sábado, 27 de septiembre de 2014

¡Control!

Acababa de salir del cine, de ver una de esas películas de superhéroes, y estaba pensando, cuando abrí la puerta y encendí la luz amarilla del recibidor, en que últimamente presentaban a estos héroes con un carácter más humano, más “yo soy como tú”, y que esto se veía muy bien en el que el villano apareciese por sus propios medios y derrotase al protagonista haciéndole parecer acabado, aunque al final venciese, pero demostrando al espectador que le había costado. Bien, pues en eso pensaba cuando me situé frente al perchero, me quité el sombrero y lo observé sujeto por ambas manos, estaba a punto de colgarlo en la percha, pero no sería como cuando cuelgas un sombrero en una percha, sino que sería un símbolo, un símbolo de que dejaría de hacer aquello que, más o menos bien, sabía hacer, pese a que a alguno pudiese desilusionarle que lo hiciese. Alcé el sombrero, con la añoranza que no quería admitir clavada en el rostro, y me detuvo un ruido.
-Yo que tú no lo haría, buen hombre.
Me giré y observé que quien me había hablado, y me miraba en aquel momento, era el pescador del cuadro que estaba en la mesa del salón que se apreciaba desde mi posición a través de la puerta abierta del mismo, un pescador con cara de “aay, ay”.
-¿Y eso por qué, Monsieur Cadre?
-Porque piensas dejar de hacer eso que más o menos se te da bien para sentarte en el sofá, si acaso escuchar la radio y, seguro, comer tostadas sin más, solo pan tostado. Pero lo que no sabes ¡Oh, querido amigo! Es que en estos momentos en los que haces el gilipollas con el sombrerito, P. está girando una peonza y pensando si dejar de escribir, y no de manera tonta y aburrida como piensas tú si dejar de hacer eso que podrías hacer bien, sino de una manera triste, real y palpable como la lluvia.
-¿P. está pensando dejar de escribir?
-¡Ah!- Y el pescador rió bastante- Ahora que ya no eres el único, ahora que se parte en dos tu realidad y te quedas con el trozo más pequeño ya no es todo tan bonito y ceremonioso ¿eh? Ahora ya no son hormiguitas por las piernas sino hormigas rojas en la espalda ¿eh?
-¿Y estás seguro de lo que me dices?- Mis manos, con el sombrero aun sujeto, habían bajado de la altura del perchero y ahora se encontraban como por mi cintura.
-Tan seguro como que jamás pescaré nada pese a ser pescador.
-¿Y qué debo hacer?
-Rezar y usar conjuros.
-¿Seguro?
-No hombre, no, alma de cántaro.
-¿Entonces?
-Hacer lo que mejor se te da.
-Estoy cansado de subirme a bordo, arriar las velas, extender la bandera pirata y lanzarme al abordaje…
-Pues entonces redecora el recibidor, que con esas paredes, esos muebles y esa luz amarilla es melancólico, como un domingo por la tarde.
-Puff.
-Ni puff ni paff, eso me recuerda a “pub”… Me voy ¡Adiós!- Y el cuadro se puso negro.

Entré en el salón, abrí la ventana, silbé y esperé para ver venir volando una paloma que se apoyó en el alfeizar, entonces me recliné sobre la mesa y escribí con mi preciada pluma en un folio blanco, muy blanco:
“Querida P.
Como dejes de escribir, te mato.

Con cariño, el Capitán de barco pirata.”

Entonces até el folio enrollado a la pata de la paloma, la hice volar y me senté en mi butacón. Allí sentado observé el sombrero que aun tenía en las manos, que tan solo había sido apoyado brevemente sobre la mesa mientras escribía la carta, y me lo puse con cuidado sobre la cabeza.
-Es que no lo entiendo, el sombrero es para la calle, no para estar por casa, molesta que no veas.

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