miércoles, 10 de diciembre de 2014

Iceberg a la vista, capitán.

Sus ojos, o la pintura de sus ojos, parecían respirar. Adiviné que sus labios entreabiertos dibujaban la silueta de un barco, tal vez un homenaje al Titanic, y por eso le faltaban las chimeneas, se había empezado a hundir. ¿Qué acababa de decir? no estaba escuchando, pero no me atrevía a preguntar, seguro que me estaba diciendo “te quiero” por primera vez o “Adiós” por última. Qué va, estaría diciendo que le apetecía un helado con media fresa cortada haciendo de isla entre toda esa nata, “recuerda” estuve a punto de decir “el chocolate está abajo del todo, como un rico fuel”. ¿Sus orejas siempre han sido tan raras? Sus orejas siempre han sido rarísimas, ¿cuándo sonríe se le mueven las orejas? ¿Cuándo fue la última vez que la hice reír? Creo que fue cuando le dije que en esas situaciones de película en las que el protagonista debe elegir si salvar al mundo o a su chica, y de algún modo acaba consiguiendo ambas, ella se iría a tomar un café. Cuando me enfado no le miro a la cara ¿por qué la miro ahora, entonces? Una vez me dijo que cuando no la miraba parecía un cantante en un videoclip, porque estos nunca miran a la cámara, si acaso en el momento final, lo que equivaldría a que yo la mirase para decir que ya estaba harto. Me acuerdo de la última vez que la hice llorar, a ella le encantaba ganar y hacerme enfadar, le encantaba ir en contra del mundo rompiendo farolas metafóricas, entonces yo le expliqué con malas palabras que no podía ser así, le expliqué que ocurría en la otra cara de la moneda, y le dije un par de cosas que tenía guardadas, entonces lloró, claro. Siempre fue libre, tanto que se perdió y no supo ya encontrarse, hubiese sido la candidata perfecta a Nunca Jamás.

¿Qué acababa de decir ella? Por no hacerle un feo y contestar algo que no venía a cuento, le cerré la puerta en las narices.

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