lunes, 19 de diciembre de 2016

Corazón en huelga

Que Sofía
y Carmencita
y yo
y el colectivo de los enamorados
estamos pensando si ponernos en huelga.
Nuestro grito es:
¡No es justo!
¡Y qué hago yo!
¡Ay, corazón!
Según a quién le preguntes.
Y las filas de la policía
que se encara a las masas
tienen el rostro de ex novias
de suegras, de gente mala
y de madrastras.
Y también hay una chica
muy guapa.
Empieza una lucha bestial
de enamorados con sus pancartas
sus pechos cosidos
y sus cabezas erradas.
Los Otros sonriendo
con puñales azules
y monedas lustradas
para corromper el alma.
Los enamorados huyen
en desbandada
heridos de muerte
sangrando el corazón
y sangrando el alma.

Aquí huele a que has pasado

Aquí huele a que has pasado
con un leve ondular
de la situación,
con un breve taconeo
sobre mi tensión.
Huele al perfume
de mis hormonas
(qué palabra más bonita
¿no la habrás dejado caer
de tu cartera?
hormona y
número de teléfono).
Has dejado tus huellas
en el asfalto
huellas sobre cemento seco
huellas que no seguiré
porque si ya haces tanto
no estando
imagínate la magia
del cuerpo presente
de labios de verdad
que se abren
(¡qué miedo!)
y que dicen
¿qué dicen?

Y una conversación

—Adelante, siéntate.
—Bueno, ¿por dónde empiezo?
—Tranquila, no entiendo cómo siempre estás tan nerviosa. ¿Quieres tomar algo?
—No, no, gracias. Estoy a dieta y no como nada más que una infusión de hierbas. Mire, aquí la traigo en el bolso.
—Tiene pinta de venenoso. Bueno, dime, ¿qué tal está?
—Esa respuesta es muy complicada; ya sabe, a veces está feliz, a veces está triste. Es como cualquier persona pero viviendo las emociones mucho más intensamente. Aunque yo la veo bien. Sí, está bien.
—Vaya, me alegro. Me alegro de que esté bien. ¿Dirías que es por algo en concreto?
—No parece alegrarse mucho, señorito. Pues quizá, es que su vida ha cambiado mucho. No sabría decirle.
—¿El diario sigue estando en la mesilla de noche?
—Sí, sí, eso sigue igual.
—¿Y qué se cuenta?
—Nada en especial. Al parecer ahora va al gimnasio…
—¿Ya no sale a correr?
—Creo que no, señorito. Salía a correr a la mañana o a la noche, y ahora se levanta muy temprano y llega a casa agotada. Entonces va al gimnasio por la tarde, y a esa hora no le gusta salir a correr porque las calles están llenas.
—Una pena que perdiese el campo libre al lado de casa.
—No crea, señorito, la casa de ahora es muy grande. Tres plantas tiene.
—¿Y piscina?
—Y piscina.
—¿Y solo nada en verano?
—Solo, pero más que nadar toma el sol.
—¿Y esta casa es la del ex marido, la que le dejó cuando se marchó?
—La misma, pero él no se fue, le sacaron con los pies por delante.
—Eso no me lo habías contado.
—Señorito, que le hablo metafóricamente.
—Menudo regalo se llevó. ¿Y qué más dice el diario?
—Ay, señorito, es que ya le dije, muchas cosas que dice no las entiendo, parece que estuvieran en clave.
—Siempre fue muy particular a la hora de hablar de su intimidad. Para la próxima vez te voy a encargar que fotografíes las hojas. ¿Hay dibujos?
—Hay dibujos. Unos muy bonitos y otros muy extraños, señorito, el otro día se me apareció uno en sueños, hasta sale usted.
—¿Salgo yo? Cuéntame eso.
—Sí, sí, salía varias veces, pero como sacado de una fotografía, se le veía más joven, así con esa barba que se traía antes.
—¡Esto sí que no me lo esperaba! ¿Y qué había escrito al lado?
—Esas frases fueron las que menos entendí.
—Empieza fotografiando esas páginas. ¿Y cómo le va económicamente, tiene trabajo?
—Ay, pues sí, pero ni falta le hace, que no dejan de pasar hombres trayendo regalos como si fuese un altar. Ahora está en una oficina de una empresa de publicidad o marquetín o como se llame.
—Qué bien, qué bien… ¿Y de amores?
—¡Ay, señorito! ¿Pero por qué se hace eso? A usted todavía le gusta esa mujer, igual aún la ama, ¿por qué torturarse así?
—Solo es que quiero saberlo todo.
—¿Pero no le parece enrevesado?
—¿No te parece enrevesado que te pague a ti para que me cuentes sobre ella?
—Ay, no sé, no sé…
—Venga, no te pongas así, no te pierdas. Mírame, ¿me ves decaído? ¿A que no? Pues no lo estés tú, mujer. Venga, dime, ¿hay alguien?
—Sí, señorito; algunas noches y fines de semana viene un hombre.
—¿Hombre o chaval?
—¿A qué se refiere?
—Descríbemelo.
—Es rubio, alto, tendrá unos veinticinco…
—¡Eso es bueno! No va a durar.
—¿Cómo lo sabe?
—Ella debe haber pasado por un mal trago y ahora cree que este pipiolo es la solución, ¡qué ingenua!
—¿Está seguro…?
—Segurísimo. ¿Y hay alguna otra cosa que veas preciso compartir?
—Pues verá, señorito, tengo la impresión… ¡Ay, no sé! Creo que ella sabe que la espío.
—¡Pues claro que lo sabe! Por eso deja el diario a mano y tiene charlas sobrexplicadas cuando andas cerca. Ella quiere que yo sepa de ella sin tener que mezclarme con su vida, es sencillo.
—Pero qué me dice, señorito. Ay, no, no, no. No quiero saber más de este asunto, no me gusta, es muy raro.
—Que sí, mujer, que no eres espía, solo intermediaria. Seguro que ella habla también con alguien cercano a mí.
—Esto es muy raro…
—¡Es divertido!
—¡Están locos!
—¡Unos locos divertidos!

