lunes, 19 de diciembre de 2016

Y una conversación

—Adelante, siéntate.
—Bueno, ¿por dónde empiezo?
—Tranquila, no entiendo cómo siempre estás tan nerviosa. ¿Quieres tomar algo?
—No, no, gracias. Estoy a dieta y no como nada más que una infusión de hierbas. Mire, aquí la traigo en el bolso.
—Tiene pinta de venenoso. Bueno, dime, ¿qué tal está?
—Esa respuesta es muy complicada; ya sabe, a veces está feliz, a veces está triste. Es como cualquier persona pero viviendo las emociones mucho más intensamente. Aunque yo la veo bien. Sí, está bien.
—Vaya, me alegro. Me alegro de que esté bien. ¿Dirías que es por algo en concreto?
—No parece alegrarse mucho, señorito. Pues quizá, es que su vida ha cambiado mucho. No sabría decirle.
—¿El diario sigue estando en la mesilla de noche?
—Sí, sí, eso sigue igual.
—¿Y qué se cuenta?
—Nada en especial. Al parecer ahora va al gimnasio…
—¿Ya no sale a correr?
—Creo que no, señorito. Salía a correr a la mañana o a la noche, y ahora se levanta muy temprano y llega a casa agotada. Entonces va al gimnasio por la tarde, y a esa hora no le gusta salir a correr porque las calles están llenas.
—Una pena que perdiese el campo libre al lado de casa.
—No crea, señorito, la casa de ahora es muy grande. Tres plantas tiene.
—¿Y piscina?
—Y piscina.
—¿Y solo nada en verano?
—Solo, pero más que nadar toma el sol.
—¿Y esta casa es la del ex marido, la que le dejó cuando se marchó?
—La misma, pero él no se fue, le sacaron con los pies por delante.
—Eso no me lo habías contado.
—Señorito, que le hablo metafóricamente.
—Menudo regalo se llevó. ¿Y qué más dice el diario?
—Ay, señorito, es que ya le dije, muchas cosas que dice no las entiendo, parece que estuvieran en clave.
—Siempre fue muy particular a la hora de hablar de su intimidad. Para la próxima vez te voy a encargar que fotografíes las hojas. ¿Hay dibujos?
—Hay dibujos. Unos muy bonitos y otros muy extraños, señorito, el otro día se me apareció uno en sueños, hasta sale usted.
—¿Salgo yo? Cuéntame eso.
—Sí, sí, salía varias veces, pero como sacado de una fotografía, se le veía más joven, así con esa barba que se traía antes.
—¡Esto sí que no me lo esperaba! ¿Y qué había escrito al lado?
—Esas frases fueron las que menos entendí.
—Empieza fotografiando esas páginas. ¿Y cómo le va económicamente, tiene trabajo?
—Ay, pues sí, pero ni falta le hace, que no dejan de pasar hombres trayendo regalos como si fuese un altar. Ahora está en una oficina de una empresa de publicidad o marquetín o como se llame.
—Qué bien, qué bien… ¿Y de amores?
—¡Ay, señorito! ¿Pero por qué se hace eso? A usted todavía le gusta esa mujer, igual aún la ama, ¿por qué torturarse así?
—Solo es que quiero saberlo todo.
—¿Pero no le parece enrevesado?
—¿No te parece enrevesado que te pague a ti para que me cuentes sobre ella?
—Ay, no sé, no sé…
—Venga, no te pongas así, no te pierdas. Mírame, ¿me ves decaído? ¿A que no? Pues no lo estés tú, mujer. Venga, dime, ¿hay alguien?
—Sí, señorito; algunas noches y fines de semana viene un hombre.
—¿Hombre o chaval?
—¿A qué se refiere?
—Descríbemelo.
—Es rubio, alto, tendrá unos veinticinco…
—¡Eso es bueno! No va a durar.
—¿Cómo lo sabe?
—Ella debe haber pasado por un mal trago y ahora cree que este pipiolo es la solución, ¡qué ingenua!
—¿Está seguro…?
—Segurísimo. ¿Y hay alguna otra cosa que veas preciso compartir?
—Pues verá, señorito, tengo la impresión… ¡Ay, no sé! Creo que ella sabe que la espío.
—¡Pues claro que lo sabe! Por eso deja el diario a mano y tiene charlas sobrexplicadas cuando andas cerca. Ella quiere que yo sepa de ella sin tener que mezclarme con su vida, es sencillo.
—Pero qué me dice, señorito. Ay, no, no, no. No quiero saber más de este asunto, no me gusta, es muy raro.
—Que sí, mujer, que no eres espía, solo intermediaria. Seguro que ella habla también con alguien cercano a mí.
—Esto es muy raro…
—¡Es divertido!
—¡Están locos!
—¡Unos locos divertidos!

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