La historia más larga y terminada que he escrito hasta el momento. La verdad es que estoy bastante contento. Espero que os guste.
Capítulo 1
Entre los muchos ruidos,
su coche hacía más y cuando bajó de un portazo, todas las miradas se clavaron
en él. Con su gesto cabreado de siempre, sus gafas de sol, su chupa de cuero y
la placa de policía sobre la misma, Gaspar Milton entró en el escenario del
crimen. Se dirigió directamente a Francisco Moya, al cual odiaba secretamente
por haberse llevado toda la atención y respeto con solo ser enviado de una
ciudad un poco más grande a esta, considerada pueblo.
- ¿Y bien?-
-Llegas tarde y ni
saludas-
-No te tomes libertades,
da igual que seas superior en un papel, este es el segundo asesinato que ves de
este hombre mientras que yo llevo cinco-
-¿Hombre? ¿Estás seguro?-
-Aquí las mujeres son
tranquilas y los hombres beben de más, además una mujer no mataría chicas
jóvenes después de violarlas, a no ser que tenga pene-
-Me refería a que quizá
es un grupo o varios individuos...-
-Es un asesino en serie-
Ambos se giraron para mirar a Juan Tamarit. Andaba lentamente con las manos en
los bolsillos, semblante serio y un breve aire de superioridad.- Todo coincide,
la víctima siempre es la misma. Una muchacha joven de entre quince y dieciocho
años que, después de acostarse con el asesino por propia voluntad, eso lo
sabemos porque no aparecen los signos propios de una violación, es asesinada
bien mediante un corte de cuchillo en la
garganta o bien mediante un disparo de pistola. Creemos que la pistola la usa
cuando la chica en cuestión se da cuenta de lo que le va a suceder y
opone algún tipo de resistencia. Como detalle añadir que las marcas de cuchillo
y las balas son siempre las mismas, el asesino es siempre el mismo.-
-¿Conocéis lo que se
denomina como "viuda negra"?- Gaspar hizo la pregunta mirando al
suelo pero la levantó y les miró al seguir hablando- Claro que lo conocéis, tú-
señalando a su superior, Moya- Has venido hace poco y llevas toda tu vida en
grandes ciudades en las que se ven crímenes extraños cada día, y tú- el señor
Tamarit- Te fuiste durante muchos años y habrás visto mundo ¿no?, bien pues la
viuda negra es una mujer que se acuesta con hombres para después matarlos y
aquí parece que tenemos su versión masculina.-
-No estaría yo tan
seguro- era el médico que hacía las veces de forense, un tal señor Pérez -He
estado examinando el corte del cuello de esta última víctima y resulta que está
hecha lentamente.- Aquí paró un momento, posiblemente le gustaba que los tres
hombres posiblemente más respetados en algunos kilómetros a la redonda y varios
policías más, le prestasen toda su atención. -Da la impresión de que esté hecho
con cuidado, con cariño.-
-Y eso alguien que quiera
deshacerse rápidamente de su víctima no haría.- Terminó Francisco Moya.
-¿Entonces qué?- Juan
-¿Cómo que qué?-
Francisco
-Ya van cinco-
-¿Y qué?-
-Deberíamos hacer algo,
tal vez advertir a la gente-
-"Chicas jóvenes,
por favor, cuidado con el asesino en serie al que no conseguimos pillar",
solo conseguiríamos pánico y el pánico dificulta las investigaciones-
-Está bien, tienes razón-
-Qué raro, no te sueles
rendir tan fácilmente-
Capítulo 2
¿Contarle mi vida en un
papel? No me parece la mejor redacción que podían haber mandado y difícil, es difícil,
no por la dificultad en sí sino por falta de ideas. Veamos, soy un chico de
pelo moreno liso con un pequeño matiz rizado, piel bronceada y ojos negros, me
gusta decir que tengo un aspecto mediterráneo del que solo difiere mi altura,
soy alto. ¿Mis gustos? Muchos pero no los recuerdo, adoro la música, ni estilos
ni grupos, me gustan las canciones. Sueño con ser escritor pero me aburre
escribir o por lo menos me da pereza ponerme a ello. También me gustaría saber
pintar, dibujar, con mi imaginación podría hacer grandes obras. No sé qué más
decir, tengo diecisiete años pero siendo usted la profesora no veo que tenga
mucho sentido decirlo. Me gustan las mujeres y con mujeres me refiero a chicas
que ronden mi edad y que lo aparenten, que no sean niñas. Estoy en este pueblo,
que para ser sincero no me gusta, porque mi padre es policía y uno de los
buenos, ha sido llamado aquí por un caso del que no se nada pero que tiene
pinta de ser de envergadura. Hace siete años murió mi madre y en esos siete años
he estado en tres puntos diferentes del país contando con este. Esto ha
provocado que no tenga muchas amistades, o por lo menos de las de verdad.
