Al principio llegaba en coche,
después empezó a hacerlo andando, y pese a ir él siempre a su casa, ella
llegaba tarde. Tardaba en prepararse, en vestirse o igual se estaba duchando o
lavándose los dientes. Él solo llegaba y esperaba porque además siempre se
olvidaba de llevar un libro o cualquier pasatiempo. Podía esperar con la
espalda apoyada en una pared de ladrillo, o en un coche, podía caminar calle
arriba y abajo, esperarla de frente desde el lado contrario de la calle o de
refilón junto a la puerta. Y mientras ella se arreglaba en el piso de arriba,
su madre, en el de abajo, empezó a ser consciente del chico que espera. Así le
fue haciendo pasar, para que esperase con más comodidad, y no precisamente una
comodidad física, sino el hecho de sentirse ya partícipe de algo, de que aquel
tiempo ya contaba. Ella se sorprendió mucho la primera vez que bajó y le vio
ahí, a los pies de la escalera, quiso regañarle y hasta mandarle a casa en ese
mismo instante. Pero él siguió llegando sin llamar a la puerta, lo que no impidió
que la madre le cazara igual y lo hiciese entrar. En aquella casa había que
descalzarse a la entrada y la hija vio con malos ojos el día que su madre compró
un calzado de interior para él. La hija empezó a sentirse molesta, pensaba en
la mosca que aparece en un cuarto cerrado como si hubiese entrado por alguna
parte cuando puertas y ventanas están cerradas. Pero aunque empezó a quedar
menos con él, o intentó quedar en otros sitios lejos de la casa, él aparecía
por allí zumbando, ya fuera por iniciativa propia o porque la madre le
invitaba. Discutió varias veces con su madre por aquello, diciéndole que la
relación de él era solo para con ella y que por tanto era la única con poder de
decidir cuándo y cómo verle o incluso dejar de hacerlo, ante lo cual la madre
se mostró muy herida diciendo que no, que el vínculo de él era para con todos
en aquella casa, que era uno más.
Un día ella oyó cómo su madre le
hacía pasar y viendo que tenía el peine en la mano decidió alargar el acto de
peinarse, hacerlo infinito. Después se demoró en todo lo que pudo y hasta cogió
un libro. Le extrañó que nadie le diese un grito diciéndole que él estaba allí,
esperando, pero a cambio se los imaginó cuchicheando sobre lo lenta que era
ella, que ya se sabía, que siempre hacía lo mismo. Para cuando se quiso dar
cuenta habían pasado dos horas, así que terminó de arreglarse a toda prisa y bajó
esperando ser regañada. Pero las cosas sucedieron de otro modo. Cuando bajó y
abrió la puerta del salón todos se sobresaltaron y la miraron extrañados. Él
también la miraba como viendo algo que no está bien. La madre se le acercó
despacio, la cogió de la mano, la sacó del salón, cerró la puerta y le preguntó
si no podría la próxima vez llamar diciendo que venía en vez de aparecer así de
pronto por las buenas.
Me ha gustado. Muy bueno el símil de la mosca
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