domingo, 18 de julio de 2021

Tan extraña decoración

 Se ve que el día amaneció lento, probablemente conociendo lo que se le echaba encima. Y aún cuando lo hizo el Sol no apareció y en su lugar se encendieron las luces dándole a todo un aire cenizo y de película antigua.
Cuando se abrieron las primeras ventanas corrió un murmullo y se abrieron de pronto todas las ventanas y todas las puertas. La gente salió a la calle para ver mejor el espectáculo y para poder verlo desde dentro de la multitud, donde se ven mejor las cosas, o al menos se ven sin que las cosas puedan reparar en ti. De las farolas de la avenida colgaba uno cada dos farolas. En el saliente de la fachada de la estación de autobuses colgaban cuatro. De la propia comisaría (lo que haría que les señalasen en un primer momento) colgaban dos. Y así, por toda la ciudad, de los árboles, farolas, estatuas, edificios y cualquier sitio alto colgaba gente ahorcada. Todos estaban vestidos con ropas que no decían nada, algunos tenían las manos atadas, uno incluso tenía una mano metida en el bolsillo en una actitud de total indiferencia ante la muerte.
Un caos. Fue un caos. A la gente se le pasó enseguida la impresión, el problema es que no sabían qué debía hacer. No tenían ni idea de si debían descolgar los cuerpos por sus propios medios, de si debían ir a trabajar o si es que acaso habían sufrido un nuevo golpe de estado. Entonces salió el gobernador a su balcón y, con aire de dar un discurso, dijo lo siguiente: no, no hemos sido nosotros, el gobierno sigue igual. Y esto provocó casi más desazón, porque lo otro al menos explicaba. Después, el gobernador siguió hablando: rogamos a los ciudadanos que cooperen con las autoridades en este asunto, ¿alguien conoce a alguno de los fallecidos? Y otro murmullo corrió para convertirse en un absoluto silencio, pero no, no se oía a nadie llorando. No había listado de desaparecidos, ningún rostro parecía familiar visto desde varios metros abajo.
El día, tan mal mantenido por unas pocas nubes y la luna, que ayudaba de forma extraoficial, se vino abajo antes de lo previsto y terminó el día. Los ahorcados seguían colgados en sus respectivos sitios cuando la gente se fue a dormir y las ventanas se cerraron. Parecían una extraña decoración de navidad.
Los cuerpos no se podían quitar mientras la investigación siguiese y la investigación seguiría para siempre porque no había ninguna pista sobre absolutamente nada. Pero las cuerdas se iban debilitando y al grito de “cuerpo va” la gente se apartaba de la acera en el momento en que caía del cielo un hombre anónimo. Así se fue gastando la carne, entre aves de carroña y niños que jugaban a lanzar piedras. Algunos ahorcados servían como referencias “cuando llegue junto al hombre que cuelga sin un pie gire a la izquierda” y otros inspiraron movimientos culturales, sociales y migratorios.
Finalmente la ciudad despertó un día bajo un sol, ahora sí, beligerante libre de cualquier resto de los hombres ahorcados. Nadie los echó de menos porque nadie había conocido a aquellas personas, o cuerpos mejor dicho. Quien se encargó de devolver la ciudad a su estado original fue el cuerpo municipal de basureros, siempre tan eficientes.