lunes, 8 de abril de 2013



La historia más larga y terminada que he escrito hasta el momento. La verdad es que estoy bastante contento. Espero que os guste.





Capítulo 1
Entre los muchos ruidos, su coche hacía más y cuando bajó de un portazo, todas las miradas se clavaron en él. Con su gesto cabreado de siempre, sus gafas de sol, su chupa de cuero y la placa de policía sobre la misma, Gaspar Milton entró en el escenario del crimen. Se dirigió directamente a Francisco Moya, al cual odiaba secretamente por haberse llevado toda la atención y respeto con solo ser enviado de una ciudad un poco más grande a esta, considerada pueblo.
- ¿Y bien?-
-Llegas tarde y ni saludas-
-No te tomes libertades, da igual que seas superior en un papel, este es el segundo asesinato que ves de este hombre mientras que yo llevo cinco-
-¿Hombre? ¿Estás seguro?-
-Aquí las mujeres son tranquilas y los hombres beben de más, además una mujer no mataría chicas jóvenes después de violarlas, a no ser que tenga pene-
-Me refería a que quizá es un grupo o varios individuos...-
-Es un asesino en serie- Ambos se giraron para mirar a Juan Tamarit. Andaba lentamente con las manos en los bolsillos, semblante serio y un breve aire de superioridad.- Todo coincide, la víctima siempre es la misma. Una muchacha joven de entre quince y dieciocho años que, después de acostarse con el asesino por propia voluntad, eso lo sabemos porque no aparecen los signos propios de una violación, es asesinada bien mediante un corte  de cuchillo en la garganta o bien mediante un disparo de pistola. Creemos que la pistola la usa cuando la chica en cuestión se da cuenta de lo que le va a suceder y opone algún tipo de resistencia. Como detalle añadir que las marcas de cuchillo y las balas son siempre las mismas, el asesino es siempre el mismo.-
-¿Conocéis lo que se denomina como "viuda negra"?- Gaspar hizo la pregunta mirando al suelo pero la levantó y les miró al seguir hablando- Claro que lo conocéis, tú- señalando a su superior, Moya- Has venido hace poco y llevas toda tu vida en grandes ciudades en las que se ven crímenes extraños cada día, y tú- el señor Tamarit- Te fuiste durante muchos años y habrás visto mundo ¿no?, bien pues la viuda negra es una mujer que se acuesta con hombres para después matarlos y aquí parece que tenemos su versión masculina.-
-No estaría yo tan seguro- era el médico que hacía las veces de forense, un tal señor Pérez -He estado examinando el corte del cuello de esta última víctima y resulta que está hecha lentamente.- Aquí paró un momento, posiblemente le gustaba que los tres hombres posiblemente más respetados en algunos kilómetros a la redonda y varios policías más, le prestasen toda su atención. -Da la impresión de que esté hecho con cuidado, con cariño.-
-Y eso alguien que quiera deshacerse rápidamente de su víctima no haría.- Terminó Francisco Moya.
-¿Entonces qué?- Juan
-¿Cómo que qué?- Francisco
-Ya van cinco-
-¿Y qué?-
-Deberíamos hacer algo, tal vez advertir a la gente-
-"Chicas jóvenes, por favor, cuidado con el asesino en serie al que no conseguimos pillar", solo conseguiríamos pánico y el pánico dificulta las investigaciones-
-Está bien, tienes razón-
-Qué raro, no te sueles rendir tan fácilmente-

Capítulo 2
¿Contarle mi vida en un papel? No me parece la mejor redacción que podían haber mandado y difícil, es difícil, no por la dificultad en sí sino por falta de ideas. Veamos, soy un chico de pelo moreno liso con un pequeño matiz rizado, piel bronceada y ojos negros, me gusta decir que tengo un aspecto mediterráneo del que solo difiere mi altura, soy alto. ¿Mis gustos? Muchos pero no los recuerdo, adoro la música, ni estilos ni grupos, me gustan las canciones. Sueño con ser escritor pero me aburre escribir o por lo menos me da pereza ponerme a ello. También me gustaría saber pintar, dibujar, con mi imaginación podría hacer grandes obras. No sé qué más decir, tengo diecisiete años pero siendo usted la profesora no veo que tenga mucho sentido decirlo. Me gustan las mujeres y con mujeres me refiero a chicas que ronden mi edad y que lo aparenten, que no sean niñas. Estoy en este pueblo, que para ser sincero no me gusta, porque mi padre es policía y uno de los buenos, ha sido llamado aquí por un caso del que no se nada pero que tiene pinta de ser de envergadura. Hace siete años murió mi madre y en esos siete años he estado en tres puntos diferentes del país contando con este. Esto ha provocado que no tenga muchas amistades, o por lo menos de las de verdad. Espero que en el futuro las cosas se tranquilicen en mi vida.