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Efervescencia

No me parece bien que mi abuelo
pueda sacarse la dentadura
y meterla
en un vaso
de agua
efervescente.
Yo también quiero
sacarme los ojos
las orejas, las manos, la boca
y meterlas
en un barreño
de agua
efervescente.

martes, 13 de diciembre de 2016

Donde está la realidad

Yo le estaba contando a Nora que la realidad virtual ya existía, aunque con otro nombre y otras características. Ella desde luego negaba riendo, haciendo eso que hace de negar con los ojos cerrados mientras al final de su brazo extendido agarra fuerte el vaso de cerveza que está sobre la mesa. Dieron igual mis intentos, porque ella acabó por cambiar de tema sin darme la razón. La frase lapidaria de aquel momento la puso ella y es que al parecer el vivir como real algo que no lo era sucedía en la actualidad como algo puramente nuevo de cartel y precio alto y que antes no existía. Además hizo bien el cambio de tema: me preguntó qué opinaba sobre el hombre que en ese momento se acomodaba sobre un taburete en la barra. Yo de primeras le critiqué el abrigo verde porque era lo que más me gustaba. Entonces ella se acercó más a mí, poniendo las dos manos sobre el vaso de cerveza en el que empezaba a mover los dedos como si fuese un instrumento de viento. Sabía qué me iba a preguntar antes de que lo hiciese, lo sabía tan bien que apenas la escuché y me limité a mirarle los ojos y el leve el ondular de su pelo corto mientras hablaba. Terminó con un:
—¿Te importa?
Y yo le contesté con un movimiento exagerado de mi brazo, como el hombre que delante del telón anuncia la función:
—Adelante.
Me llevé el vaso de cerveza a los labios y lo tuve allí largo rato mientras bebía como beben los ratones. Mientras, miraba a Nora acercarse al hombre y gesticular como si hablaran, como si estuviesen hablando en off detrás del protagonista de la obra que yo acababa de presentar. Estuve pensando que el permiso que me había pedido Nora era doble, por un lado eran disculpas por mala compañera, que me dejaba ahora con un vaso de cerveza sin espuma, de un extraño color naranja, y su propia cerveza ahí delante, que ya nadie bebería o que sería bebida de un trago antes de calzarse el abrigo y marcharse. Las otras disculpas acababan por tener relación con las primeras. Si bien ella se planteaba acercarse al hombre y si bien yo me resignaba a aceptarlo sin la más mínima molestia era porque nunca le fue bien en lo sentimental, y si ella pensaba que además de la falta de educación aquello podría molestarme por algo más era porque, bueno, entre Nora y yo en su momento hubo algo.
Presencié cómo ella acababa por sentarse en un taburete contiguo al del señor del abrigo verde y entonces me distraje. Estuve pensando acerca de la conversación anterior y llegué a la conclusión de que no se podía llamar realidad virtual, sin duda aquello llevaría a la gente a pequeños establos de su mente en los que no hay libertad de ideas, además de que sobraba lo de virtual y en definitiva nada estaba centrado. Así que, mientras el señor del abrigo verde y Nora se levantaban y ella se acercaba para despedirse lo más rápido posible, yo llegué a la conclusión de que habría que llamarlo falsa realidad, en vez de realidad virtual. Al final, mientras me ponía el abrigo con la vaguedad del no saber qué hacer después y la mujer de detrás de la barra me miraba con curiosidad, presencié cómo al final el vaso de cerveza de Nora se había quedado sin terminar.
En la calle el viento empezaba a cortar frío, así que me icé el cuello del abrigo, divirtiéndome con mi reflejo en los escaparates de las tiendas ya cerradas, y me puse a pensar en Nora. Pobre Nora, ella siempre se había subido a todos los barcos que la vida le había ofrecido, había luchado por ser feliz y sin embargo una desdicha palpable, como una maldición familiar, le había alcanzado siempre, le había hundido esos barcos, por seguir la metáfora. Ahora se iría con el hombre del abrigo verde, tomarían la última copa, tal vez en su casa, y ella le enseñaría su torso de pechos pequeños. Él disfrutaría, por supuesto, pero aquello en lo que Nora sin querer invertiría esperanzas de futuro acabaría como siempre en una quiebra sentimental. Pobre Nora, pensé, ojalá por una vez le vayan bien las cosas.
Y para sorpresa de muchos así fue. Nora, después de una eternidad, formalizó una relación, habiendo sido la nuestra lo último más parecido. Todo marchaba bien, o igual no, pero las cosas no funcionaban mal. Yo me involucré aún más en mi trabajo y ella fue construyendo una torre de arena y cemento con aquel hombre cuyo nombre siempre conseguí olvidar. Como era previsible Nora y yo fuimos viéndonos menos y siempre conseguí desembarazarme de los planes en los que estaba él, planes que por lo demás eran cada vez más tranquilos, más sosegados, menos Nora, más sobremesa y después siesta de pura modorra. Sin embargo, el día en que por formalidad Nora me hizo saber que se habían comprometido, nada más colgar el teléfono, descubrí una increíble cantidad de rabia en mi interior, una ira de labios apretados, el odio hacia aquel hombre que ya no tenía un abrigo verde en mi imaginación, sino un abrigo cubierto de llamas del que no lograba librarse y con el que corría a cámara lenta en un mundo en tinieblas, abriendo exageradamente la boca en gritos que no se oían. Pero soy un hombre tranquilo y con gran capacidad de sosiego, por lo que me senté en el sillón apretando fuerte los puños y bebiendo mucha agua, y llegué a la conclusión de que lo que pasaba es que tenía envidia. Llegado a ese punto no quise saber si tenía envidia del lugar que ocupaba él o de que la estuviese perdiendo a ella, pero no importó, fui consciente en ese momento, sentado en aquel sillón, de que no importaba.