Espero que en el futuro las cosas se tranquilicen en mi vida.
Daniel leyó lo que había
escrito, le pareció aceptable y lo firmó.
-No sé por qué te
molestas- Apareció Jaime a su lado. -Con esta profe apruebas con atender en
clase-
-Da igual, lo he hecho en
cinco minutos y además no es gran cosa-
-No entiendo como una
profesora puede mandar tareas el primer día, ¿Hoy que hará? ¿Ponernos un examen?-
-Es bachillerato-
-Es gilipollas- La
conversación terminó cuando entró la señora Harley.
Jaime era el tipo de
persona de sonrisa fácil que, aparentemente, tiene muchos amigos y es el
primero en hablar con personas nuevas. Desde que vio a Daniel se había pegado a
él e insistía en enseñarle cada lugar y dar información detallada sobre cada
persona con la que se cruzaban.
Iban caminando por
aquellos pasillos del nuevo instituto, a Daniel le parecía un poco soso, nada
de decoración y todo en blanco y amarillo. Sin embargo, le gustaba la luz del
sol proyectada por fuera del instituto y los jardines, tenía unos inmensos
jardines que le recordaban a los del campus de alguna universidad, grandes,
verdes y con todos los alumnos sembrados en ellos.
Se cruzaron con dos
chicas y una miró a Daniel, probablemente porque no le había visto antes pero
pobre de la chica a la que Daniel pillase mirándole, automáticamente empezaría
a pensar e imaginar, a construir historias y a dar como posibilidad que a ella
le gustase él, todo por una mirada.
-Dicen que es una puta-
Jaime a su oído, le había visto mirar hacia atrás.
-¿Dicen?-
-Sí, eso dicen-
-¿Y quién lo dice?-
-Pues no sé, la gente-
Llegaron al césped y se
sentaron con otros cinco chicos, todos amigos de Jaime. Pasaron el rato
hablando de banalidades propias de esa edad hasta que llegó la tarde con ese
color amarillo anaranjado.
Entre las muchas personas
que se iban, Daniel vio a una chica que caminaba sola.
-¿Quién es?-
-Marta Tamarit, de esa no
he oído que sea puta pero si es muy misteriosa y no se junta con nadie- Dijo
Jaime apenas sin mirar mientras echaba otra carta en el juego que tenía entre
manos.
Daniel siguió mirando a
aquella muchacha de larga cabellera negra que se alejaba con suaves zancadas y
con el viento moviéndole el pelo y la falda. Todos se rieron y él se giró,
alguien había hecho una broma sobre su cara de embobado.
-El Caballero Azul, el
señor T... Enserio, estoy hasta los huevos.- Jaime llevaba ya un monólogo de
veinte minutos que trataba acerca de lo mal que estaba porque la chica que le
gustaba, una tal Irene, junto con muchas otras, no dejaba de hablar de un
hombre mayor que al parecer sabía cómo tratarlas. Solo pensaban en él y eso
hacía que Jaime no se lo pudiese sacar de la cabeza.
-¿Siempre hablas así?-
-¿Te refieres a las
palabrotas? Oh, perdón, a los tacos- Puso los ojos en blanco -Yo no he estado
en grandes ciudades como tú ¿eh?-
Ellos dos estaban
caminando por la ribera de un parque y Daniel vio a la chica del otro día.
-Bueno, háblame de ese
amigo tuyo, el sr. T ¿no era de una serie de televisión?- Dani no apartaba los
ojos de la figura de la mujer.
-¡Se lo que tú! Un tío
que debe ser rico, tener un bonito coche y llevárselas a un hotel o a cualquier
lado mientras les dice cosas bonitas-
-¿Y los nombres?-
-Pues Caballero Azul
porque, al parecer, su coche es azul y señor T... no sé, le pondrá cachondo
tener un mote, digo yo-
-¿Y qué hace con ellas?
