Le pedí el otro día que me dijese algo bonito y me mostró su
catálogo de palabras. Pero yo no quería elegir qué me dijese, quería que fuese
sorpresa y sin embargo ignoró mis súplicas con las palabras perfectas para
ignorar mis súplicas. Entonces intenté decirle yo algo hermoso para provocarle
a contestarme con algo igualmente bello, y nada más terminé estalló en una
carcajada mientras me volvía a ofrecer el catálogo. Llorando de rabia se lo leí
todo, pensando que no había en el mundo nada más bello que lo que salía de mis
labios, que lo que había en aquel catálogo. Y aun así, cuando hube terminado,
me miró sonriendo aún y me preguntó cómo esperaba que le sorprendiesen las
palabras que de tanto usarse se habían vaciado, se habían secado. Me dijo que
las verdaderas palabras aún se están por crear y que no se puede impresionar a
alguien repitiéndole lo que esa persona ya dijo.
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