Dos semanas antes del viaje de novios, de las firmas en los papeles oficiales, del decir un te quiero susurrado en el oído después del beso en el altar, dos semanas antes de todo eso yo no tenía el traje comprado, ni el regalo pensado ni la menor intención de ir. Dos semanas antes del banquete, el alcohol y la música hortera, le abrí la puerta a una Nora destrozada con las mejillas negras del maquillaje corrido. Lloró en mi mismo sillón, sobre mí, lloró durante horas y fui consciente de que estaba vacía de toda voluntad, de que yo podría manejarla como quisiera. Sin embargo no era la primera vez, ni sería la última, que sentía que podía hacer con ella lo que fuera, pero no con su cuerpo, sino con su vida.
Si desafortunado en el juego, afortunado en el amor, cabe esperar que también sea al revés. Igual que yo me había centrado en mi trabajo cuando quería huir de pensar en Nora, ella, perdida en las calles y en los departamentos vacíos, con un ligero impulso mío entró en el mundo de las finanzas. Al principio le costó, pero enseguida fue triunfando y a medida que lo hacía sus ropas se volvieron más grises y sus joyas más delgadas. En una ocasión, en una fiesta que celebraba en su nuevo apartamento y a la que había invitado a toda una fauna de hienas que saben cantar, me sentí completamente perdido, como cuando de niño pierdes a tus padres entre una multitud y no dejas de mirar a cada lado viendo a gente que se mueve a toda velocidad y que no reparan en ti y que parecen constituir un mar en el que te vas ahogando. Me terminé una copa, de champagne, cómo no, y luego otra, pero entonces me sentí mareado en vez de tranquilo. Así fui a buscar a Nora, que se encontraba riéndose de una forma ensayada que de mirarla con detenimiento comprenderías que lleva contados los segundos en el echarse hacia atrás, el llevarse la mano al abdomen, el enseñar los dientes blancos, muy blancos, y el reír casi sin sonido, dejando en ridículo a todos los pasos previos. Logré sacarla de allí, de llevarla a un cuarto y transmitirle sin palabras que no soportaba aquel circo de actos lentos. Ella sonrió y dijo algo. Con su nuevo lenguaje me transmitió una aparente calma constituida de promesas, pero cuando salió ella del cuarto y yo me quedé allí, se deshizo aquella sensación, saboreé una ceniza de la densidad de la arena y volví a ser consciente de que estaba perdiendo a Nora y que se estaba perdiendo ella misma. Entonces volvieron también esos pensamientos que se mueven despacio como los dedos por un rosario y ahí sí me calmé.
Nora perdió el trabajo. Volvió a mí, llorando de nuevo en un sofá y una cama que la conocían. Encontró su jabón en mi baño y yo la mimé con las mismas palabras con las que se calma a un niño que se ha hecho daño. Cuando me cansó su presencia ella ya no estaba, tuvo entonces una vida agitada en la que recorrió distintas profesiones, formas de vida e incluso en la que empezó una relación con una mujer de pelo rojo que duró hasta el momento mismo en que formalizaron aquello y Nora, como el picor de una alergia, empezó a aborrecer el color rojo.
Y una vez más se abrió la puerta y la luz del descansillo me mostró una Nora con los brazos caídos y la sensación de vacío y desamparo que muestran los ositos de peluche. Parecía loca, me hablaba de disparates como si fuesen sueños de siempre, decía de irse a paisajes desérticos a ayudar a tribus que realmente desconocía si existían. Terminé por pararla intentando salir de casa, lloraba y me golpeaba el pecho, decía que quería hacerse miliciana.
Sus golpes fueron menguando y acabó agarrada de mi jersey, llorando y moqueando con la cara directamente sobre mí, llorando, si es que es posible, en un susurro violento.
—¿Por qué?
—Pobre Nora, ¿no te lo había dicho ya? La realidad virtual, la falsa realidad…
Ella levantó la vista y al mirar sobre mi hombro vio a la camarera mirándonos desde más allá de la barra. Entonces me miró a mí con los ojos muy abiertos, con esa mirada que se guarda para cuando te encuentras con el diablo.
—¿Qué es esto? ¿Qué has hecho?
—Uno puede moldear la realidad según quiera, según cómo la imagine y la escriba. Puede manejar su vida o puede manejar otras vidas.
Nora no sabía qué hacer, qué pensar, parecía encontrarse al borde del colapso.
Mientras tanto un hombre con un abrigo verde salía del local.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Catálogo

