas y flacas a buscar al padre, que estaba trabajando en el campo del cacique, luego este llegó a la carrera sin el chico, lo que provocó que una vieja bromease, como bromean las viejas que ya son solo hueso y arrugas, que no sabes si hablan en serio o bromean, diciendo que de la impresión, de seguro que había matado al muchacho en un arrebato, y una niña de tres nombres, uno de los cuales era María, como todas las mujeres allá, se lo creyó, se llevó la mano a la boca y rezó a los santos.
El padre llegó a la casa, donde la madre ya había chupado y sorbido la herida intentando extraer el veneno, y ahora la mejilla estaba roja e hinchada, en ese punto en el que puede estar curándose o matándote. Hubo una discusión, ella quería que el niño se quedase en la cuna grande mientras le acunaba y le tarareaba las más bellas nanas, pensando que ya solo le quedaba su amor para curarle, él insistió en llevarle al médico de la aldea, al colono. Hubo gritos, un tortazo, y él ganó, desenterró la bolsita del suelo de tierra bajo la cama, cogió al niño con cuidado y firmeza y salió con grandes zancadas, ella le siguió sin perder distancia, con la mejilla colorada.
La comitiva silenciosa fue anunciada por los gritos del borracho, que de verdad pensaba que les invadían, y cuando llegaron a la puerta, con el zas de la falda de ella a cada paso como única llamada, ya les esperaba el criado. Éste les preguntó que qué pasaba y el padre explicó lo obvio, además de enseñar la cara hinchada, roja y verde de Kío, luego el criado preguntó si podían pagar, entonces el padre dejó a Kío en brazos de la madre y vació la bolsa, aun manchada de tierra seca, en la palma de su mano. El sirviente juntó sus manos como quien recoge agua de una fuente y el padre volcó con cuidado en ellas tres rubíes pequeños sin pulir, después el sirviente desapareció en la penumbra.
Luego fue confuso, el borracho gritaba que les invadían, la gente empezó a correr murmullos que iban creciendo, el gordo médico salió y comentó en voz alta que sin dinero no había tratamiento, Kío recobró la conciencia, vómitó y la volvió a perder, luego el padre gritó, el médico gritó, los dos agentes coloniales dispararon salvas al aire, llenando la plaza con nubes de pólvora, la plaza se vació y entre el nuevo silencio y la pólvora, los gritos del borracho de que les atacaban no quedaron tan fuera de lugar.
Llegó el inspector al poblado por miedo a que se difundiese un resentimiento general, por petición del gordo médico y porque si resultaban ser ciertos los rubíes del tamaño de mandarinas de los que había oído hablar, tal vez podría sacar tajada. El sirviente aseguró que a él no se le había entregado nada, que cuando aquel hombre vació la bolsa sobre su mano de ella solo salió polvo, el médico le abaló asegurando que era un hombre de confianza. Después, el inspector se dirigió a la parte pobre de la aldea, donde las casas dejaban de estar hechas de piedra y empezaban a estar construidas con tallos de tronco en vertical y techos de paja barnizada, ya llevaba resuelto el caso y aquello era algo puramente formal. Entró sin llamar pues allí había mucha gente, y una vez dentro, entre la luz amarilla de las velas y la total oscuridad, lo primero que vio con claridad fue un niño de pie, en lo alto, con dos inmensos ojos azules que brillaban con desasosiego, luego comprendió que aquello era un velatorio, o un entierro, aquel niño era el niño muerto, que estaba apoyado en su cuna grande la cual estaba puesta en vertical sobre una caja, sobre una mesa, y que lo que brillaban no eran sus ojos, sino dos piedras azules puestas sobre sus ojillos cerrados. El inspector notó como le agarraban de la camisa y como una educada brutalidad le sacaba a fuera, lejos del calor de las velas pero bajo el calor húmedo de la vegetación, aquél, con ojos vacíos, u ojos de locura, u ojos de acabar de perder a un hijo, era el padre, que le trató cortante, burdo y rápido.
El inspector redactó que no existían tales rubíes y que todo había sido invención del padre en un momento de desesperación, por lo que tampoco veía correspondiente una suma compensatoria por infamias contra el gordo médico y su criado, también añadió como clausula final que si el gordo médico quería sufragar los gastos del entierro, podría hacerlo, cosa que éste no hizo.
Un día, cerca de la taberna, el padre asaltó al criado propinándole duros golpes, pero éste consiguió huir hasta la plaza, donde los agentes coloniales abatieron al padre, que cayó muerto sin resolución.

