-¿Pero no tienen que pasar veinticuatro horas o
algo así?
-Imagínate los periódicos “La burocracia mata a
una niña pequeña”.
-¡Ole! No sé qué haces de policía teniendo que
servir a un periódico.
-Ya hemos llegado, quédate en el coche.
-¿Te tengo que cubrir o algo así?
-¿Tú estás tonto? Una niña pequeña ha desaparecido
hace unas horas, teniendo un hermoso bosque donde poder perderse, deja por las
mañanas en casa esa idea de poli de película, haz el favor ¡Y no me toques la
radio, coño!
El agente recorrió diecisiete metros desde el
coche hasta la puerta de la casa, y como había dejado el cinturón con el arma
en el auto, que parecía ser lo correcto al ir a hablar a unos padres
preocupados, se sintió desnudo. No iba a estar creyéndose él también la idea de
policía de suburbio. Mientras daba un par de golpes a la puerta se fijó en la
caseta rosa del perro y la cadena sin dueño tirada frente a la misma, de alguna
forma le extrañó más el color que el hecho de la caseta sin perro.
-Hola, gracias por venir, pase por favor.
-Soy el agente Fairer, ¿es usted el padre de…?
-Andrea Carrasco, sí, soy su padre, Ismael
Carrasco.
-¿La madre está en casa?
-No, ella está buscando por la zona del colegio de
la niña, aunque yo no creo que haya podido ir tan lejos, no sé, es que…
-¿Puedo ver la habitación de Andrea?
-¿Su habitación? Eh… claro, venga, por aquí, está
en el piso de arriba.
Le dolió entrar en aquel cuarto, el rosa de las
paredes era profundo, daba la impresión de estar fabricado en algún laboratorio
y ser de la más pura calidad, pero también era verdad que con aquellas luces de
la tarde podía llegar a ser atractivo. Fairer entró esquivando los juguetes
tirados por el suelo como minas colocadas estratégicamente y cogió una foto de
una muchacha muy guapa que sujetaba entre sus brazos un bebé, el cual se
adivinaba que era la desaparecida Andrea.
-¿Quién es esta chica? ¿su hermana?- Y supuso que
haberle pegado una paliza a aquel hombre le habría dejado mejor cara que la que
se le puso.
-Sí… es, era, su hermana, Irene Carrasco,
seguramente haya oído hablar de ella.
Y tanto que si había oído hablar de ella, su
padre, el detective Fairer, había llevado el caso de la mujer desaparecida y su
posterior aparición junto a su presunto violador, ambos muertos. El detalle que
más le había marcado era el perro que se había comido parte del vigilante de
seguridad muerto, dando inicio así a la historia de que la propia Irene había
practicado el canibalismo.
Rápidamente cogió otra foto, para borrar esas
imágenes de su cabeza y para ayudar al señor Carrasco, pues cualquier
movimiento en la habitación de su hija le sacaría del ensimismamiento. Le
llamaron especialmente la atención las tres fotos de la niña con un perro y la
caseta rosa detrás.
-Disculpe, ¿por qué la caseta del perro es rosa? todas
por aquí son rojas.
Y al hombre le apareció una sonrisa mientras cogía
ese aire que se coge antes de contar una bonita historia.
-Verá, cuando desapareció Irene compramos a Xana,
la perra, y yo iba a pintar la caseta roja, como todos, claro, pero Andrea se
opuso “¡Que no! ¡Que no!”, decía, “Roja no la quiero”, “Elige otro color”, le
respondimos, “blanca, verde, este azul…”
y dijo ella “¡Rosa! ¡La quiero rosa!”, pero no le hicimos caso, claro, iba a
quedar horrorosa, por favor, pero ella no había claudicado, intentó buscar
información sobre la pintura en los libros de arte del siglo II que tiene mi
mujer, pero no encontró nada, claro, entonces llamó a su tío, mi hermano, que
es pintor, pintor de casas, no de cuadros, aunque ha hecho ya dos exposiciones,
pero bueno, que le llamó y le preguntó cómo alterar la pintura roja para que
fuese rosa, y mi hermano le dijo que eso era un follón y que para sus dibujos
del cole mejor usase directamente pintura rosa. Cuál fue mi sorpresa cuando
paso la brocha por la caseta aun sin pintar y veo que la raya que pinto es rosa
en vez de roja, y ahí, con esa cicatriz rosa sobre la pintura blanca, me giro y
veo a Andrea sonriendo con la sonrisa más bonita que le he visto jamás ¡Y rosa
que se quedó la casa, a dónde va a parar!
-Andrea quiere mucho a su perra, ¿verdad?
-Quería… murió el sábado.
-Anda, venga.
Y con las últimas luces de la tarde sacaron a la
pequeña y dormida Andrea de la caseta rosa de Xana.
El agente Fairer contaría tiempo después cómo
aquella fue la vez que más contento llegó a casa después del trabajo.
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