Y ya está el magma, la
rosa de los vientos, la dulcísima canción que anuncia nuestro nacimiento.
No sé si había un ángel
antes de nacer, pero debía haber suelos, pasillos largos, y un hombre que con
una fregona se dedicase a limpiarlos. Es posible, entiendo, que en un momento
me perdiese, desatendiendo las instrucciones que el ángel le daba a los otros
niños, y me topase con el hombre de la fregona fumándose un cigarrillo en un
descanso. Es posible que este hombre me hablase de su experiencia, se
convirtiese apresuradamente en el ángel que me tiene que ilustrar para poder
salir al mundo. Es probable que se sintiese presionado, no pensase bien lo que
decía y que al final me dijese, venga, corre, que estás a punto de nacer, y
cuando el ángel preguntase si ha quedado todo claro, yo llegase al grupo a
tiempo de decir sí señor, o sí señoría, o lo que se le diga a un ángel, no lo
recuerdo. Y esa noche, la noche en el tiempo antes del tiempo, el hombre que
limpia llegaría a casa, se sentaría con su mujer y mirando a sus dos hijos se preguntase
en alto ¿lo habremos hecho bien?