¿Les...?-
-Sí, se las tira-
Daniel seguía mirando a
la chica que pasó de caminar, aunque con distancia, paralela a la acera, para
adentrarse más en el parque así que se despidió de su amigo argumentando algún
tipo de urgencia y corrió tras ella.
¿La siguió? Si ¿La espió?
En términos exactos, sí, pero solo sentía curiosidad. Siguió a Marta por todo
el parque, bañado en hojas de otoño. Verla caminar, con una falda que juntaba
alegremente el blanco, el granate y el negro, bajo los rayos de sol y en un
entorno de amarillos, marrones, naranjas, rojos y variaciones de los mismos, le
parecía una escena de cuadro o de película. No paraba de pensar en que esa
chica fuese misteriosa o por qué no se relacionaba con nadie, no parecía tener
sentido desde su limitada información.
La siguió hasta unas
grandes verjas negras de hierro terminadas en punta, parecían de una casa de
alguna película de terror. Detrás se alzaba una imponente mansión.
Capítulo 3
Le gustaba que su coche
fuese silencioso. Recorrió las calles, débilmente alumbradas por farolas, y se detuvo con
cuidado delante del edificio abandonado. Había dos chicas que giraron la cabeza
hacia él, en cuanto apareció.
-¡Mierda!- Susurró. Tenía
que haber solo una, no dos.
La más alta se despidió
de la otra con un beso en la mejilla y se acercó al coche dando saltos por los
tacones. Mientras tanto, el hombre del coche se echó un poco hacia atrás para
que la más rechoncha, mirando el vehículo fijamente desde la acera, no le viese
la cara.
-Cuando la chica subió
lucía una gran sonrisa, una blusa azul, pantalones muy cortos negros y unas
medias de esas que parecen invisibles. Además del bolso, claro, siempre llevaba
bolso.
-¡Has venido!- Ella quizá
había tomado algo de alcohol y él estaba nervioso cuando aceleró el motor para
alejarse de la otra.
-¿Quién era esa?- Estaba
alterado y el coche iba más deprisa de lo que solía.
-¿Qué? Una amiga, no
sabía si vendrías ¿Pasa algo?-
-Emm... No, no pasa nada.
¿Cómo se llama?-
-Irene. Oye, estás raro,
o no eres como me han dicho-
-¿De qué la conoces?-
-Somos amigas de toda la
vida, es mi vecina. ¿Por qué no nos hemos quedado en el edificio abandonado?
Pensaba que íbamos a hablar un rato y luego a follar-
-Oh, si- Ya se sentía en
su terreno y le había vuelto la media sonrisa a la cara -Pero tú eres una chica
especial y te mereces que te lleve a un sitio especial-
Mantuvieron una larga
conversación en el trayecto, hasta el inicio del bosque. Las cintas policiales,
el último signo de que la policía había estado allí apenas unos días atrás,
habían sido retiradas con antelación por él.
Cuando llegaron, ella ya
se sentía enamorada del hombre que conducía el vehículo. Si había tenido dudas,
estas ya no existían y estaba dispuesta a entregarse a él plenamente. Así
sucedió.
Dos horas más tarde, ella
se encontraba plenamente desnuda, tumbada boca arriba en el asiento trasero,
con los ojos cerrados y respirando a la vez que él le penetraba. Ritmo lento
pero intenso.
Había mucha luz pero no
venía de ninguna farola ni del sol que se encontraba en algún otro lugar de la
tierra, procedía de la luz del techo del coche. Se creó una ligera sombra cuando
él saco el cuchillo, lo movió lentamente como en una danza y lo acercó al
rostro de ella, casi tocándola. Ella seguía con breves gemidos y los ojos
cerrados cuando él empezó el suave pero profundo corte por su garganta. Cuando
llevaba la mitad, ella abrió los ojos sin comprender. Cuando lo hizo, abrió la
boca sin llegar a emitir ningún sonido, se fijó por última vez en aquello tan
característico de su rostro y después murió.
Capítulo 4
Daniel seguía pensando en
lo que le había dicho Jaime y que ya circulaba entre los adolescentes como
mezcla de leyenda popular, hechos verídicos y hechos ficticios. Irene, la chica
que le gustaba a su amigo, había acompañado a su mejor amiga a una cita con un
coche azul y no había vuelto a saber de ella, además ya se estaban desvelando
asesinatos de adolescentes. De hecho, el padre de Daniel, Francisco Moya, era
uno de los inspectores del caso y por fin Daniel sabía el motivo por el que se
encontraban en aquel remoto lugar. Pero todo eso no era nada comparado con qué
tal tendría el pelo así que se acercó al charco formado por una fuente y se
miró a la vez que se lo engatusaba.
