Y
entonces se produjo el final del viaje y la encontré en el puerto, o encontré
lo mejor que podía encontrar, la seguridad de que había estado allí, las
sábanas calientes, comida en la despensa y el olor con el que impregnamos las
cosas que usamos o rondamos durante mucho tiempo. No dar con ella tampoco era
tan importante, yo cumplía avisando de aquella información, y así lo hice.
Entonces me pidieron sus últimos momentos en aquel lugar, sus últimos años.
Ella
llegó como había llegado a todos los sitios desde que empezó a correr siendo
una niña: huyendo o con la emoción de encontrar algo nuevo. Hacía tanto esto
que acabó por huir con tal de dar con algo nuevo. Sin embargo aquella ciudad
portuaria debió conquistarla, si no es que fue algo de ella. Por supuesto pensé
en un hombre, pero estaba muy equivocado, ¿una mujer? Tampoco. Claro que hubo
hombres, pero, ¿cuándo no? En realidad no tengo una respuesta clara de por qué
por una vez escogió un destino aunque fuera solo por unos años, esto no es una
historia ni sabe quien la cuenta todos los detalles. Las visitas se sucedían
sin repetirse y ni siquiera solía comprar en el mismo sitio, trabajó en todos
los cafés y bares de la ciudad, desde el elegante le Rouge hasta un cuarteto con pinta de retrete gigante donde iban
los marineros holandeses y singapurenses a emborracharse y a partirse la nariz.
Sin embargo, en mi asombro, cuando intentaba averiguar algo más y me encontraba
de nuevo bajando la calle que comunica el que fuera su piso con el puerto, vi
el tono anaranjado que lo cubría todo, el frío soportable con matices cálidos y
las gaviotas silenciosas que patrullaban el bajo-cielo y sentí lo que debió
sentir ella, ¿por qué no quedarse?
Y
creo sinceramente que se hubiese quedado si no la hubiesen empezado a mirar,
creyendo conocerla perfectamente y viendo solo lo que ella quería que viesen
aunque en realidad no quisiese que viesen nada. Al parecer bajaba al puerto
cuando llegaba un nuevo barco y estudiaba a los pasajeros, los marineros nunca
le interesaban a no ser que fuesen muy jóvenes, que diesen la sensación de
haber acabado allí por error o tuviesen esa aura de estar perdidos. Porque en
definitiva era eso lo que buscaba, gente perdida, gente fuera de lugar, con
predilección por artistas o fugitivos de sí mismos que pagaban un pasaje en un
barco de carga para apearse en el puerto de nombre más incierto. No se daba
cuenta, o sí lo hacía, ella era consciente de muchas cosas, de que aquellas
mismas personas eran quienes más la acercaban a ser descubierta no ya en
aquella ciudad, sino en su extenso ya itinerario pasado. Lo que hacía con ellos
es conocido, los llevaba a su casa, o a algún hotel si parecían violentos, y
allí se acostaba con ellos, tan solo se desnudaban o hablaban hasta el
amanecer. Siempre bebiendo, eso sí, así afloraba los corazones de sus
compañeros y compañeras y tenía una escusa para emborracharse y emborronar los
sueños que le solían provocar furiosos insomnios.
Al
oír de nuevo estas historias tan iguales y solo diferenciadas por la buena
intención de quien las contaba, fue cuando escribí: Cuéntame las historias que le cuentas a los viajeros que se pierden en
tu cama.
Pero
igual se cansó también, o apareció alguien como yo antes de mí. Lo cierto es
que después de haber visto a tanta gente bajar de aquellos barcos se montó en
uno y se perdió en la lejanía. No me sorprendió escuchar que el barco había
naufragado y que no había supervivientes. Me hubiese gustado ver la cara de
sorpresa de las gentes del puerto al ver en unos meses regresar aquel mismo
barco naufragado, y es que lo más probable es que fuese ella quien iniciase el
rumor del hundimiento, lo más probable es que ni siquiera fuese a bordo.
que hacen después los viajeros cuando salen perdidos de su cama?
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