Años más tarde, pensando en abrir una bodega para mantener frescos los alimentos y que no se pudriesen con tanta rapidez, el gordo médico empezó a cavar en el cuarto de los trastos y descubrió una pequeña caja donde había escondidos tres pequeños rubíes sin pulir.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Puzzle.

Acabo de llegar a la conclusión de que tú no eres exactamente tú, no eres una unidad personal, por así decirlo, sino que eres una confederación ¡o incluso una federación! de pequeñas cosas.
Estoy seguro de que sí que hay una tú, lo que yo conocí por ese nombre, en alguna parte de tu ser, ahí en chiquitito, en una habitación bonita pero tal vez pequeña, y que era ella, tú, quien me sonrió, habló y miró. Tal vez en aquella época tenías más poder sobre el resto de partes por haber ganado unas elecciones o algo así, ahora sin embargo, cuando sé que eres tú quien me habla, pareces más una portavoz, pues tus ojos no son velas, sino vigías, y tu sonrisa se asemeja más bien a un acantilado cuando estás en el borde, te asomas para ver mejor cómo rompen las olas y el malo, vestido de negro, se acerca por detrás sin hacer mucho ruido.
Bien, pues tus piernas deben haberse unido con un sistema pactista, pues siguen huyendo cada vez que ven el más mínimo problema. Tus ojos son anarquistas, pertenecientes al sistema únicamente por supervivencia, pero siguen pensando en marcharse y por ello no dejan de mirarlo todo y a todos, buscando una salida. Tus manos están tristes por no tener libertad, por eso están siempre frías. Pero lo más importante es el consejo de ideas que te gobiernan, un montón de confusiónes, pues el amor quedó fuera por ser demasiado joven y la indiferencia, con su gran dialéctica, suele convencer al resto para que se tomen sus decisiones.

Así que hasta que no vuelvas a gobernarte o directamente establezcas la dictadura de tu cuerpo, no quiero saber nada más de ti.
Las cumbres de las montañas siempre están nevadas, por lo que uno ya no se fija y las incluye en lo maldenominado paisaje. Si algún día esa nieve e derrite y se convierte en río, las montañas seguirán siendo paisaje, aunque desnudas, y el paisaje tendrá ahora un hermoso río.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Iceberg a la vista, capitán.

Sus ojos, o la pintura de sus ojos, parecían respirar. Adiviné que sus labios entreabiertos dibujaban la silueta de un barco, tal vez un homenaje al Titanic, y por eso le faltaban las chimeneas, se había empezado a hundir. ¿Qué acababa de decir? no estaba escuchando, pero no me atrevía a preguntar, seguro que me estaba diciendo “te quiero” por primera vez o “Adiós” por última. Qué va, estaría diciendo que le apetecía un helado con media fresa cortada haciendo de isla entre toda esa nata, “recuerda” estuve a punto de decir “el chocolate está abajo del todo, como un rico fuel”. ¿Sus orejas siempre han sido tan raras? Sus orejas siempre han sido rarísimas, ¿cuándo sonríe se le mueven las orejas? ¿Cuándo fue la última vez que la hice reír? Creo que fue cuando le dije que en esas situaciones de película en las que el protagonista debe elegir si salvar al mundo o a su chica, y de algún modo acaba consiguiendo ambas, ella se iría a tomar un café. Cuando me enfado no le miro a la cara ¿por qué la miro ahora, entonces? Una vez me dijo que cuando no la miraba parecía un cantante en un videoclip, porque estos nunca miran a la cámara, si acaso en el momento final, lo que equivaldría a que yo la mirase para decir que ya estaba harto. Me acuerdo de la última vez que la hice llorar, a ella le encantaba ganar y hacerme enfadar, le encantaba ir en contra del mundo rompiendo farolas metafóricas, entonces yo le expliqué con malas palabras que no podía ser así, le expliqué que ocurría en la otra cara de la moneda, y le dije un par de cosas que tenía guardadas, entonces lloró, claro. Siempre fue libre, tanto que se perdió y no supo ya encontrarse, hubiese sido la candidata perfecta a Nunca Jamás.

¿Qué acababa de decir ella? Por no hacerle un feo y contestar algo que no venía a cuento, le cerré la puerta en las narices.

martes, 9 de diciembre de 2014

Rosa Episodio (3)

-¿Pero no tienen que pasar veinticuatro horas o algo así?
-Imagínate los periódicos “La burocracia mata a una niña pequeña”.
-¡Ole! No sé qué haces de policía teniendo que servir a un periódico.
-Ya hemos llegado, quédate en el coche.
-¿Te tengo que cubrir o algo así?
-¿Tú estás tonto? Una niña pequeña ha desaparecido hace unas horas, teniendo un hermoso bosque donde poder perderse, deja por las mañanas en casa esa idea de poli de película, haz el favor ¡Y no me toques la radio, coño!

El agente recorrió diecisiete metros desde el coche hasta la puerta de la casa, y como había dejado el cinturón con el arma en el auto, que parecía ser lo correcto al ir a hablar a unos padres preocupados, se sintió desnudo. No iba a estar creyéndose él también la idea de policía de suburbio. Mientras daba un par de golpes a la puerta se fijó en la caseta rosa del perro y la cadena sin dueño tirada frente a la misma, de alguna forma le extrañó más el color que el hecho de la caseta sin perro.
-Hola, gracias por venir, pase por favor.
-Soy el agente Fairer, ¿es usted el padre de…?
-Andrea Carrasco, sí, soy su padre, Ismael Carrasco.
-¿La madre está en casa?
-No, ella está buscando por la zona del colegio de la niña, aunque yo no creo que haya podido ir tan lejos, no sé, es que…
-¿Puedo ver la habitación de Andrea?
-¿Su habitación? Eh… claro, venga, por aquí, está en el piso de arriba.

Le dolió entrar en aquel cuarto, el rosa de las paredes era profundo, daba la impresión de estar fabricado en algún laboratorio y ser de la más pura calidad, pero también era verdad que con aquellas luces de la tarde podía llegar a ser atractivo. Fairer entró esquivando los juguetes tirados por el suelo como minas colocadas estratégicamente y cogió una foto de una muchacha muy guapa que sujetaba entre sus brazos un bebé, el cual se adivinaba que era la desaparecida Andrea.
-¿Quién es esta chica? ¿su hermana?- Y supuso que haberle pegado una paliza a aquel hombre le habría dejado mejor cara que la que se le puso.
-Sí… es, era, su hermana, Irene Carrasco, seguramente haya oído hablar de ella.
Y tanto que si había oído hablar de ella, su padre, el detective Fairer, había llevado el caso de la mujer desaparecida y su posterior aparición junto a su presunto violador, ambos muertos. El detalle que más le había marcado era el perro que se había comido parte del vigilante de seguridad muerto, dando inicio así a la historia de que la propia Irene había practicado el canibalismo.
Rápidamente cogió otra foto, para borrar esas imágenes de su cabeza y para ayudar al señor Carrasco, pues cualquier movimiento en la habitación de su hija le sacaría del ensimismamiento. Le llamaron especialmente la atención las tres fotos de la niña con un perro y la caseta rosa detrás.
-Disculpe, ¿por qué la caseta del perro es rosa? todas por aquí son rojas.
Y al hombre le apareció una sonrisa mientras cogía ese aire que se coge antes de contar una bonita historia.
-Verá, cuando desapareció Irene compramos a Xana, la perra, y yo iba a pintar la caseta roja, como todos, claro, pero Andrea se opuso “¡Que no! ¡Que no!”, decía, “Roja no la quiero”, “Elige otro color”, le respondimos, “blanca, verde, este azul…” y dijo ella “¡Rosa! ¡La quiero rosa!”, pero no le hicimos caso, claro, iba a quedar horrorosa, por favor, pero ella no había claudicado, intentó buscar información sobre la pintura en los libros de arte del siglo II que tiene mi mujer, pero no encontró nada, claro, entonces llamó a su tío, mi hermano, que es pintor, pintor de casas, no de cuadros, aunque ha hecho ya dos exposiciones, pero bueno, que le llamó y le preguntó cómo alterar la pintura roja para que fuese rosa, y mi hermano le dijo que eso era un follón y que para sus dibujos del cole mejor usase directamente pintura rosa. Cuál fue mi sorpresa cuando paso la brocha por la caseta aun sin pintar y veo que la raya que pinto es rosa en vez de roja, y ahí, con esa cicatriz rosa sobre la pintura blanca, me giro y veo a Andrea sonriendo con la sonrisa más bonita que le he visto jamás ¡Y rosa que se quedó la casa, a dónde va a parar!
-Andrea quiere mucho a su perra, ¿verdad?
-Quería… murió el sábado.
-Anda, venga.

Y con las últimas luces de la tarde sacaron a la pequeña y dormida Andrea de la caseta rosa de Xana.

El agente Fairer contaría tiempo después cómo aquella fue la vez que más contento llegó a casa después del trabajo.

Verde Episodio (2)

-Dime ya a dónde vamos.
-¿Sabes que el Whisky de Malta no es de Malta?
-¡Que no me cambies de tema!
-No te lo voy a decir, ya lo verás.
-Joder, por lo menos dime cuánto queda.
-Me recuerdas a cuando era pequeño e íbamos a Galicia, y en vez de cinco horas, se tardaba ocho, y yo no dejaba de decir “¿Queda mucho?”
-Entonces deberías empatizar conmigo y darme una respuesta.
-No, porque al tercer verano decidí aguantarme, y aunque me desgarrase guardármelo, pretendía no preguntar.
-¿Y lo conseguiste?
-Casi- Y mientras respondía la miró sonriendo, con sus dientes bien blancos, y ella sonrió pensando “eres idiota”.
-Bueno, pues me aguantaré- Y de pronto el giró el volante y, sin disminuir la velocidad, levantando así una nube de polvo, paró de repente en un mirador –Estarás de coña.
-¿Porque no te gusta el sitio o porque según has dicho eso he parado?
Ella abrió la puerta y salió. Al llegar a la valla de piedra, que simulaba las almenas de un castillo, vieron el valle que se extendía ante ellos. Un mar de árboles verdes se extendía de manera continua hasta llegar a un río, una cicatriz azul que cortaba el mar verde.
-Es precioso.
-Ven- Él le tendió la mano y ella la cogió.
-¿Pero qué haces?
-Hazme caso, es por aquí.
Y bajaron por un camino, o supuesto camino, que recorría el precipicio, perdiéndose entre los árboles, mientras ella entre risas le decía que estaba loco.

Son curiosos los bosques, si te los imaginas, te imaginas una unidad, una especie de generalización, pero cuando estás en uno y ese olor, ese aire y ese susurro te rodean, sientes como cada ángulo es diferente y absolutamente irrepetible, al igual que los árboles, a los que, si te fijas, puedes distinguir la personalidad, siendo éste un árbol serio, éste otro un árbol celoso y éste último uno de esos que de primeras te encanta su personalidad y luego acabas pensando “es un pesado” o, peor, “menudo payaso”.

Y él llevó a Andrea a una cafetería escondida en el seno del bosque a la que no llegaba ninguna carretera, siendo la perdición de cualquier proveedor de suministros. Si no la conocías, jamás la encontrarías, pero como el lugar lo había construido el dueño y la energía procedía de un par de placas solares, se podía permitir no tener abundantes clientes. Hay que decir que el café era realmente exquisito.
Las nubes se abrieron y junto con los rayos de sol descendió también un rayo de cobertura que le dio vida al móvil de Andrea Carrasco, el cual sonó y le iluminó los ojos.
-¡Es él! Tenías razón ¡Quiere quedar conmigo!- Y su ella adolescente y su ella actual se abrazaron, se tumbaron en la cama con el pijama puesto y pasaron toda la noche hablando de chicos mientras jugaban a hacerse trenzas y demás peinados.
-Vaya- Y él sorbió café como quien se lleva en una fiesta el vaso a los labios para que parezca, o por lo menos él se lo crea, que está haciendo algo, que está ahí por alguna razón.
-¡Ay! ¿Qué digo?
Y dentro de él, el soldadito venció al dragón sobre el puente de piedra y dijo:
-Apaga el móvil, por favor, ahora estás conmigo, y me gustaría que estuvieses conmigo mucho tiempo. Te quiero, Andrea, necesito que lo sepas, necesito decírtelo. Desde aquella vez que te vi te metiste en mis ojos y te deslizaste hasta mi alma, si pudiese anular mis sentimientos, lo haría, no te quepa la menor duda, pues esto que siento no puede ser bueno. Pero ahora estamos aquí, en mi bosque, en este mundo verde y lleno de vida, y quiero que… no sé.


Y supongo que querrán saber cómo termina esta historia, sería lo normal, o no, pues mientras que a ustedes les puede interesar, o no, a mi me interesa más ese mapache que persigue a la liebre ¡Qué genial! resulta que están jugando je je que divertidos animales ¡Que te pilla, liebre, corre! Bueno, pues este es mi mundo verde, y aquí importa más la vida y la naturaleza que la señorita Carrasco y el hombre que se le acaba de declarar, así que si acaso pídanle a otro que les cuente el resto de la historia o tal vez una muy diferente con las piezas que sobraron de ésta o de otra… ¡Que te pillo, liebre!

domingo, 7 de diciembre de 2014

Negro Episodio (1)

-Oh, dios, por favor, no, no, te juro que no sé nada tío.
-A mi no me llames tío, hijo de puta.
-AAHH.
-Ahora coge aire y vuélveme a contar qué pasó aquella noche, a ver si resulta que se te aclara la memoria e hiciste algo más que quedarte en casa jugando a la play y matándote a pajas.
-Tío, es que no sé de qué me hablas… no ¡No! ¡Los alicates no!
-¿Qué alicates?- No es posible describir el grito que profirió el hombre atado a la silla.
Cinco minutos después, el hombre con el peto manchado de sangre le puso un trapo en la nariz al que había perdido la consciencia en la silla, y éste despertó.
-Cuéntame.
-Salí… salí con el Flaco, con Scar y con Boliche.
-¿Joaquín Vargas, Arturo García y Jaime Beirechea?
-Sí, sí, esos.
-¿Y?
-Y nada tío, fuimos al Seísmos y nos tomamos unas birras… y más tarde apareció la piva por la que preguntas.
-Irene Carrasco.
-No nos dijo su nombre.
-¿Qué pasó después?
-Le dijimos que si quería… venirse a una fiesta privada.
-¿Y luego la violasteis?
-¡No tío! Fue ella, te lo juro, estaba como poseída, nosotros no hicimos nada más que lo que nos pidió.
-¿Y os pidió que la mataseis?
-¡No la matamos! Se fue sangrando, sí ¡pero porque nos pidió que la pegásemos! te juro que después de eso no la volvimos a ver, yo por lo menos.
-¿Y entonces por qué me ha costado tanto sacarte esto?
-No sé tío, hay quienes dicen que murió, y otros que se cargó a un pavo ¡y el Flaco dijo que se lo comió! Nadie nos iba a creer, además nos sentíamos como culpables.
-Boliche, como tú le llamas, desde luego que sí, estoy aquí porque antes de morir, en el hospital, habló y os delató.
-¿Boliche la ha palmao? ¿y qué dices que dijo? ¡Gordo hijo de puta!



Jaime Beirechea confesó en el hospital y murió algo más tranquilo, los demás, bajo un poco de presión, respaldaron sus palabras. Arturo García, apodado Scar, al parecer tenía el epílogo de esta historia. Resulta que después del festín que se dieron con Irene Carrasco, él no había tenido suficiente y decidió seguirla, pero ella ya no quería más, así que él lo tomó por la fuerza, y cuando el guardia del descampado les descubrió, le mató, después se llevó a la señorita Carrasco a las zanjas del río y la enterró allí. Hace poco encontraron el cuerpo de Irene Carrasco guiados por la pista de un cadáver en descomposición que resultó ser el de Arturo García, alias Scar.