Le pedí el otro día que me dijese algo bonito y me mostró su catálogo de palabras. Pero yo no quería elegir qué me dijese, quería que fuese sorpresa y sin embargo ignoró mis súplicas con las palabras perfectas para ignorar mis súplicas. Entonces intenté decirle yo algo hermoso para provocarle a contestarme con algo igualmente bello, y nada más terminé estalló en una carcajada mientras me volvía a ofrecer el catálogo. Llorando de rabia se lo leí todo, pensando que no había en el mundo nada más bello que lo que salía de mis labios, que lo que había en aquel catálogo. Y aun así, cuando hube terminado, me miró sonriendo aún y me preguntó cómo esperaba que le sorprendiesen las palabras que de tanto usarse se habían vaciado, se habían secado. Me dijo que las verdaderas palabras aún se están por crear y que no se puede impresionar a alguien repitiéndole lo que esa persona ya dijo.

sábado, 10 de diciembre de 2016

No le importe a nadie

Desde luego esto es el inicio de una historia pero no lo parece. Aquí no hay nada, ni decorado ni personajes. Y eso no es lo peor, porque podría encargarme yo en solitario y sin un escenario definido de recrear una historia, lo peor es que aquí tampoco hay guión ni idea si quiera, aquí solo hay unas ganas de escribir que tampoco son desaforadas pero que gimen por salir adelante.

