sábado, 10 de diciembre de 2016

No le importe a nadie

Desde luego esto es el inicio de una historia pero no lo parece. Aquí no hay nada, ni decorado ni personajes. Y eso no es lo peor, porque podría encargarme yo en solitario y sin un escenario definido de recrear una historia, lo peor es que aquí tampoco hay guión ni idea si quiera, aquí solo hay unas ganas de escribir que tampoco son desaforadas pero que gimen por salir adelante.

No me gusta escribir situándome en el presente, puede que lo sepa quien me haya leído y quien no lo sepa o no me haya leído ahora lo sabe. Sin embargo tampoco me muevo demasiado hacia atrás, abandono ordenadores y teléfonos móviles, pero sigue habiendo aviones y coches, aunque a mis personajes no les suele importar meter las manos en los bolsillos del abrigo y echar a andar por la ciudad. Me gusta escribir en un tiempo sin tiempo, en un tiempo en el que nada se echa en falta y donde todo lo que entra es bien recibido sin que a quien lo lee le importe realmente si el hombre de traje y la mujer de labios rojos están bebiendo y qué están bebiendo. Sin que importe que lo que sea que estén bebiendo se lo ha servido un camarero de frac blanco que hoy no se ha puesto los guantes porque hacen que le suden las manos. Sin que de cualquier forma le pueda importar a quien lea esto que el camarero, que mira nervioso a la mujer de los labios rojos y tiene el pelo demasiado corto, lleva días, igual ya semanas, obsesionado con una idea que le apareció de pronto pero de seguro no es suya y es rodar una película pornográfica (porno, de aquí en adelante). De hecho no es ni película, que a eso no le ve sentido, sería más bien vídeo, vídeo largo en todo caso. Sin embargo sonríe para adentro convencido de que lo que ruede será distinto y con carácter de triunfo y aire fresco que atraerá sin duda la atención incluso de quienes no estén aficionados a este mundo pues planea mezclar el elemento obvio del porno con la calidad del cine. Y es que mientras sigue mirando a la mujer de los labios rojos y le siguen sudando las manos como si las tuviese mojadas aunque no lleve puestos los guantes, el camarero no entiende cómo la insinuación de un desnudo en el cine puede ser mucho más excitante, o al menos intensa, que todo un despliegue de intimidades en la industria. Y ahí quiere llegar; quiere ponerle la luz, la cámara y el guión de una película de bien a una película (vídeo largo) de mal. El pobre no sabe que estas ideas que le asaltan ya fueron ensayadas en los años ochenta y que, como se puede ver, no triunfaron demasiado. Demasiados públicos de esta industria, demasiada cantidad, demasiado poco público específico de algo que ni es pornografía ni es cine. Aunque claro, quizá no lo hay porque no se intenta, y es aquí cuando el muchacho se vuelve a animar, quizá… pero el señor de traje le llama y él va, entonces el hombre pide algo y la mujer de los labios rojos dice que lo mismo pero claro, de seguro que a quien lea esto no le importa para nada todo este asunto.

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