Daniel leyó lo que había escrito, le pareció aceptable y lo firmó.
-No sé por qué te molestas- Apareció Jaime a su lado. -Con esta profe apruebas con atender en clase-
-Da igual, lo he hecho en cinco minutos y además no es gran cosa-
-No entiendo como una profesora puede mandar tareas el primer día, ¿Hoy que hará? ¿Ponernos un examen?-
-Es bachillerato-
-Es gilipollas- La conversación terminó cuando entró la señora Harley.

Jaime era el tipo de persona de sonrisa fácil que, aparentemente, tiene muchos amigos y es el primero en hablar con personas nuevas. Desde que vio a Daniel se había pegado a él e insistía en enseñarle cada lugar y dar información detallada sobre cada persona con la que se cruzaban.
Iban caminando por aquellos pasillos del nuevo instituto, a Daniel le parecía un poco soso, nada de decoración y todo en blanco y amarillo. Sin embargo, le gustaba la luz del sol proyectada por fuera del instituto y los jardines, tenía unos inmensos jardines que le recordaban a los del campus de alguna universidad, grandes, verdes y con todos los alumnos sembrados en ellos.
Se cruzaron con dos chicas y una miró a Daniel, probablemente porque no le había visto antes pero pobre de la chica a la que Daniel pillase mirándole, automáticamente empezaría a pensar e imaginar, a construir historias y a dar como posibilidad que a ella le gustase él, todo por una mirada.
-Dicen que es una puta- Jaime a su oído, le había visto mirar hacia atrás.
-¿Dicen?-
-Sí, eso dicen-
-¿Y quién lo dice?-
-Pues no sé, la gente-
Llegaron al césped y se sentaron con otros cinco chicos, todos amigos de Jaime. Pasaron el rato hablando de banalidades propias de esa edad hasta que llegó la tarde con ese color amarillo anaranjado.
Entre las muchas personas que se iban, Daniel vio a una chica que caminaba sola.
-¿Quién es?-
-Marta Tamarit, de esa no he oído que sea puta pero si es muy misteriosa y no se junta con nadie- Dijo Jaime apenas sin mirar mientras echaba otra carta en el juego que tenía entre manos.
Daniel siguió mirando a aquella muchacha de larga cabellera negra que se alejaba con suaves zancadas y con el viento moviéndole el pelo y la falda. Todos se rieron y él se giró, alguien había hecho una broma sobre su cara de embobado.

-El Caballero Azul, el señor T... Enserio, estoy hasta los huevos.- Jaime llevaba ya un monólogo de veinte minutos que trataba acerca de lo mal que estaba porque la chica que le gustaba, una tal Irene, junto con muchas otras, no dejaba de hablar de un hombre mayor que al parecer sabía cómo tratarlas. Solo pensaban en él y eso hacía que Jaime no se lo pudiese sacar de la cabeza.
-¿Siempre hablas así?-
-¿Te refieres a las palabrotas? Oh, perdón, a los tacos- Puso los ojos en blanco -Yo no he estado en grandes ciudades como tú ¿eh?-
Ellos dos estaban caminando por la ribera de un parque y Daniel vio a la chica del otro día.
-Bueno, háblame de ese amigo tuyo, el sr. T ¿no era de una serie de televisión?- Dani no apartaba los ojos de la figura de la mujer.
-¡Se lo que tú! Un tío que debe ser rico, tener un bonito coche y llevárselas a un hotel o a cualquier lado mientras les dice cosas bonitas-
-¿Y los nombres?-
-Pues Caballero Azul porque, al parecer, su coche es azul y señor T... no sé, le pondrá cachondo tener un mote, digo yo-
-¿Y qué hace con ellas? ¿Les...?-
-Sí, se las tira-

