-Dime ya a dónde vamos.
-¿Sabes que el Whisky de Malta no es de Malta?
-¡Que no me cambies de tema!
-No te lo voy a decir, ya lo verás.
-Joder, por lo menos dime cuánto queda.
-Me recuerdas a cuando era pequeño e íbamos a
Galicia, y en vez de cinco horas, se tardaba ocho, y yo no dejaba de decir
“¿Queda mucho?”
-Entonces deberías empatizar conmigo y darme una
respuesta.
-No, porque al tercer verano decidí aguantarme, y
aunque me desgarrase guardármelo, pretendía no preguntar.
-¿Y lo conseguiste?
-Casi- Y mientras respondía la miró sonriendo, con
sus dientes bien blancos, y ella sonrió pensando “eres idiota”.
-Bueno, pues me aguantaré- Y de pronto el giró el
volante y, sin disminuir la velocidad, levantando así una nube de polvo, paró
de repente en un mirador –Estarás de coña.
-¿Porque no te gusta el sitio o porque según has
dicho eso he parado?
Ella abrió la puerta y salió. Al llegar a la valla
de piedra, que simulaba las almenas de un castillo, vieron el valle que se
extendía ante ellos. Un mar de árboles verdes se extendía de manera continua
hasta llegar a un río, una cicatriz azul que cortaba el mar verde.
-Es precioso.
-Ven- Él le tendió la mano y ella la cogió.
-¿Pero qué haces?
-Hazme caso, es por aquí.
Y bajaron por un camino, o supuesto camino, que recorría
el precipicio, perdiéndose entre los árboles, mientras ella entre risas le
decía que estaba loco.
Son curiosos los bosques, si te los imaginas, te
imaginas una unidad, una especie de generalización, pero cuando estás en uno y
ese olor, ese aire y ese susurro te rodean, sientes como cada ángulo es
diferente y absolutamente irrepetible, al igual que los árboles, a los que, si
te fijas, puedes distinguir la personalidad, siendo éste un árbol serio, éste
otro un árbol celoso y éste último uno de esos que de primeras te encanta su
personalidad y luego acabas pensando “es un pesado” o, peor, “menudo payaso”.
Y él llevó a Andrea a una cafetería escondida en
el seno del bosque a la que no llegaba ninguna carretera, siendo la perdición
de cualquier proveedor de suministros. Si no la conocías, jamás la
encontrarías, pero como el lugar lo había construido el dueño y la energía
procedía de un par de placas solares, se podía permitir no tener abundantes
clientes. Hay que decir que el café era realmente exquisito.
Las nubes se abrieron y junto con los rayos de sol
descendió también un rayo de cobertura que le dio vida al móvil de Andrea
Carrasco, el cual sonó y le iluminó los ojos.
-¡Es él! Tenías razón ¡Quiere quedar conmigo!- Y
su ella adolescente y su ella actual se abrazaron, se tumbaron en la cama con
el pijama puesto y pasaron toda la noche hablando de chicos mientras jugaban a
hacerse trenzas y demás peinados.
-Vaya- Y él sorbió café como quien se lleva en una
fiesta el vaso a los labios para que parezca, o por lo menos él se lo crea, que
está haciendo algo, que está ahí por alguna razón.
-¡Ay! ¿Qué digo?
Y dentro de él, el soldadito venció al dragón
sobre el puente de piedra y dijo:
-Apaga el móvil, por favor, ahora estás conmigo, y
me gustaría que estuvieses conmigo mucho tiempo. Te quiero, Andrea, necesito
que lo sepas, necesito decírtelo. Desde aquella vez que te vi te metiste en mis
ojos y te deslizaste hasta mi alma, si pudiese anular mis sentimientos, lo
haría, no te quepa la menor duda, pues esto que siento no puede ser bueno. Pero
ahora estamos aquí, en mi bosque, en este mundo verde y lleno de vida, y quiero
que… no sé.
Y supongo que querrán saber cómo termina esta
historia, sería lo normal, o no, pues mientras que a ustedes les puede
interesar, o no, a mi me interesa más ese mapache que persigue a la liebre ¡Qué
genial! resulta que están jugando je je
que divertidos animales ¡Que te pilla, liebre, corre! Bueno, pues este es mi
mundo verde, y aquí importa más la vida y la naturaleza que la señorita
Carrasco y el hombre que se le acaba de declarar, así que si acaso pídanle a
otro que les cuente el resto de la historia o tal vez una muy diferente con las
piezas que sobraron de ésta o de otra… ¡Que te pillo, liebre!
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