Resultaba que hacía poco
había coincidido, no de manera totalmente casual, con Marta Tamarit, la chica a
la que no se podía sacar de la cabeza. Había conseguido que se riese, cosa que
según lo que había averiguado era imposible, y lo más importante de todo, había
quedado con ella en aquél parque a una hora determinada, la única razón por la
que él no la llamaba cita era por no tentar a la suerte.
-Si te sigues mirando, te
lanzarás sobre tu reflejo y te ahogarás como Narciso- Una voz dulce a su
espalda, Marta.
-Así que, además de guapa,
eres culta-
-Los griegos tenían
historias para explicarlo todo, eso me gusta-
-Entonces tienes suerte
de que yo sea un gran cuentacuentos- Dijo girándose -Y volviendo al tema de los
mitos, ¿Narciso no se tiró al agua al ser demasiado guapo? Es decir, según tú,
yo soy muy guapo-
-Vaya, que pena, ya no
seré la única en este pueblo en tener algo de cultura clásica-
-Mientras otros chicos
jugaban con balones, yo me dedicaba a leer. Lo siento- Apoyado contra una
valla, con un ojo cerrado por el sol, la sonrisa empezaba a asomar de sus labios.
De los de ella también.
En toda la tarde, lo
único que hicieron fue caminar por el parque, se lo recorrieron en todas las
direcciones posibles, con esa forma de caminar distraída mientras se habla.
-¿Y quién has dicho que
era Julia?- Preguntó ella.
-La segunda chica con la
que estuve-
-¿Y qué tenía de
especial?-
-La historia de cómo nos
conocimos-
-¿Y cómo fue?-
-Pues estaba yo en una
feria medieval y en ella, en un mercadillo. Estaba mirando cada uno de los
puestos cuando me planté en uno tras el cual había una muchacha preciosa,
probablemente la hija del dueño. Quería decir algo pero no sabía que decir así
que me quedé mucho rato mirándolo todo en aquel sitio. Cada poco me fijaba en
que ella me echaba una mirada antes de volver a aparentar que estaba trabajando.
Al cabo de treinta minutos de estar allí de pie ella me preguntó “¿te interesa
algo?” y yo le dije “si, pero me parece que no se puede comprar” y ella “estás
de suerte, por ser tú, lo puedes conseguir invitándome a cenar”. Mi padre me
dejó llevarla a un restaurante y volver tarde porque sabía que aquellas
vacaciones me aburría mucho y esto era un remedio. Aquella noche la hice reír,
recuerdo que mi primera broma fue preguntarle que donde estaba mi tirachinas de
madera y como no me entendía, le dije que lo que ese mismo día deseaba de su
puesto era el tirachinas y que creía que ella me lo traería por la noche,
haciéndome el tonto ante aquella cita. Pero lo mejor fue descubrir que ella
vivía en la misma ciudad que yo y que solo estaba allí porque su padre se
dedicaba a la artesanía y había negocio. Nos vimos muchas más veces hasta que
ella descubrió a un chico que tenía más músculo y menos cabeza.
Lo pasaron bien aquella
tarde. Luego, como buen caballero, él la acompañó a casa, aquella mansión con jardines
y verjas negras.
-¿Seguro que no puedo
entrar?-
-Hoy no, pero antes de lo
que crees- Le dio un fugaz beso en los labios, se giró elevando su pelo
azabache y las verjas se cerraron en la cara estupefacta de Daniel.
Mientras caminaba hacia
casa no se le ocurrió nada mejor en que pensar que en que el padre de ella
también fuese policía y trabajase con el suyo propio.
Capítulo 5
Era preciosa, aquella
casa tenía una melodía en el aire, una melodía de un cuento marrón. Lo que más
le gustaba eran los jardines, espléndidos, todo verde. Las fuentes en los
mismos, generaban un aura relajante con el borboteo del agua.
-Es una herencia
familiar, ha pertenecido a mi familia durante mucho tiempo, aunque ha habido
muchas reformas, claro- Marta miraba con la cabeza alta a la majestuosa casa.
