—Sí,
te lo prometo. Fue así, que sí.
—Ay,
me encanta, ¡sigue por favor! Sigue hablando, haz eso que haces con la boca.
—¿El
qué? ¿Esto?
—¡Calla,
calla! ¡Sigue hablando! Cuéntame algo, ay, olvídalo, deja de hacer eso, que lo
vas a estropear.
—¿Voy
a estropear mi forma de hablar?
—No
es tu forma de hablar, es… ¡Eso! Sí, sigue, por favor. Ay, ¿pedimos otra?
—Claro…
¡Camarero!
Y el
camarero se acercó. De entre toda la noche se quedaba con aquellos dos
clientes, y no porque no dejasen de consumir, sino porque se les veía alegres.
Había visto cómo ella estaba en otra mesa y cómo se le había acercado, cómo
habían empezado a hablar y cómo habían superado los pormenores iniciales para
meterse de pronto en aquella situación en la que estaban, más propia de quien ya
está casado. Además él ya le había dado un adelanto y un recado, más le valía
no equivocarse de mesa al servir sus bebidas.
—Ay,
qué guapa estás esta noche.
—¿Y
no lo estoy el resto?
—No
lo sé, eso tendrías que decírmelo tú.
—Anda,
bebe. Según te emborrachas más y más vas alternando entre estar interesante y
estar insoportable. Tienes suerte de que cuando me acerqué estuvieses
interesante, porque si no me hubiese bebido una copa y me hubiese marchado con
aquel… ¿dónde está?
—¿El
que tenía pinta de francés?
—Sí.
—Se marchó,
no dejaba de mirarte las piernas y…
—Unas
piernas magníficas.
—Magníficas.
Que como no le hacías caso se marchó.
—¡Pero
si sí que le hacía caso!
—Ya,
chiquilla, pero él era homosexual.
—¡Y
tú que sabes!
—Hombre,
ese bigote…
—Por
ese bigote es por lo que le llamamos francés. Para eso podíamos haberle llamado
el homosexual desde el principio.
—Entonces
podíamos haber dicho que tú no le mirabas.
—Ni
que él me miraba.
—Ni
que te habrías ido con él. Ni que soy insoportable…
—Bueno,
eso sí.
—¡Oye!
Más consideración con quien se está arruinando por aguarte la sangre con
alcohol.
—Yo
no te lo he pedido, ni hace falta que pagues por mí. Tranquilo.
—¿Eso
es todo?
—Debes
aprender a tener clara la diferencia entre ser un galán y ser gilipollas.
—¿Y
si te digo que ya pagué y que como no puedes pagar entonces estás siendo
invitada a la fuerza?
—Pues
pago otra vez. Pero así estarías consiguiendo volver a mis planes originales.
—¿Y
cuáles son?
—Acabar
en mi cama.
—¡Lo
dudo!
Y
llegados a este momento ella se extraña ante las palabras y la risa de él.
—¿Por
qué?
—Porque
el camarero lleva sirviéndonos veneno en las copas toda la noche.
Entonces
ella aprieta los labios, arruga la frente y él ya sabe que ella va a estallar
en una carcajada antes de que finalmente lo haga.
—¿Enserio?
¡Estás loco!
—¡Lo
sé, pero es genial! Jamás has hecho nada igual con otra persona.
—¡Rematadamente
loco! ¡Brindemos!
La
noche es fría y él se alegra de que el abrigo de ella sea más abrigado que el
suyo propio y que no tenga que ofrecérselo. Caminan por una calle que se sale
de la civilización, se sale de todo. Ella zigzaguea un poco, puede ser por la
bebida, o por lo que llevaba ésta. Finalmente se sienta en un banco, ladea la
cabeza y cierra los ojos. Podría estar dormida, perfectamente podría estar
dormida. Tiene las manos metidas en los bolsillos y el pelo recogido. Él se
queda quieto delante de ella y si reanuda el paseo es porque como siga
mirándola va a poder flaquear por primera vez. Mete las manos a su vez en los
bolsillos y va reduciendo el ritmo. La imagina sentada poco detrás de él, quizá
se ha caído y ahora está tumbada sobre el banco. Este pensamiento le da ganas
de girarse y de reponerla en aquella posición tan perfecta en la que estaba,
pero no lo hace porque el viento es frío y entre él está la muerte y no quiere
que le encuentren tirado hacia ella, quiere que le encuentren alejándose, que
le encuentren de pie, muerto y de pie, como un señor. Se pregunta hasta dónde
está borracho y hasta dónde es un tipo con un plan y que ahora no sabe cómo
sentirse después de haberlo llevarlo a cabo. ¿Ella está muerta? Otra vez esas
ganas de girarse, aunque claro, si va a morir, ¿qué más da girarse, quién le va
a juzgar? Qué más da cómo le encuentren, aunque claro, el cómo la encuentren a
ella sí que importa, porque a ver si le van a robar o incluso le van a decir
hola guapa qué haces aquí dormida en mi piso se está mejor. Y cómo será para
que les encuentren y avisen a las autoridades y todas esas cosas… Lo ideal
sería ella ahí, dormida en aquel banco e inmediatamente después ella dormida en
su velatorio. Piensa en lo que acaba de pensar y se da cuenta de que esas
palabras podrían significar ella dormida en el velatorio de él, ella viva y
aburrida y él muerto. Pero claro, también hay que pensar que el suelo da
vueltas y que
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