lunes, 23 de febrero de 2015

Y así se hace

No recuerdo cómo era eso de escribir, creo que consistía en una sucesión de letras, de palabras, alternando unas más largas y otras más pequeñas, de tal manera que gustan mucho las comas y las íes griegas, así que una muy buena frase puede ser “casa y apabullante, resoplido, veraniego y oscura botella, hija vaga y apóstol de las cerillas”. Pero está claro que no es solo eso, que hay que escribir cosas con sentido porque sino resulta que te dicen que estás intentando innovar y eso acaba cansando, porque puedes decir “árbol, árbol, ¿dónde se dejó las alas el conde Perico?” pero no algo mucho más largo como “En la noche, los búhos, esquivando ratas y miradas, sacan sus tentáculos, que hacen las veces de raíces salidas de la tierra, para internarse bajo los viejos muros de las casas abandonadas o aisladas y hacer crujir los entresijos de los misterios familiares que, pese a pertenecer a los muertos, siguen atormentando a bisnietos que vienen de la ciudad a conocer amores, fantasmas o perros que les acompañarán toda la vida”. Así que es necesario escribir cual títere bajo los hilos de algo terrorífico llamado ideas. Y ahí hay un problema, pues yo tengo la predisposición pero no las ideas, así que qué hago, pues bueno, puedo ponerme una canción con letra e inspirarme por ésta para, tomando un par de palabras de la misma de manera subconsciente, escribir algo que, esta vez sí, sea coherente e incluso una historia, como pueda ser “Solo faltaban un par de helicópteros pertenecientes a cadenas de televisión para que aquello pareciese una persecución de película americana. Un coche robado con los dos atracadores dentro perseguido por dieciséis, no, diecisiete coches de policía. Al cabo de dos horas y media eran ya ciento dos vehículos los que perseguían a los atracadores y no esperaban adelantarles, dispararles ni embestir contra ellos, tan solo esperaban a que se les acabase el combustible y se viesen obligados a parar por las buenas, pero fue entonces cuando estos aceleraron al máximo, sospechando un control unos kilómetros más allá, y el coche, de tanta potencia, se elevó, como hacen los aviones, pero en vez de volver a caer, siguió hacia arriba, en un ángulo bastante recto. Un intrépido policía aceleró también y pronto le vieron seguir por el aire, hacia al cielo, a aquellos dos locos. En un instante ascendían por el cielo ciento dos luces azules y rojas de la policía. Si hubiese habido helicópteros tal vez estos se hubiesen llevado un chasco al no poder alcanzar la altura que habían cobrado ya los atracadores, a los cuales el hecho de atravesar las nubes solo les hizo ponerse una rebequita, que por allí ya refrescaba. Cuando los coches vuelan, al evitar la fricción de las ruedas con el asfalto, gastan menos combustible, solo esto explica que el total de ciento tres coches alcanzasen el espacio, subiendo las ventanillas, ojo, y llegasen hasta la luna, donde, levantando polvo estelar, continuaron con la persecución, mientras los habitantes de la Tierra observaban como la luna se volvía azul y roja a tiempos intermitentes. Y de ahí viene la frase “Ahora que está en la luna la policía”, frase que he utilizado de una canción para escribir esta historia”.

Se nota que hacía tiempo que no escribía, releo lo escrito y me viene a la cabeza la imagen de un anciano peleándose con una pared llena de telarañas.

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