Daniel seguía mirando a la chica que pasó de caminar, aunque con distancia, paralela a la acera, para adentrarse más en el parque así que se despidió de su amigo argumentando algún tipo de urgencia y corrió tras ella.
¿La siguió? Si ¿La espió? En términos exactos, sí, pero solo sentía curiosidad. Siguió a Marta por todo el parque, bañado en hojas de otoño. Verla caminar, con una falda que juntaba alegremente el blanco, el granate y el negro, bajo los rayos de sol y en un entorno de amarillos, marrones, naranjas, rojos y variaciones de los mismos, le parecía una escena de cuadro o de película. No paraba de pensar en que esa chica fuese misteriosa o por qué no se relacionaba con nadie, no parecía tener sentido desde su limitada información.
La siguió hasta unas grandes verjas negras de hierro terminadas en punta, parecían de una casa de alguna película de terror. Detrás se alzaba una imponente mansión.

Capítulo 3
Le gustaba que su coche fuese silencioso. Recorrió las calles, débilmente  alumbradas por farolas, y se detuvo con cuidado delante del edificio abandonado. Había dos chicas que giraron la cabeza hacia él, en cuanto apareció.
-¡Mierda!- Susurró. Tenía que haber solo una, no dos.
La más alta se despidió de la otra con un beso en la mejilla y se acercó al coche dando saltos por los tacones. Mientras tanto, el hombre del coche se echó un poco hacia atrás para que la más rechoncha, mirando el vehículo fijamente desde la acera, no le viese la cara.
-Cuando la chica subió lucía una gran sonrisa, una blusa azul, pantalones muy cortos negros y unas medias de esas que parecen invisibles. Además del bolso, claro, siempre llevaba bolso.
-¡Has venido!- Ella quizá había tomado algo de alcohol y él estaba nervioso cuando aceleró el motor para alejarse de la otra.
-¿Quién era esa?- Estaba alterado y el coche iba más deprisa de lo que solía.
-¿Qué? Una amiga, no sabía si vendrías ¿Pasa algo?-
-Emm... No, no pasa nada. ¿Cómo se llama?-
-Irene. Oye, estás raro, o no eres como me han dicho-
-¿De qué la conoces?-
-Somos amigas de toda la vida, es mi vecina. ¿Por qué no nos hemos quedado en el edificio abandonado? Pensaba que íbamos a hablar un rato y luego a follar-
-Oh, si- Ya se sentía en su terreno y le había vuelto la media sonrisa a la cara -Pero tú eres una chica especial y te mereces que te lleve a un sitio especial-

Mantuvieron una larga conversación en el trayecto, hasta el inicio del bosque. Las cintas policiales, el último signo de que la policía había estado allí apenas unos días atrás, habían sido retiradas con antelación por él.
Cuando llegaron, ella ya se sentía enamorada del hombre que conducía el vehículo. Si había tenido dudas, estas ya no existían y estaba dispuesta a entregarse a él plenamente. Así sucedió.
Dos horas más tarde, ella se encontraba plenamente desnuda, tumbada boca arriba en el asiento trasero, con los ojos cerrados y respirando a la vez que él le penetraba. Ritmo lento pero intenso.
Había mucha luz pero no venía de ninguna farola ni del sol que se encontraba en algún otro lugar de la tierra, procedía de la luz del techo del coche. Se creó una ligera sombra cuando él saco el cuchillo, lo movió lentamente como en una danza y lo acercó al rostro de ella, casi tocándola. Ella seguía con breves gemidos y los ojos cerrados cuando él empezó el suave pero profundo corte por su garganta. Cuando llevaba la mitad, ella abrió los ojos sin comprender. Cuando lo hizo, abrió la boca sin llegar a emitir ningún sonido, se fijó por última vez en aquello tan característico de su rostro y después murió.

