No recuerdo cómo era eso de escribir, creo que
consistía en una sucesión de letras, de palabras, alternando unas más largas y
otras más pequeñas, de tal manera que gustan mucho las comas y las íes griegas,
así que una muy buena frase puede ser “casa y apabullante, resoplido, veraniego
y oscura botella, hija vaga y apóstol de las cerillas”. Pero está claro que no
es solo eso, que hay que escribir cosas con sentido porque sino resulta que te
dicen que estás intentando innovar y eso acaba cansando, porque puedes decir
“árbol, árbol, ¿dónde se dejó las alas el conde Perico?” pero no algo mucho más
largo como “En la noche, los búhos, esquivando ratas y miradas, sacan sus
tentáculos, que hacen las veces de raíces salidas de la tierra, para internarse
bajo los viejos muros de las casas abandonadas o aisladas y hacer crujir los
entresijos de los misterios familiares que, pese a pertenecer a los muertos,
siguen atormentando a bisnietos que vienen de la ciudad a conocer amores,
fantasmas o perros que les acompañarán toda la vida”. Así que es necesario
escribir cual títere bajo los hilos de algo terrorífico llamado ideas. Y ahí hay un problema, pues yo
tengo la predisposición pero no las ideas, así que qué hago, pues bueno, puedo
ponerme una canción con letra e inspirarme por ésta para, tomando un par de
palabras de la misma de manera subconsciente, escribir algo que, esta vez sí,
sea coherente e incluso una historia, como pueda ser “Solo faltaban un par de
helicópteros pertenecientes a cadenas de televisión para que aquello pareciese
una persecución de película americana. Un coche robado con los dos atracadores
dentro perseguido por dieciséis, no, diecisiete coches de policía. Al cabo de
dos horas y media eran ya ciento dos vehículos los que perseguían a los
atracadores y no esperaban adelantarles, dispararles ni embestir contra ellos,
tan solo esperaban a que se les acabase el combustible y se viesen obligados a
parar por las buenas, pero fue entonces cuando estos aceleraron al máximo,
sospechando un control unos kilómetros más allá, y el coche, de tanta potencia,
se elevó, como hacen los aviones, pero en vez de volver a caer, siguió hacia
arriba, en un ángulo bastante recto. Un intrépido policía aceleró también y
pronto le vieron seguir por el aire, hacia al cielo, a aquellos dos locos. En
un instante ascendían por el cielo ciento dos luces azules y rojas de la
policía. Si hubiese habido helicópteros tal vez estos se hubiesen llevado un
chasco al no poder alcanzar la altura que habían cobrado ya los atracadores, a
los cuales el hecho de atravesar las nubes solo les hizo ponerse una rebequita,
que por allí ya refrescaba. Cuando los coches vuelan, al evitar la fricción de
las ruedas con el asfalto, gastan menos combustible, solo esto explica que el
total de ciento tres coches alcanzasen el espacio, subiendo las ventanillas,
ojo, y llegasen hasta la luna, donde, levantando polvo estelar, continuaron con
la persecución, mientras los habitantes de la Tierra observaban como la luna se
volvía azul y roja a tiempos intermitentes. Y de ahí viene la frase “Ahora que
está en la luna la policía”, frase que he utilizado de una canción para
escribir esta historia”.
Se nota que hacía tiempo que no escribía, releo lo
escrito y me viene a la cabeza la imagen de un anciano peleándose con una pared
llena de telarañas.
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