–Daniel, ¿Me estás escuchando?-
-Perdón, el jardín es
precioso-
-Pues tendrías que ver el
de detrás, es como tres veces este, aunque claro, como toda la casa, cuando
oscurece da un miedo alucinante. Vamos, pasemos-
Dentro había bastantes
habitaciones cerradas y muchos muebles cubiertos por sábanas blancas. Era el
precio de que en aquella casa solo viviesen dos personas, la madre de ella,
como ya le había explicado a Daniel, había muerto en el parto de la propia Marta.
-Así que escribes ¿eh?-
-Sí, aún no he escrito
nada decente pero disfruto haciéndolo-
-“El escribir es fácil,
cualquiera con algo de imaginación y que se sepa expresar, puede hacerlo. Es la
más corriente de las artes sin llegar a ser vulgar”- Recitó ella.
-¿De quién es?-
-De un gran hombre que
murió hace poco, se llamaba Miguel-
-¿Le conociste?-
-Sí, pero a través de sus
obras. Cada uno de sus personajes era una pequeña autobiografía. Pero ahora
ven, calla, siéntate aquí y bésame- Él se sentó en la cama y corrió a hacer lo
que ella le decía.
Cuando él tomó la
iniciativa en ese juego de caricias y besos, la empujó sobre la cama, le
desabrochó el cinturón y tiró de los pantalones que arrastraron un poco sus
bragas, dejando a la vista algo de pelo allí donde él quería llegar. Ella
sustituyó sorpresa por sonrisa.
-Eso es, ven aquí, ven
aquí dentro-
-¿Era tu primera vez?-
Preguntó él, deseando con todas sus fuerzas que ella afirmase.
-Claro que no, pero eso
se pregunta antes. Imagínate que lo era, me tenías que haber dado un buen
recuerdo y no sexo sin más durante dos horas-
-Es verdad, lo siento, me
gustan demasiado los cuerpos de mujer como para…- Un ruido en la casa.
-Es mi padre, ponte la
camiseta-
-¿Pero qué? ¡Esta
habitación huele! Sabrá qué ha pasado-
-¿No ves que tú no eres
el único? Él también sabe…- Se abrió la puerta y un hombre bastante alto entró,
lo único que Daniel sabía de él, era que servía de policía y trabajaba con su
propio padre, su nombre era Juan Tamarit. No tenía nada en especial, era alto,
guapo, pelo negro, tal vez llamaba algo la atención la pequeña marca que tenía
en el labio inferior derecho, una cicatriz o marca de nacimiento que, lejos de
hacerle feo, le hacía más interesante.
-Hola Daniel, eres el
hijo de Francisco ¿no?-
-S… si-
-Encantado, ¿Te quedas a
cenar o te marchas ya?-
Capítulo 6
Daniel llevaba dos
semanas en las cuales tenía relaciones con frecuencia, lo cual estaba bien,
pero en las que Marta estaba rara, lo cual le inquietaba porque no dejaba de
pensar si era por su culpa. Le ayudaban a pensar los paseos nocturnos que
hacía, se sentía bien con el aire frío en su cara y en los pulmones. En uno de
estos paseos, ocurrió algo.
Caminaba por calles de
pocas farolas, donde las que había, estaban en su mayor parte fundidas. Al
torcer una curva, dio marcha atrás rápidamente pues había visto un coche con
una mujer apoyada sobre la ventanilla bajada de la puerta contraria a la del
conductor. Pensó que era una prostituta, aunque era raro, allí no había visto
antes. Sacó los ojos del escondite y miró, pues la situación en realidad le
daba morbo. Se fijó en la mujer que pasó a ser muchacha. Una chica como de su
edad vestida de fiesta. Era Irene, la que le gustaba a Jaime. Daniel no
entendía pero no perdía detalle, de repente ocurrió todo muy deprisa, ella
lanzó un grito, se dio la vuelta y empezó a correr. Sonaron uno, dos y hasta
tres truenos, no, no eran truenos, eran disparos.
Solo le supo decir a la
policía que el coche que arrancó y huyó a toda prisa era azul.
Al llegar a casa, su
padre le esperaba en la cocina. Tenía mala cara, un vaso de whisky en una mano
y un cigarrillo, que llenaba la estancia de humo, en la otra. Daniel fue a
explicarle que llegaba más tarde de lo habitual porque la policía le había
entretenido pero él le detuvo alzando un poco la mano del pitillo, ya lo sabía.
