jueves, 5 de febrero de 2015

Y una pared desnuda.

Quién me iba a decir a mí que aquel lugar, aquel salón del lejano oeste, que tantos sudores, quejas y dolores le produjo, lo aguantaba solo por mí. Yo pensaba que tras aquella tarde en el banco comiendo pipas y mi "te dejo" suspirado, ella me ignoraría y hasta me prohibiría la entrada al "Gran Saloon", pero cuando a los dos días me quité el sombrero y empecé a darle vueltas en las manos para acabar deduciendo que necesitaba una copa, qué sorpresa me esperaba, y no por poder entrar sin oposición, sino porque cuando levanto la cara del suelo con esa cara de corderito triste que necesita una copa, no solo veo que no está, sino que no hay nada. Se lo había llevado todo, que ojo, era todo suyo, pero se lo había llevado, y yo allí, oliendo el perfume que andaba flotando en aquel salón, mirando las paredes sin cuadros pero con las marcas de los mismos, marcas oscuras rectangulares que atestiguaban que allí había habido cuadros, y yo intentando recordar qué había habido en esos cuadros. Es que ni lágrimas ni odio, terminamos y se cogió el tren como quien se marcha de vacaciones poco más de una semana, y encima, mientras pensaba yo si continuar con el comportamiento que me llevó a la tarde de las pipas, recibo una carta, suya, por supuesto, pero en la cual se le olvidaba recriminarme algo o implorarme perdón jurando que me amaba, porque simplemente me preguntaba que qué tal los duelos contra los tres pistoleros de aquella semana, de una manera más bien escueta como quien calcula gastar la tinta justa. Y yo le contesté, claro, pero de la misma forma, pretendiendo pisar donde ya había pisado alguien en la arena, y nuestra conversación continuó, pero sin el menor ápice de cambio, cuidado, que solo me preguntaba por lo formal y como mucho terminaba con un "Me alegro". Una vez, viendo si aquello se podía cambiar, después del estúpido contenido de mi carta, en un par de líneas le hablé de que me gustaba entrar en el salón, que continuaba vacío, a aspirar su perfume, cada vez más diluido, pero a eso no contestó. Sé que encontrará a otro tipejo del oeste, y que entonces morirá hasta nuestra patética correspondencia formal, pero lo malo es que en el rincón del pueblo en el que ya no se ven sus faldas negras, sigue el salón, un salón vacío que parece aun más vacío por las marcas de los cuadros que ya no están.

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