Esto lo hice para un concurso que ¡oh, vaya! se titulaba "Mírame a los ojos", lo hice en dos tandas porque al ser obligado era como tragar pan muy seco, se necesita tiempo. Jorge lo leyó y no debió entender nada, porque me dijo que escribía muy bien. Manolo ni siquiera lo leyó, le leí el primer párrafo y no quiso más, en fin, por lo menos me sonrió después.
Su mano se estira y coge la revista de la mesilla
de noche. Con un acto tan cotidiano entiendo que quiere huir, pero como es tan
cobarde que no puede levantarse y salir así,
vestida solo con camiseta blanca y ropa interior, a la tarde fría y
lluviosa, escapa con la mente, escapa a las playas exóticas y artificiales de
las revistas de viaje, a las curiosidades de las revistas de ciencia y a las
explicaciones de las revistas de historia o economía. Entonces yo cojo la taza
de café y descubro ya tarde que está vacía con el poso seco en fondo, de igual
manera me la llevo a los labios y finjo beber, no puede ganar, a su
indiferencia mi indiferencia, a sus huidas, una nota mía previa en la que diga “hoy
no iré a cenar”. Durante una fracción de segundo pienso si encender la
televisión, pero lo descarto rápidamente, la televisión embotaría mis sentidos,
además, la tele es el “en fin” previo a terminar una discusión sin retorno, y
yo no quiero eso, descubro, yo quiero arreglar las cosas, pero no ahora, o
quizá ahora sí, si ella dejase la maldita revista.
Con la taza descansando en mi regazo la observo,
observo cómo lee, o mira las ilustraciones, tumbada boca arriba con los brazos
flexionados en lo alto, se cansará, estoy seguro, entonces girará y leerá boca
abajo y, atención, ¡ahí está! gira rodando y retoma la lectura. Observo su
silueta, antes, durante la anterior lectura, tal vez podría haber adivinado la
silueta de sus pechos, ahora, y al tener la camiseta el cuello cerrado, no hay forma,
así que resbalo por su espalda y me deleito, o lo intento, con la curvatura
bajo sus bragas ¿Por qué ya no siento el cosquilleo de antes? ¿Volverá éste si
las cosas se solucionan? ¿Es posible que las cosas se solucionen?
Entonces meto la pata, o la meto según mi orgullo,
pues estiro la pierna y la empujo con un pie enfundado en un calcetín a rayas,
nada más que un golpecito, pero así estoy demostrando que no estoy enfadado ni
indiferente, ahora todo depende de ella, ahora ella puede destruirme con un
“¿Qué haces?” y seguir leyendo, pero no, ocurre algo infinitamente peor, tan
solo me mira, esa mirada larga de la que nunca he llegado a comprender el
significado, esa mirada que tiene el anciano que te mira al borde del
acantilado, antes de saltar.
Entonces cierra la revista, lentamente, la
devuelve a su lugar en la mesilla y se empieza a incorporar. A mí, viéndola, se me empiezan a caer los
libros de las estanterías mientras las cortinas se agitan con un aire huracanado
y el suelo empieza a temblar, de pronto me doy cuenta de que estoy llorando,
tengo las mejillas húmedas y los ojos abrasados.
Mientras todo se hunde me lanzo sobre la cama,
sorprendiéndola con el movimiento repentino, la cojo de los hombros y la giro
haciendo que me mire, veo que ella también llora, pero no de una manera desordenada
como yo, sino con gotas de diamante que descienden lentamente por sus mejillas
reflejando la luz. Entonces suelto sus hombros, la agarro del rostro y,
acercándome mucho, susurro:
-Mírame a los ojos.
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