No me gusta escribir situándome en el presente, puede que lo sepa quien me haya leído y quien no lo sepa o no me haya leído ahora lo sabe. Sin embargo tampoco me muevo demasiado hacia atrás, abandono ordenadores y teléfonos móviles, pero sigue habiendo aviones y coches, aunque a mis personajes no les suele importar meter las manos en los bolsillos del abrigo y echar a andar por la ciudad. Me gusta escribir en un tiempo sin tiempo, en un tiempo en el que nada se echa en falta y donde todo lo que entra es bien recibido sin que a quien lo lee le importe realmente si el hombre de traje y la mujer de labios rojos están bebiendo y qué están bebiendo. Sin que importe que lo que sea que estén bebiendo se lo ha servido un camarero de frac blanco que hoy no se ha puesto los guantes porque hacen que le suden las manos. Sin que de cualquier forma le pueda importar a quien lea esto que el camarero, que mira nervioso a la mujer de los labios rojos y tiene el pelo demasiado corto, lleva días, igual ya semanas, obsesionado con una idea que le apareció de pronto pero de seguro no es suya y es rodar una película pornográfica (porno, de aquí en adelante). De hecho no es ni película, que a eso no le ve sentido, sería más bien vídeo, vídeo largo en todo caso. Sin embargo sonríe para adentro convencido de que lo que ruede será distinto y con carácter de triunfo y aire fresco que atraerá sin duda la atención incluso de quienes no estén aficionados a este mundo pues planea mezclar el elemento obvio del porno con la calidad del cine. Y es que mientras sigue mirando a la mujer de los labios rojos y le siguen sudando las manos como si las tuviese mojadas aunque no lleve puestos los guantes, el camarero no entiende cómo la insinuación de un desnudo en el cine puede ser mucho más excitante, o al menos intensa, que todo un despliegue de intimidades en la industria. Y ahí quiere llegar; quiere ponerle la luz, la cámara y el guión de una película de bien a una película (vídeo largo) de mal. El pobre no sabe que estas ideas que le asaltan ya fueron ensayadas en los años ochenta y que, como se puede ver, no triunfaron demasiado. Demasiados públicos de esta industria, demasiada cantidad, demasiado poco público específico de algo que ni es pornografía ni es cine. Aunque claro, quizá no lo hay porque no se intenta, y es aquí cuando el muchacho se vuelve a animar, quizá… pero el señor de traje le llama y él va, entonces el hombre pide algo y la mujer de los labios rojos dice que lo mismo pero claro, de seguro que a quien lea esto no le importa para nada todo este asunto.

No habrá sorpresas

Mañana vendrás por la senda que hoy pude cerrar. Me querrás recomendar un libro recién empezado que descansa ya en la estantería de lo que fue leído y no se volverá a leer. Irás leyendo los poemas y escuchando las canciones que ya pertenecen al pasado. Todo lo que creas novedad habrá sido descubierto y redescubierto mucho antes. Y no has de temer que conozca todos los conocimientos que tú aún no, has de temer que conozca tus pasos y el camino que vas a tomar.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Un instante

Me como a la gente. Me la como y no dejo nada. Si acaso dejo un pequeño hueso de la muñeca, uno que sea fino, para que quien lo encuentre maldiga a quienes comen pollo y luego dejan los restos por ahí y no los tiran a la basura.
No sonrías tanto, que se te van a acabar por ver los dientes en esta oscuridad. Y como nos vean ya sabes lo que viene, otra vez esas cadenas de la cotidianidad. Si bien es cierto que no podemos estar aquí siempre, vamos a terminar por morirnos de hambre, o de aburrimiento, que es peor. Porque igual que no podemos sonreír no podemos hablar. Y aunque hablásemos, ¿qué íbamos a decir? Llegará un momento en el que nos sorprenderemos hablando lo hablado, reafirmándonos en las palabras conocidas, y de las palabras brotarán también el aburrimiento y el hambre de algo nuevo. Solo nos tocará salir, y ahí sí, en ese breve instante en que empiecen a correr, en que empiecen a saltar, gritar e intentar apresarnos, ahí será el momento donde nos sentiremos realmente libres, porque podremos reír y viendo aquello tendremos algo nuevo de qué hablar justo antes de que nos tapen la boca y nos agarren los brazos. Y bueno, luego tocará vivir del recuerdo de un instante.