Habíamos
dicho nuestros nombres y poco más. El curso ahora lo daba Vicente, lo cual era
una pena porque Guillem era bastante bueno. Sin embargo las cosas deben cambiar
y yo solo pensaba que esta vez ganaría a Guillermo y que ambos le daríamos una
paliza a los creídos de filosofía (que paradójicamente son los que más
sumergidos están en la caverna de Platón). Habíamos dicho nuestros nombres y
poco más y no había prestado atención al chico de la esquina porque había dicho
llamarse Alejandro, como el chico que tenía detrás, y la repetición distrae. Y
no sé en qué momento fue que de pronto lo vi. Curiosamente estábamos jugando a
elaborar en la pizarra una historia llena de imposibles y locuras, y enfrente
de ésta yo tuve de pronto un flasazo de verdades y comprendí que aquel chico de
la esquina, más que llamarse Alejandro se llamaba Alejandro Lanchas.
Una
vez me acerqué a un desconocido en el metro y le pregunté que si se llamaba
así, la mandíbula prominente era la misma, me dijo que no y ahí acabó la
historia. La historia comienza en verdad hace años con aquella que pulula y no
se queda quieta, como tantas historias comenzaron. En resumidas cuentas, cuando
aparecí yo él le dedicaba hermosos poemas (de los cultos con métrica cuidada,
no como los míos) y le profesaba un amor que a ella no le hacía falta ignorar
ni esquivar, tan solo le hacía sentirse alagada. Entonces ella y yo comenzamos
aquella historia que fue y desapareció sin saber si volvería, y él me odió como
odia Prometeo al águila que le visita cada mañana. Me dijo “has conseguido lo
que yo más quería, pero eso no te hace mejor”. Y bueno, jamás nos habíamos
visto en persona pero en una ocasión soñé con él y le busqué para no hallarle.
Ella me confesó que cuando aún salía con el hombre que tenía pelo de oveja
negra y no sabía pintar, se encontró con Lanchas en una parada de autobús (allá
por la sierra de Madrid, por donde vive esta gente) y entonces le dio por
ponerse excesivamente cariñosa, para mayor tormento del pobre Alejandro, que en
su tiempo alzaba la frente, una frente informática, y me confesaba que él había
besado a tres chicas ya (pero no a Lucía ni a Clara poor Alejandro).
Mi
historia con él nunca terminó porque jamás tuve muy claro cuál era. De vivir en
otra época nos hubiésemos batido en duelo sin tener en realidad un motivo, solo
por ser un par de románticos de los malos.
Y
ahora te tengo a mi alcance, señorito Lanchas, yo sé quién eres tú, pero,
¿sabes tú quién soy yo? ¿Buscabas mi rostro cuando no dejabas de mirar el móvil?
No te lo voy a poner fácil, Alejandro. No voy a ir a aclarar identidades, a que
nos riamos y a que desaparezcas. Lo que voy a hacer es que entre los escritos
que hagamos y leamos vas a ver cómo escribo cierto nombre y sobretodo cierto
apellido que conoces muy bien. Vas a reconocer situaciones y si no dices tu
apellido, si estás completamente seguro de que nadie en el aula lo conoce,
entonces lo verás aparecer. Quién sabe, igual te acerque en mis escritos a
aquello que solo te hizo sufrir en vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario