Se conocieron en un momento equivocado, él venía de
un par de relaciones frescas con la sensación de que has acabado de correr pero
aun sudas y respiras agitado, muy lejos de encontrarte ronroneando en el sofá
con la bata puesta y frente a la chimenea, y ella aun conservaba a duras penas
los pilares de una relación que se le desmoronaba entre los dedos y que
prometía fracaso.
No se conocieron con amor a primera vista o con
una buena impresión dada por una genial conversación y tal vez un par de copas,
sino con la antipática formalidad de “ya que vamos a tener que conocernos,
llevémonos bien”, solo que un día que ella caminaba deprisa por un pasillo muy
cargada, se le cayó una carpeta sentimental, y ahí estuvo él, sin pensar en
nada, simplemente ayudando, y la cogió al vuelo, y entonces fue cuando
empezaron a hablar, por parte de ella, pues a él le tocó, aunque no con pena,
escucharla en una mala época, y observó también cómo se le moría la relación en
los brazos y la abrazó cuando ella no sabía si llorar después de enterrarla en
el jardín de atrás.
Él, sabiéndose temerario, pensó que ahora que los
dos estaban con las manos vacías metidas en los bolsillos, podrían quitarse
mutuamente el frío, pero ella, que ni siquiera se sabía si le profesaba el
mismo cariño e intención, tenía las heridas muy frescas y debía tratarlas para
que no se infectasen, por lo que él la esperó frente a su portal, a que algún
día bajase, pero sin promesas ni juramentos, él esperaría hasta que ella bajase
o hasta que, simplemente, dejase de esperar. Pero mientras estaba a la
intemperie de los tiempos revueltos e inciertos de los sentimientos, empezó a
llover y él se caló de problemas de todo tipo, y ahí fue cuando ella le tendió
una manta sobre los hombros y le tocó escuchar.
Pero él no tenía paciencia, y la mañana que ella
decidió bajar a que las tímidas luces de la primera primavera le acariciasen la
piel, encontró la calle vacía, pues él intentaba recoger las canicas que se le
habían caído en bocas, cuerpos y sentimientos sin fuste de otras mujeres, y
así, cuando él volvió, fue porque ella le había invitado a su boda.
Curiosamente ella se divorció a la vez que el
renegaba de las mujeres, y así, ella de blanco y él en pantalón de pijama,
fueron a un bar con la única intención de reírse, pues ella prometía
convertirse en monja y él en eunuco.
Al final sí, cómo no, acabaron juntos, pero con
heridas de mil batallas y el ojo de la nuca abierto, que ya no se cierra. Con
lo fácil que hubiese sido que, jóvenes y algo más inocentes, se hubiesen
encontrado en un mejor momento.
¡Qué sensibilidad! ¡Qué bonito!
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