Se ve que el día amaneció lento,
probablemente conociendo lo que se le echaba encima. Y aún cuando lo hizo el
Sol no apareció y en su lugar se encendieron las luces dándole a todo un aire
cenizo y de película antigua.
Cuando se abrieron las primeras ventanas
corrió un murmullo y se abrieron de pronto todas las ventanas y todas las
puertas. La gente salió a la calle para ver mejor el espectáculo y para poder
verlo desde dentro de la multitud, donde se ven mejor las cosas, o al menos se
ven sin que las cosas puedan reparar en ti. De las farolas de la avenida
colgaba uno cada dos farolas. En el saliente de la fachada de la estación de
autobuses colgaban cuatro. De la propia comisaría (lo que haría que les
señalasen en un primer momento) colgaban dos. Y así, por toda la ciudad, de los
árboles, farolas, estatuas, edificios y cualquier sitio alto colgaba gente
ahorcada. Todos estaban vestidos con ropas que no decían nada, algunos tenían
las manos atadas, uno incluso tenía una mano metida en el bolsillo en una
actitud de total indiferencia ante la muerte.
Un caos. Fue un caos. A la gente
se le pasó enseguida la impresión, el problema es que no sabían qué debía hacer.
No tenían ni idea de si debían descolgar los cuerpos por sus propios medios, de
si debían ir a trabajar o si es que acaso habían sufrido un nuevo golpe de
estado. Entonces salió el gobernador a su balcón y, con aire de dar un
discurso, dijo lo siguiente: no, no hemos sido nosotros, el gobierno sigue
igual. Y esto provocó casi más desazón, porque lo otro al menos explicaba.
Después, el gobernador siguió hablando: rogamos a los ciudadanos que cooperen
con las autoridades en este asunto, ¿alguien conoce a alguno de los fallecidos?
Y otro murmullo corrió para convertirse en un absoluto silencio, pero no, no se
oía a nadie llorando. No había listado de desaparecidos, ningún rostro parecía
familiar visto desde varios metros abajo.
El día, tan mal mantenido por
unas pocas nubes y la luna, que ayudaba de forma extraoficial, se vino abajo
antes de lo previsto y terminó el día. Los ahorcados seguían colgados en sus
respectivos sitios cuando la gente se fue a dormir y las ventanas se cerraron.
Parecían una extraña decoración de navidad.
Los cuerpos no se podían quitar
mientras la investigación siguiese y la investigación seguiría para siempre
porque no había ninguna pista sobre absolutamente nada. Pero las cuerdas se
iban debilitando y al grito de “cuerpo va” la gente se apartaba de la acera en
el momento en que caía del cielo un hombre anónimo. Así se fue gastando la
carne, entre aves de carroña y niños que jugaban a lanzar piedras. Algunos
ahorcados servían como referencias “cuando llegue junto al hombre que cuelga
sin un pie gire a la izquierda” y otros inspiraron movimientos culturales,
sociales y migratorios.
Finalmente la ciudad despertó un
día bajo un sol, ahora sí, beligerante libre de cualquier resto de los hombres
ahorcados. Nadie los echó de menos porque nadie había conocido a aquellas
personas, o cuerpos mejor dicho. Quien se encargó de devolver la ciudad a su
estado original fue el cuerpo municipal de basureros, siempre tan eficientes.
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