En mis manos tengo una foto de ella arrancada de una farola, entre las palabras "Desaparecida" y "si la ve, llámenos", se ve su rostro, sonriendo. La foto parece un extracto de una más grande, probablemente de una fiesta, si un psicólogo te preguntase qué te transmite esta imagen, probablemente dirías que alegría, nada más. ¿Qué te pasó, Irene? Ya sé que tú no elegiste morir, pero ¿qué te llevó a acabar así?

viernes, 5 de diciembre de 2014

Para ya.

¿Por qué lloras? No entiendo por qué lloras, te he dicho lo que querías oír, me has dicho “Dime la verdad” y yo, aunque no quería, te la he dicho, por hacerte feliz, y ahora lloras. No te he gritado ni lloraba mientras te lo decía, pero aun así, antes de terminar, tú llorabas, y yo no quiero que llores, no te quiero pero no quiero que estés triste, quiero que estés alegre y que no llores cuando te digo las cosas. No me gusta cuando lloras, no sé qué hacer, me siento incómodo, y no me gustas tú, te veo, frágil, pero no quiero tocarte, solo quiero que dejes de llorar, que sonrías y que te vayas, pero si lloras no te puedes ir. Si no dejas de llorar no volveré a decirte nada.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Con cansancio y cosquillas

Se conocieron en un momento equivocado, él venía de un par de relaciones frescas con la sensación de que has acabado de correr pero aun sudas y respiras agitado, muy lejos de encontrarte ronroneando en el sofá con la bata puesta y frente a la chimenea, y ella aun conservaba a duras penas los pilares de una relación que se le desmoronaba entre los dedos y que prometía fracaso.
No se conocieron con amor a primera vista o con una buena impresión dada por una genial conversación y tal vez un par de copas, sino con la antipática formalidad de “ya que vamos a tener que conocernos, llevémonos bien”, solo que un día que ella caminaba deprisa por un pasillo muy cargada, se le cayó una carpeta sentimental, y ahí estuvo él, sin pensar en nada, simplemente ayudando, y la cogió al vuelo, y entonces fue cuando empezaron a hablar, por parte de ella, pues a él le tocó, aunque no con pena, escucharla en una mala época, y observó también cómo se le moría la relación en los brazos y la abrazó cuando ella no sabía si llorar después de enterrarla en el jardín de atrás.
Él, sabiéndose temerario, pensó que ahora que los dos estaban con las manos vacías metidas en los bolsillos, podrían quitarse mutuamente el frío, pero ella, que ni siquiera se sabía si le profesaba el mismo cariño e intención, tenía las heridas muy frescas y debía tratarlas para que no se infectasen, por lo que él la esperó frente a su portal, a que algún día bajase, pero sin promesas ni juramentos, él esperaría hasta que ella bajase o hasta que, simplemente, dejase de esperar. Pero mientras estaba a la intemperie de los tiempos revueltos e inciertos de los sentimientos, empezó a llover y él se caló de problemas de todo tipo, y ahí fue cuando ella le tendió una manta sobre los hombros y le tocó escuchar.
Pero él no tenía paciencia, y la mañana que ella decidió bajar a que las tímidas luces de la primera primavera le acariciasen la piel, encontró la calle vacía, pues él intentaba recoger las canicas que se le habían caído en bocas, cuerpos y sentimientos sin fuste de otras mujeres, y así, cuando él volvió, fue porque ella le había invitado a su boda.
Curiosamente ella se divorció a la vez que el renegaba de las mujeres, y así, ella de blanco y él en pantalón de pijama, fueron a un bar con la única intención de reírse, pues ella prometía convertirse en monja y él en eunuco.

Al final sí, cómo no, acabaron juntos, pero con heridas de mil batallas y el ojo de la nuca abierto, que ya no se cierra. Con lo fácil que hubiese sido que, jóvenes y algo más inocentes, se hubiesen encontrado en un mejor momento.