Me llamó tu hermana
porque estaba preocupada. No la culpes, tampoco es tan raro que pensase en mí.
Yo también me preocupé, si te digo la verdad, cuando me enteré de que habías
desaparecido de aquella forma. Tenía unos negocios a las afueras, los que pude
los aplacé y el resto lo solucioné deprisa. No quería hablar con ella por
teléfono, prefería que me contase las cosas en persona, pero tampoco había
mucho que decir. No estabas, pero yo podía dar más pasos que ella en la
oscuridad. Fui a la zona vieja, que qué tontería, pensarás, pero allí aún hay
quien te recuerda, algunas de esas personas quedaron dolidas por antiguas
desapariciones tuyas. Me encontré con R., que no quiso hablar conmigo, ni
aceptar mi dinero, y que solo dejó de hacer ruido cuando le mencioné a tu
hermana. Tu hermana calma a los diablos que vas dejando. Aun así R. no tenía
nada que decir, pero me dio una dirección y un murmullo en el que creo que me
deseaba suerte. Por la zona de Calmar me dijeron que estabas dando a luz, por las
Margaritas que andabas abortando. La ciudad entera respira tu nombre, en todos
lados queda tu olor, pero los recuerdos se vuelven borrosos, la mitad vota por
recordarte hermosa, la otra, de dolor, te quiere muerta. Yo, por mi parte, era
todo un profesional, te buscaba y nada más, no tenía tiempo para otra cosa
cuando un viejo de la calle Candileros me dio un mapa para encontrarte en el
cementerio de la Hija de Dios, ni cuando el enterrador del mismo juró haberte
visto salir desnuda de un nicho abierto a plena luz del día.
Hice un recorrido de tu
vida en la ciudad; es extraño, pero cuando uno se da prisa se da cuenta de que
los lugares que nos forjaron en realidad son muy pocos: un par de casas, un
parque, un colegio, dos oficinas, cuatro tiendas, tres cafés, una terraza desde
la que gritar. En tu caso había que añadir edificios en ruinas y viejas fábricas.
Un escalofrío me dio al pasar por allí, al imaginarte buscando esos lugares para
buscar otras cosas, o para buscar enterrarlas. No pienses mal, muchos de esos
sitios los conocí esa misma tarde, me los iban señalando dedos de todos los
colores. La noticia se extendió, y no hubo pocos que me exigiesen un pago por
nada, y yo pagaba pensando en tu hermana. En realidad era un poco absurdo que
te buscase, no te iba a encontrar, y si lo hacía no iba a servir de nada, no
querrías verme, ni oírme, ni hablarme, sería un ser de otro mundo junto a ti,
un ser cálido de un mundo frío. Después sonó el teléfono, era tu hermana. Después
sonó más veces, era mi propio mundo llamándome para que olvidara cosas que no
me correspondían. Después me llamó R., lo que era sorprendente porque no tenía
mi número, y me dio una dirección, sin más, una calle, un número y colgó. Ya
imaginarás dónde fui a parar, yo al principio creía que sería una casa, cierta
casa que yo temía, pero eso hubiese requerido más datos, una escalera, un piso,
una letra. Las iglesias solo son un número en una calle, y yo estaba allí, vi a
testigos desconocidos que salían del templo y se desperdigaban, y a vosotros
dos, saliendo, contentos, o al menos sonriendo. La embarazada, la loca, la
revivida, la vagabunda, la diosa, la desaparecida se mostraba ahora una mujer
distinta de todos los cuentos y caminaba junto a alguien que miraba al frente y
que no la miraba a ella. Sentí alivio, un alivio como un río por verte bien,
pero también sentí cierta tristeza, una tristeza parecida a un río.