-Todo esto es una mierda-
Su voz sonaba grave, baja y cansada –Los asesinatos… ¡A estas horas de la noche
todo el mundo sabe ya que hay un puto asesino en serie suelto! Las chicas
muertas, mi hijo viendo lo que su padre no puede arreglar… Vaya mierda. Te voy
a decir algo que no te va a gustar y sobre lo que seguro protestarás. Te mando
con tu tía, de nuevo a la ciudad.
-No- Al principio tenía
la voz firme pero luego se quebró –Por una vez he conseguido algo, tengo algo
aquí, ¡No voy a dejar que me vuelvas a mover como un puto muñeco!-
-¡Harás lo que yo
ordene!-
-¡NO!- Y salió corriendo
por la puerta de la cocina, y sus pasos le llevaron frente a la casa de las
verjas negras.
Capítulo 7
No había ninguna luz
encendida, pero no le importó. Entró por la pequeña puerta lateral que le había
enseñado Marta y recorrió la casa lentamente, en silencio. El enfado y la
impotencia aun perduraban en su cabeza y le impedían, por primera vez, sentir
miedo de los fantasmas de aquella casa tan grande. Oyó algo y se paró en seco a
escuchar, nada. Probablemente eran las maderas que siempre crujen sin motivo
aparente. Subió las escaleras y en el pasillo vio una figura que no supo
distinguir. Se acercó y cuando descubrió que era Marta agachada, abrazando sus
propias piernas, encendió la luz que tenía al alcance de su mano. Ella le miró
y él gritó, tenía los ojos morados muy llorosos y un hilo de sangre que le caía
desde la nariz hasta casi la barbilla, atravesando la boca. Junto con los pelos
desaliñados, había parecido una imagen demoníaca.
-¿Qué…qué…qué te has
pasado?-
-No deberías estar aquí-
Su voz era casi ininteligible
Se oyó un coche, un coche
que paraba. Daniel corrió hasta la ventana y vio cómo se apagaban los faros de
un coche azul y de repente sintió dolor de cabeza cuando empezó a asimilar. El
Caballero Azul, el coche azul, el señor T. ¡El seños Tamarit!
Volvió hacia Marta.
-Marta, ¿Ha sido tu
padre?- Puerta que se abre, puerta que se cierra, pasos en la
escalera-Escúchame necesito que…-
Ella giró la cabeza hacia
el de golpe, le miró con los ojos rojizos muy abierto y gritó -¡Ahí viene mi
padre, creo que os llevareis bien, a ambos os gustan las mujeres, a ambos os
gusto yo! ¡Y los dos me follais!-
Daniel corrió por el
pasillo en dirección contraria a los pasos que, lentamente, subían la escalera.
Ya llegaban cuando él empezó a bajar de dos en dos los escalones de la
contraria. Corrió, abrió de golpe una puerta y se encontró con la oscuridad. El
jardín trasero, grande y oscuro. Se internó corriendo.
Los ruidos de las fuentes
que en otro tiempo le habían parecido tranquilizantes, ahora le ponían nervioso.
Sudaba copiosamente y su respiración estaba muy agitada. Estaba quieto, se
había perdido y se oían pasos, no sabía de dónde venían. Miraba en dirección a
la casa y frente a él apareció Tamarit, con una pistola en la mano, su cabeza
ladeada, su marca en el labio y sus ojos. Se acercó y un disparo, pero no de su
arma. La luz del cañonazo había provenido de unos arbustos, Juan se llevó una
mano a la tripa y con la otra abrió fuego. Intercambio de disparos. Juan
Tamarit cayó al suelo y de los matorrales apareció una sombra herida, que
cojeaba, a la que le costaba respirar y que tenía la mano izquierda presionando
el hombro derecho. Daniel le reconoció, le había visto un par de veces en casa
¿Su nombre? Le parecía que era algo así como… Gaspar Milton
-Llevaba bastante tiempo
sospechando de este cabrón- Respiraba muy fatigado –Chico, coge su arma y dale
una patadita a ver si está vivo-
Daniel cogió el arma y al
incorporarse oyó un disparo y Gaspar cayó al suelo, muerto. Miró hacia la casa,
de dónde provenía el tiro, y vio a Marta con los brazos extendidos y un arma
apuntándole en sus manos, todavía tenía el hilo de sangre. Disparó y Daniel
cayó de rodillas.
-Vaya- pensó mientras se
le nublaba la vista. –Tiene los ojos de su padre-