Capítulo 4
Daniel seguía pensando en lo que le había dicho Jaime y que ya circulaba entre los adolescentes como mezcla de leyenda popular, hechos verídicos y hechos ficticios. Irene, la chica que le gustaba a su amigo, había acompañado a su mejor amiga a una cita con un coche azul y no había vuelto a saber de ella, además ya se estaban desvelando asesinatos de adolescentes. De hecho, el padre de Daniel, Francisco Moya, era uno de los inspectores del caso y por fin Daniel sabía el motivo por el que se encontraban en aquel remoto lugar. Pero todo eso no era nada comparado con qué tal tendría el pelo así que se acercó al charco formado por una fuente y se miró a la vez que se lo engatusaba.
Resultaba que hacía poco había coincidido, no de manera totalmente casual, con Marta Tamarit, la chica a la que no se podía sacar de la cabeza. Había conseguido que se riese, cosa que según lo que había averiguado era imposible, y lo más importante de todo, había quedado con ella en aquél parque a una hora determinada, la única razón por la que él no la llamaba cita era por no tentar a la suerte.
-Si te sigues mirando, te lanzarás sobre tu reflejo y te ahogarás como Narciso- Una voz dulce a su espalda, Marta.
-Así que, además de guapa, eres culta-
-Los griegos tenían historias para explicarlo todo, eso me gusta-
-Entonces tienes suerte de que yo sea un gran cuentacuentos- Dijo girándose -Y volviendo al tema de los mitos, ¿Narciso no se tiró al agua al ser demasiado guapo? Es decir, según tú, yo soy muy guapo-
-Vaya, que pena, ya no seré la única en este pueblo en tener algo de cultura clásica-
-Mientras otros chicos jugaban con balones, yo me dedicaba a leer. Lo siento- Apoyado contra una valla, con un ojo cerrado por el sol, la sonrisa empezaba a asomar de sus labios. De los de ella también.

En toda la tarde, lo único que hicieron fue caminar por el parque, se lo recorrieron en todas las direcciones posibles, con esa forma de caminar distraída mientras se habla.
-¿Y quién has dicho que era Julia?- Preguntó ella.
-La segunda chica con la que estuve-
-¿Y qué tenía de especial?-
-La historia de cómo nos conocimos-
-¿Y cómo fue?-
-Pues estaba yo en una feria medieval y en ella, en un mercadillo. Estaba mirando cada uno de los puestos cuando me planté en uno tras el cual había una muchacha preciosa, probablemente la hija del dueño. Quería decir algo pero no sabía que decir así que me quedé mucho rato mirándolo todo en aquel sitio. Cada poco me fijaba en que ella me echaba una mirada antes de volver a aparentar que estaba trabajando. Al cabo de treinta minutos de estar allí de pie ella me preguntó “¿te interesa algo?” y yo le dije “si, pero me parece que no se puede comprar” y ella “estás de suerte, por ser tú, lo puedes conseguir invitándome a cenar”. Mi padre me dejó llevarla a un restaurante y volver tarde porque sabía que aquellas vacaciones me aburría mucho y esto era un remedio. Aquella noche la hice reír, recuerdo que mi primera broma fue preguntarle que donde estaba mi tirachinas de madera y como no me entendía, le dije que lo que ese mismo día deseaba de su puesto era el tirachinas y que creía que ella me lo traería por la noche, haciéndome el tonto ante aquella cita. Pero lo mejor fue descubrir que ella vivía en la misma ciudad que yo y que solo estaba allí porque su padre se dedicaba a la artesanía y había negocio. Nos vimos muchas más veces hasta que ella descubrió a un chico que tenía más músculo y menos cabeza.

Lo pasaron bien aquella tarde. Luego, como buen caballero, él la acompañó a casa, aquella mansión con jardines y verjas negras.
-¿Seguro que no puedo entrar?-
-Hoy no, pero antes de lo que crees- Le dio un fugaz beso en los labios, se giró elevando su pelo azabache y las verjas se cerraron en la cara estupefacta de Daniel.
Mientras caminaba hacia casa no se le ocurrió nada mejor en que pensar que en que el padre de ella también fuese policía y trabajase con el suyo propio.

Capítulo 5
Era preciosa, aquella casa tenía una melodía en el aire, una melodía de un cuento marrón. Lo que más le gustaba eran los jardines, espléndidos, todo verde. Las fuentes en los mismos, generaban un aura relajante con el borboteo del agua.
-Es una herencia familiar, ha pertenecido a mi familia durante mucho tiempo, aunque ha habido muchas reformas, claro- Marta miraba con la cabeza alta a la majestuosa casa. –Daniel, ¿Me estás escuchando?-
-Perdón, el jardín es precioso-
-Pues tendrías que ver el de detrás, es como tres veces este, aunque claro, como toda la casa, cuando oscurece da un miedo alucinante. Vamos, pasemos-
Dentro había bastantes habitaciones cerradas y muchos muebles cubiertos por sábanas blancas. Era el precio de que en aquella casa solo viviesen dos personas, la madre de ella, como ya le había explicado a Daniel, había muerto en el parto de la propia Marta.

-Así que escribes ¿eh?-
-Sí, aún no he escrito nada decente pero disfruto haciéndolo-
-“El escribir es fácil, cualquiera con algo de imaginación y que se sepa expresar, puede hacerlo. Es la más corriente de las artes sin llegar a ser vulgar”- Recitó ella.
-¿De quién es?-
-De un gran hombre que murió hace poco, se llamaba Miguel-
-¿Le conociste?-
-Sí, pero a través de sus obras. Cada uno de sus personajes era una pequeña autobiografía. Pero ahora ven, calla, siéntate aquí y bésame- Él se sentó en la cama y corrió a hacer lo que ella le decía.
Cuando él tomó la iniciativa en ese juego de caricias y besos, la empujó sobre la cama, le desabrochó el cinturón y tiró de los pantalones que arrastraron un poco sus bragas, dejando a la vista algo de pelo allí donde él quería llegar. Ella sustituyó sorpresa por sonrisa.
-Eso es, ven aquí, ven aquí dentro-

-¿Era tu primera vez?- Preguntó él, deseando con todas sus fuerzas que ella afirmase.
-Claro que no, pero eso se pregunta antes. Imagínate que lo era, me tenías que haber dado un buen recuerdo y no sexo sin más durante dos horas-
-Es verdad, lo siento, me gustan demasiado los cuerpos de mujer como para…- Un ruido en la casa.
-Es mi padre, ponte la camiseta-
-¿Pero qué? ¡Esta habitación huele! Sabrá qué ha pasado-
-¿No ves que tú no eres el único? Él también sabe…- Se abrió la puerta y un hombre bastante alto entró, lo único que Daniel sabía de él, era que servía de policía y trabajaba con su propio padre, su nombre era Juan Tamarit. No tenía nada en especial, era alto, guapo, pelo negro, tal vez llamaba algo la atención la pequeña marca que tenía en el labio inferior derecho, una cicatriz o marca de nacimiento que, lejos de hacerle feo, le hacía más interesante.
-Hola Daniel, eres el hijo de Francisco ¿no?-
-S… si-
-Encantado, ¿Te quedas a cenar o te marchas ya?-

Capítulo 6
Daniel llevaba dos semanas en las cuales tenía relaciones con frecuencia, lo cual estaba bien, pero en las que Marta estaba rara, lo cual le inquietaba porque no dejaba de pensar si era por su culpa. Le ayudaban a pensar los paseos nocturnos que hacía, se sentía bien con el aire frío en su cara y en los pulmones. En uno de estos paseos, ocurrió algo.
Caminaba por calles de pocas farolas, donde las que había, estaban en su mayor parte fundidas. Al torcer una curva, dio marcha atrás rápidamente pues había visto un coche con una mujer apoyada sobre la ventanilla bajada de la puerta contraria a la del conductor. Pensó que era una prostituta, aunque era raro, allí no había visto antes. Sacó los ojos del escondite y miró, pues la situación en realidad le daba morbo. Se fijó en la mujer que pasó a ser muchacha. Una chica como de su edad vestida de fiesta. Era Irene, la que le gustaba a Jaime. Daniel no entendía pero no perdía detalle, de repente ocurrió todo muy deprisa, ella lanzó un grito, se dio la vuelta y empezó a correr. Sonaron uno, dos y hasta tres truenos, no, no eran truenos, eran disparos.
Solo le supo decir a la policía que el coche que arrancó y huyó a toda prisa era azul.

Al llegar a casa, su padre le esperaba en la cocina. Tenía mala cara, un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo, que llenaba la estancia de humo, en la otra. Daniel fue a explicarle que llegaba más tarde de lo habitual porque la policía le había entretenido pero él le detuvo alzando un poco la mano del pitillo, ya lo sabía.
-Todo esto es una mierda- Su voz sonaba grave, baja y cansada –Los asesinatos… ¡A estas horas de la noche todo el mundo sabe ya que hay un puto asesino en serie suelto! Las chicas muertas, mi hijo viendo lo que su padre no puede arreglar… Vaya mierda. Te voy a decir algo que no te va a gustar y sobre lo que seguro protestarás. Te mando con tu tía, de nuevo a la ciudad.
-No- Al principio tenía la voz firme pero luego se quebró –Por una vez he conseguido algo, tengo algo aquí, ¡No voy a dejar que me vuelvas a mover como un puto muñeco!-
-¡Harás lo que yo ordene!-
-¡NO!- Y salió corriendo por la puerta de la cocina, y sus pasos le llevaron frente a la casa de las verjas negras.

Capítulo 7
No había ninguna luz encendida, pero no le importó. Entró por la pequeña puerta lateral que le había enseñado Marta y recorrió la casa lentamente, en silencio. El enfado y la impotencia aun perduraban en su cabeza y le impedían, por primera vez, sentir miedo de los fantasmas de aquella casa tan grande. Oyó algo y se paró en seco a escuchar, nada. Probablemente eran las maderas que siempre crujen sin motivo aparente. Subió las escaleras y en el pasillo vio una figura que no supo distinguir. Se acercó y cuando descubrió que era Marta agachada, abrazando sus propias piernas, encendió la luz que tenía al alcance de su mano. Ella le miró y él gritó, tenía los ojos morados muy llorosos y un hilo de sangre que le caía desde la nariz hasta casi la barbilla, atravesando la boca. Junto con los pelos desaliñados, había parecido una imagen demoníaca.
-¿Qué…qué…qué te has pasado?-
-No deberías estar aquí- Su voz era casi ininteligible
Se oyó un coche, un coche que paraba. Daniel corrió hasta la ventana y vio cómo se apagaban los faros de un coche azul y de repente sintió dolor de cabeza cuando empezó a asimilar. El Caballero Azul, el coche azul, el señor T. ¡El seños Tamarit!
Volvió hacia Marta.
-Marta, ¿Ha sido tu padre?- Puerta que se abre, puerta que se cierra, pasos en la escalera-Escúchame necesito que…-
Ella giró la cabeza hacia el de golpe, le miró con los ojos rojizos muy abierto y gritó -¡Ahí viene mi padre, creo que os llevareis bien, a ambos os gustan las mujeres, a ambos os gusto yo! ¡Y los dos me follais!-
Daniel corrió por el pasillo en dirección contraria a los pasos que, lentamente, subían la escalera. Ya llegaban cuando él empezó a bajar de dos en dos los escalones de la contraria. Corrió, abrió de golpe una puerta y se encontró con la oscuridad. El jardín trasero, grande y oscuro. Se internó corriendo.
Los ruidos de las fuentes que en otro tiempo le habían parecido tranquilizantes, ahora le ponían nervioso. Sudaba copiosamente y su respiración estaba muy agitada. Estaba quieto, se había perdido y se oían pasos, no sabía de dónde venían. Miraba en dirección a la casa y frente a él apareció Tamarit, con una pistola en la mano, su cabeza ladeada, su marca en el labio y sus ojos. Se acercó y un disparo, pero no de su arma. La luz del cañonazo había provenido de unos arbustos, Juan se llevó una mano a la tripa y con la otra abrió fuego. Intercambio de disparos. Juan Tamarit cayó al suelo y de los matorrales apareció una sombra herida, que cojeaba, a la que le costaba respirar y que tenía la mano izquierda presionando el hombro derecho. Daniel le reconoció, le había visto un par de veces en casa ¿Su nombre? Le parecía que era algo así como… Gaspar Milton
-Llevaba bastante tiempo sospechando de este cabrón- Respiraba muy fatigado –Chico, coge su arma y dale una patadita a ver si está vivo-
Daniel cogió el arma y al incorporarse oyó un disparo y Gaspar cayó al suelo, muerto. Miró hacia la casa, de dónde provenía el tiro, y vio a Marta con los brazos extendidos y un arma apuntándole en sus manos, todavía tenía el hilo de sangre. Disparó y Daniel cayó de rodillas.
-Vaya- pensó mientras se le nublaba la vista. –Tiene los ojos de su padre-